Este 30 de junio se cumplen 60 años de “Palabras a los intelectuales”, la memorable intervención de Fidel Castro en el cierre de tres intensas jornadas de debate con los intelectuales cubanos. ¿Por qué un acontecimiento ocurrido hace más de medio siglo sigue siendo importante en nuestros días? ¿Cuánto podemos aprender de aquella intervención en la que se habló de censura, libertad creadora y necesidad de apoyo popular en medio de la agresión imperialista?
La revolución agredida
Al evocar las Palabras a los intelectuales suele mencionarse la censura a un cortometraje o la frase: “Dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada”. Rara vez se describe el marco histórico, y sin tener en cuenta ese contexto la comprensión del proceso queda mutilada. Un intelectual de la talla de Fernando Martínez Heredia lo expresó con toda claridad:
“Me preocupa mucho que la circunstancia de la cual es hija Palabras a los intelectuales haya sido olvidada.”
http://www.cubadebate.cu/opinion/2016/06/29/acerca-de-palabras-a-los-intelectuales-55-anos-despues/
Para no incurrir en ese olvido voy a hacer un rápido repaso histórico.
Tras la fuga de Batista un golpe de estado continuista se desmoronó ante el arrollador avance de los combatientes cubanos. Estados Unidos que había sido sostén del régimen tuvo que asumir un protagonismo más directo. En enero de 1959 comenzaron las advertencias, presiones y maniobras desestabilizadoras. Entre las primeras actividades subversivas estuvo el desvío de aviones hacia Estados Unidos. Los personeros del antiguo régimen, descontentos y contrarrevolucionarios fueron incentivados para efectuar espectaculares fugas “hacia la libertad”.
https://javiernieva.blogspot.com/2020/06/sobre-vuelos-y-revuelos.html
El gobierno revolucionario se vio sometido a un continuo hostigamiento militar y propagandístico. Se fomentaron las incursiones armadas y los sabotajes. Se propició la deserción y la traición al mismo tiempo que se desarrollaba una intensa campaña de intoxicación mediática. Durante esos primeros meses se incentivó la emigración de profesionales para vaciar al nuevo régimen de apoyatura intelectual.
La Revolución debió actuar con mano muy firme desde un principio. Era una cuestión de supervivencia y no podía mostrar debilidades ni vacilaciones a la hora de castigar a los esbirros y criminales de la dictadura batistiana; puede decirse que, en medio de tan difíciles circunstancias, hubo un equilibrado ejercicio del rigor. El continuo hostigamiento no dejaba mucho margen para la práctica democrática. Había que realizar tareas de inteligencia, una acelerada preparación militar de toda la población y poner freno a cualquier intento contrarrevolucionario. Lo raro no es que se hubieran producido algunos excesos en la tarea para salvaguardar al estado, sino que esos desbordes hayan sido mínimos. Si se tiene en cuenta que las amenazas de invasión eran muy concretas, que se tenía la experiencia de lo ocurrido en Guatemala pocos años atrás y que Estados Unidos no ocultaba su participación en la agresión en curso, las medidas disuasorias y defensivas no parecen haber provocado acciones censurables por parte del gobierno.
Construyendo bajo el fuego enemigo
Vale la pena agregar lo que significaba para la economía de un país pequeño y subdesarrollado semejante esfuerzo de guerra. Se tuvo que movilizar a unos doscientos mil hombres para hacer frente a la amenaza de invasión. A ello había que sumar el enorme desvío de recursos para comprar material defensivo a proveedores muy distantes del territorio cubano. Y todo eso se hacía al mismo tiempo que se trataba de organizar el nuevo aparato estatal, los nuevos sindicatos, construir el partido que uniese a todos los que habían luchado por la nueva sociedad.
