jueves, 9 de junio de 2022

Romero: del tercer afiche al Archivo de Artistas

 


En 1964 se constituyó el Movimiento Gremial Telefónico. El nuevo agrupamiento tuvo que abrirse paso entre dos poderosos rivales: la Lista Marrón que ejercía la dirección del sindicato y la Lista Azul que contaba con el padrinazgo del Gobierno Nacional y la dirección de la Empresa. Al promediar el segundo semestre de ese año hizo su aparición el boletín de la agrupación: AVANZADA.

En los distintos edificios telefónicos se nos empezó a conocer como “los de AVANZADA”, fue después que nos presentamos ante la Junta electoral del sindicato en marzo de 1965 que “los de AVANZADA” empezamos a ser la Lista Rosa.


Los responsables de nuestra prensa eran Juan Carlos Romero y Guillermo Pérez Curtó, ellos tuvieron a su cargo la confección de los boletines y volantes, y hacia el final de la campaña también produjeron los carteles de altísima calidad artística. No exagero con esta apreciación, aquellas obras siguieron formando parte de exposiciones y seminarios hasta la actualidad. Cuando mencioné los afiches en una de las primeras notas sobre Avanzada incluí las imágenes de los dos primeros de la serie. Juan Carlos me facilitó las digitalizaciones de esas obras, se disculpó por no disponer entonces de la tercera.

El tercero de la serie

Mi interés era conseguir una buena reproducción de aquel tercer afiche para poder publicarlo en este blog. Hace pocas semanas pude comunicarme con Ana Longoni preguntándole si ella disponía de esa imagen. Tuvo la gentileza de pedirle a Fernando Davis una copia, y él completó el circuito facilitando la digitalización con que se encabeza este artículo.

En su momento yo atesoré aquellos afiches (en este caso la expresión atesorar es correcta), tenía un gran aprecio por esas obras, y en particular por la tercera. Aunque ninguna de las tres era lo que podríamos definir como una propaganda convencional, el último de los carteles tenía un encanto especial. Sé que esto es muy subjetivo y que tal vez a otros les resulten más atractivos los primeros, pero yo siempre manifesté mi admiración por el último.

Una tarde estaba en la librería Asunto Impreso buscando un libro para regalar, debo haber mencionado a Juan Carlos porque quien me atendía comentó que tenía la obra “Romero Tipo-gráfico”. Al hablar sobre el contenido del volumen dijo que en un apéndice se incluían unos carteles de 1964. Aunque la fecha no coincidía yo supe antes de que describiera las obras que se trataba de aquella publicidad de AVANZADA.

Efectivamente, allí estaba la serie de imágenes que yo había estado buscando durante tantos años. Podría haber intentado el escaneo del libro, pero dudaba sobre la calidad del resultado, preferí esperar un poco más. Finalmente se “alinearon los astros”, conseguí comunicarme con Ana, ella tuvo la amabilidad de hablar con Davis y éste terminó facilitando las digitalizaciones.

Otros afiches

Juan Carlos tuvo un enorme compromiso social durante toda su vida, fue delegado sindical, participó de la huelga telefónica en 1957, integró la Lista Rosa y siempre siguió estando del lado de los trabajadores y de los sectores populares.

No es posible hablar de él sin referirse a su personalidad artística, aunque yo he preferido poner el acento en su tarea sindical y política porque nos conocimos en ese contexto. Una particularidad era su pasión por conservar publicaciones, lo recuerdo armando carpetas de recortes, juntando boletines y volantes en movilizaciones políticas y sindicales, coleccionando revistas literarias y artísticas. Alguna vez bromeamos comparándolo con Gregorio Sélser y preguntándonos dónde almacenaría todo lo que acumulaba.

Periódicos y boletines sindicales eran parte de una enorme colección que acompañaba a afiches de una variedad inimaginable. Muchas veces nos habíamos cruzado en el Parque Rivadavia y en las librerías de la calle Corrientes, era feliz incorporando documentos que para otros carecían de importancia. Cuando supo que yo estaba reuniendo información sobre la Huelga telefónica de 1957 no vaciló en poner a mi disposición su carpeta de recortes y volantes, él había participado en aquel conflicto porque ya era delegado en la sección donde trabajaba.


Yo tenía una noción muy parcial sobre el volumen de la colección, su propio domicilio resultaba insuficiente, familiares y amigos tenían que ayudarlo en la guarda, hasta que llegó un momento en que pudo reunir todo en un único sitio. Cuando concretó su sueño de institucionalizar el archivo en mayo de 2014 recordó los comienzos de su biblioteca en la casa de sus padres:

“Fui juntando libros de arte y política. Esos fueron mis dos motivos de vida y que nunca abandoné. A esos libros iniciales les fui agregando afiches políticos a partir de los años setenta, que configuran una profusa colección que hoy llega a poseer más de mil ejemplares. Así se fue gestando esta colección –que ahora se llama Archivo de Artistas-, sumando también la colección de afiches artísticos y obras y archivos personales de otros artistas como Luis Pazos, Carlos Ginzburg y Elena Lucca”.

Pero no era un coleccionista que pudiéramos llamar convencional. Esas publicaciones no se encontraban disociadas de su actividad creadora, se integraban naturalmente a sus trabajos. Un ejemplo fueron las exposiciones en homenaje a los mártires de Trelew que se realizaron en el Centro Cultural de la Cooperación y en el Espacio para la Memoria (Ex ESMA).

Esos documentos atesorados se integraban a su producción hasta convertirse en elementos indisociables: no había barrera que separase al militante, el creador artístico y el coleccionista. Esto tal vez se entienda mejor si digo que él compartía lo que coleccionaba a través de las exposiciones y la docencia, pero también abriendo su archivo para quienes buscasen una información o una idea original. Fue más lejos todavía, porque transformó su colección privada en el Archivo de Artistas Juan Carlos Romero para que pudiese ser consultado por el público en general.

Abro un paréntesis para una digresión. Hubo una etapa en la que estuvo como responsable en el Museo Nacional de Telecomunicaciones, allí mostró la misma generosidad para compartir la información e igual celo para cuidar el patrimonio. Recuerdo su enojo cuando recibió un llamado de Canal 9 para que el museo facilitara unos teléfonos antiguos que serían usados en una telenovela. Alejandro Romay invocó su amistad con María Julia Alsogaray quien había sido puesta al frente de la Empresa para privatizarla. Juan Carlos trató de impedir la salida del material, sabía que podía extraviarse o ser robado, pero llegó una orden desde la presidencia de la ENTel y tuvo que ceder: frente al saqueo mayor que se estaba produciendo en el país el robo de unos “teléfonos viejos” podía ser considerada una rapiña menor, pero no dejaba de ser indignante. Cierro aquí el paréntesis.

Imágenes de colección

Juan Carlos falleció en abril de 2017, poco antes de cumplirse el segundo aniversario de su partida recibí un mensaje de una amiga suya, la artista plástica Hilda Paz. Allí me decía: “¿sabés que el archivo que conociste no lo vas a poder consultar más?” Así fue como me enteré que la colección de Juan Carlos había sido vendida a un coleccionista privado del exterior. Después empezaron a llegar otros mensajes, diarios y revistas se hicieron eco de la información, la Red Conceptualismos del Sur inició una activa campaña para tratar de impedir que ese patrimonio cultural e histórico fuera sacado del país.

