martes, 12 de septiembre de 2017

Romero

En este retorno quiero comenzar recordando a Juan Carlos Romero, un gran compañero fallecido el 22 de abril. Se ha escrito mucho sobre su enorme influencia en la producción artística, por eso pondré el acento en un aspecto menos conocido de su trayectoria, el de militante sindical.

Recordando a Juan Carlos Romero

En la década del ‘60 Juan Carlos vivía en Juan Bautista Alberdi al 200. En su pequeño taller nos encontramos muchas veces, en ese lugar tenía el mimeógrafo manual con el que imprimía los volantes y comunicados de AVANZADA. Casi podría decir que la mayor parte de lo que aprendí entonces sobre artes gráficas se lo debo a él. Mientras trabajábamos me contaba de su ingreso a Teléfonos del Estado a principios de los ’50, de su participación en la huelga de 1957, de su elección como delegado de Redes locales en la Dirección de Ingeniería. Nos conocimos a fines de 1964 cuando me incorporé al Movimiento Gremial Telefónico en que él venía trabajando desde meses atrás. Entonces tenía 33 años y ya había ganado un primer premio de grabado en el Salón Buenos Aires. Junto a Jorge Luna Ercilla y Alicia Orlandi habían realizado una exposición en la Galería Lirolay con el título Arte Duro; los tres alquilaban un departamento (de alguna manera hay que llamarlo) en la calle Alsina al 700 para usarlo como atelier, y facilitaron el lugar para que funcionara también AVANZADA hasta mediados de 1966.
Juan Carlos estaba a cargo de la “artística” de la agrupación. Diseñó el logo del boletín, un sello de distinción en la prensa sindical de la época. Junto con Guillermo Pérez Curtó –excelente fotógrafo- trabajaron en la producción de los boletines, volantes y afiches que usamos durante la campaña electoral de 1965. Imágenes de algunos de aquellos afiches todavía se pueden encontrar en Internet, en el libro “Romero, tipo-gráfico” está la serie completa.
Tenía la costumbre de armar carpetas con recortes periodísticos, alguna vez bromeamos comparándolo con Gregorio Selser, el gran periodista e historiador. No sé dónde conseguía almacenar tanta documentación, las carpetas sobre conflictos sindicales se sumaban a las numerosas revistas y afiches que coleccionaba. Él mismo contaba que cuando iba a marchas y movilizaciones recogía todos los volantes que encontraba y que, junto a afiches y carteles, pasaban a formar parte de su archivo.
En aquella elección de 1965 lo habíamos propuesto como candidato para integrar la dirección del Sindicato Buenos Aires de FOETRA, era la primera vez que participábamos y obtuvimos casi el 10 por ciento de los votos en una elección muy polarizada. No nos apegábamos a las candidaturas, eso explica que dos años después fuera el apoderado de la Lista en unos comicios que no pudieron realizarse porque la dictadura de Onganía había suspendido la personería gremial del sindicato.
Compartimos espacios de militancia sindical y política hasta principios de los ’70, después se alejó para ligarse al peronismo sindical. No hubo una ruptura en la relación, la dictadura de 1976 destruyó los proyectos de todos nosotros, tras la parte más negra de la dictadura volvimos a encontrarnos. Cuando regresé del exilio se comprometió a fondo con mi reincorporación a la ENTel. Ya para entonces estaba en la dirección del Museo Nacional de Telecomunicaciones, jerárquicamente la biblioteca de la Empresa dependía de ese sector, eso le permitió recomendarme para ser destinado al taller de encuadernación.
Mantenía intactas las convicciones, celebró junto a todos nosotros el vigésimo aniversario de AVANZADA, y colaboró conmigo en los cursos del Centro de Estudios y Formación Sindical. Como no podía ser de otra manera, le pedimos que hiciera un afiche para el CEFS, entonces diseñó un almanaque que todavía es recordado por algunos compañeros.
Cada vez que podíamos nos encontrábamos para conversar, en una de esas oportunidades me contó que el Museo de la moda había organizado un evento en Ushuaia, él había tenido que asistir como funcionario, pero mostró su desagrado por lo que consideró un hecho banal. Reprochó a los organizadores que hicieran una exposición sobre moda en un lugar donde había estado la prisión en que se confinaba a los luchadores sociales a principios del siglo XX. Les preguntó si entre los modelos que expondrían figuraba un traje de presidiario.
Siguió al frente del Museo de Telecomunicaciones hasta que llegó la privatización; su incomodidad era manifiesta, María Julia Alsogaray tenía a su cargo el descuartizamiento de la empresa estatal. Cuando se produjo la división entre lo que serían Telecom y Telefónica tuvo la posibilidad de elegir a los empleados que quedarían de su lado; me dijo entonces: “vos venís conmigo, si algo va mal, nos va mal a los dos”.
En los últimos tiempos su salud había declinado, ya no venía por casa, ambos extrañábamos esos encuentros con mate de por medio. A los muchos años de telefónicos sumábamos comunes aficiones artísticas, por eso me alegré mucho cuando en octubre del año pasado participó en la presentación de “Doble residencia”, el libro de artista que lo tiene como personaje central. Le escribí diciéndole que eran dos buenas noticias, la de su nueva creación y la de su mejoría. Lamentablemente esto último fue algo pasajero, el 22 de abril nos dejó definitivamente.

Javier Nieva

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