Los ataques militares directos eran sólo una parte de las medidas implementadas por los Estados Unidos para aniquilar a la Revolución. Ellas fueron acompañadas de agresiones económicas y diplomáticas cada vez mayores. Entre las medidas económicas destinadas a desquiciar el aparato productivo cubano estuvo la reducción de la venta de petróleo norteamericano a la isla. La respuesta cubana fue proveerse de ese petróleo en la Unión Soviética, y la decisión de las empresas petroleras (norteamericanas e inglesa) instaladas en Cuba fue negarse a destilar ese petróleo. Lo que siguió fue la nacionalización de esas empresas apoyándose en cláusulas contractuales que habían sido violadas. Algo similar ocurrió con la cuota azucarera cubana que tenía como destino el mercado norteamericano.
El hostigamiento económico fue acompañado con decisiones impulsadas por el gobierno de Estados Unidos condenando a Cuba “por apoyarse en potencias extracontinentales”. En la reunión de la OEA realizada en Costa Rica se emitió una Declaración que preparaba el camino para una futura intervención militar. Esa escalada de agresiones alcanzó su pico máximo en abril de 1961 con la invasión de Playa Girón.
https://javiernieva.blogspot.com/2021/04/a-60-anos-de-playa-giron.html
La derrota de las fuerzas mercenarias armadas y dirigidas por el imperialismo se produjo apenas dos meses antes de las jornadas que culminarían con las Palabras a los intelectuales.
El diálogo en la Biblioteca
El serio desencuentro entre la intelectualidad y algunos responsables políticos cubanos con poder para ejercer funciones de censura, se produjo a mediados de 1961 alrededor del documental “PM” y la prohibición de exhibición en las salas de cine. Esto generó una gran tensión y el propio Fidel decidió hacerse cargo; a pesar de la infinidad de problemas que debía resolver, el jefe de la Revolución dedicó tres jueves consecutivos a escuchar y debatir con los intelectuales en la Biblioteca Nacional. Fue en el último de esos encuentros cuando pronunció sus Palabras a los intelectuales.
Aún hoy se sigue citando la frase: “dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”, como una suerte de fórmula mágica desde el momento que aseguraba la libertad para la creación artística dentro del proceso revolucionario. Pero la intervención de Fidel en aquel día contuvo mucho más que esa frase esgrimida de uno y otro lado de los bandos en conflicto cada vez que se produjo un problema similar.
El film objetado mostraba los aspectos más sórdidos de la noche habanera, algo que era reconocido hasta por los que defendían el derecho de la película a ser exhibida. Decididamente el documental no era un modelo de virtudes ciudadanas; eso debían creer quienes desde el ICAIC censuraban su difusión masiva. La visión de los censores podía estar condicionada por rígidos principios asimilados del realismo socialista (al menos han sido muchos los que le atribuyen un origen estalinista a los censores), aunque un veto semejante se habría producido por parte de cualquiera de los clérigos falangistas que aún quedaban en Cuba si hubiesen tenido poder para juzgar.
Y ni siquiera es necesario suponer que los guardianes de la moral tenían que ser, necesariamente, devotos de alguna de esas disímiles ortodoxias, porque un rechazo similar podría haber surgido de cualquiera que sintiera irritada su sensibilidad y que se creyera con la obligación de levantar una barrera protectora de la moral y las buenas costumbres.
La libertad para crear
Lo primero que hizo Fidel fue destacar que las posibilidades de expresión no estaban en riesgo. Nadie con un mínimo de honestidad podía dejar de reconocer que antes del triunfo revolucionario las condiciones eran absolutamente deprimentes para los artistas y escritores. Teniendo eso en cuenta no se justificaba el recelo de que la misma Revolución que había abierto todas esas posibilidades podía tener entre sus planes cercenarla libertad para la creación artística.
Luego dijo que si los hombres se midieran por sus obras, los dirigentes revolucionarios podían caer en la tentación de presentar a la Revolución misma como respaldo de sus actos. Pero agregó que, en realidad, todos estaban aprendiendo (tanto los dirigentes como los propios intelectuales), por lo tanto no había que argumentar como si se tuviera un conocimiento superior e infalible. A continuación se preguntó cuál debía ser la principal preocupación de todos, ya fueran intelectuales o pueblo en general, y recalcó que la primera preocupación debía ser, y de hecho lo era, la supervivencia de la Revolución misma. Un buen motivo para decir eso es que sólo habían pasado dos meses desde la invasión por Playa Girón.
