viernes, 22 de septiembre de 2017

1957, la huelga grande de los Telefónicos (V)

El golpe de estado

Como todo gobierno, el peronismo favoreció a unos y perjudicó a otros -no podía ser de otra manera-, por eso se ganó adhesiones incondicionales de muy amplios sectores sociales y el rencor o la indiferencia de sectores casi tan amplios como los primeros. Nadie que pase por la historia dejando una huella profunda en ella, puede aspirar a que todos estén de su lado. Pero entre adherentes y opositores había una marcada diferencia social. En los sectores populares y entre los trabajadores la adhesión al peronismo era incuestionablemente mayoritaria. Esto no quiere decir que no hubiera un importante número de enconados opositores de extracción obrera y popular. Eso sí, no fueron estos últimos los que estuvieron a la cabeza de la lucha contra el gobierno peronista y los que provocaron su derrumbe. Quienes condujeron aquel proceso fueron sectores esencialmente reaccionarios y antipopulares apenas contrabalanceados por fuerzas políticas más moderadas y democráticas. Así como el peronismo era en buena medida expresión de un conglomerado social, quienes lo combatieron también lo eran, pero las cargas estaban distribuidas de distinta manera.

El jueves 16 de junio de 1955, aviones de la Marina bombardearon la Casa de Gobierno, la Plaza de Mayo, la Avenida Paseo Colón y la Residencia presidencial. Otros aviones se encargaron de ametrallar la Avenida de Mayo desde el Congreso hasta la Plaza de Mayo, mientras un grupo compuesto por efectivos navales y comandos civiles tiroteaban la Casa Rosada desde el lado de Plaza Colón. El criminal ataque dejó un saldo de no menos de 350 muertos y más de un millar de heridos, casi 80 de ellos, quedarían inválidos de por vida.
La responsabilidad principal por el ataque golpista fue de la Marina, con una menor participación de la Fuerza Aérea, y una adhesión prácticamente simbólica por parte del Ejército. En un extenso artículo de la periodista María Seoane publicado en el diario Clarín al cumplirse 50 años del golpe, se dan las siguientes precisiones:

“La conspiración que terminará con los bombardeos en Plaza de Mayo comenzó a principios de 1955, pero recrudeció en abril de ese año. El capitán de Aeronáutica Julio César Cáceres en su testimonio (fojas 842) admitirá que el capitán de Fragata Francisco Manrique era el encargado de reclutar para la rebelión entre los marinos. Que se reunían en una quinta en Bella Vista, propiedad de un tal Laramuglia, no sólo Manrique, sino también Antonio Rivolta del Estado Mayor General Naval; el contraalmirante Samuel Toranzo Calderón, jefe del Estado Mayor de la Infantería de Marina y los jefes de la aviación naval en la base de Punta Indio, los capitanes de fragata Néstor Noriega y Jorge Bassi, así como el jefe del Batallón de Infantería de Marina B4 de Dársena Norte, capitán de navío Juan Carlos Argerich.”

El enlace civil entre Toranzo Calderón y los capitanes de la Base de Morón de la Fuerza Aérea y el comandante de Aviación Agustín de la Vega, fue el nacionalista católico Luis María de Pablo Pardo. Este personaje también se encargaba de la conexión con el general León Bengoa, del III Cuerpo de Ejército con asiento en Paraná. De Pablo Pardo era un fervoroso antiperonista que ya había participado del intento golpista del general Benjamín Menéndez en 1951. Después del bombardeo del 16 de junio escapó a Brasil, pero regresó para ser premiado por Lonardi con la designación como ministro del interior. De Pablo Pardo sólo duró un día en el cargo, porque al día siguiente de asumir en el ministerio, Lonardi fue obligado a renunciar como presidente.
Originalmente el plan de los golpistas era atacar la Casa Rosada el día miércoles 22, cuando Perón se encontrase reunido con los colaboradores con los que compartía las decisiones de gobierno. Sabían que esa reunión se realizaba miércoles por medio a las 10 de la mañana, por eso pensaban iniciar el bombardeo a esa hora, y terminar con esa parte de la operación en unos pocos minutos. Luego vendría el asalto por parte de comandos civiles que atacarían desde la entrada principal sobre la calle Balcarce a los defensores que hubiesen sobrevivido al bombardeo. Simultáneamente dos compañías de infantes de marina atacarían desde el lado de Plaza Colón. No sólo se contaría con el factor sorpresa y con un brutal bombardeo preliminar, también tendrían de su parte una abrumadora superioridad numérica y un armamento mucho más moderno que el de los granaderos que defendían la Casa de gobierno.
Para Marcelo Larraquy la idea del bombardeo había sido planteada por el capitán de fragata Jorge Bassi a otros compañeros de armas por lo menos dos años atrás. Al principio el proyecto pareció demasiado fantástico, pero fue ganando adeptos entre los conspiradores, se fueron puliendo los detalles y terminó por ser adoptado. Aprovechando un viaje a Europa de un buque escuela de los cadetes navales, los marinos habían adquirido fusiles semiautomáticos FN, de procedencia belga, fuera del programa de la compra oficial. La Armada los hizo ingresar de contrabando, y con ellos armó a los infantes que atacaron la Casa Rosada. Estaba previsto que el centro de operaciones fuera la base aeronaval de Punta Indio. De allí despegarían los aviones. En media hora o cuarenta minutos ya estarían sobrevolando Buenos Aires. El Aeropuerto de Ezeiza funcionaría como central de reabastecimiento para los aviones después del primer ataque. Desde hacía más de un año se estaba construyendo allí, en forma clandestina, un depósito para almacenar las bombas y el combustible. Los explosivos fueron trasladados desde la base aérea Comandante Espora, de Bahía Blanca, hacia Punta Indio y Ezeiza.
Una operación militar de esa magnitud, en la que iban a participar varios centenares de efectivos, y con una logística enormemente compleja, no podía pasar desapercibida. Los servicios de inteligencia funcionaron bien, y funcionaron tanto en una dirección como en la otra. Las fuerzas leales al gobierno detectaron los preparativos golpistas, tal vez no llegaron a tener una información completa, pero supieron que se estaba preparando algo importante. Los conspiradores, por su parte, también supieron que los otros sabían, tal vez no supieron cuánto sabían, pero ya no contaban totalmente con el factor sorpresa. Si esperaban hasta el miércoles 22 podía ser demasiado tarde, por eso decidieron adelantar la operación para el día 16.

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