Ese archivo era parte de su vida, casi diría que era un testimonio de su vida, una obra que debía trascenderle y recordar que detrás de esa obra estaba él. Compró una casa para reunirlo, es difícil imaginar que hubiese querido venderlo, más bien estoy convencido que pensó en su perduración. Hubo quienes colaboraron ordenando y catalogando, quienes digitalizaron algunos de los muchos afiches, poniéndolos en línea con el mismo espíritu colaborativo con que siempre había sido compartido; otros podrían disponer de esa documentación invalorable...


Hoy esas imágenes digitalizadas perduran y pueden ser consultadas en Colección Gráfica Política. Archivo de Artistas Juan Carlos Romero

jueves, 19 de mayo de 2022

Pequeñas cosas

 Dibujos y sombras


Hace unas semanas escribí sobre unos libros y el recuerdo de Aldo Comotto https://javiernieva.blogspot.com/2022/02/comotto-libros-y-un-recuerdo.html; ese fue el punto de partida para intercambiar mensajes con un par de compañeros del exilio; los tres compartimos la amistad con Aldo y aquellos tiempos de militancia antidictatorial. En otro momento volveré sobre eso, ahora quería mencionar un tema que surgió en forma casual cuando uno de ellos mencionó las primeras lecturas juveniles:

“(…) Las infaltables revistas que nos acompañaron entonces…Rayo Rojo, Misterix, Pif Paf, Paturuzú, El Tony, Rico Tipo, sin olvidarnos de Hora Cero y Frontera que nos trajo entre otras, las tiras de Oesterheld y Pratt.Y ya en esos años una que al menos a mí me marcó mucho: El Eternauta con dibujos de Solano López.”

La mención de aquellas revistas me puso nostalgioso. Yo era poco más que un niño y tuve la posibilidad de ser un devorador de revistas de historietas porque el dueño del quiosco que estaba al lado de casa me permitía leerlas “de ojito”. En esa época Argentina tenía algunos de los mejores dibujantes del mundo: Hugo Pratt, Alberto Breccia, Arturo Pérez del Castillo, José Luis Salinas, y muchos más. Yo quería ser dibujante de historietas y alguien debió convencer a mi madre que me hiciera estudiar dibujo. Durante un tiempo fui a una academia de barrio que estaba en la calle Monroe a pocos metros de Crámer, el profesor era Samuel Téncer. Para mis padres eso tuvo que ser un esfuerzo económico muy grande, mi padre era un obrero de la carne que trabajaba en el Frigorífico Sirdar, mi madre contribuía a la economía familiar trabajando por horas como empleada doméstica. Cuando terminé la escuela primaria debí abandonar el dibujo para empezar a trabajar yo también. En ese sentido mi historia no fue muy distinta a la de muchos chicos de barrio a mediados de los ’50.

Lo cierto fue que en aquellos tiempos aprendí a diferenciar un buen dibujo de un mal dibujo, desarrollé un cierto gusto, nunca dejé de interesarme por las artes plásticas. Cuando mi economía personal mejoró y mis ingresos me permitieron comprar revistas y libros pude cultivar eso que llamamos cultura. Obviamente no visitaba grandes exposiciones ni galerías de arte, mi formación cultural andaba por suplementos literarios, colecciones de fascículos, librerías de la calle Corrientes y salas de cine como el Lorraine y Cine Arte. Todo eso habría merecido el comentario despectivo de alguna “señora gorda” (la expresión no es mía sino de Landrú).

Fui un lector voraz y un aficionado más o menos atento. En los tiempos en que empecé a poner mayor dedicación a las prácticas sociales tuve la suerte de compartir militancia con algunos compañeros que tenían una gran experiencia artística, en un mutuo intercambio fui entrenando el ojo para valorar una fotografía, una película, un afiche o una pintura. Mucho contribuyeron a mi formación los compañeros-maestros que se encargaban de la prensa en la agrupación sindical donde inicié mis pasos:

“Los encargados de prensa en la agrupación eran Juan Carlos Romero, un compañero de Redes Locales en la dirección de Ingeniería, y Guillermo Pérez Curtó, empleado en oficina Comercial. El primero era artista plástico y ya para entonces había ganado un primer premio en el Salón Buenos Aires, el segundo era un excelente fotógrafo: si es por artistas no nos podíamos quejar.” [1]

Sin darme cuenta, junto a ellos fui aprendiendo lo que era poesía visual, composición tipográfica, diseño gráfico. Todo ese bagaje reunido un poco azarosamente me fue de gran utilidad cuando años después incursioné en la creación de algunos libros.

Luces y sombras

En la academia de dibujo tenían los modelos de yeso clásicos: una Flor de lis, una Venus de Milo, una máscara sobre la pared. Vagamente recuerdo algunas lámparas apuntadas a esos modelos desde distintas posiciones, la sombra que proyectaban era parte de lo que teníamos que observar y reproducir. La máscara resultaba muy especial por todo lo que aprendimos viendo simplemente los juegos de luces y sombras; si era iluminada desde alguno de los costados la tengo en la memoria como una imagen convencional, pero si la luz le llegaba desde arriba el efecto era de dramatismo o pesar. En cambio cuando se iluminaba desde abajo la imagen era grotesca o aterradora.


La sombra es complementaria de la luz, casi diría que luz y sombra forman una pareja dialéctica.


Jugar con luces y sombras es algo que debo a aquel tiempo en que empecé a prestar atención a los objetos ubicados en la pared de la academia. Se encendía una u otra luz, sólo en casos muy especiales se iluminaba con más de una lámpara y nos encantaban los juegos de sombras que se superponían y entrecruzaban. El profesor o algún alumno destacado nos mostraron alguna vez sombras chinescas; poner las manos en determinadas posiciones servía para proyectar figuras fantásticas, agregando algún pequeño objeto se conseguían imágenes que nos deslumbraban.

Recordar aquellos juegos fue algo casual. Hace tiempo me puse a buscar en Internet la revista TXT, quería localizar una fotografía que apareciera publicada en el primer número. Era un objetivo desmesurado, obviamente inalcanzable. Pero la testarudez me llevó a agregar datos como si eso mejorara las posibilidades. Incluí el nombre del director de la publicación, Adolfo Castelo, y allí se cruzó una información que me devolvió a las sombras chinescas de mis primeros años.

