Mucho antes del triunfo de la Revolución Cubana la maquinaria bélica de los Estados Unidos se puso en marcha contra ella. El apoyo a la dictadura de Fulgencio Batista fue constante, le proveyó de armas en forma directa o a través de Trujillo y otros incondicionales gobiernos centroamericanos y caribeños. Al producirse la huida del dictador se orquestó un golpe de estado con “fachada democrática”, pero el intento continuista fue desbaratado por la fulminante ofensiva final del Ejército Rebelde. Los revolucionarios estaban haciéndose cargo del gobierno cuando comenzaron las advertencias, presiones y maniobras desestabilizadoras. Entre las primeras actividades subversivas estuvo el secuestro de aviones. Habían pasado pocas semanas desde el triunfo cuando la primera aeronave fue secuestrada: el 15 de abril de 1959 un avión fue desviado hacia Estados Unidos por cuatro antiguos miembros del Ejército batistiano. Los personeros del antiguo régimen tuvieron una fraternal acogida en territorio norteamericano, descontentos y contrarrevolucionarios fueron incentivados para efectuar espectaculares fugas desde la Isla. (https://javiernieva.blogspot.com/2020/06/sobre-vuelos-y-revuelos.html)
El plan del Departamento de Estado y la CIA
En enero de 1960 el director de la Agencia Central de Inteligencia, Allen Dulles, presentó al presidente Dwight Eisenhower un proyecto para sabotear los centrales azucareros. Eisenhower se mostró disconforme con lo que se había hecho hasta entonces, cualquier plan debía ser más ambicioso, “ya era tiempo de moverse contra Castro en forma positiva y agresiva. Para cumplir con la exigencia presidencial se creó un aparato para la guerra secreta contra Cuba, la Sección 4 de la División del Hemisferio Occidental de la CIA (WH/4, según sus siglas en inglés).
A mediados de marzo de 1960 ya estuvo listo el plan de “acciones encubiertas”; el objetivo explicitado era “provocar la sustitución del régimen de Castro por uno que responda mejor a los verdaderos intereses del pueblo cubano y sea más aceptable para los Estados Unidos”. El método propuesto “consistirá en incitar, apoyar, y en lo posible, dirigir la acción, dentro y fuera de Cuba, por parte de grupos selectos de cubanos, que pudieran realizar cualquier misión”. Todo el abanico de acciones desestabilizadoras sería centralizado; la propaganda subversiva incluyó la reactivación de una emisora que ya había actuado durante la guerra sucia contra el gobierno guatemalteco de Jacobo Arbenz. Se creó una fuerza paramilitar fuera de Cuba, así como los mecanismos para el necesario apoyo logístico a operaciones militares encubiertas en la isla.
En la reunión del 16 de marzo de 1960 donde se aprobó “El Programa de Acción Encubierta contra el Régimen de Castro” estuvieron presentes además del presidente Eisenhower, el vicepresidente Richard Nixon, el director de la CIA Allen Dulles, el subdirector Richard Bissell y el Coronel J.C. King. Por el Departamento de Estado participaron el secretario Christian Herter y los subsecretarios Livingston Mer¬chant y Roy Rubottom. Otra media docena de altos funcionarios completaron el tenebroso cónclave.
Al comenzar el encuentro el secretario Christian Herter reiteró lo que ya había adelantado en una carta a Eisenhower: “[…] el Departamento de Estado, la CIA y la USIA están comprometidos en un programa acelerado dirigido a preparar a la opinión pública y gubernamental de América Latina para apoyar a Estados Unidos en posibles acciones contra Cuba en la OEA”.
El presidente norteamericano se mostró complacido con el plan presentado por el jefe de la CIA: “[…] no conocía otro plan mejor para enfrentar la situación”. Pero como era consciente de las ilegalidades incluidas en el proyecto el mandatario norteamericano recalcó la necesidad de evitar todo tipo de filtración de información secreta y a negar la veracidad de la misma si llegara a trascender.
¡Patria o muerte!
El Subsecretario de Estado Lester Mallory resumió en un documento secreto los aspectos más salientes del plan norteamericano:
“La mayoría de los cubanos apoyan a Castro (...) No existe una oposición política efectiva (...) El único medio posible para hacerle perder el apoyo interno [al gobierno] es provocar el desengaño y el desaliento mediante la insatisfacción económica y la penuria (...) Hay que poner en práctica rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica (...) negándole a Cuba dinero y suministros con el fin de reducir los salarios nominales y reales, con el objetivo de provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno.
El plan perfeccionaba y sistematizaba lo que ya venía haciéndose contra la Revolución: secuestro de naves y aviones, ataques a fábricas y centros comerciales, sabotajes a ingenios azucareros y quema de cañaverales que se complementaban con el accionar de pandilleros en distintas ciudades.