“¿Cuál debe ser hoy la primera preocupación de todo ciudadano? ¿La preocupación de que la Revolución vaya a desbordar sus medidas, de que la Revolución vaya a asfixiar el arte, de que la Revolución vaya a asfixiar el genio creador de nuestros ciudadanos, o la preocupación por parte de todos debe ser la Revolución misma? ¿Los peligros reales o imaginarios que puedan amenazar el espíritu creador, o los peligros que puedan amenazar a la Revolución misma?”
No era un argumento retórico para eludir el debate, sino una forma de responder a algunos que habrían discutido a lo largo de los tres días como si no existiese ningún peligro de agresión externa. Por eso, el problema de la libertad de los escritores y de los artistas para expresarse fue abordado de inmediato. Nadie parecía haber puesto el acento en el tema de la libertad formal, lo que parecía centrar todas las preocupaciones era el tema de la libertad de contenido, porque estaba expuesto a las más diversas interpretaciones y se convertía en el nudo de la polémica. La cuestión era si debía haber o no una absoluta libertad de contenido en la expresión artística.
Algunos de los intelectuales debían haber bregado por una libertad irrestricta, y se habrían opuesto a cualquier tipo de prohibiciones, regulaciones, limitaciones, reglas o autoridades para decidir sobre la cuestión.
El argumento que desplegó Fidel fue el siguiente: Los escritores y artistas auténticamente revolucionarios no tenían por qué albergar ningún temor, porque su creación estaría puesta al servicio de la Revolución. Incluso, porque estarían dispuestos a sacrificar la propia vocación artística para ponerse al servicio de la Revolución. El problema era para los escritores y artistas honestos que no eran revolucionarios y que tampoco eran contrarrevolucionarios. Aclaró que nadie había supuesto que todos los artistas y escritores (ni todos los hombres honestos, fueran o no artistas o escritores) debían ser revolucionarios. Era para los artistas y escritores no revolucionarios, que la Revolución constituía un hecho nuevo, imprevisto y hasta problemático. Pero, a la inversa, ellos también constituían un problema para la Revolución.
Para ejemplificarlo planteó el caso de un escritor católico que estaba de acuerdo con la Revolución en los aspectos económicos y sociales, pero con la que disentía en su fundamentación filosófica. Y la duda de ese escritor era si él podría interpretar el proceso revolucionario desde su universo simbólico o si esa posibilidad le estaría vedada.
“Ese es el sector que constituye para la Revolución el problema, de la misma manera que la Revolución constituye para ellos un problema. Y es deber de la Revolución preocuparse por esos casos, es deber de la Revolución preocuparse por la situación de esos artistas y de esos escritores. Porque la Revolución debe tener la aspiración de que marchen junto a ella no solo todos los revolucionarios, no solo todos los artistas e intelectuales revolucionarios. (...) los revolucionarios deben aspirar a que marche junto a ellos todo el pueblo.”
La Revolución debía tener una política inclusiva para todo ese sector del pueblo, seguramente mayoritario, que no era revolucionario pero tampoco era contrarrevolucionario. Por tanto debía actuar para que todo ese sector de artistas y escritores sintiesen que dentro de la Revolución tenían un campo para trabajar y para crear. Lo que ellos no podían hacer era trabajar contra la Revolución. Y es allí cuando dice: dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada.
La Revolución y su derecho a existir
Aunque la expresión “contra la Revolución, nada”, podía parecer una obviedad, se encargó de explicarla. La Revolución tenía también sus derechos; y el primer derecho de la Revolución era el derecho a existir. Y frente al derecho de la Revolución de ser y de existir nadie podía alegar con razón un derecho contra ella. Porque la Revolución expresaba y defendía los intereses del pueblo y de la nación. Ese no era un principio exclusivo para los artistas y los escritores, sino que era una ley general que abarcaba a todos los ciudadanos.