El encuentro no fue culpa del buscador ni tampoco mía, “los caminos del Señor son inescrutables”. Yo puse el nombre de Castelo y el programa me devolvió una información que me llenó de regocijo. En algún momento Dolina y Castelo trabajaron juntos en esos programas que los trasnochadores escuchan con devoción en la madrugada; no recuerdo si fue en “Demasiado tarde para lágrimas” o en “Claves para bajarse de la cama”, pero habían creado un personaje, un mago oriental, que hacía sombras chinescas por radio. Esto puede parecer absurdo, a mí la ocurrencia me pareció genial, y todavía me pareció más ingeniosa la aclaración de que el Mago oriental tenía esa denominación por ser uruguayo y llamarse Washington Tacuarembó.



jueves, 10 de marzo de 2022

De Esferas y Hexaedros

 

Desde la más remota antigüedad los seres humanos han mirado al cielo, se han deslumbrado con las estrellas, tal vez se sintieron disminuidos y amedrentados, seguramente buscaron relaciones entre tan imponente magnificencia y su propia pequeñez. Llegó un momento en que descubrieron que esas luminarias eran siempre las mismas reiterándose noche tras noche, siempre ocupando un mismo lugar con respecto a otras, siempre moviéndose de levante a poniente, igual que el sol. Entonces no existía ni este ni oeste, ni norte ni sur, era sólo levante y poniente, porque esas maravillas de la naturaleza se alzaban siempre por el mismo lado, se movían siempre en una misma dirección, desaparecían siembre por un mismo lugar. Fue a partir de esos fulgores moviéndose por el cielo que nacieron los puntos cardinales, la medida del tiempo, el descubrimiento de puntos de orientación no sólo a ras del suelo sino también en lo alto.

Ese movimiento dibujaba una forma, una bóveda inmensa limitada por esas luces nocturnas. Esa perfecta redondez en todas las direcciones tenía en su centro a la tierra y parecía girar en torno a ella. Un invisible eje podía imaginarse pasando por el centro de la tierra, prolongarse hasta dos lugares bien definidos en la esfera celeste, dos polos que, aunque no pudieran ser vistos simultáneamente, eran los firmes apoyos del movimiento giratorio.

La atenta y reiterada observación mostró regularidades asombrosas, y no sólo en lo que se repetía siempre igual a sí mismo, sino en dos cuerpos ostensiblemente diferentes que vagaban por el cielo: la luna y el sol. Pero además de ellos, otras “estrellas errantes” giraban de manera diferente al de las estrellas fijas. Estos vagabundos se movían sobre el fondo estrellado, por lo tanto estaban más cerca de la tierra, cada uno parecía tener un lugar de desplazamiento que le era propio, y también la velocidad con que se movían era particular de cada uno de ellos. Se empezaron a registrar esas evoluciones, aún con yerros e imperfecciones se pudo establecer un ordenamiento en la ubicación de los planetas, y se supuso que cada uno de ellos era solidario con una esfera, porque la regularidad del movimiento estaba asociada a la perfección, y ésta a la forma esférica.


En las últimas páginas de República el Sócrates platónico le cuenta a Glaucón como viaja el alma de un soldado muerto en combate; ese fragmento formaba parte de la bibliografía de un seminario dictado por los profesores Roberto Casazza y Aníbal Szapiro sobre la explicación de los movimientos celestes, por eso el interés no estaba puesto en las penalidades de los espíritus sino en la poética descripción del cielo. El relato recogía buena parte de lo que hoy podríamos llamar el conocimiento astronómico de la época. Se suponía que la Tierra era una esfera que ocupaba el centro del universo y que alrededor de ella giraban la Luna, el sol y los cinco planetas conocidos hasta entonces: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. Y más lejos todavía estaban las llamadas estrellas fijas, esas que aparentemente no cambian de posición en el cielo y que se repiten siempre iguales noche tras noche.

Para el observador terrestre era fácil imaginar una gigantesca esfera en la que se ubicaban las estrellas; el propio desplazamiento de éstas en el cielo nocturno contribuía a la idea de esfericidad de ese límite. Contra ese fondo estrellado se movían los planetas y se supuso que cada uno de ellos estaba asociado a una esfera totalmente transparente. Maimónides diría en el siglo XII:

“Las esferas no son livianas ni pesadas, tampoco poseen color, no rojo ni negro u otro (…) las esferas son translúcidas y transparentes como el vidrio, como el zafiro. (…) Tampoco tienen ni sabor ni olor, ya que tales atributos sólo se presentan en los entes materiales.”

En el relato platónico eran ocho las esferas que rodeaban la Tierra, la más lejana –la esfera celeste- era la de las estrellas fijas y hacia el centro se ubicaban Saturno, júpiter, Marte, Mercurio, Venus, el Sol y la Luna. El ejemplo que daba el soldado del relato era el de una tortera metida una dentro de otra, “y así una tercera y una cuarta y otras cuatro más”. Pero la frase sobre la que quiero llamar la atención es aquella en la que dice: “como las cajas cuando se ajustan unas dentro de otras”.

“(…) según lo que dijo, había que concebirla a la manera de una tortera vacía y enteramente hueca en la que se hubiese embutido otra semejante más pequeña, como las cajas cuando se ajustan unas dentro de otras; y así una tercera y una cuarta y otras cuatro más. Ocho eran, en efecto, las torteras en total, metidas unas en otras”.

En ese seminario también se habló de los cinco poliedros regulares porque Kepler desarrolló una teoría astronómica basándose en ellos; comentar ese tema me alejaría mucho de lo que estoy contando, simplemente menciono esos cinco sólidos regulares: tetraedro, hexaedro, octaedro, dodecaedro e icosaedro. El segundo de esos poliedros, el hexaedro, tiene importancia en esta historia.


Antes destaqué la comparación hecha por Platón, “como las cajas cuando se ajustan unas dentro de otras”, al referirse a las esferas concéntricas. A partir de esa frase se disparó la idea que terminó en la construcción de “El Hexaedro Celeste”. No me interesaba una construcción con esferas concéntricas (tampoco podría haberla hecho), pero las cajas “ajustándose unas dentro de otras” era una idea muy atractiva. Voy entonces a la descripción de la obra.

En rigor sólo hay un hexaedro completo, el que simboliza la Tierra y se ubica en el centro, los siete que le siguen están abiertos por un lado para permitir que en su interior se vayan ajustando los demás como las cajas del relato platónico. El octavo, el más externo, se asemeja a un exaedro sólo cuando la obra está totalmente cerrada, para permitir el acceso al interior se abre como las valvas de una ostra.

El cubo central está revestido con un marmolado para simbolizar la Tierra, las cajas que le siguen tienen coloraciones distintas porque en el texto platónico cada una toma el color del planeta al que está asociada. En el caso de la más externa diría que era estrellada, y luego continuaría en orden descendente: amarillenta la de Saturno, blanca la de Júpiter, rojiza la correspondiente a Marte, nuevamente amarillenta la de Mercurio, blanca también la de Venus, brillante la asignada al Sol, reflejando la luz de la anterior la de la Luna.



Unos años atrás participé con algunos de mis trabajos en un encuentro organizado por EARA, entre ellos estuvo El Hexaedro Celeste. Desde un principio me había preocupado el problema de exponer una obra que necesitaba ser mostrada en sus partes constitutivas para poder ser apreciada. Voy a dar un pequeño rodeo para que se entienda cual es el problema.

Supongamos que nos encontramos frente a una escultura, se trata de una estructura estática ubicada ante nosotros, la vemos desde una determinada posición y podemos observar lo que se ofrece directamente a nuestra vista. No la abarcamos en su totalidad y sabemos que desde otra posición podríamos contemplar detalles que en ese momento permanecen ocultos. Empezamos a movernos en derredor de ella, vamos rodeándola para descubrir aspectos nuevos, y a medida que lo hacemos varía la parte que se nos presenta. El cambio de posición implica un cambio de perspectiva no sólo con respecto a la escultura misma sino al paisaje que la rodea.