Uno de los atentados más terribles se produjo contra el barco francés La Coubre el 4 de marzo de 1960. El carguero transportaba armas y municiones que el gobierno revolucionario había comprado a proveedores europeos. Una primera explosión causó decenas de víctimas, cuando los soldados y trabajadores trataban de auxiliar a los heridos se produjo una segunda explosión. Fue un plan siniestro para causar el mayor daño posible, el atentado dejó como saldo un centenar de muertos. Al día siguiente, durante el funeral de las víctimas, Fidel pronunció por primera vez la consigna que se transformaría en un símbolo de la Revolución: “¡Patria o muerte!”.”.
Al año siguiente esa consigna sería el grito de guerra para enfrentar a los mercenarios que llegaron a Cuba queriendo destruir la Revolución.
Los preparativos eran conocidos desde mucho tiempo antes, en un magnífico relato García Márquez contó que Rodolfo Walsh había descubierto la clave de un mensaje llegado accidentalmente a los teletipos de Prensa Latina.
“El cable estaba dirigido a Washington por un funcionario de la CIA adscrito al personal de la Embajada de Estados Unidos en Guatemala, y era un informe minucioso de los preparativos de un desembarco armado en Cuba por cuenta del Gobierno norteamericano. Se revelaba, inclusive, el lugar donde iban a prepararse los reclutas: la hacienda de Retalhuleu, un antiguo cafetal en el norte de Guatemala”.
Jorge Masetti, que por entonces era el director de Prensa Latina, imaginó que Walsh podría hacerse pasar por pastor protestante, entrar a Guatemala desde Panamá y llegar hasta el pueblo donde se entrenaban los mercenarios. El proyecto no pudo concretarse pero la inteligencia cubana fue detectando suficiente información.
El primer ataque
A las 6 de la mañana del sábado 15 de abril tres aeropuertos cubanos fueron atacados por aviones que llevaban insignias cubanas pintadas en sus fuselajes. En el funeral de las víctimas diría Fidel:
No se trató del vuelo de un avión pirata, no se trató de la incursión de un barco pirata: se trató nada menos que de un ataque simultáneo en tres ciudades distintas del país (…) Tres ataques simultáneos al amanecer, a la misma hora, en la ciudad de La Habana, en San Antonio de los Baños y en Santiago de Cuba (...) llevados a cabo con aviones de bombardeo tipo B-26, con lanzamiento de bombas de alto poder destructivo, con lanzamiento de rockets y con ametrallamiento sobre tres puntos distintos del territorio nacional. Se trató de una operación con todas las características y todas las reglas de una operación militar.
La campaña de intoxicación mediática se volvió abrumadora, embrutecedora. Las dos principales agencias noticiosas de los Estados Unidos –que es lo mismo que decir las dos principales agencias noticiosas de todo el mundo- se lanzaron al combate. La United Press informó desde Miami: “Pilotos cubanos que escaparon de la fuerza aérea de Fidel Castro, aterrizaron hoy en Florida con bombarderos de la Segunda Guerra Mundial tras haber volado instalaciones militares cubanas”. Algo similar divulgó la Asociated Press.
A esos primeros cables siguió una catarata de nuevos despachos. “(…) el nuevo gobierno cubano en el exilio se trasladará a Cuba a poco de la primera ola de invasión contra el régimen cubano de Fidel Castro, para establecer un gobierno provisional, que se espera sea reconocido rápidamente por muchos países latinoamericanos anticastristas’”. “‘Una declaración entregada por el doctor Miró Cardona: un heroico golpe en favor de la libertad cubana fue asestado esta mañana por cierto número de oficiales de la fuerza aérea cubana. Antes de volar con sus aviones a la libertad, estos verdaderos revolucionarios trataron de destruir el mayor número posible de aviones militares de Castro”. “El Consejo Revolucionario se enorgullece de anunciar que sus planes fueron realizados con éxito, y que el consejo ha tenido contacto con ellos y ha estimulado a esos valientes pilotos”.
El canciller cubano, Raúl Roa, consiguió que se convocara a una reunión de urgencia en Naciones Unidas para denunciar el ataque norteamericano. El embajador yanqui, Adlai Stevenson, aplicó la receta que un año antes mencionara Eisenhower, negó toda responsabilidad y atribuyó los bombardeos a rebeldes anticastristas. Todo esto hizo decir a Fidel:
“Aquí tenemos, como pocas veces ha tenido ningún pueblo, la oportunidad de conocer por dentro, y por fuera, y por los costados, y por abajo, y por arriba, qué es el imperialismo; (...) cómo funciona todo su aparato financiero, publicitario, político, mercenario, cuerpos secretos, funcionarios, que con tanta tranquilidad, que de manera tan inaudita estafan al mundo”.