Luego explicó que no sólo querían una vida mejor en el orden material para todo el pueblo, sino que aspiraban también a proporcionarle una vida mejor en el orden cultural. Por eso propiciaban todas las condiciones para que los bienes culturales estuvieran al alcance de los sectores populares. Eso no quería decir que los escritores y artistas debían sacrificar la calidad de sus obras, pero, de hecho se planteaba el problema de si el artista creaba para un público que pudiese entenderlo o si creaba por un simple goce estético personal. Daba por supuesto que los artistas creaban para un público, que ese público debía tener las posibilidades de ser receptivo al mensaje artístico por tanto (aunque no lo dijo de este modo) la obra debía tender un puente entre la sensibilidad del artista y la sensibilidad del público. Hasta allí los temas planteados eran enormemente complejos, pero todavía había más.
Si la obra debía ser contemporánea de su tiempo y adecuarse a las condiciones culturales existentes, la producción artística podía quedar deprimida ya que la enorme masa de la población recién estaba saliendo del analfabetismo. No era ese el sentido que Fidel le estaba dando a sus palabras, porque también dijo que quien trabajase para sus contemporáneos no tenía que renunciar a la posteridad de su obra, creando para sus contemporáneos, independientemente incluso de que sus contemporáneos lo hubiesen comprendido o no, es que las obras habían adquirido un valor histórico y un valor universal. Y para ejemplificarlo hizo un paralelo entre la creación artística y la propia Revolución. Dijo que no estaban haciendo una revolución para las generaciones venideras sino para sus contemporáneos:
“¿Quién nos seguiría a nosotros si estuviésemos haciendo una revolución para las generaciones venideras? Trabajamos y creamos para nuestros contemporáneos.”
Y después de esa larga introducción fue al fondo del problema. Era un deber del gobierno contar con un órgano altamente calificado para estimular, fomentar, desarrollar y orientar el espíritu creador. Podía cuestionarse la existencia de esa autoridad rectora, pero con el mismo criterio se podía rechazar la existencia de la milicia, la existencia de la policía, la existencia del poder del Estado y la existencia del Estado mismo.
“Y si a alguien le preocupa tanto que no exista la menor autoridad estatal, entonces que no se preocupe, que tenga paciencia, que ya llegará el día en que el Estado tampoco exista.”
Hizo una defensa del Concejo Nacional de Cultura (que en ese momento estaba siendo duramente cuestionado por los intelectuales), y para ello dio por supuesto que los integrantes del Concejo cumplían correctamente con las funciones que tenían encomendadas. El supuesto era discutible, y, tal vez por eso, lo moderó al referirse al caso de la película. Dijo que se podía discutir la forma del procedimiento, si el Concejo había actuado bien o mal, si no tendría que haber tenido un manejo más amigable e, incluso, si el fallo no había estado equivocado. Pero lo que no se podía discutir era el derecho del gobierno a ejercer la función de fiscalización. El cine, la televisión y la prensa tienen un peso demasiado grande en la formación de la conciencia social como para que el estado (y sobre todo, el estado de un país agredido) estuviera inhibido de ejercer una función de control. Fidel no lo dijo de esta manera, pero era como dejar a Pandora en libertad de abrir la caja cuando y como quisiera.
Hasta aquí este recuerdo mínimo; aquellas Palabras a los intelectuales fueron dichas hace 60 años pero siguen resonando hoy para todos los que quieran escuchar el testimonio de la Revolución. Aquellas palabras son mucho más que un documento histórico, son una fuente permanente de conocimiento.
“Y ustedes, escritores y artistas, han tenido el privilegio de ser testigos presenciales de esta revolución. Cuando una revolución es un acontecimiento tan importante en la historia humana, que bien vale la pena vivir una revolución aunque sea solo para ser testigos de ella. Ese también es un privilegio, que los que no son capaces de comprender estas cosas, los que se dejan tupir, los que se dejan confundir, los que se dejan atolondrar por la mentira, pues renuncian a ella.”
http://www.cubarte.cult.cu/tienes-la-palabra/palabras-los-intelectuales/