Sin embargo, si pudiéramos rodearla completamente no habríamos agotado todas las posibilidades de contemplación, un círculo alrededor de un objeto sólo nos permite abarcar un plano, tal vez un movimiento esférico nos proporcionaría esa visión totalizadora. Pero esto último es una digresión, volvamos al comienzo de este párrafo y supongamos que dando una vuelta alrededor de la estatua ya tenemos suficiente.

Con el Hexaedro el problema era cómo presentarlo, si se lo exponía cerrado todo lo que se podría ver sería una caja de color azulado. Si se lo mostraba abierto mejoraba la presentación pero sólo mostrando una caja interior que seguía ocultando los demás componentes. Si se quitaba esa primera caja se permitiría observar la segunda pero continuaría el ocultamiento de lo que había debajo. Ir retirando las distintas capas se permitía llegar al cubo central, la obra como tal quedaba destruida. Cuento todo esto porque creo que puede ser útil para quienes tengan que presentar una obra que no necesariamente tenga automovimiento.



El caso se parecía bastante a la de una escultura, pero una escultura que debía ser explorada internamente. Imaginé un edificio visto desde el exterior, alguien se sitúa frente a él y lo observa; comienza a rodearlo y va descubriendo nuevas perspectivas, no sólo del edificio en sí mismo, sino en relación con el entorno contra el que se recorta. El observador tiene delante al edificio y también al paisaje que le sirve de fondo, pero todavía queda el interior, toda una estructura a descubrir…

Recordé las palabras del profesor Roberto Walton en una de sus clases de Gnoseología:

“Nunca agotamos el objeto; la cosa se da siempre a través de un aspecto, de un perfil o de un escorzo. Siempre tenemos perfiles o escorzos parciales de un objeto”.

En su explicación iba mucho más lejos porque aseguraba que ese aspecto parcial del objeto era a su vez un sistema de escorzos.

Cualquiera fuera la forma en que expusiera el Hexaedro sería sólo una exposición parcial; más tarde llegué a la conclusión de que eso siempre ocurre con cualquier obra, si no quedaran aspectos a descubrir, nuevas perspectivas a indagar, no se estaría en presencia de algo que valiera la pena observar.

Pero entonces ´todavía estaba empeñado en mostrar la obra de la forma más completa posible; imaginé que si la acompañaba con un juego de fotografías orientaría a quienes la contemplaran a dar un salto cualitativo en la comprensión. Recurrí a Edgardo Gutiérrez, quien además de ser profesor de filosofía en la UBA es un gran cinéfilo y una persona paciente y comprensiva. Le expliqué que quería unas imágenes del Hexaedro desde distintas perspectivas y en una secuencia que mostrara la caja cerrada y su posterior apertura.

Edgardo hizo un gran trabajo y la serie de fotografías entusiasmó a María Ángela Silvetti que, además de ser quien actualmente preside la asociación de Encuadernadores Artesanales de la República Argentina, es docente universitaria. Con esas imágenes ella preparó el PowerPoint que cierra esta nota.




miércoles, 23 de febrero de 2022

Comotto: Libros y un recuerdo

 Las Veinte mil leguas

El pulpo, ilustración de la edición de Veinte mil leguas de viaje submarino, 1870. Tomada de Wikipedia, la enciclopedia libre

Sin ninguna razón especial me puse a releer Veinte mil leguas de viaje submarino, el relato de Julio Verne. Probablemente fue en mi adolescencia cuando en alguna de las numerosas revistas de historietas que devoraba por entonces conocí una versión abreviada de la historia. En mi memoria había quedado el Capitán Nemo como el hombre autoritario que gobernaba el Nautilus; el personaje era mucho más complejo, mi opinión sobre él fue cambiando a medida que avancé con la nueva lectura.


Tras algunos incidentes marítimos las potencias navales de la época habían llegado a la conclusión de que el Nautilus era un monstruo marino que debía ser eliminado. Estados Unidos alistó una fragata para dar caza a la bestia imaginaria, pero en el ataque tres integrantes de la tripulación cayeron al agua e iban a perecer ahogados en medio del Océano. La nave de guerra se alejó, eran noche cerrada y nadie podía verlos ni escucharlos, estaban condenados irremisiblemente si alguien no acudía rápido en su auxilio. Fue entonces cuando apareció nuevamente el submarino, la escotilla se abrió y los náufragos pudieron ingresar en la nave atacada.

El capitán Nemo los había salvado de una muerte segura pero descubriéndoles el secreto de su embarcación; dejarlos en libertad era imposible, los náufragos pasaron a ser forzados huéspedes o prisioneros, según con qué criterio se evaluara la situación. No entro en los detalles de la historia para no privarlos del placer de una futura lectura, sólo reproduzco unas palabras del capitán Nemo después de luchar con un tiburón que atacara a un pescador de perlas.

“Ese indio, señor profesor, es un habitante del país de los oprimidos, y yo soy aún, y lo seré hasta mi muerte, de ese país”.

Pero no quiero dispersarme más de lo que acostumbro, yo fui leyendo la novela casi como un pasatiempo hasta que me empezaron a deslumbrar las descripciones de la fauna marina. El profesor Aronnax había señalado una de las vitrinas dentro del Nautilus y su ayudante Conseil comenzó a musitar: “clase de los gasterópodos, familia de los bucínidos, género de las Porcelanas, especie de los Cyproea Madagascariensis...” El profesor decía que su ayudante “era capaz de recorrer con una agilidad de acróbata toda la escala de las ramificaciones, de los grupos, de las clases, de las subclases, de los órdenes, de las familias, de los géneros, de los subgéneros, de las especies y de las variedades”.


A medida que avanzaba con la lectura empecé a imaginar una exposición: un gran Museo, paneles con fotos y dibujos que tomasen como punto de partida las clasificaciones del relato de Julio Verne. Carteles cubriendo las paredes donde se actualizase la información a la luz de los nuevos cánones científicos. Y completando el delirio un buen catálogo, una publicación con pasajes de la novela que encontrasen su correlato con las fotos y dibujos de los paneles: ¡para fantasear hay que hacerlo a lo grande!


Estaba en esos delirios y se me ocurrió buscar una edición de Veinte mil leguas de viaje submarino; tenía que ser un libro ilustrado y, de ser posible, con dibujos atractivos sobre la fauna marina. De entrada yo sabía que ese era un objetivo desmesurado, el aspecto zoológico no es lo más destacable en la historia. Pero como no perjudicaba a nadie buscando la información comencé mi rastreo por Internet.


La hipótesis de ese libro era tan fantasiosa como lo de la exposición; yo imaginaba que alguien podría haber pensado en ilustrar la novela y que un editor lo acompañase en el proyecto. Pero eso podía haber pasado o no, y aun suponiendo que alguna vez se hubiese editado no tenía por qué ser fácil conseguir un ejemplar. A pesar de todo eso el libro ilustrado existe, no es algo que esté en todas las librerías de Buenos Aires, pero el acceso a la edición de Nórdica está dentro de lo posible.

