Llegamos corriendo a la parada. Una serie de indicaciones equivocadas nos habían hecho dar una vuelta innecesaria perdiendo muchísimo tiempo. Cruzamos la avenida General Paz, allí mi hermano nos estaba esperando desde media hora antes para terminar de arreglar las condiciones de nuestro próximo encuentro. Apenas si tuvimos tiempo para intercambiar unas pocas palabras y esbozar algo parecido a una despedida. Todo se había ido acordando sobre la marcha, la salida del país era inevitable porque ya no quedaba ningún lugar seguro. Éramos dos más entre los miles que buscaban la forma de escapar de la dictadura.
Después que nuestra vivienda fuera asaltada por una patota militar ni siquiera pudimos ir nosotros mismos a comprar los pasajes, debimos pedir a otros que lo hicieran. Y estos, por temor o torpeza no terminaron de entender dónde debíamos abordar el ómnibus. No queríamos hacerlo en la salida principal, dábamos por seguro que allí la vigilancia policial debía ser enorme, la idea era subir en una parada intermedia y esto confundió a quienes compraron los boletos.
El viaje
Coloqué el bolso de mano en el portaequipaje y nos acomodamos en los asientos tratando de recuperar el ritmo respiratorio. Olga estaba en su sexto mes de embarazo, la corrida debió ser un esfuerzo tremendo para ella. Después de las equivocaciones que casi nos hicieran perder la combinación temíamos haber subido a un transporte equivocado. Cuando el guarda nos devolvió los pasajes nos quedamos más tranquilos, al menos esta vez no había errores.
El plan de viaje era sencillo: llegar a Santo Tomé donde un compañero nos indicaría la forma de cruzar a Sao Borja, ya en territorio brasileño vendría la segunda parte de la travesía.
Estaba por comenzar el invierno y debía hacer frío, no lo recuerdo porque otras eran nuestras preocupaciones. Sabíamos que íbamos hacia la Mesopotamia, que en algún lugar cruzaríamos el Río Paraná, luego atravesaríamos Entre Ríos y parte de Corrientes.
El viaje dentro de la provincia de Buenos Aires fue tranquilo, no fuimos detenidos por ninguna “pinza”, cruzamos el Paraná e ingresamos en Entre Ríos.
Ya era de noche, la nocturnidad es el territorio de todos los miedos, lo fue también para nosotros.
El ómnibus se detuvo y unos uniformados con armas subieron para controlar a los pasajeros, al azar pidieron algunos documentos y luego nos dejaron seguir viaje. Pasé el brazo por encima de los hombros de Olga y la atraje como para protegerla, tal vez era yo quien buscaba su contacto para sentirme protegido.
Creí que podíamos sentirnos tranquilos y dormir un rato. Fue una falsa ilusión porque más adelante volvimos a ser detenidos; nuevamente se encendieron las luces y los hombres con armas caminaron entre los pasajeros. Fingimos más somnolencia que la real, en nuestro fuero íntimo rogábamos que no nos pidieran documentos. No debimos parecer sospechosos, la demora no se prolongó y el ómnibus fue autorizado a seguir… hasta la próxima pinza.
Por tercera vez los policías pararon el ómnibus; no sabíamos cuánto tiempo había pasado desde el control anterior, seguía siendo de noche y todavía estábamos en Entre Ríos.
Empezó a clarear, en algún momento ingresamos a Corrientes. No teníamos mucha idea sobre la distancia que nos separaba de Santo Tomé, cerca de las 10 llegamos a nuestro destino.
Actualmente la Ruta Nacional 121 empalma con el Puente de la Integración, y el puente cruza de Santo Tomé en el lado argentino a Sao Borja del lado brasileño. Pero en 1977 para cruzar el Río Uruguay había que hacerlo en balsa.
El cruce
El compañero que nos indicó el procedimiento para cruzar el río debía haber visto muchas películas. Exageró su papel y se mostró misterioso al explicar que lo mejor era tomar un taxi allí mismo, con ese vehículo subiríamos a la balsa, y una vez del lado brasileño el taxista nos llevaría a un hotel. Él haría el control y avisaría de cualquier problema a los amigos en Buenos Aires. Para ser justo hay que reconocer que la ayuda nos dio una cierta tranquilidad.
Esperaba más problemas del lado argentino que del brasileño, sin embargo la mayor tensión se produjo cuando el taxi descendió de la balsa y hubo que completar los trámites con la policía de Sao Borja. El inspector se puso cargoso y revisó el bolso de mano, preguntó por el contenido de unos casetes y quiso escuchar la grabación. El aparato que llevábamos no tenía pilas y nos indicó que lo acompañáramos hasta el puesto policial. Tal vez estuviera jugando como “el gato maula con el mísero ratón”, a lo mejor buscaba una coima.
