Esa tarde Alicia me dijo: “Conozco al médico que atendió a Agustín Tosco en sus últimos días”.
Recordando los últimos días de Agustín Tosco
En la noche del 27 de febrero de 1974 la policía provincial comandada por el coronel Antonio Navarro irrumpió en la casa de gobierno y secuestró al gobernador Obregón Cano y al vicegobernador Atilio López. De ese modo Córdoba se adelantaba en dos años a lo que luego ocurriría a nivel nacional. Los amotinados llevaron a Obregón Cano y a Atilio López hasta el Comando Radioeléctrico de la Policía y los mantuvieron cautivos durante dos días. En lugar de hablar de golpe de estado se definió lo ocurrido como acefalía, el presidente de la Cámara de Diputados de la Provincia asumió como gobernador interino y se inició una oleada de detenciones de dirigentes políticos y sindicales. Luego el gobierno nacional dispuso la intervención de Córdoba para subsanar el “vacío de poder” , como interventor fue designado Duilio Brunello, quien sería reemplazado por el brigadier Raúl Lacabanne meses más tarde.
Las bandas parapoliciales que ya actuaban en el país empezaron a perfeccionar la maquinaria de terrorismo estatal. La denominación de Alianza Anticomunista Argentina –Triple A- se transformaría en Comando Libertadores de América en los operativos cordobeses. Junto a las intervenciones y los apresamientos más o menos formales empezarían a crecer los secuestros, desapariciones y asesinatos. Los sindicatos combativos y clasistas serían los primeros en ser intervenidos, los dirigentes de esas organizaciones gremiales empezarían a llenar las cárceles y los campos clandestinos de detención. Una burocracia sindical asociada a los golpistas se presentó para reemplazar a los dirigentes encarcelados o perseguidos, que a pesar de ese acoso se haya conseguido estructurar la Mesa de Gremios en Lucha fue una muestra de resistencia verdaderamente extraordinaria.
Entre los sindicatos perseguidos se encontraba el de Luz y Fuerza, su Secretario general fue uno de los que consiguió eludir el primer golpe, pero a partir de ese momento se convirtió en el principal objetivo de la represión. Agustín Tosco debió tomar múltiples medidas de seguridad, rodearse de compañeros que lo resguardaran, ya no podría volver a moverse libremente; pero al mismo tiempo creció la solidaridad con uno de los hijos más queridos del pueblo cordobés. Durante más de un año y medio contó con el amparo de todas las fuerzas progresistas, democráticas y revolucionarias de la provincia y de todo el país. En condiciones de acoso permanente se vio obligado a cambiar de casas, a moverse entre la ciudad y las sierras, a descuidar su salud.
Cuando Alicia Sanguinetti me dijo que conocía al médico que había atendido a Agustín en aquellos días de 1975 le pregunté si yo podría hablar con él. Habían pasado diez años desde entonces, en medio estaba la dictadura más feroz de la historia moderna argentina, la CONADEP, los juicios contra las juntas militares, recuerdos y temores todavía en carne viva. Muchos comenzaban a hablar, pero también eran muchos los que preferían callar, por eso mi pregunta. Ella me contestó que si él había arriesgado su seguridad y hasta su vida atendiendo a Tosco, seguramente no tendría miedo de hablar. Y no se equivocó, unos días después pude conversar con el doctor Juan Azcoaga.
Pero antes de continuar es mejor brindar algunos datos complementarios.
La escalada represiva
Durante el Navarrazo, el “pustch policíaco-burocrático-fascista” según lo definiera Tosco, se fueron sucediendo “la toma de la Casa de Gobierno, el encarcelamiento del Gobernador, del vicegobernador, de dirigentes de las 62 Organizaciones “legalista” y los funcionarios, las barricadas y la toma de la zona céntrica por la policía y elementos civiles fascistas armados, la difusión por las tres emisoras de radio copadas de consignas reaccionarias, oscurantistas antipopulares, antidemocráticas y antisindicales”.