El ejemplar que descubrí fue ilustrado por Agustín Comotto, aunque no conozco (y nunca podré conocer) sus dibujos tengo un particular afecto por ese artista plástico. Y aquí viene la otra historia que precedió a la que les estuve contando.

La novela ilustrada “155”


Hace algo más de cuatro años leí que Emecé había publicado la novela ilustrada “155”, una obra dedicada a la vida de Simón Radowitzky. El libro demandó unos seis años de investigación, escritura del guion y realización de los dibujos.


Simón Radowitzky fue el joven militante anarquista que en noviembre de 1909 ajustició al coronel Ramón Falcón, el jefe de policía que comandó la represión a los obreros que el 1º de mayo de ese año se congregaron en la actual Plaza Lorea para homenajear a los mártires de Chicago. El saldo de la represión fue de decenas de muertos y heridos que luego se incrementarían con las víctimas de la Semana Roja, así llamada por las bajas que causó la ferocidad policial. Después del atentado justiciero el joven fue perseguido y acorralado por la policía, intentó quitarse la vida pero fracasó en el intento y fue detenido y torturado antes de ser sometido a juicio. La condena a muerte debió ser cambiada por la de prisión perpetua cuando se comprobó que Simón era menor de edad.

La novela gráfica realizada por Agustín Comotto es un riguroso documento histórico que demandó varios años de investigación. En esa obra no sólo fue el autor de las ilustraciones, antes escribió el guion, y para ello estudió a fondo la vida del personaje. Entre otras cosas viajó hasta la “cárcel del fin del mundo”, la prisión de Ushuaia donde eran confinados los luchadores sociales a principios del siglo XX. En la presentación de su libro escribió:

“A punto de embarcar en avión desde Buenos Aires hacia Ushuaia, pienso en las tres horas de retraso que sufrimos, el amontonamiento de turistas en el aeropuerto, la mezcla de idiomas: portugués, hebreo, castellano. Pienso en el fastidio que siento en la espera y la ansiedad por realizar el vuelo hacia el fin del continente para pasar una semana investigando. De pronto, surge la inevitable comparación: Simón Radowitzky viajó en el fondo de un barco de carga a vapor entre otros miserables, tragando el polvo de hulla, el humo que se filtraba desde la chimenea al exterior y las cadenas y la barra de hierro fijada a sus pies. Pienso en los 25 días de vaivén en el mar a oscuras; el sudor, mezcla de adrenalina y mugre, y la espera miserable hasta llegar al presidio de Ushuaia. Simón Radowitzky pasó 21 años encerrado en una jaula.

¿Cuánto puede resistir un hombre por un ideal? ¿Qué hace que éste lo haga invencible? Simón Radowitzky fue de esas raras anomalías que trascendió el mito para volver a ser, luego de miseria, horror e ignominia, lo que quiso: un hombre común y corriente que luchó por la justicia”.

Realmente Simón Radowitzky es un personaje deslumbrante; algunos sólo lo conocen como vengador de las víctimas de la Semana Roja, pero mucho antes debió escapar del Imperio Ruso donde comenzara su militancia sindical y política. En Argentina se sumó a la FORA y estuvo entre los asistentes del acto del 1º de Mayo en Plaza Lorea. Fue testigo de la ferocidad policial y tuvo buenos motivos para querer vengar a las víctimas de la masacre. El sistema se ensañó con él, habría sido fusilado si su partida de nacimiento no aparecía a tiempo para mostrar que todavía era menor de edad. La condena original fue cambiada por prisión perpetua y su lugar de reclusión sería la cárcel del fin del mundo. Cada año, al cumplirse el aniversario de su acto justiciero, se lo sometía a una dieta de pan y agua durante diez días. Pasó 21 años en la cárcel hasta que el reclamo de indulto consiguió que se lo liberara, pero fue una libertad acompañada con la orden de destierro. Después viajó a España para sumarse a los combatientes que luchaban contra los fascistas durante la Guerra Civil.

Foto de Simón Radowitzky conservada en el Archivo de Historia Social de Ámsterdam e intercalada en la nota “El héroe secreto | La historieta sobre Simón Radowitzky”; Página12, 18.3.2018.

Cuando Agustín Comotto presentó su proyecto al editor éste le dijo: “Esta historia es como un tajo en diagonal por el siglo XX”. Aunque la novela gráfica tiene sobrados méritos propios, debo confesar que mi interés inicial por esa obra fue despertado por el recuerdo de un buen compañero… Y aquí voy a la tercera parte de esta historia.

El recuerdo de Aldo

A mediados de 1977 llegué a Madrid junto a mi esposa; durante las primeras semanas la principal preocupación fue conseguir asistencia médica para Olga. El nacimiento de Claudio Martín se produjo en septiembre, y después comenzamos a retomar los contactos con los amigos dispersos por el mundo. Uno de ellos le escribió a Aldo recomendándole que se comunicara conmigo; Aunque no nos conocíamos de Buenos Aires ni compartíamos encuadramiento partidario teníamos una cierta práctica en común. Yo había iniciado mi actividad como delegado sindical a comienzos de los ’60, él llevaba varios años como abogado laboralista; pero por encima de esa coincidencia en torno a los problemas sociales teníamos un enemigo común: la más feroz dictadura de la historia moderna argentina. Reagruparnos no era sólo una cuestión nostálgica o de mutua asistencia, el objetivo era unir fuerzas para colaborar en la lucha contra la dictadura. Aldo y yo establecimos una muy buena relación, aunque no nos encontrábamos con frecuencia solíamos cruzarnos en las distintas actividades del exilio. Cuando regresamos al país volvimos a coincidir en la colaboración con el Centro de Estudios y Formación Sindical.

Pero mejor voy a lo importante.

Aldo era Aldo Comotto, el padre de Agustín Comotto. En la nota periodística donde leí la noticia sobre la imponente novela gráfica decía que la primera vez que Agustín escuchó el nombre de Simón Radowitzky tenía apenas ocho años:

“Su padre solía hablar con él de muchas cosas, especialmente de política y de las figuras políticas que mitificaba, como el Che Guevara, Lenin, Raúl Sendic, Silvio Frondizi o Agustín Tosco. Abogado laboralista, marxista y militante del PRT y exiliado en España a comienzos de los 70 huyendo de la Triple A, Comotto padre respetaba a Radowitzky, algo difícil porque no les tenía simpatía a los anarquistas.”

Cuando Aldo encontró en un periódico la foto de Radowitzky, comenzó a contarle a su hijo la historia del hombre que había ajusticiado al coronel Ramón Falcón. Agustín quedó impresionado con el relato que serviría de base a su monumental novela gráfica. Décadas después encararía uno de los proyectos más ambiciosos de su carrera.

La primera edición del libro fue realizada por la española Nórdica en 2016; ese mismo año la obra se tradujo al francés y fue publicada por Vertige Graphique. Al año siguiente se tradujo al inglés y se publicó en Estados Unidos; y luego aparecería en alemán editada por Bahoe Books Viena.