Algo debió distraerlo o simplemente se cansó del juego, llenó el formulario de entrada al país y nos dejó seguir viaje sin insistir con el contenido de los casetes. Como queríamos pasar por turistas de fin de semana no presentamos los pasaportes sino la libreta o la cédula, eso nos traería complicaciones cuando fuimos a salir de Brasil.
Volvimos al taxi que nos llevó a un hotel en la ciudad. Lo primero que hicimos fue darnos una ducha y después preguntamos donde estaba la estación de ómnibus, queríamos alejarnos de la frontera lo antes posible.
En la terminal nos dijeron que esa misma noche había un viaje hasta Porto Alegre; no dudamos en sacar los pasajes, volvimos al hotel a buscar nuestras cosas y regresamos a la estación de ómnibus.
A eso de las 7 de la mañana llegamos a Porto Alegre, llevábamos dos días viajando pero nuestro objetivo era llegar a Sao Pablo donde debíamos encontrarnos con mi hermano. Lo primero que hicimos fue comprar un mapa del país, mientras tomábamos un café Olga se encargó de mirar dónde estábamos y a dónde nos dirigíamos.
Todo lo habíamos acordado con la mayor ignorancia, no teníamos idea de distancias, en ese momento empezamos a tener conciencia de lo enorme que es Brasil. Para llegar a Sao Pablo teníamos 22 horas de viaje por delante; un ómnibus salía a las 10, reservamos los pasajes y nos preparamos para otro día en la ruta.
Olga soportaba todo sin una queja, ya no eran solamente sus tobillos los que estaban hinchados, desde las rodillas hacia abajo todo era una gran inflamación. Habría necesitado un buen descanso y levantar las piernas; estaba en el sexto mes de embarazo.
A pesar de todo esa parte del viaje fue mucho más tranquila, a lo largo de kilómetros y kilómetros bordeábamos el mar, el sol brillante nos hacía olvidar que ya estábamos en invierno.
Sao Pablo
Llegamos a la ciudad cuando eran las 8 de la mañana; buscamos un taxi y le pedimos al conductor que nos llevara hasta un hotel económico; no era un dato muy preciso, pero no nos estafó. No tenía que hacer mucho esfuerzo para darse cuenta que éramos turistas “gasoleros”, su único comentario con respecto al hotel fue: “bon desayún”.
Lo primero fue un buen baño y cambiar la ropa interior, eso nos hizo sentir como seres civilizados. Después nos preparamos para tomar un café, pero allí descubrimos qué había querido decir el taxista con lo de bon desayún.
Lo que ha quedado en mi memoria es el recuerdo de Olga casi risueña contándome los manjares que llenaban las mesas de aquel comedor. Fue una mezcla de desayuno y almuerzo, un verdadero remanso en medio de tantas angustias. Cuando nos sentimos satisfechos volvimos a la estación de ómnibus para montar guardia esperando a mi hermano.
Habíamos iniciado el viaje llevando un bolso de mano, queríamos aparentar ser viajeros de fin de semana, pacíficos ciudadanos que disfrutaban de una corta escapada. Es cierto que el asalto de la patota a nuestro domicilio nos había dejado prácticamente con lo puesto; cuando dejamos el departamento unas semanas antes todavía teníamos la esperanza de poder volver, fueron muy pocas las cosas con que lo abandonamos. Después nos enteramos que el ejército había ido a buscarnos, que habían roto la puerta y que habían estado saqueando todo lo que les parecía de valor. Alguien aconsejó que no se nos ocurriera volver, que en las noches los uniformados regresaban para montar guardia o tal vez para seguir desbalijando la vivienda.
Familiares y compañeros nos acercaron algo de ropa, con eso llenamos una valija que, sin embargo, no llevaríamos con nosotros. Aunque parezca absurdo se nos ocurrió que mi hermano nos acercara el equipaje a Brasil, y como desconocíamos las distancias fijamos Sao Pablo como lugar de encuentro. Nosotros salimos de Argentina por el cruce entre Santo Tomé-Sao Borja, y él cruzó por Colonia, atravesó Uruguay y después siguió subiendo probablemente por el mismo camino que hiciéramos nosotros. Habíamos quedado en encontrarnos en la estación de ómnibus, y me parece casi milagroso que con referencias tan imprecisas pudiéramos reunirnos.
La relación con mi hermano no era todo lo fraternal que podía indicar el parentesco, nuestras posiciones políticas no coincidían, pero a pesar de las diferencias él no vaciló en ayudarnos. No podía ignorar que corría un gran riesgo al asistirnos, pero estuvo a nuestro lado.
No nos demoramos mucho tiempo, conversamos una media hora, él emprendería el regreso desde allí mismo, nosotros volvimos al hotel para descansar un poco y prepararnos para continuar viajando rumbo al norte.
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