Los remotos antecedentes
(III)
La ofensiva gubernamental contra Gay tiene antecedentes en los
enfrentamientos durante la campaña para las elecciones de 1946. El
juego de equilibrio que realizaba Perón para aglutinar a todos los
sectores que concurrían en su apoyo (y que los entendidos han
bautizado como Política Pendular),no podía dejar de generar algunos
resquemores, y los que más parecen haberse sentido ofendidos eran
los laboristas. En el reparto de consideraciones y favores sentían
que grupos minoritarios como los radicales renovadores y los
nucleamientos conservadores recibían más de lo que aportaban. Si
bien a los militantes de origen sindicalista se le reconocían la
mitad de las postulaciones en juego, a la hora de implementar esos
reconocimientos las fricciones parecen haber sido múltiples. Los
laboristas no ahorraban munición gruesa a la hora de descalificar a
sus “aliados” radicales, y aunque en muchas disputas internas
jugaron al lado de los grupos conservadores, el mismo Gay perdió su
nominación a candidato como senador por Capital a manos del
contralmirante Albertto Tessaire.
La disputa por cuotas de poder estaba a la orden del día, nada
diferente de lo que ha ocurrido en todo tiempo en cualquier fuerza
política. El mismo Perón debía pelear por su propia porción,
porque aunque todos le reconocían la primacía, también querían
acumular poder para la siguiente etapa. La disolución de los
partidos que lo habían llevado al triunfo recibía distintas
lecturas desde los diferentes sectores del frente. Para los que
apoyaban la medida tomada por Perón, esa decisión era
imprescindible para homogeneizar todas las fuerzas en una sola
dirección... y bajo una sola dirección. Los laboristas, que eran
los principales perjudicados por la medida, sostuvieron que era un
abuso de poder destinado a diluirlos. Uno de sus dirigentes más
vehementes, Cipriano Reyes, se desbocó a la hora de criticar al
líder del movimiento.
Gay no fue tan lejos como Reyes en las declaraciones públicas, pero
según el testimonio de Pascual Mazzittelli (al que ya hemos hecho
referencia en la nota anterior), en conversaciones privadas sostenía
que el gobierno marchaba a convertirse en una dictadura. Su obligada
renuncia a la conducción de la CGT a sólo dos meses de haber sido
elegido para el cargo, no puede ser entendida sin tener en cuenta
esos antecedentes. Se dice que luego de ser nombrado secretario
general de la central obrera, Perón lo citó en la casa de gobierno
para indicarle que un equipo gubernamental se encargaría de
asesorarlo, tanto en las medidas que tomase como en sus declaraciones
públicas. Gay habría rechazado esas imposiciones, y su negativa
irritó profundamente al primer mandatario. La versión puede ser
cierta o no, pero lo que resulta indudable es que iba a aprovecharse
cualquier motivo para sacarlo del medio.
Mazzitelli me dijo que la excusa fue la reunión que Gay mantuvo con
representantes de la central sindical norteamericana que se
encontraban de visita oficial en el país. En la versión de este
antiguo militante telefónico, el secretario general de la CGT estaba
obligado a recibir a sus pares estadounidenses por una entendible
cuestión de cortesía. La invitación a los yanquis había sido
efectuada varios meses atrás por el embajador argentino en Estados
Unidos, Oscar Ivanissevich, y por el antecesor de Gay al frente de la
CGT, Silverio Pontieri. Para decirlo en términos de barrio, a Gay le
tendieron una cama y después lo acostaron. Eso puede ser cierto,
pero hay otros detalles que no pueden dejarse de lado.
El secretario general de la CGT era un experimentado dirigente
obrero, alguien que había ganado sus galones tras veinte años de
militancia sindical. No podía (y no debía) ignorar que cualquier
paso en falso podía significar su estrepitosa caída. Sería una
ingenuidad suponer que lo tomaron por sorpresa las declaraciones de
los descomedidos visitantes cuando dijeron que venían a “investigar
la situación argentina”. Sólo un novato o alguien falto de
reflejos podía dejar pasar por alto semejante comentario
ingerencista. El silencio ante esos dichos podía ser interpretado
como un gesto de simpatía o complicidad, y ese fue el sentido que se
le dio.
Perón reaccionó de inmediato, increpó a los sindicalistas
norteamericanos sobre qué cosas tenían que investigar en el país,
y luego reprochó a Gay y a los integrantes del Comité Central
Confederal por su tolerancia frente a los agravios extranjeros. En
esos días se hizo mucho hincapié en que uno de los integrantes de
la delegación estadounidense era Serafino Romualdi, un estrecho
colaborador del embajador Spruille Braden, aquel que había jugado un
papel tan destacado apoyando a la coalición que se había opuesto a
Perón en las elecciones de 1946. Romualdi era un tenebroso agente de
los servicios de inteligencia norteamericanos, eso no se dijo
entonces, tal vez porque no se lo sabía o porque no se lo quería
decir. La CIA aún no había nacido formalmente (eso recién
ocurriría en julio de ese año), pero su antecesora, la Oficina de
Servicios Estratégicos (OSS por sus siglas en inglés), ya venía
operando desde septiembre de 1941, y uno de sus agentes era Serafino
Romualdi.
En un acto público realizado para apoyar el lanzamiento del Plan
Quinquenal de Gobierno, Perón dijo:
“Compañeros trabajadores, les recomiendo que vigilen atentamente
porque se trabaja en la sombra y hay que cuidarse no sólo de la
traición del bando enemigo sino también de la del propio bando.
(...) En nuestro Movimiento no caben los hombres de conducta
tortuosa. Maldito quien a nuestro lado simula ser compañero pero que
en la hora de la decisión nos ha de clavar un puñal por la
espalda.”
Después de eso se reunió con integrantes del Comité Central
Confederal y acusó a Gay de querer entregar la CGT a los
norteamericanos. Ante una acusación de semejante calibre a Gay no le
quedó más alternativa que la renuncia. Dos días después se reunió
el Comité Central Confederal y aceptó la dimisión, aunque hubo una
propuesta para que fuera rechazada y que en lugar de eso se
procediera a la expulsión del dirigente cegetista. El autor de esa
moción, Aurelio Hernández, fue premiado poco después con la
secretaría general de la central obrera.
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