En este retorno quiero comenzar recordando a Juan Carlos Romero, un
gran compañero fallecido el 22 de abril. Se ha escrito mucho sobre
su enorme influencia en la producción artística, por eso pondré el
acento en un aspecto menos conocido de su trayectoria, el de
militante sindical.
Recordando a Juan Carlos
Romero
En la década del ‘60 Juan Carlos vivía en Juan Bautista Alberdi
al 200. En su pequeño taller nos encontramos muchas veces, en ese
lugar tenía el mimeógrafo manual con el que imprimía los volantes
y comunicados de AVANZADA. Casi podría decir que la mayor parte de
lo que aprendí entonces sobre artes gráficas se lo debo a él.
Mientras trabajábamos me contaba de su ingreso a Teléfonos del
Estado a principios de los ’50, de su participación en la huelga
de 1957, de su elección como delegado de Redes locales en la
Dirección de Ingeniería. Nos conocimos a fines de 1964 cuando me
incorporé al Movimiento Gremial Telefónico en que él venía
trabajando desde meses atrás. Entonces tenía 33 años y ya había
ganado un primer premio de grabado en el Salón Buenos Aires. Junto a
Jorge Luna Ercilla y Alicia Orlandi habían realizado una exposición
en la Galería Lirolay con el título Arte Duro; los tres alquilaban
un departamento (de alguna manera hay que llamarlo) en la calle
Alsina al 700 para usarlo como atelier, y facilitaron el lugar para
que funcionara también AVANZADA hasta mediados de 1966.
Juan Carlos estaba a cargo de la “artística” de la agrupación.
Diseñó el logo del boletín, un sello de distinción en la prensa
sindical de la época. Junto con Guillermo Pérez Curtó –excelente
fotógrafo- trabajaron en la producción de los boletines, volantes y
afiches que usamos durante la campaña electoral de 1965. Imágenes
de algunos de aquellos afiches todavía se pueden encontrar en
Internet, en el libro “Romero, tipo-gráfico” está la serie
completa.
Tenía la costumbre de armar carpetas con recortes periodísticos,
alguna vez bromeamos comparándolo con Gregorio Selser, el gran
periodista e historiador. No sé dónde conseguía almacenar tanta
documentación, las carpetas sobre conflictos sindicales se sumaban a
las numerosas revistas y afiches que coleccionaba. Él mismo contaba
que cuando iba a marchas y movilizaciones recogía todos los volantes
que encontraba y que, junto a afiches y carteles, pasaban a formar
parte de su archivo.
En aquella elección de 1965 lo habíamos propuesto como candidato
para integrar la dirección del Sindicato Buenos Aires de FOETRA, era
la primera vez que participábamos y obtuvimos casi el 10 por ciento
de los votos en una elección muy polarizada. No nos apegábamos a
las candidaturas, eso explica que dos años después fuera el
apoderado de la Lista en unos comicios que no pudieron realizarse
porque la dictadura de Onganía había suspendido la personería
gremial del sindicato.
Compartimos espacios de militancia sindical y política hasta
principios de los ’70, después se alejó para ligarse al peronismo
sindical. No hubo una ruptura en la relación, la dictadura de 1976
destruyó los proyectos de todos nosotros, tras la parte más negra
de la dictadura volvimos a encontrarnos. Cuando regresé del exilio
se comprometió a fondo con mi reincorporación a la ENTel. Ya para
entonces estaba en la dirección del Museo Nacional de
Telecomunicaciones, jerárquicamente la biblioteca de la Empresa
dependía de ese sector, eso le permitió recomendarme para ser
destinado al taller de encuadernación.
Mantenía intactas las convicciones, celebró junto a todos nosotros
el vigésimo aniversario de AVANZADA, y colaboró conmigo en los
cursos del Centro de Estudios y Formación Sindical. Como no podía
ser de otra manera, le pedimos que hiciera un afiche para el CEFS,
entonces diseñó un almanaque que todavía es recordado por algunos
compañeros.
Cada vez que podíamos nos encontrábamos para conversar, en una de
esas oportunidades me contó que el Museo de la moda había
organizado un evento en Ushuaia, él había tenido que asistir como
funcionario, pero mostró su desagrado por lo que consideró un hecho
banal. Reprochó a los organizadores que hicieran una exposición
sobre moda en un lugar donde había estado la prisión en que se
confinaba a los luchadores sociales a principios del siglo XX. Les
preguntó si entre los modelos que expondrían figuraba un traje de
presidiario.
Siguió al frente del Museo de Telecomunicaciones hasta que llegó la
privatización; su incomodidad era manifiesta, María Julia Alsogaray
tenía a su cargo el descuartizamiento de la empresa estatal. Cuando
se produjo la división entre lo que serían Telecom y Telefónica
tuvo la posibilidad de elegir a los empleados que quedarían de su
lado; me dijo entonces: “vos venís conmigo, si algo va mal, nos va
mal a los dos”.
En los últimos tiempos su salud había declinado, ya no venía por
casa, ambos extrañábamos esos encuentros con mate de por medio. A
los muchos años de telefónicos sumábamos comunes aficiones
artísticas, por eso me alegré mucho cuando en octubre del año
pasado participó en la presentación de “Doble residencia”, el
libro de artista que lo tiene como personaje central. Le escribí
diciéndole que eran dos buenas noticias, la de su nueva creación y
la de su mejoría. Lamentablemente esto último fue algo pasajero, el
22 de abril nos dejó definitivamente.
Javier Nieva
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