Ese fue el cuadro descripto por Agustín en la conferencia de prensa del Movimiento Sindical Combativo donde estuvo acompañado por Campbell de Viajantes, Leiva del SMATA, Malvar de Gráficos, Canelles de la Construcción, Vila de Perkins y compañeros del Caucho, del Movimiento Sindical de Base y de la Intersindical
La ferocidad fascista se extendía por todo el país, se sucedían los secuestros y asesinatos, las amenazas de la Triple A se divulgaban impúdicamente a través de los medios de difusión. El diario Mayoría, órgano de la derecha peronista, divulgó a fines de septiembre una nueva amenaza de muerte contra el dirigente lucyfuercista.
“No es la primera vez que se me amenaza, ni será la primera vez que se intenta asesinarme. Ya el 16 de julio del año pasado un grupo de quince personas fuertemente armado, en medio de intenso fuego, quiso copar el local del sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba y “ejecutarme”, según lo había anticipado 48 horas antes un comando clandestino. La decisión y valentía de un conjunto de trabajadores del gremio, impidió se consumara tal objetivo”.
Agustín era un verdadero “blanco móvil”, ya para entonces muchos otros dirigentes populares habían sido asesinados por las bandas parapoliciales: Alfredo Curuchet, Atilio López, Juan Varas y muchos más. En octubre Rodolfo Ortega Peña se sumaría a esa lista.
Menciono especialmente a Ortega Peña porque en el momento de su asesinato nuestro Movimiento Gremial Telefónico conmemoraba el décimo aniversario de su creación, a pesar de eso un buen número de telefónicos acompañó el cortejo que fue rodeado por la policía. Todos fueron detenidos y sus nombres circularon en una nueva lista de “condenados” por la Triple A.
En esta historia de persecuciones se cruza otro sindicato.
La Seccional Villa Constitución de la UOM estuvo entre las organizaciones sindicales que sufrieron el ataque de las fuerzas represivas más o menos oficiales coligadas con las parapoliciales y la burocracia sindical. Una primera embestida destinada a desconocer el resultado de una elección en la Seccional Villa Constitución pudo ser rechazada con éxito en 1974, la segunda terminó pasando por encima de toda legalidad. La Operación “Serpiente Roja del Paraná” se realizó en 1975 con la presunta finalidad de abortar un plan terrorista para paralizar la actividad industrial desde el norte bonaerense hasta la localidad santafecina de San Lorenzo. Al mismo tiempo que se ponía cerco a Villa Constitución centenares de obreros fueron apresados, mientras otros eran secuestrados, torturados y asesinados.
Entre los detenidos se contó la Comisión Directiva de la Seccional de la UOM con su Secretario General a la cabeza; Alberto Piccinini y sus compañeros fueron absueltos tanto en primera instancia como por la Cámara Federal de Apelaciones, pero continuaron presos a disposición del Poder Ejecutivo. Recién en 1980 Alberto Piccinini recuperó algo parecido a la libertad; sus movimientos estaban vigilados y tardaría muchos meses hasta poder viajar fuera del país. Cuando lo hizo entró en contacto con centrales sindicales y organismos de derechos humanos consiguiendo un apoyo que sumado al de los trabajadores metalúrgicos de Villa Constitución le permitirían recuperar la conducción del Sindicato.
Alrededor de Alberto Piccinini y del Sindicato de Villa se nucleó un buen número de compañeros que dieron nacimiento al Centro de Estudios y Formación Sindical. Cada uno de estos compañeros tenía una larga historia de lucha antidictatorial, y entre ellos estaba Alicia Sanguinetti.
Pequeña historia de una nota
Yo comencé a colaborar en el Centro de Estudios y Formación Sindical a mi regreso del exilio; cuando Alicia dijo que conocía al médico que había atendido a Agustín pensé en la posibilidad de hacer un trabajo reuniendo los testimonios de quienes habían estado junto a él en ese tiempo. Le pedí a Horacio Rovelli que me acompañara hasta el consultorio y así fue como hablé con el doctor Azcoaga.
Tosco había sido trasladado desde Córdoba a Buenos Aires, en las condiciones de clandestinidad los recursos para atenderlo en la provincia eran muy limitados. Padecía fuertes dolores de cabeza, los medicamentos no resultaban efectivos, en algún momento se supuso que podía tener un tumor cerebral. El temor fue descartado tras los primeros estudios, lo que había era una infección que debía ser tratada con antibióticos.