Dije antes que esa obra tiene sobrados méritos propios, simplemente quise traer el recuerdo de un gran compañero, el incentivo adicional que me llevó a buscar y conseguir ese libro.

martes, 15 de febrero de 2022

Amigos de aquí y de allá

 

A fines de diciembre llegó desde Buenos Aires la carta de un compañero al que le había escrito una semana antes contándole del modo más críptico posible que estaba “anclao en Madrid”; aquel mensaje mío era una de las tantas “botellas al mar” buscando recuperar el contacto con amigos y seres queridos. Con este compañero nos conocíamos desde mediados de los ’60 Cuando nuestra agrupación sindical tenía bastante predicamento dentro y fuera de Telefónicos. AVANZADA nació en 1964 y unos meses después nos presentamos a elecciones; con 1.500 votos de respaldo nos convertimos en una fuerza respetable. Pero más importante que eso fue la continuidad de nuestro trabajo en el movimiento obrero, la participación en losproyectos combativos de los trabajadores o la adhesión a la CGT delos Argentinos.

Para el momento en que me escribió él ya había adoptado un pseudónimo con el que firmaba sus colaboraciones periodísticas. Era un resguardo mínimo ante la dictadura, en su libro “El final de los días” cuenta que aquel no fue un nombre de guerra, sino el pseudónimo político-literario que adoptó durante la dictadura para firmar sus colaboraciones con algunos periódicos europeos.

El pseudónimo siguió acompañándolo desde entonces. Podría haber intentado blanquear su identidad cuando la dictadura comenzaba a retirarse tras la derrota de Malvinas, pero todo era muy incierto. El funcionario amigo que le facilitó la reincorporación en el Ferrocarril le dijo que mantuviera el perfil bajo: “No te metas en problemas porque me arrastrás a mí con vos”. Traducido a un lenguaje más entendible eso quería decir que para seguir escribiendo lo hiciese con su pseudónimo. Pasó el tiempo, llegó la democracia y se sucedieron los cambios; la revista que él dirigía se convirtió en una publicación en ascenso, no era el momento para dejar de ser Eduardo Lucita.

Pero me adelanté mucho en la historia, mejor vuelvo a diciembre de 1977 y a la carta que recibí por aquellos días. Con una escritura tan críptica como la que yo había usado me contó que estaba en Buenos Aires y que su intención era seguir allí mientras fuera posible. Entre líneas deslizó el nombre de un amigo, dijo que si teníamos alguna necesidad nos pusiéramos en contacto con él porque era un muy buen tipo.

José y Norma

Cuando llamé por teléfono no tuve que dar muchas explicaciones, apenas si intercambié algunas palabras y ya José Montenegro nos estaba invitando a su casa. Su compañera Norma Gigante nos esperó en la parada del ómnibus y desde un principio se mostró afectuosa con nosotros. También ellos estaban exiliados, eran cordobeses y con medida cautela fuimos intercambiando historias. En Villa María habían tenido una librería con un nombre muy literario: Librería Macondo. En algún momento se habían dedicado a la fotografía, en Madrid trabajaban en un puesto callejero vendiendo libros. Ese domingo a mediodía sirvieron unos fideos, pero José se jactaba de ser un buen asador, faltaban tres o cuatro días para el 31 de diciembre y nos invitaron a esperar la llegada del año nuevo junto a ellos y otros compañeros: “No se queden solos, vengan a pasarlo con nosotros”.

Era una casa de puertas abiertas como las que se mencionan en las canciones populares; los que nos juntamos aquella noche debíamos tener historias más o menos parecidas, no recuerdo que se hablara demasiado de eso. José mostró que era realmente un maestro haciendo el asado; había encontrado un carnicero español que aceptó hacer los cortes de carne “al modo argentino”, desde temprano preparó el fuego y puso en la parrilla las tiras de asado. Cada tanto repetía como un desafío: “lo que esté crudo o quemado déjenmelo aparte”. Fue una noche inolvidable, inolvidable aunque ya no recuerde los detalles. A partir de entonces pasamos juntos todos los fines de año hasta que emprendimos el regreso

Aunque los asistentes no teníamos relación de parentesco entre nosotros, cada Navidad y cada Año Nuevo fue una verdadera reunión familiar. Parecía existir un tácito acuerdo para evitar las discusiones políticas, en esas noches de fraternidad lo fundamental era estar juntos, contarnos anécdotas, compartir algunas canciones. Había una guitarra por si alguien sabía ejecutarla.

Es asombroso como la memoria trabaja con los recuerdos, destaca alguno sobre los demás, recompone otros y termina armando una reunión casi arquetípica. En una de aquellas noches estuvo Amalio Rey, un abogado cordobés que tomó la guitarra y pulsó alguna cuerda. Entre risas alguien lo toreó para que tocara algo; él siguió el juego y preguntó “si querían algún opus en particular”. El desafiante le dijo que no hiciera ostentaciones intelectuales, la broma continuó hasta que Amalio comenzó a tocar una melodía. La sorpresa fue casi generalizada, Alguien que lo conocía de Córdoba se inclinó hacia nosotros para contarnos que, aunque aficionado, él era muy buen guitarrista.

El anecdotario podría extenderse indefinidamente, y tal vez en otro momento cuente sobre aquella Noche donde también estuvo Oscar Matus.

Estar junto a José y Norma para fin de año se volvió un compromiso ineludible. Al llegar cada mes de diciembre ya sabíamos que ellos nos recibirían y, por supuesto, ellos sabían que nosotros no faltaríamos. Pero no fueron sólo las reuniones de fin de año, también coincidimos en otros eventos donde el exilio participaba de modo unificado. Uno de los más importantes era la conmemoración del 1º de Mayo; allí marchábamos junto a las centrales sindicales españolas. La colectividad argentina era muy numerosa y la representatividad del TYSAE era indiscutida, por eso todos los argentinos se encolumnaban bajo esa bandera. Precisamente fue en una de esas marchas cuando Norma se nos acercó y le cuchicheó algo a Olga, luego se alejó rápidamente mientras se reía porque había compartido algo muy personal. Olga se volvió y me dijo con esa emoción que sólo puede trasmitir una mujer que ha sido madre: ¡Norma está embarazada!

Fueron años de sobrevivir como se pudiera, vendiendo libros o baratijas en un puesto callejero. José y Norma no le ponían cara de asco al trabajo, habían sido libreros y también fotógrafos, y en el destierro aprendieron a imprimir. Con un ahorro mínimo compraron una pequeña impresora de oficina, esa maquinita era poco más que un mimeógrafo pero les sirvió para editar volantes y folletos comerciales hasta que se aventuraron en la impresión de algún librito. Y tuvieron el buen gusto de llamar "Ediciones del Monte Negro" a aquel emprendimiento.


Después de Malvinas la dictadura se batió en retirada; se abrió la posibilidad del retorno; nosotros volvimos a Buenos Aires, Norma y José junto a la pequeña Paulita lo hicieron a Córdoba.

martes, 19 de octubre de 2021

Pequeñas cosas

 Recuerdo de una visita a la Cárcova

 


Aquella mañana Juan Carlos Romero vino por el taller trayendo unos apuntes para encuadernar, aproveché para mostrarle un trabajo que había terminado en esos días. No tenía nada que ver con las encuadernaciones tradicionales, era una obra que tomaba como punto de partida los antiguos libros plegados. Yo había reunido un grupo de imágenes y con la asistencia de mi hijo fui haciendo el diseño para construir un libro que no tenía más pretensión que engrosar mi colección personal. Era un libro plegado sólo en su concepción constructiva, las secciones era de material rígido y las articulaciones flexibles permitían la más completa apertura.

