Las Veinte mil leguas
El pulpo, ilustración de la edición de Veinte mil leguas de viaje submarino, 1870. Tomada de Wikipedia, la enciclopedia libre |
Sin ninguna razón especial me puse a releer Veinte mil leguas de viaje submarino, el relato de Julio Verne. Probablemente fue en mi adolescencia cuando en alguna de las numerosas revistas de historietas que devoraba por entonces conocí una versión abreviada de la historia. En mi memoria había quedado el Capitán Nemo como el hombre autoritario que gobernaba el Nautilus; el personaje era mucho más complejo, mi opinión sobre él fue cambiando a medida que avancé con la nueva lectura.
Tras algunos incidentes marítimos las potencias navales de la época habían llegado a la conclusión de que el Nautilus era un monstruo marino que debía ser eliminado. Estados Unidos alistó una fragata para dar caza a la bestia imaginaria, pero en el ataque tres integrantes de la tripulación cayeron al agua e iban a perecer ahogados en medio del Océano. La nave de guerra se alejó, eran noche cerrada y nadie podía verlos ni escucharlos, estaban condenados irremisiblemente si alguien no acudía rápido en su auxilio. Fue entonces cuando apareció nuevamente el submarino, la escotilla se abrió y los náufragos pudieron ingresar en la nave atacada.
El capitán Nemo los había salvado de una muerte segura pero descubriéndoles el secreto de su embarcación; dejarlos en libertad era imposible, los náufragos pasaron a ser forzados huéspedes o prisioneros, según con qué criterio se evaluara la situación. No entro en los detalles de la historia para no privarlos del placer de una futura lectura, sólo reproduzco unas palabras del capitán Nemo después de luchar con un tiburón que atacara a un pescador de perlas.
“Ese indio, señor profesor, es un habitante del país de los oprimidos, y yo soy aún, y lo seré hasta mi muerte, de ese país”.
Pero no quiero dispersarme más de lo que acostumbro, yo fui leyendo la novela casi como un pasatiempo hasta que me empezaron a deslumbrar las descripciones de la fauna marina. El profesor Aronnax había señalado una de las vitrinas dentro del Nautilus y su ayudante Conseil comenzó a musitar: “clase de los gasterópodos, familia de los bucínidos, género de las Porcelanas, especie de los Cyproea Madagascariensis...” El profesor decía que su ayudante “era capaz de recorrer con una agilidad de acróbata toda la escala de las ramificaciones, de los grupos, de las clases, de las subclases, de los órdenes, de las familias, de los géneros, de los subgéneros, de las especies y de las variedades”.
A medida que avanzaba con la lectura empecé a imaginar una exposición: un gran Museo, paneles con fotos y dibujos que tomasen como punto de partida las clasificaciones del relato de Julio Verne. Carteles cubriendo las paredes donde se actualizase la información a la luz de los nuevos cánones científicos. Y completando el delirio un buen catálogo, una publicación con pasajes de la novela que encontrasen su correlato con las fotos y dibujos de los paneles: ¡para fantasear hay que hacerlo a lo grande!
Estaba en esos delirios y se me ocurrió buscar una edición de Veinte mil leguas de viaje submarino; tenía que ser un libro ilustrado y, de ser posible, con dibujos atractivos sobre la fauna marina. De entrada yo sabía que ese era un objetivo desmesurado, el aspecto zoológico no es lo más destacable en la historia. Pero como no perjudicaba a nadie buscando la información comencé mi rastreo por Internet.
La hipótesis de ese libro era tan fantasiosa como lo de la exposición; yo imaginaba que alguien podría haber pensado en ilustrar la novela y que un editor lo acompañase en el proyecto. Pero eso podía haber pasado o no, y aun suponiendo que alguna vez se hubiese editado no tenía por qué ser fácil conseguir un ejemplar. A pesar de todo eso el libro ilustrado existe, no es algo que esté en todas las librerías de Buenos Aires, pero el acceso a la edición de Nórdica está dentro de lo posible.
El ejemplar que descubrí fue ilustrado por Agustín Comotto, aunque no conozco (y nunca podré conocer) sus dibujos tengo un particular afecto por ese artista plástico. Y aquí viene la otra historia que precedió a la que les estuve contando.
La novela ilustrada “155”
Hace algo más de cuatro años leí que Emecé había publicado la novela ilustrada “155”, una obra dedicada a la vida de Simón Radowitzky. El libro demandó unos seis años de investigación, escritura del guion y realización de los dibujos.
Simón Radowitzky fue el joven militante anarquista que en noviembre de 1909 ajustició al coronel Ramón Falcón, el jefe de policía que comandó la represión a los obreros que el 1º de mayo de ese año se congregaron en la actual Plaza Lorea para homenajear a los mártires de Chicago. El saldo de la represión fue de decenas de muertos y heridos que luego se incrementarían con las víctimas de la Semana Roja, así llamada por las bajas que causó la ferocidad policial. Después del atentado justiciero el joven fue perseguido y acorralado por la policía, intentó quitarse la vida pero fracasó en el intento y fue detenido y torturado antes de ser sometido a juicio. La condena a muerte debió ser cambiada por la de prisión perpetua cuando se comprobó que Simón era menor de edad.
