jueves, 14 de septiembre de 2017

1957, la huelga grande de los Telefónicos (I)

Los remotos antecedentes

La huelga que los trabajadores telefónicos llevaron adelante durante el año 1957 fue una de las medidas de fuerza más importante contra la política económica y social de la dictadura encabezada por el general Aramburu. El conflicto comenzó el 27 de agosto, reclamando aumento de sueldo y el levantamiento de sanciones a unos 400 trabajadores cesanteados, trasladados, retrogradados o suspendidos por razones políticas. La reclamación se inició con paros de una hora por turno en todas las dependencias telefónicas del país, y fue incrementándose en su extensión horaria a medida que pasaron los días. Con breves interrupciones para negociar y posteriores reinicios de las medidas, esta parte del enfrentamiento se extendió hasta el 17 de septiembre. Pero el endurecimiento de la posición gubernamental, las masivas detenciones de trabajadores telefónicos y la ilegalización de la organización sindical determinaron que se declarara la huelga a partir del día 18 de septiembre.
De los 72 días que duró aquel conflicto, 57 fueron de huelga. La medida tuvo alcance nacional, abarcó a todas las seccionales que conformaban la Federación de Obreros y Empleados Telefónicos, contó con la adhesión solidaria de las distintas organizaciones sindicales que constituían el movimiento obrero argentino, y consiguió que una delegación conjunta de los dos agrupamientos en que acababa de dividirse el Congreso de la CGT -Las 62 Organizaciones y los 32 Gremios Democráticos- entrevistara al general Aramburu reclamando una solución para los trabajadores telefónicos.
La historiografía del movimiento obrero ha sido avara con ese conflicto. A pesar de su incuestionable importancia las referencias al mismo son prácticamente inexistentes. Pero el silencio no viene sólo desde el campo de los estudiosos, sino que es complementario con la falta de interés de las distintas conducciones telefónicas para darle visibilidad. Esa actitud no tiene que ver con el resultado de aquella lucha, en todo tiempo las victorias sindicales han sido más bien escasas, y en el período que nos ocupa lo frecuente fueron las derrotas. Si el éxito fuese el parámetro para rescatar las experiencias de lucha, habría que borrar de la historia a la Semana Trágica, los levantamientos obreros de la Patagonia, la huelga del Frigorífico Lisandro de la Torre y hasta al mismo Cordobazo.
La huelga telefónica de 1957 fue condenada al ostracismo porque no había interesados en reivindicarla. Su conducción no había sido peronista, y la historiografía de los “resistentes” no tenía un lugar para ella. Aquella conducción de FOETRA tampoco era viceralmente antiperonista, por eso los “sindicalistas democráticos” no se molestaron en incorporarla al Panteón del movimiento obrero. Abrir una brecha en ese muro de silencio es el objetivo de este trabajo, y para poder llevarlo adelante habrá que mencionar hechos y personajes que precedieron a la propia huelga.

Los remotos antecedentes

En Telefónicos hubo un dirigente que marcó con su presencia un larguísimo período de la vida del gremio y del movimiento obrero en su conjunto: fue Luis F. Gay. Los testimonios que pudimos recoger de quienes trabajaron junto a el coinciden en señalarlo como un trabajador infatigable, un dirigente inteligente, un orador brillante. Gay acaudilló a los jóvenes militantes telefónicos que en el año 1928 se enfrentaron con los representantes empresarios en una asamblea de trabajadores convocada por la Unión Telefónica. Aquel acontecimiento fue el punto de partida para la formación de la Federación de Obreros y Empleados Telefónicos; y si esto ya era una verdadera hazaña, lo fue mucho más porque en aquel momento la Unión Telefónica era propiedad de la ITT, multinacional de origen norteamericano, que se jactaba de haber desbaratado cualquier intento de organización sindical en sus filiales del continente.
Después de aquella proeza los militantes de la FOET dedicaron enormes esfuerzos para que los telefónicos del interior del país pudieran organizarse sindicalmente. Y así surgieron los sindicatos de Bahía Blanca, La Plata, Santa Fe, Rosario y Córdoba. Gay y sus compañeros también colaboraron para la organización sindical de los telefónicos de Entre Ríos, San Juan, Mendoza, Tucumán, Salta, Santiago del Estero, Resistencia, Corrientes, Misiones, Jujuy, Catamarca y La Rioja. Todos ellos, junto con la Federación de Obreros y Empleados de Standard Electric Argentina, constituyeron la Federación Obrera de Telecomunicaciones. Este desarrollo organizativo, junto con el enorme prestigio alcanzado tras la exitosa huelga telefónica de 1932, hicieron que Gay y sus compañeros extendieran su influencia a todo el movimiento obrero.
Los telefónicos, que hasta entonces se habían mantenido autónomos, se incorporaron a la Confederación General del Trabajo en 1931, y Gay fue designado para integrar el Comité Sindical Nacional, organismo de dirección de la central sindical constituida un año antes. En 1935 la CGT se dividió en dos centrales, la CGT Independencia y la CGT Catamarca, ésta última de tendencia sindicalista revolucionaria, corriente en la que estaban enrolados los telefónicos. La tarea de reorganización que se impusieron llevó a la refundación de la Unión Sindical Argentina (ya había existido una central con esa denominación entre 1922 y 1930), y Gay formó parte del Comité Central de la nueva entidad, convirtiéndose, en 1939, en el principal referente de la USA. A partir de 1943 estuvo entre los varios dirigentes sindicales que se acercaron a la Secretaría de Trabajo para acompañar el proyecto político impulsado por el coronel Juan Domingo Perón. Al producirse la detención de éste en octubre de 1945, Gay participó activamente en la organización de la movilización popular que forzó su liberación el miércoles 17 de octubre.
Seis días después de ese acontecimiento, un centenar y medio de militantes de origen sindical designaron al Comité provisional del Partido Laborista. Entre sus integrantes estaba Luis F. Gay. Dos semanas más tarde los laboristas eligieron su comité directivo, aprobaron su carta orgánica y difundieron su plataforma, y una semana después instalaron la sede central en Cerrito al 300. Los hechos se sucedían en forma vertiginosa, porque las elecciones presidenciales y legislativas previstas inicialmente para el mes de abril, se habían adelantado para el 24 de febrero tras la detención y posterior liberación de Perón. Era una carrera contra el reloj, porque allí también se mezclaba una puja interna con otras fuerzas, que si bien apoyaban la candidatura de Perón a la presidencia, rivalizaban con los laboristas respecto a las demás candidaturas.

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