La obra tenía otra particularidad. Los libros plegados en zigzag tienen su origen en los antiguos libros-rollo, cuando se comenzó a plegarlos en lugar de arrollarlos se comprobó que la manipulación, el almacenamiento y la consulta del contenido se facilitaba enormemente. Pero en lo esencial, tanto el rollo como el plegado seguía siendo una larga faja de papiro o pergamino. Para formar el acordeón los dobleces eran siempre paralelos y se alternaban uno hacia adentro y el siguiente hacia afuera. En mi trabajo la dirección de los dobleces no respondía a esa lógica, por eso al estar totalmente abierto de plano su forma no era el de una faja alargada.

 

Y todavía había algo más: en un libro convencional sólo dos páginas pueden ser observadas simultáneamente (la par sobre la izquierda, la impar a la derecha); en el plegado tradicional la contemplación puede extenderse a todo lo largo de la tira, en mi libro algunas páginas se yuxtaponían con la de arriba y la de abajo.

Juan Carlos se olvidó de los apuntes que traía, se puso a manipular la obra y repetía entusiasmado por el descubrimiento: ¡Javier, esto es un libro de artista! Que dijera eso era todo un elogio; él era un artista consagrado, una verdadera autoridad en todo lo relacionado con el grabado, la poesía visual, los libros de artista y mucho más. Ya  desde antes prestaba gran atención a mis trabajos cuando venía por casa, a partir de aquel momento su interés aumentó.

 

Varias veces me dijo que quería que llevara algunas de esas obras para mostrarlas a sus alumnos. Finalmente un día cargamos una buena cantidad de libros-objeto en su coche y nos fuimos para la Escuela Ernesto De La Cárcova. Yo estaba entusiasmado con la perspectiva de colaborar en una de sus clases sobre libros de artista, era todo un halago que me hubiese invitado a acompañarlo. Teníamos muchos años de coincidencias políticas y sindicales, pero también compartíamos afinidades artísticas.

Era un martes soleado y con un clima casi primaveral, íbamos por la costanera organizando la clase y salpicando comentarios varios. En un momento me dijo “ahí está el Museo de Telecomunicaciones”, en realidad eran las últimas semanas que el museo estaría allí, luego Telecom se desprendería de él. Juan Carlos había dejado de dirigirlo al llegar la privatización, cada tanto recordábamos alguna anécdota porque en el fondo nos seguíamos sintiendo telefónicos. https://javiernieva.blogspot.com/2017/09/romero.html

 

Muchas veces habíamos hablado de libros de artista, un tema en que Juan Carlos tenía una enorme experiencia. Todavía intercambiábamos opiniones cuando llegamos a la Cárcova. Cargando los paquetes entramos a la Escuela y nos dirigimos al aula de la planta baja donde se haría el encuentro.

 

Estábamos en los preparativos, él revisaba algunos trabajos de sus alumnos, yo acondicionaba mis libros. Fue entonces cuando entró al aula una mujer que trabajaba en la Cárcova, y dejó caer una frase como si fuera una bomba: “¡Atentaron contra las Torres gemelas!” El revuelo fue general; el único que parecía no conocer la existencia de las torres era yo. Todos se movieron, alguien se acercó a un televisor y lo encendió. Empezaron las exclamaciones, los comentarios superpuestos, las referencias a las imágenes que en realidad era una única secuencia repetida y vuelta a repetir. Con semejante conmoción nadie se acordaba de mis libros, yo tuve suficiente sensatez como para sonreírme y guardar silencio.

La conmoción por la noticia duró largo rato, Juan Carlos tuvo que ser tolerante y esperar que se calmaran los comentarios. Finalmente hizo apagar el televisor. Lo que tendría que haber sido una exposición de libros se redujo a una rápida pasada por las obras. En el camino de vuelta lamentó la coincidencia, la frustrada clase sobre libros de artista también fue un “daño colateral” del 11 de septiembre de 2001.


Una cortada

 A mediados de los 60 empecé a frecuentar los libros de la Editorial Universitaria de Buenos Aires; se instalaron puestos de venta en distintos lugares de la ciudad, uno de ellos estaba en la esquina de Avenida de Mayo y Chacabuco. Era mi parada obligada cuando salía de estudiar, yo estaba deslumbrado con esas publicaciones y siempre terminaba comprando algún libro.

Uno que recuerdo especialmente es “Buenos Aires, mi ciudad”, era un poco más grande que el tamaño carta, con unas hermosas fotografías de Sameer Makarius que cubrían toda una página y enfrentándola un texto referido a la imagen. La fotografía de la Cortada de Carabelas se complementaba con la poesía homónima de Carlos de la Púa:

 

 “Reñidero mistongo de curdas y cafañas,

 de vivillos de grupo y de vivos de veras,

 la cortada es el último refugio de las cañas

 y la cueva obligada de las barras nocheras…”

 

Aquella cortada fue rebautizada como Pasaje Carabelas, pero yo ahora me voy a otra cortada, un pequeño caminito de mi época infantil. Era apenas un paso bordeando el alambrado del ferrocarril, en los años 50 ‘unía la calle Melián con Blanco Encalada. Aunque esas calles no son paralelas, para los que venían desde el lado del Hospital Pirovano caminando por la vereda impar de Melián, antes de llegar a La barrera se encontraban con ese pequeño paso que les permitía llegar a Blanco Encalada. No tenía ningún nombre, no figuraba en los mapas, simplemente le decíamos el caminito.

Muchos años después volví a andar por esa zona. Las idas y vueltas del trabajo me llevaron a un edificio que empezaba a funcionar como Escuela y Centro de Documentación. El taller de encuadernación todavía no había terminado de ser instalado, teníamos mucho tiempo ocioso y salíamos a caminar por el barrio. En una de esas andanzas llegamos al caminito que yo conservaba en mi memoria. Pero el caminito ya no era aquel estrecho pasaje que bordeaba el alambrado del ferrocarril,  se había abierto un pasaje de unos treinta metros de largo, una calle asfaltada que hasta lucía una chapa con el nombre que la municipalidad porteña le asignara.

El cambio en el paisaje me dejó asombrado, me sentí como el personaje de un viejo tango, aquel que decía:

 

“Borró el asfaltado, de una manotada,

la vieja barriada que me vio nacer...”

 

Y el asombro se completó cuando supe cuál era el nombre de ese pasaje: Hiroshima.

miércoles, 29 de septiembre de 2021

Homenaje a una trayectoria


 

Carlos Yaquinandi Castro fue uno de los miles de argentinos que debió exiliarse durante la última dictadura. Desde el mismo momento en que llegó a España comenzó su labor de denuncia, integró TYSAE –Trabajadores y Sindicalistas Argentinos en el Exilio- y editó “La abeja obrera”, un pequeño boletín que fue referencia para todos los latinoamericanos que luchaban contra las dictaduras que asolaban el continente.

