martes, 15 de febrero de 2022

Amigos de aquí y de allá

 

A fines de diciembre llegó desde Buenos Aires la carta de un compañero al que le había escrito una semana antes contándole del modo más críptico posible que estaba “anclao en Madrid”; aquel mensaje mío era una de las tantas “botellas al mar” buscando recuperar el contacto con amigos y seres queridos. Con este compañero nos conocíamos desde mediados de los ’60 Cuando nuestra agrupación sindical tenía bastante predicamento dentro y fuera de Telefónicos. AVANZADA nació en 1964 y unos meses después nos presentamos a elecciones; con 1.500 votos de respaldo nos convertimos en una fuerza respetable. Pero más importante que eso fue la continuidad de nuestro trabajo en el movimiento obrero, la participación en losproyectos combativos de los trabajadores o la adhesión a la CGT delos Argentinos.

Para el momento en que me escribió él ya había adoptado un pseudónimo con el que firmaba sus colaboraciones periodísticas. Era un resguardo mínimo ante la dictadura, en su libro “El final de los días” cuenta que aquel no fue un nombre de guerra, sino el pseudónimo político-literario que adoptó durante la dictadura para firmar sus colaboraciones con algunos periódicos europeos.

El pseudónimo siguió acompañándolo desde entonces. Podría haber intentado blanquear su identidad cuando la dictadura comenzaba a retirarse tras la derrota de Malvinas, pero todo era muy incierto. El funcionario amigo que le facilitó la reincorporación en el Ferrocarril le dijo que mantuviera el perfil bajo: “No te metas en problemas porque me arrastrás a mí con vos”. Traducido a un lenguaje más entendible eso quería decir que para seguir escribiendo lo hiciese con su pseudónimo. Pasó el tiempo, llegó la democracia y se sucedieron los cambios; la revista que él dirigía se convirtió en una publicación en ascenso, no era el momento para dejar de ser Eduardo Lucita.

Pero me adelanté mucho en la historia, mejor vuelvo a diciembre de 1977 y a la carta que recibí por aquellos días. Con una escritura tan críptica como la que yo había usado me contó que estaba en Buenos Aires y que su intención era seguir allí mientras fuera posible. Entre líneas deslizó el nombre de un amigo, dijo que si teníamos alguna necesidad nos pusiéramos en contacto con él porque era un muy buen tipo.

José y Norma

Cuando llamé por teléfono no tuve que dar muchas explicaciones, apenas si intercambié algunas palabras y ya José Montenegro nos estaba invitando a su casa. Su compañera Norma Gigante nos esperó en la parada del ómnibus y desde un principio se mostró afectuosa con nosotros. También ellos estaban exiliados, eran cordobeses y con medida cautela fuimos intercambiando historias. En Villa María habían tenido una librería con un nombre muy literario: Librería Macondo. En algún momento se habían dedicado a la fotografía, en Madrid trabajaban en un puesto callejero vendiendo libros. Ese domingo a mediodía sirvieron unos fideos, pero José se jactaba de ser un buen asador, faltaban tres o cuatro días para el 31 de diciembre y nos invitaron a esperar la llegada del año nuevo junto a ellos y otros compañeros: “No se queden solos, vengan a pasarlo con nosotros”.

Era una casa de puertas abiertas como las que se mencionan en las canciones populares; los que nos juntamos aquella noche debíamos tener historias más o menos parecidas, no recuerdo que se hablara demasiado de eso. José mostró que era realmente un maestro haciendo el asado; había encontrado un carnicero español que aceptó hacer los cortes de carne “al modo argentino”, desde temprano preparó el fuego y puso en la parrilla las tiras de asado. Cada tanto repetía como un desafío: “lo que esté crudo o quemado déjenmelo aparte”. Fue una noche inolvidable, inolvidable aunque ya no recuerde los detalles. A partir de entonces pasamos juntos todos los fines de año hasta que emprendimos el regreso

Aunque los asistentes no teníamos relación de parentesco entre nosotros, cada Navidad y cada Año Nuevo fue una verdadera reunión familiar. Parecía existir un tácito acuerdo para evitar las discusiones políticas, en esas noches de fraternidad lo fundamental era estar juntos, contarnos anécdotas, compartir algunas canciones. Había una guitarra por si alguien sabía ejecutarla.

Es asombroso como la memoria trabaja con los recuerdos, destaca alguno sobre los demás, recompone otros y termina armando una reunión casi arquetípica. En una de aquellas noches estuvo Amalio Rey, un abogado cordobés que tomó la guitarra y pulsó alguna cuerda. Entre risas alguien lo toreó para que tocara algo; él siguió el juego y preguntó “si querían algún opus en particular”. El desafiante le dijo que no hiciera ostentaciones intelectuales, la broma continuó hasta que Amalio comenzó a tocar una melodía. La sorpresa fue casi generalizada, Alguien que lo conocía de Córdoba se inclinó hacia nosotros para contarnos que, aunque aficionado, él era muy buen guitarrista.

El anecdotario podría extenderse indefinidamente, y tal vez en otro momento cuente sobre aquella Noche donde también estuvo Oscar Matus.

Estar junto a José y Norma para fin de año se volvió un compromiso ineludible. Al llegar cada mes de diciembre ya sabíamos que ellos nos recibirían y, por supuesto, ellos sabían que nosotros no faltaríamos. Pero no fueron sólo las reuniones de fin de año, también coincidimos en otros eventos donde el exilio participaba de modo unificado. Uno de los más importantes era la conmemoración del 1º de Mayo; allí marchábamos junto a las centrales sindicales españolas. La colectividad argentina era muy numerosa y la representatividad del TYSAE era indiscutida, por eso todos los argentinos se encolumnaban bajo esa bandera. Precisamente fue en una de esas marchas cuando Norma se nos acercó y le cuchicheó algo a Olga, luego se alejó rápidamente mientras se reía porque había compartido algo muy personal. Olga se volvió y me dijo con esa emoción que sólo puede trasmitir una mujer que ha sido madre: ¡Norma está embarazada!

Fueron años de sobrevivir como se pudiera, vendiendo libros o baratijas en un puesto callejero. José y Norma no le ponían cara de asco al trabajo, habían sido libreros y también fotógrafos, y en el destierro aprendieron a imprimir. Con un ahorro mínimo compraron una pequeña impresora de oficina, esa maquinita era poco más que un mimeógrafo pero les sirvió para editar volantes y folletos comerciales hasta que se aventuraron en la impresión de algún librito. Y tuvieron el buen gusto de llamar "Ediciones del Monte Negro" a aquel emprendimiento.


Después de Malvinas la dictadura se batió en retirada; se abrió la posibilidad del retorno; nosotros volvimos a Buenos Aires, Norma y José junto a la pequeña Paulita lo hicieron a Córdoba.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario