martes, 6 de octubre de 2020

A diez años del intento golpista en Ecuador

 En la mañana del jueves 30 de septiembre de 2010 se produjo el amotinamiento de la policía ecuatoriana y de efectivos de la Fuerza Aérea contra el presidente Rafael Correa. El primer mandatario fue secuestrado por los golpistas y el pueblo se movilizó exigiendo su liberación y el restablecimiento de la democracia. Durante varias horas se libró una lucha dramática contra los amotinados tanto dentro como fuera del país.

Los policías contra el Gobierno

Aparentando un reclamo económico los policías sublevados abandonaron la protección de las ciudades, bloquearon carreteras e impidieron el ingreso al Congreso en Quito. Simultáneamente elementos de la fuerza aérea bloqueaban las pistas del aeropuerto para impedir que el avión y el helicóptero presidencial pudieran ser utilizados. La poderosa prensa opositora incrementó su despliegue propagandístico y presentó a los amotinados como honestos servidores públicos cuyos legítimos reclamos eran desoídos por el Gobierno. Aprovechando la falta de vigilancia policial en las calles (y seguramente inducidos por los propios golpistas) en distintos puntos del país comenzaron a producirse saqueos. En una entrevista concedida a Ignacio ramonet diría el presidente:

“¿Puede usted entender que a las ocho de la mañana se declare en paro la Policía, y a las nueve ya haya saqueos masivos en Guayaquil?”

Rafael Correa se encontraba convaleciente de una operación en su rodilla, a pesar de eso y ayudándose con una muleta se dirigió hacia el cuartel de policía donde se habían concentrado los amotinados. Era media mañana y el presidente se presentó en el mismo corazón de la revuelta para reclamar que los insubordinados depusieran su actitud. Aunque la excusa de los golpistas era un supuesto reclamo salarial no mostraron ningún interés por negociar con la máxima autoridad del país. Apenas Rafael se hizo presente comenzaron a gritarle: “Mueran los comunistas”, “Afuera Cuba y Venezuela”, “Viva Lucio Gutiérrez “, y lanzaron bombas de gas lacrimógeno contra él.

“Nos recibieron con una violencia extrema. Al principio nos echaron una bomba lacrimógena, no pudimos entrar. Pero yo me dije: “es algún desadaptado”. Nos ha pasado otras veces, puede haber cinco mil personas a favor, y cinco desadaptados lanzan una bomba lacrimógena; no por eso vamos a perjudicar a los cinco mil”.

En su afán por desactivar la protesta Rafael regresó al cuartel policial, fue entonces cuando los amotinados recibieron la orden de atraparlo. La guardia presidencial tuvo que retirarlo hacia el cercano hospital policial y hasta allí lo persiguieron los amotinados. Con el edificio rodeado se volvió imposible su evacuación, la patota enardecida evidenció que su interés no era económico sino destituyente. Desde una ventana el presidente se mostró indoblegable, avisó a los golpistas que no habría marcha atrás con la aplicación de las leyes, que de allí saldría presidente o cadáver y que si querían podían matarlo.

Pero los policías eran solamente los autores materiales del intento destituyente, detrás de ellos estaban los que se paseaban por los estudios televisivos recitando el libreto aprendido en los “cursos del buen golpista”; toda la culpa era del presidente, había colmado la paciencia de los uniformados y estos reclamaban sus derechos de modo enérgico. Pero ni siquiera estos últimos voceros eran los verdaderos autores intelectuales, apenas si reproducían los argumentos elaborados por los que operaban desde las sombras. La National Endowment for Democracy (NED), creada por el Congreso estadounidense en 1983 con la declamada intención de promover la democracia en el mundo, había destinado más de un millón de dólares a Ecuador. Tan importante inversión económica tenía como objetivos “desarrollar campañas de denuncias de supuestos casos de corrupción, y promover líderes opositores y estudiantiles”. Sus aventajados alumnos eran quienes manejaban los hilos de la conspiración.