La invasión era inminente, no se sabía el lugar ni la hora, pero todo el pueblo se preparó para el combate. Cada uno de los dirigentes tomó bajo su responsabilidad la defensa de una parte del territorio
“Y por esta Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, estamos dispuestos a dar la vida”.
A las 3.27 del lunes 17 de abril se tuvo la noticia de que había comenzado el desembarco de los mercenarios; detrás de esa invasión estaba la escuadra norteamericana y las tropas necesarias para intervenir inmediatamente después de instalado un gobierno títere. Años después Fidel comentaría a un cineasta de la televisión sueca:
“Ellos desembarcaron por un lugar donde podían sostenerse un tiempo, porque era un lugar muy difícil de recuperar, puesto que las carreteras de acceso tienen que atravesar varios kilómetros de ciénaga, intransitable, se convertía en una especie de Paso de las Termópilas”.
De inmediato se iniciaron las operaciones para frenar el avance de los invasores y para cortarles las vías de escape. Los barcos que los habían traído fueron atacados desde aire y tierra, algunos fueron hundidos y otros se alejaron mar adentro. Uno de los barcos hundidos era el que llevaba la planta de radio que iban a instalar los invasores para dar a conocer que ya disponían del territorio donde llegaría Miró Cardona y su gobierno títere.
La reducida Fuerza Aérea Revolucionaria se empleó a fondo, además de ofrecer protección a las fuerzas propias se dedicó a atacar a los invasores: “hoy vamos a hundir barcos, mañana vamos a tumbar aviones”. Fidel conducía las operaciones desde el puesto central, el Che se encontraba en Pinar del Río, Raúl en Oriente, y otros jefes militares estaban alertas en distintos lugares de la Isla.
El grueso de las fuerzas terrestres recién se movieron en la noche del día 17 para evitar ser blanco de la aviación enemiga. El plan era tratar de dividir a los invasores para derrotarlos con mayor facilidad; si se hubiera conseguido hacerlo, al día siguiente habría estado terminada la invasión. Pero se produjeron algunos imponderables, entre ellos una operación diversionista en las cercanías de La Habana, no fue posible fragmentar al enemigo y los combates continuaron hasta el día 19.
Hoy se cumplen 60 años de la primera gran derrota del imperialismo en tierras latinoamericanas. Esta evocación es un modesto homenaje al pueblo heroico que llevó a cabo aquella hazaña, a su vanguardia dirigente que se situó en la primera línea de combate y a sus Fuerzas Armadas Revolucionarias.
Para cerrar esta nota se han elegidos las palabras que pronunciara Che Guevara en la reunión del Consejo Interamericano Económico y Social realizada en Punta del Este. Allí diría:
“El día 13 de marzo de 1961, el presidente Kennedy hablaba de la «Alianza para el Progreso». (…) En aquel discurso, que no dudo será memorable, Kennedy hablaba también de que esperaba que los pueblos de Cuba y de la República Dominicana, por los que él manifestaba una gran simpatía, pudieran ingresar al seno de las naciones libres. Al mes se producía Playa Girón… (…) El día 13 de abril el presidente Kennedy, una vez más, tomaba la palabra y afirmaba categóricamente que no invadiría Cuba y que las fuerzas armadas de Estados Unidos no intervendrían nunca en los asuntos internos de Cuba. Dos días después, aviones desconocidos bombardeaban nuestros aeropuertos y reducían a cenizas la mayoría de nuestra fuerza aérea, vetusta, remanente de lo que habían dejado los batistianos en su fuga. El señor Stevenson, en el Consejo de Seguridad, dio enfática seguridad de que eran pilotos cubanos, de nuestra fuerza aérea, «descontentos con el régimen de Castro», los que habían cometido tal hecho y afirmó haber conversado con ellos. El día 17 de abril se produce la fracasada invasión donde nuestro pueblo entero, compacto y en pie de guerra, demostró una vez más que hay fuerzas mayores que las de la propaganda generalizada, que hay fuerzas mayores que la fuerza brutal de las armas, que hay valores más grandes que los valores del dinero, y se lanzó en tropel por los estrechísimos callejones que conducían al campo de batalla, siendo masacrados en el camino muchos de ellos por la superioridad aérea enemiga. Nueve pilotos cubanos fueron los héroes de aquella jornada, con los viejos aparatos. Dos de ellos rindieron su vida; siete son testigos excepcionales del triunfo de las armas de la libertad. Acabó Playa Girón y, para no decir nada más sobre esto, porque «a confesión de parte relevo de pruebas», señores Delegados, el presidente Kennedy tomó sobre sí la responsabilidad total de la agresión. Quizás en ese momento no recordó las palabras que había pronunciado pocos días antes.”
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