El doctor Azcoaga me dijo: “Los antibióticos deben ser manejados con responsabilidad, algunos funcionan bien inicialmente pero después hay que reemplazarlos”.
Agustín empezó a mejorar, el progreso resultó evidente. El equipo médico se mostró optimista, si todo seguía así en un tiempo prudencial podría dársele el alta. Pero el medicamento dejó de ser efectivo, nuevamente comenzó a deteriorarse su salud y hubo que recurrir a otros antibióticos. Esta vez no se consiguió recuperarlo, la batalla para salvarle la vida terminó en derrota.
Otros allegados al CEFS me fueron proporcionando la información que yo necesitaba.
Jorge Lannot, Adriana Amantea y Tito suiglia habían publicado el libro "Agustín Tosco presente en las luchas de la clase obrera”. Era una obra importante, tal vez una de las primeras recopilaciones de escritos y discursos de Agustín después de la dictadura; una versión más reducida fue publicada por el Centro Editor de América Latina bajo el título “Agustín Tosco, conducta de un dirigente obrero”. Ellos me contaron que la recopilación de escritos y discursos se había efectuado a partir de documentos y grabaciones de las que fueron depositarios tras la intervención del sindicato. Si habían tenido en custodia ese material durante los años del terror era porque formaban parte de los amigos de confianza de Luz y Fuerza de Córdoba. Ese antecedente era toda una garantía, tuve varias conversaciones con Lannot y él fue muy generoso proporcionándome una valiosa información sobre el traslado de Agustín desde la provincia a Buenos Aires.
Consulté también a Jorge Canelles, el dirigente cordobés del gremio de la Construcción, a Susana Funes, compañera de Agustín, y a otros amigos y conocidos. La salud de Agustín se había ido agravando y la asistencia médica que se le podía brindar en la clandestinidad era muy limitada. En la provincia los médicos hicieron cuanto estaba a su alcance, Azcoaga había dicho que si en Córdoba no hicieron más fue porque no pudieron.
El Partido Comunista puso a disposición un buen número de cuadros, el traslado fue confiado a Alberto Caffaratti, miembro del Comité Central del partido. Fue uno de los que arriesgó la vida para trasladar a Tosco, luego se haría cargo de devolver el cuerpo a Córdoba porque, oficialmente, el fallecimiento se produjo allí.
Canelles había acompañado a Tosco hasta último momento, cuando me dijo que los fuertes dolores de cabeza habían sido causados por una septicemia agregó que en otra época era una enfermedad mortal, pero tratada a tiempo podía curarse.
La nota perdida
Con toda esta información y otros testimonios fui armando una nota que en principio iba a publicarse en “Democracia Sindical”, no recuerdo por qué eso no se concretó, seguramente otras tareas se cruzaron entonces. Después dejé de trabajar en el Centro de Estudios, el borrador circuló por varias manos, y cuando hacía bastante tiempo que había dejado el CEFS recibí un llamado telefónico. Era un compañero del Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, tenía una copia de ese borrador y me pidió autorización para incluir el relato en el periódico sindical.
Yo no conocía al compañero, podía decir que sí o que no, que me hubiese llamado era un gesto a tener en cuenta, imaginariamente revoleé una moneda y preferí aceptar. Sólo le pedí que respetaran dentro de lo posible el contenido del artículo y que cuando estuviera impreso hicieran el favor de mandarme un ejemplar.
Pasaron las semanas y no tuve ninguna noticia; no tenía ningún dato como para comunicarme, di por supuesto que la nota había sido descartada. Unos meses más tarde hablé con un compañero de Luz y Fuerza, habíamos compartido el exilio y me contó que se había sorprendido al leer en el periódico del sindicato un artículo sobre Tosco que llevaba mi firma. Así, indirectamente y de modo casual vine a enterarme que el relato se había publicado.
Le conté la historia de ese trabajo, tenía curiosidad por conocer cómo había quedado y le pedí que al menos me enviara una fotocopia. Tampoco esta vez tuve suerte. Pasados los años aquel escrito se parece a los mensajes lanzados al mar en el interior de una botella. En última instancia me queda la esperanza de que haya llegado a ser leído en alguna parte.
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