La novela gráfica realizada por Agustín Comotto es un riguroso documento histórico que demandó varios años de investigación. En esa obra no sólo fue el autor de las ilustraciones, antes escribió el guion, y para ello estudió a fondo la vida del personaje. Entre otras cosas viajó hasta la “cárcel del fin del mundo”, la prisión de Ushuaia donde eran confinados los luchadores sociales a principios del siglo XX. En la presentación de su libro escribió:
“A punto de embarcar en avión desde Buenos Aires hacia Ushuaia, pienso en las tres horas de retraso que sufrimos, el amontonamiento de turistas en el aeropuerto, la mezcla de idiomas: portugués, hebreo, castellano. Pienso en el fastidio que siento en la espera y la ansiedad por realizar el vuelo hacia el fin del continente para pasar una semana investigando. De pronto, surge la inevitable comparación: Simón Radowitzky viajó en el fondo de un barco de carga a vapor entre otros miserables, tragando el polvo de hulla, el humo que se filtraba desde la chimenea al exterior y las cadenas y la barra de hierro fijada a sus pies. Pienso en los 25 días de vaivén en el mar a oscuras; el sudor, mezcla de adrenalina y mugre, y la espera miserable hasta llegar al presidio de Ushuaia. Simón Radowitzky pasó 21 años encerrado en una jaula.
¿Cuánto puede resistir un hombre por un ideal? ¿Qué hace que éste lo haga invencible? Simón Radowitzky fue de esas raras anomalías que trascendió el mito para volver a ser, luego de miseria, horror e ignominia, lo que quiso: un hombre común y corriente que luchó por la justicia”.
Realmente Simón Radowitzky es un personaje deslumbrante; algunos sólo lo conocen como vengador de las víctimas de la Semana Roja, pero mucho antes debió escapar del Imperio Ruso donde comenzara su militancia sindical y política. En Argentina se sumó a la FORA y estuvo entre los asistentes del acto del 1º de Mayo en Plaza Lorea. Fue testigo de la ferocidad policial y tuvo buenos motivos para querer vengar a las víctimas de la masacre. El sistema se ensañó con él, habría sido fusilado si su partida de nacimiento no aparecía a tiempo para mostrar que todavía era menor de edad. La condena original fue cambiada por prisión perpetua y su lugar de reclusión sería la cárcel del fin del mundo. Cada año, al cumplirse el aniversario de su acto justiciero, se lo sometía a una dieta de pan y agua durante diez días. Pasó 21 años en la cárcel hasta que el reclamo de indulto consiguió que se lo liberara, pero fue una libertad acompañada con la orden de destierro. Después viajó a España para sumarse a los combatientes que luchaban contra los fascistas durante la Guerra Civil.
Foto de Simón Radowitzky conservada en el Archivo de Historia Social de Ámsterdam e intercalada en la nota “El héroe secreto | La historieta sobre Simón Radowitzky”; Página12, 18.3.2018. |
Cuando Agustín Comotto presentó su proyecto al editor éste le dijo: “Esta historia es como un tajo en diagonal por el siglo XX”. Aunque la novela gráfica tiene sobrados méritos propios, debo confesar que mi interés inicial por esa obra fue despertado por el recuerdo de un buen compañero… Y aquí voy a la tercera parte de esta historia.
El recuerdo de Aldo
A mediados de 1977 llegué a Madrid junto a mi esposa; durante las primeras semanas la principal preocupación fue conseguir asistencia médica para Olga. El nacimiento de Claudio Martín se produjo en septiembre, y después comenzamos a retomar los contactos con los amigos dispersos por el mundo. Uno de ellos le escribió a Aldo recomendándole que se comunicara conmigo; Aunque no nos conocíamos de Buenos Aires ni compartíamos encuadramiento partidario teníamos una cierta práctica en común. Yo había iniciado mi actividad como delegado sindical a comienzos de los ’60, él llevaba varios años como abogado laboralista; pero por encima de esa coincidencia en torno a los problemas sociales teníamos un enemigo común: la más feroz dictadura de la historia moderna argentina. Reagruparnos no era sólo una cuestión nostálgica o de mutua asistencia, el objetivo era unir fuerzas para colaborar en la lucha contra la dictadura. Aldo y yo establecimos una muy buena relación, aunque no nos encontrábamos con frecuencia solíamos cruzarnos en las distintas actividades del exilio. Cuando regresamos al país volvimos a coincidir en la colaboración con el Centro de Estudios y Formación Sindical.
Pero mejor voy a lo importante.
Aldo era Aldo Comotto, el padre de Agustín Comotto. En la nota periodística donde leí la noticia sobre la imponente novela gráfica decía que la primera vez que Agustín escuchó el nombre de Simón Radowitzky tenía apenas ocho años:
“Su padre solía hablar con él de muchas cosas, especialmente de política y de las figuras políticas que mitificaba, como el Che Guevara, Lenin, Raúl Sendic, Silvio Frondizi o Agustín Tosco. Abogado laboralista, marxista y militante del PRT y exiliado en España a comienzos de los 70 huyendo de la Triple A, Comotto padre respetaba a Radowitzky, algo difícil porque no les tenía simpatía a los anarquistas.”
Cuando Aldo encontró en un periódico la foto de Radowitzky, comenzó a contarle a su hijo la historia del hombre que había ajusticiado al coronel Ramón Falcón. Agustín quedó impresionado con el relato que serviría de base a su monumental novela gráfica. Décadas después encararía uno de los proyectos más ambiciosos de su carrera.
La primera edición del libro fue realizada por la española Nórdica en 2016; ese mismo año la obra se tradujo al francés y fue publicada por Vertige Graphique. Al año siguiente se tradujo al inglés y se publicó en Estados Unidos; y luego aparecería en alemán editada por Bahoe Books Viena.
Dije antes que esa obra tiene sobrados méritos propios, simplemente quise traer el recuerdo de un gran compañero, el incentivo adicional que me llevó a buscar y conseguir ese libro.