Aquella tarea inicial se continuó luego con la creación del Centro Latinoamericano de Reus; este año la entidad fue distinguida por el ayuntamiento local con un premio por su larga trayectoria cultural y solidaria. Para quienes lo conocimos en aquellos años de destierro es motivo de alegría esta premiación; nos sumamos al festejo reproduciendo la nota publicada por Carlos en su carácter de presidente del Centro.

 

Javier Nieva

 

 

¡Gracias Reus!

Treinta y tres años del Centro Latinoamericano

Por Carlos Iaquinandi Castro

 

El aniversario de esta entidad fundada en octubre de 1988, tuvo esta semana el reconocimiento del Ayuntamiento de Reus, que por decisión del pleno, le otorgó una mención honorífica por su trayectoria en la ciudad. La difusión del acto nos permitió retomar contacto con mucha gente que nos envió su saludo. Nosotros expresamos allí nuestro agradecimiento, pero ahora queremos ampliarlo a todos nuestros asociados y simpatizantes, y en especial a tanta gente que en estos años colaboró o participó de nuestras actividades. Y a la vez, hacer un poco de historia.

 

Recordar que fundamos el Centro un grupo pequeño de latinoamericanos. Varios de nosotros proveníamos de los exilios causados por las dictaduras militares en Argentina, Chile y Uruguay.  La mayoría somos nietos de muchos españoles o italianos que a comienzos del siglo XX emigraron a nuestros países. Pero muchos de nosotros llevamos hoy,  más años vividos en Reus que los que vivimos en nuestras ciudades de origen. Y aquí rehicimos nuestras vidas, crecieron nuestros hijos, fueron a la escuela, a los institutos y aquí desarrollan hoy sus trabajos y profesiones.

 

Nuestra trayectoria como entidad,  se basó en la defensa y la práctica de conceptos como solidaridad, democracia, justicia, igualdad y derechos sociales. Difundimos nuestras culturas originarias, nuestra literatura, nuestras músicas e incluso  hasta nuestra gastronomía en los recordados  “Encuentros” anuales que hicimos durante muchos años en La Palma.

Pero también desarrollamos un fuerte vínculo con la sociedad de acogida. Participamos en la creación de diversas plataformas, entre otras:  Coordinadora contra el racismo;  A favor de la enseñanza y de la sanidad públicas;  Contra la guerra cuando la invasión de Irak… la Marea  Pensionista… o en defensa de los migrantes.

En el año 2000 coordinamos en Reus la convocatoria del histórico referéndum organizado por la Red Ciudadana por la Abolición de la Deuda Externa que se realizó en Catalunya y en otras partes del estado. Participaron 70 voluntarios que cubrieron los 13 colegios electorales reusenses donde dieron su voto más de 8.000 ciudadanos, que en un 96 por ciento se pronunciaron a favor de que el gobierno español cancelara totalmente la deuda que mantienen con él los países empobrecidos.

Nos incorporamos al Consell Municipal de Solidaritat prácticamente desde su creación. En todos esos años, apoyamos  decenas de proyectos en diversos países latinoamericanos, para mejorar sus condiciones de vida y sus derechos sociales o para paliar efectos de sismos o inundaciones.

 

A propuesta del Centro Latinoamericano de Reus se dio el nombre de Salvador Allende a una plaza del barrio Sant Josep Obrer.

En cuanto a comunicaciones, en el año 2000 pusimos en marcha la agencia de noticias SERPAL, (www.serpal.info )  con servicios gratuitos y que tiene suscriptores en 35 países, principalmente los de A.Latina.

Durante 23 años, hicimos el programa radial “Cuando la tierra se hace canto”, con música y noticias. Se difundió por Radio Music Club, luego Punt Sis Radio. 

Editamos anualmente nuestra revista gratuita “El Chasqui”, con un resumen anual de las actividades, noticias, comentarios y entrevistas. En uno de esos números, se nos ocurrió pedir a una decena de periodistas locales que opinaran “Cómo nos ven”. Todas las respuestas son reproducibles, pero no hay espacio. Así que elijo una frase de Andreu Faro ( viñetista del Diari ) en la que hacía referencia al dia que en que varias mamás del colegio de su hijo vinieron a su casa a preparar la decoración de navidad y él escuchaba desde su lugar de trabajo ese coro de voces y acentos. Y escribió “que bien funcionaría el mundo si lo dirigieran las mujeres” y luego cerraba expresando: “Que bueno que vinieron, hermanos, que bueno que den un poco del calor de esa patria que a veces echan de menos. Mi casa –concluía-  fue más casa el día que Uds. entraron en ella.” 

Hicimos infinidad de actos. Encuentros anuales en La Palma y recitales por los que pasaron numerosos intérpretes, como Olga Manzano, Manuel Picón, Rafael Amor, José Carbajal “El Sabalero”, Barnatango, José A. Labordeta, Daniel Viglietti, Euclides Mattos, Quintín Cabrera, Paco Ibáñez, New Tango Ensamble, Grupo Baracoa, Jorge Estela, “Sabor Cubano”, “Tango a tres”, entre otros. Estos Encuentros, algunos con más de un millar de asistentes, atendidos por casi un centenar de colaboradores del Centro. También para ellos nuestro reconocimiento.

Realizamos Ciclos de Cine Solidario, con el estreno de muchas películas latinoamericanas o de temas sociales. Exposiciones, teatro y conferencias diversas sobre temas relacionados con nuestros países originarios. La visita de destacadas personas latinoamericanas, como las Madres de la Plaza de Mayo ( recordemos que Reus fue uno de los 15 grupos de Apoyo a Madres en Europa y sede de un Encuentro Internacional). O Joan Jara, la compañera de Víctor, el cantante y poeta chileno asesinado por la dictadura de Pinochet.

En 1994, con el entonces alcalde de Reus, Josep Abelló, estuvimos comentando las semejanzas que tenía mi ciudad adoptiva con Bahía Blanca, mi ciudad de origen en Argentina. Y de allí surgió la idea de hermanar las dos ciudades. Cuando lo comenté con el intendente bahiense Jaime Linares, lo aceptó de inmediato. Y el 11 de Abril de aquel año, viajó una delegación reusense a la “Semana de Ciudades Hermanas” que se realizó en B.Blanca. Integraron el grupo el alcalde, varios regidores regidores, y representantes de actividades educativas, económicas y culturales, entre ellos un grupo del “Ball de Diables”.

 Uno de los varios frutos de ese hermanamiento, es que una calle de Reus lleva el nombre de B.Blanca y en aquella ciudad argentina se inauguró una plaza “Ciutat de Reus”.

Por último no quiero dejar de recordar a los compañeros que colaboraron con el  Centro y que ya no están con nosotros.

Todo esto que hicimos en estos treinta y tres años no hubiera sido posible sin el apoyo de las autoridades de la ciudad, y por supuesto contando siempre con la cercanía y el afecto de la gente de Reus.

Y aquí, en estas tierras de acogida… dejaremos lo más valioso, lo que más queremos:  nuestros hijos y nuestros nietos… Muchas gracias