Los remotos antecedentes
La huelga que los trabajadores telefónicos llevaron adelante durante
el año 1957 fue una de las medidas de fuerza más importante contra
la política económica y social de la dictadura encabezada por el
general Aramburu. El conflicto comenzó el 27 de agosto, reclamando
aumento de sueldo y el levantamiento de sanciones a unos 400
trabajadores cesanteados, trasladados, retrogradados o suspendidos
por razones políticas. La reclamación se inició con paros de una
hora por turno en todas las dependencias telefónicas del país, y
fue incrementándose en su extensión horaria a medida que pasaron
los días. Con breves interrupciones para negociar y posteriores
reinicios de las medidas, esta parte del enfrentamiento se extendió
hasta el 17 de septiembre. Pero el endurecimiento de la posición
gubernamental, las masivas detenciones de trabajadores telefónicos y
la ilegalización de la organización sindical determinaron que se
declarara la huelga a partir del día 18 de septiembre.
De los 72 días que duró aquel conflicto, 57 fueron de huelga. La
medida tuvo alcance nacional, abarcó a todas las seccionales que
conformaban la Federación de Obreros y Empleados Telefónicos, contó
con la adhesión solidaria de las distintas organizaciones sindicales
que constituían el movimiento obrero argentino, y consiguió que una
delegación conjunta de los dos agrupamientos en que acababa de
dividirse el Congreso de la CGT -Las 62 Organizaciones y los 32
Gremios Democráticos- entrevistara al general Aramburu reclamando
una solución para los trabajadores telefónicos.
La historiografía del movimiento obrero ha sido avara con ese
conflicto. A pesar de su incuestionable importancia las referencias
al mismo son prácticamente inexistentes. Pero el silencio no viene
sólo desde el campo de los estudiosos, sino que es complementario
con la falta de interés de las distintas conducciones telefónicas
para darle visibilidad. Esa actitud no tiene que ver con el resultado
de aquella lucha, en todo tiempo las victorias sindicales han sido
más bien escasas, y en el período que nos ocupa lo frecuente fueron
las derrotas. Si el éxito fuese el parámetro para rescatar las
experiencias de lucha, habría que borrar de la historia a la Semana
Trágica, los levantamientos obreros de la Patagonia, la huelga del
Frigorífico Lisandro de la Torre y hasta al mismo Cordobazo.
La huelga telefónica de 1957 fue condenada al ostracismo porque no
había interesados en reivindicarla. Su conducción no había sido
peronista, y la historiografía de los “resistentes” no tenía un
lugar para ella. Aquella conducción de FOETRA tampoco era
viceralmente antiperonista, por eso los “sindicalistas
democráticos” no se molestaron en incorporarla al Panteón del
movimiento obrero. Abrir una brecha en ese muro de silencio es el
objetivo de este trabajo, y para poder llevarlo adelante habrá que
mencionar hechos y personajes que precedieron a la propia huelga.
Los remotos antecedentes
En Telefónicos hubo un dirigente que marcó con su presencia un
larguísimo período de la vida del gremio y del movimiento obrero en
su conjunto: fue Luis F. Gay. Los testimonios que pudimos recoger de
quienes trabajaron junto a el coinciden en señalarlo como un
trabajador infatigable, un dirigente inteligente, un orador
brillante. Gay acaudilló a los jóvenes militantes telefónicos que
en el año 1928 se enfrentaron con los representantes empresarios en
una asamblea de trabajadores convocada por la Unión Telefónica.
Aquel acontecimiento fue el punto de partida para la formación de la
Federación de Obreros y Empleados Telefónicos; y si esto ya era una
verdadera hazaña, lo fue mucho más porque en aquel momento la Unión
Telefónica era propiedad de la ITT, multinacional de origen
norteamericano, que se jactaba de haber desbaratado cualquier intento
de organización sindical en sus filiales del continente.
Después de aquella proeza los militantes de la FOET dedicaron
enormes esfuerzos para que los telefónicos del interior del país
pudieran organizarse sindicalmente. Y así surgieron los sindicatos
de Bahía Blanca, La Plata, Santa Fe, Rosario y Córdoba. Gay y sus
compañeros también colaboraron para la organización sindical de
los telefónicos de Entre Ríos, San Juan, Mendoza, Tucumán, Salta,
Santiago del Estero, Resistencia, Corrientes, Misiones, Jujuy,
Catamarca y La Rioja. Todos ellos, junto con la Federación de
Obreros y Empleados de Standard Electric Argentina, constituyeron la
Federación Obrera de Telecomunicaciones. Este desarrollo
organizativo, junto con el enorme prestigio alcanzado tras la exitosa
huelga telefónica de 1932, hicieron que Gay y sus compañeros
extendieran su influencia a todo el movimiento obrero.
Los telefónicos, que hasta entonces se habían mantenido autónomos,
se incorporaron a la Confederación General del Trabajo en 1931, y
Gay fue designado para integrar el Comité Sindical Nacional,
organismo de dirección de la central sindical constituida un año
antes. En 1935 la CGT se dividió en dos centrales, la CGT
Independencia y la CGT Catamarca, ésta última de tendencia
sindicalista revolucionaria, corriente en la que estaban enrolados
los telefónicos. La tarea de reorganización que se impusieron llevó
a la refundación de la Unión Sindical Argentina (ya había existido
una central con esa denominación entre 1922 y 1930), y Gay formó
parte del Comité Central de la nueva entidad, convirtiéndose, en
1939, en el principal referente de la USA. A partir de 1943 estuvo
entre los varios dirigentes sindicales que se acercaron a la
Secretaría de Trabajo para acompañar el proyecto político
impulsado por el coronel Juan Domingo Perón. Al producirse la
detención de éste en octubre de 1945, Gay participó activamente en
la organización de la movilización popular que forzó su liberación
el miércoles 17 de octubre.
Seis días después de ese acontecimiento, un centenar y medio de
militantes de origen sindical designaron al Comité provisional del
Partido Laborista. Entre sus integrantes estaba Luis F. Gay. Dos
semanas más tarde los laboristas eligieron su comité directivo,
aprobaron su carta orgánica y difundieron su plataforma, y una
semana después instalaron la sede central en Cerrito al 300. Los
hechos se sucedían en forma vertiginosa, porque las elecciones
presidenciales y legislativas previstas inicialmente para el mes de
abril, se habían adelantado para el 24 de febrero tras la detención
y posterior liberación de Perón. Era una carrera contra el reloj,
porque allí también se mezclaba una puja interna con otras fuerzas,
que si bien apoyaban la candidatura de Perón a la presidencia,
rivalizaban con los laboristas respecto a las demás candidaturas.
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