Poco después del mediodía Rafael –a pesar de encontrarse cercado por los amotinados- decretó el estado de excepción, ordenó que todas las radioemisoras se integraran en cadena nacional y movilizó a las fuerzas armadas para que terminaran con el intento golpista.

El pueblo en la calle

Al divulgarse la noticia del intento destituyente y el secuestro del presidente se inició la movilización popular. Los manifestantes se dirigieron hacia el palacio presidencial y el cuartel donde los amotinados retenían a Rafael Correa. Ya para entonces todos los límites habían sido sobrepasados y no cabía duda que los policías usarían sus armas contra el pueblo. Cuando los defensores del gobierno llegaron ante el cuartel de policía fueron recibidos con gases lacrimógenos y descargas de armas de fuego. El número oficial de muertos fue relativamente bajo, pero la cantidad de heridos fue enorme, uno de ellos fue el canciller Ricardo Patiño

Los propagandistas del golpe reprocharon la “imprudencia” de canciller al formar parte de las columnas que buscaban rescatar al presidente. No es que les interesara proteger la vida del alto funcionario gubernamental, tampoco les interesaba la del primer mandatario, lo que indignaba a los amotinados era la fusión en las calles del pueblo y su gobierno. Los manifestantes se concentraron por miles portando banderas y gritando; "Esto no es Honduras, Correa es presidente". La consigna evocaba lo ocurrido con Manuel Zelaya un año antes cuando los golpistas hondureños secuestraron al presidente en su propio domicilio y lo trasladaron hasta una base militar antes de expulsarlo del país.

“… Salieron decenas de miles de personas a las calles exponiendo sus vidas. Porque usted no se imagina, Ignacio, la brutalidad con la que actuaron los golpistas. Eran bandas de motociclistas enmascarados disparando al aire, baleando ambulancias, golpeando a ciudadanos, arrastrándolos por las calles… Pese a eso, los ciudadanos seguían saliendo, y no sólo en Quito, sino en todas partes del país y del exterior, delante de nuestras embajadas. Hubo una reacción multitudinaria, más aún si consideramos que el Gobierno todavía no dispone de ese movimiento político bien organizado y con capacidad de movilización”.

La presencia popular fue determinante a la hora de frenar el intento destituyente. En el plan de los golpistas estaba convocar a la movilización de las capas medias de la sociedad, provocar desmanes durante tres o cuatro días, debilitar al gobierno y forzar su renuncia o destitución. El propio abogado del ex presidente Lucio Gutiérrez fue uno de los que trató de entrar por la fuerza a las instalaciones de la Televisión Nacional para llamar a la insurrección. Y el movimiento indígena Pachakutik en medio de la crisis hizo pública su convocatoria al “movimiento indígena, movimientos sociales, organizaciones políticas democráticas, a constituir un solo frente nacional para exigir la salida del presidente Correa”.

“Usted sabe que la CIA y todas estas agencias actúan con agenda propia (…) De lo que sí tenemos certeza, es que hay todos estos grupos de extrema derecha, estas fundaciones que financian a los grupos que conspiran contra nuestro Gobierno, les pasan dinero en forma camuflada, capacitaciones, unos nombres rimbombantes que, finalmente, financian a grupos opositores al Gobierno y a muchos conspiradores.”

Pero el pueblo en la calle levantó una sólida barrera para detener a los golpistas.

El periodismo de guerra

Durante toda la mañana la prensa opositora siguió transmitiendo a su antojo; el presidente había sido agredido y se encontraba secuestrado, radios y canales televisivos afines a los amotinados proporcionaban una versión distorsionada de los hechos, sólo la reducida prensa oficial daba cuenta de la magnitud del levantamiento. Recién a las 14 se inició la cadena nacional para impedir que la oposición continuara transmitiendo información tóxica. Este “ataque a la libertad de expresión” escandalizó a los sublevados, los más exaltados se dirigieron hacia la emisora estatal que centralizaba la transmisión. Exigían seguir difundiendo sus proclamas a través de los medios oficiales, al no ser satisfechos quisieron derribar las Atenas de transmisión.

