lunes, 18 de septiembre de 2017

1957, la huelga grande de los Telefónicos (III)

Los remotos antecedentes (III)

La ofensiva gubernamental contra Gay tiene antecedentes en los enfrentamientos durante la campaña para las elecciones de 1946. El juego de equilibrio que realizaba Perón para aglutinar a todos los sectores que concurrían en su apoyo (y que los entendidos han bautizado como Política Pendular),no podía dejar de generar algunos resquemores, y los que más parecen haberse sentido ofendidos eran los laboristas. En el reparto de consideraciones y favores sentían que grupos minoritarios como los radicales renovadores y los nucleamientos conservadores recibían más de lo que aportaban. Si bien a los militantes de origen sindicalista se le reconocían la mitad de las postulaciones en juego, a la hora de implementar esos reconocimientos las fricciones parecen haber sido múltiples. Los laboristas no ahorraban munición gruesa a la hora de descalificar a sus “aliados” radicales, y aunque en muchas disputas internas jugaron al lado de los grupos conservadores, el mismo Gay perdió su nominación a candidato como senador por Capital a manos del contralmirante Albertto Tessaire.
La disputa por cuotas de poder estaba a la orden del día, nada diferente de lo que ha ocurrido en todo tiempo en cualquier fuerza política. El mismo Perón debía pelear por su propia porción, porque aunque todos le reconocían la primacía, también querían acumular poder para la siguiente etapa. La disolución de los partidos que lo habían llevado al triunfo recibía distintas lecturas desde los diferentes sectores del frente. Para los que apoyaban la medida tomada por Perón, esa decisión era imprescindible para homogeneizar todas las fuerzas en una sola dirección... y bajo una sola dirección. Los laboristas, que eran los principales perjudicados por la medida, sostuvieron que era un abuso de poder destinado a diluirlos. Uno de sus dirigentes más vehementes, Cipriano Reyes, se desbocó a la hora de criticar al líder del movimiento.
Gay no fue tan lejos como Reyes en las declaraciones públicas, pero según el testimonio de Pascual Mazzittelli (al que ya hemos hecho referencia en la nota anterior), en conversaciones privadas sostenía que el gobierno marchaba a convertirse en una dictadura. Su obligada renuncia a la conducción de la CGT a sólo dos meses de haber sido elegido para el cargo, no puede ser entendida sin tener en cuenta esos antecedentes. Se dice que luego de ser nombrado secretario general de la central obrera, Perón lo citó en la casa de gobierno para indicarle que un equipo gubernamental se encargaría de asesorarlo, tanto en las medidas que tomase como en sus declaraciones públicas. Gay habría rechazado esas imposiciones, y su negativa irritó profundamente al primer mandatario. La versión puede ser cierta o no, pero lo que resulta indudable es que iba a aprovecharse cualquier motivo para sacarlo del medio.
Mazzitelli me dijo que la excusa fue la reunión que Gay mantuvo con representantes de la central sindical norteamericana que se encontraban de visita oficial en el país. En la versión de este antiguo militante telefónico, el secretario general de la CGT estaba obligado a recibir a sus pares estadounidenses por una entendible cuestión de cortesía. La invitación a los yanquis había sido efectuada varios meses atrás por el embajador argentino en Estados Unidos, Oscar Ivanissevich, y por el antecesor de Gay al frente de la CGT, Silverio Pontieri. Para decirlo en términos de barrio, a Gay le tendieron una cama y después lo acostaron. Eso puede ser cierto, pero hay otros detalles que no pueden dejarse de lado.
El secretario general de la CGT era un experimentado dirigente obrero, alguien que había ganado sus galones tras veinte años de militancia sindical. No podía (y no debía) ignorar que cualquier paso en falso podía significar su estrepitosa caída. Sería una ingenuidad suponer que lo tomaron por sorpresa las declaraciones de los descomedidos visitantes cuando dijeron que venían a “investigar la situación argentina”. Sólo un novato o alguien falto de reflejos podía dejar pasar por alto semejante comentario ingerencista. El silencio ante esos dichos podía ser interpretado como un gesto de simpatía o complicidad, y ese fue el sentido que se le dio.
Perón reaccionó de inmediato, increpó a los sindicalistas norteamericanos sobre qué cosas tenían que investigar en el país, y luego reprochó a Gay y a los integrantes del Comité Central Confederal por su tolerancia frente a los agravios extranjeros. En esos días se hizo mucho hincapié en que uno de los integrantes de la delegación estadounidense era Serafino Romualdi, un estrecho colaborador del embajador Spruille Braden, aquel que había jugado un papel tan destacado apoyando a la coalición que se había opuesto a Perón en las elecciones de 1946. Romualdi era un tenebroso agente de los servicios de inteligencia norteamericanos, eso no se dijo entonces, tal vez porque no se lo sabía o porque no se lo quería decir. La CIA aún no había nacido formalmente (eso recién ocurriría en julio de ese año), pero su antecesora, la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS por sus siglas en inglés), ya venía operando desde septiembre de 1941, y uno de sus agentes era Serafino Romualdi.
En un acto público realizado para apoyar el lanzamiento del Plan Quinquenal de Gobierno, Perón dijo:

“Compañeros trabajadores, les recomiendo que vigilen atentamente porque se trabaja en la sombra y hay que cuidarse no sólo de la traición del bando enemigo sino también de la del propio bando. (...) En nuestro Movimiento no caben los hombres de conducta tortuosa. Maldito quien a nuestro lado simula ser compañero pero que en la hora de la decisión nos ha de clavar un puñal por la espalda.”

Después de eso se reunió con integrantes del Comité Central Confederal y acusó a Gay de querer entregar la CGT a los norteamericanos. Ante una acusación de semejante calibre a Gay no le quedó más alternativa que la renuncia. Dos días después se reunió el Comité Central Confederal y aceptó la dimisión, aunque hubo una propuesta para que fuera rechazada y que en lugar de eso se procediera a la expulsión del dirigente cegetista. El autor de esa moción, Aurelio Hernández, fue premiado poco después con la secretaría general de la central obrera.

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