Rafael calificaría a esta prensa subversiva como “conspiradores permanentes, perros guardianes del statu quo, algo que no es nuevo ni en Ecuador ni en América Latina”. No le faltaba razón, la Sociedad Interamericana de Prensa y los oligopolios mediáticos del continente estaban alineados con los dueños de la prensa hegemónica ecuatoriana. Esta última estaba en pie de guerra porque siempre se había comportado como un poder omnímodo y ese privilegio había sido cuestionado por el gobierno de Rafael. En la campaña electoral que lo llevó al poder había propuesto llamar a una asamblea constituyente, y en la Constitución de 2008 que surgió de aquella Asamblea se prohibió que grupos financieros poseyeran medios de comunicación.

“Quitarle al sector financiero los medios de comunicación es un cambio real en las relaciones de poder. Antes, en este país, ¿qué podía hacer usted contra la banca? Si la banca, de los siete canales nacionales de televisión, poseía cinco… Y los otros dos, los controlaba mediante la publicidad. O sea que si usted quería legislar sobre tasas de interés, tenía una campaña permanente de ‘atentado a la propiedad privada, a ‘la iniciativa privada’, a ‘la libre empresa’; y los dos canales que no eran de la banca tenían que quedarse calladitos porque, si no, perdían publicidad… Era un poder enorme.”

La banca, los medios hegemónicos y los discípulos de la National Endowment for Democracy integraban la asociación que estaba detrás del golpe contra Rafael Correa.

El rescate del presidente

El reducido número de efectivos que formaba la guardia de seguridad del presidente había conseguido llevarlo hasta el hospital contiguo al cuartel. Atrincherados en el tercer piso de ese edificio esperaron que los amotinados depusieran su actitud. En lugar de eso algunos sublevados quisieron tomar por asalto ese refugio. En esas circunstancias Rafael pidió una pistola a sus compañeros para participar también de la defensa, aunque reconocía su inexperiencia en el manejo del arma no estaba dispuesto a dejarse matar mansamente.

“Por supuesto que ahí sentimos que estaban en peligro nuestras vidas… Como también cuando trataron de rescatarnos. Se fueron las luces, empezó el tiroteo, y sentíamos las balas encima de nuestras cabezas”.

Ya era de noche cuando se inició la operación de rescate por parte de fuerzas del Ejército y el Grupo de Operaciones Especiales de la policía. El tiroteo con los amotinados duró alrededor de veinte minutos y pudo seguirse en directo por los distintos canales de televisión. Mientras Rafael era conducido a un automóvil para ser evacuado, las fuerzas leales trataban de mantener a raya a los sublevados. A pesar de esa protección el vehículo presidencial recibió cerca de media docena de impactos.

Durante cerca de diez horas Rafael estuvo prisionero de los golpistas, fue agredido físicamente ya antes de ser secuestrado, los disparos contra el automóvil presidencial eran prueba evidente del intento de magnicidio. Desde la Alianza Bolivariana para los pueblos de nuestra América hasta la Organización de las Naciones Unidas, pasando por la UNASUR y la OEA, todos condenaron el intento golpista. Pero los complotados y sus cómplices (tanto dentro como fuera de Ecuador) se refirieron a la asonada como “crisis institucional”. Arturo Valenzuela, subsecretario de Estado de Asuntos Interamericanos, fue todavía más lejos, calificó lo ocurrido como una “indisciplina policial”, casi como si hablara de una travesura infantil.

Tras su liberación Rafael se dirigió al palacio presidencial, una multitud lo esperaba para brindarle su apoyo. Durante la tensa jornada había reiterado que no se doblegaría, y allí estaba, frente a su pueblo, para mostrar que había cumplido con su palabra.

También los presidentes sudamericanos reunidos en la UNASUR habían cumplido con sus pueblos. Pero eso lo veremos en la próxima entrega.

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