sábado, 30 de mayo de 2020

El mayo argentino (5)

Protestas en todo el país

El miércoles 21, mientras en Rosario ocurrían los hechos enumerados en la entrega anterior, en Córdoba las manifestaciones de protesta eran reprimidas con inusitada violencia por las fuerzas policiales. La estudiante Elba Rosa Canelo recibía una bomba de gas en pleno rostro, y a consecuencia de las heridas, debió extirpársele el ojo derecho. En Salta, los violentos enfrentamientos entre estudiantes y policías dejaban un saldo de 14 manifestantes y 9 policías internados. Los detenidos ascendían a 78, según la información oficial, se habían suspendido las clases hasta el lunes siguiente, y camiones militares cargados de soldados patrullaban las calles. En Tucumán se producía la ocupación de la Universidad. En Buenos Aires el paro universitario contaba también con la adhesión de los estudiantes secundarios, se sumaban nuevas detenciones a las de los días anteriores, y hasta en la Universidad del Salvador se producían manifestaciones de protesta. En esta última, tras una misa celebrada por doce sacerdotes a los que presidía el rector, padre Ismael Quiles, los estudiantes realizaron una sentada en la Avenida Callao. Hasta el jesuita Jacinto Luzzi, vice decano de la Facultad de Teología, fue zamarreado por las fuerzas represivas.

Al día siguiente, en Córdoba, se realizó una asamblea estudiantil en el local de Luz y Fuerza, y, entre otras cosas, se decidió la acción coordinada con el movimiento obrero a favor de reivindicaciones comunes, y de protesta y duelo por la represión y muerte de estudiantes. La idea era establecer una planificación en las acciones, y estaba previsto desarrollar ese programa en una nueva asamblea a realizarse al día siguiente en el comedor universitario, comedor que seguía funcionando a pesar de la orden rectoral de clausurarlo. En los periódicos se adelantaba que, a propuesta del SMATA, estaba siendo considerada la realización de un paro general. En esa medida de fuerza iban a participar los sindicatos de ambas centrales obreras y las organizaciones estudiantiles.

Ese mismo jueves, en Tucumán, los estudiantes secundarios se mostraban tan activos como los universitarios en la protesta callejera. Unos y otros se concentraron frente al templo de Santo Domingo, en la calle 9 de julio, y al ser atacados con gases lacrimógenos y garrotes, respondieron lanzando proyectiles con sus gomeras. Después buscaron refugio dentro del templo, de donde pretendieron sacarlos los policías, pero fueron protegidos por los dominicos que se opusieron a la invasión policial. Al atardecer, los universitarios reunidos en asamblea declararon la huelga por tiempo indeterminado, y una hora después el gobierno provincial decretaba asueto universitario para contrarrestar la medida. Aunque oficialmente no se había declarado la emergencia, efectivos militares vigilaban distintos lugares considerados estratégicos. Mientras tanto, 200 docentes de la Universidad del Nordeste –donde se produjera el asesinato de Cabral- reclamaban la destitución del rector Carlos Walker y su equipo. Y en Buenos Aires, las clases eran suspendidas en las facultades de Derecho y Arquitectura, la policía irrumpía a garrotazos en Ciencias Exactas, se producían nuevas movilizaciones estudiantiles, y se detenía los que llevaban escarapelas negras en señal de duelo por los compañeros asesinados.


El viernes 23 el gobernador Caballero afirmaba que no iba a declararse a córdoba como zona de emergencia. Acababa de retornar de Buenos Aires, donde había estado reunido con el dictador Onganía, y aseguraba que no existían razones para tomar esa medida, porque lo que calificaba como “disturbios estudiantiles” eran provocados por agitadores infiltrados. Sin embargo para esa misma tarde a las 19 estaba prevista una concentración obrero estudiantil frente al local de la central obrera, en la Avenida Vélez Sársfield.

El acto no pudo concretarse a causa de la represión policial. Los manifestantes expulsados de la zona céntrica fueron tomando posiciones en el Barrio Clínicas, residencia no sólo de los estudiantes de medicina, sino de todas las facultades. Las fuerzas policiales quisieron tomar el barrio por asalto, pero fueron rechazadas con piedras, palos y cuanto objeto pudiera servir como proyectil. Obreros y estudiantes contaban con la colaboración de todo el vecindario que se encargaba de avisarles sobre la posición y desplazamientos de las fuerzas represivas, y que hostigaban a éstas últimas lanzándoles distintos proyectiles. Apenas comenzaron a llegar los contingentes policiales el barrio quedó a oscuras. La desconexión habría sido realizada por los propios estudiantes para dificultar las operaciones. Si antes del apagón los policías ya se mostraban remisos a entrar en el barrio, después que se cortó la luz el miedo creció.

Para iluminar el terreno de operaciones los sitiadores recurrieron a reflectores y luces de bengalas lo que debió acrecentar el dramatismo de lo que estaba ocurriendo. En un momento del enfrentamiento policías y gendarmes comenzaron a tirar hacia las azoteas de los edificios. Los defensores del barrio respondieron con bombas molotov y hasta con granadas de gases lacrimógenos que, aparentemente, habían tomado de un patrullero momentáneamente abandonado. El estudiante Héctor Crusta, de 18 años, que se encontraba en una azotea de 9 de julio y Pasaje Clínicas, fue alcanzado por uno de los disparos policiales. La bala, entró por debajo de la nariz, y luego de hacer un extraño recorrido quedó alojada detrás de la oreja derecha, por lo que el muchacho tuvo que ser operado de urgencia.

Durante el prolongado enfrentamiento los policías decidieron tomar el Hospital de Clínicas. Entraron disparando sus armas pero en el interior sólo encontraron al personal de servicio y a los internados. Entretanto, en otros sectores de la ciudad se producían pequeños actos relámpago que obligaban a la dispersión represiva. Frente a los edificios del correo, de Radio Nacional y en otros puntos se armaron barricadas y fogatas. Un corte de energía dejó sin luz a todo el Barrio Alberdi, y el hecho fue atribuido a la explosión de una bomba molotov.

Volviendo al barrio Clínicas, efectivos de la policía federal fueron comisionados para tomar la casa que se calificó como “comando de la resistencia”. Lanzando gases lacrimógenos y disparando sus armas de fuego intentaron una y otra vez la ocupación del lugar. Pero en todas las oportunidades fueron rechazados por los defensores. Finalmente, a las 5 de la mañana, todas las fuerzas policiales optaron por retirarse.

Al igual que su colega cordobés, también el gobernador tucumano, Roberto Avellaneda, le había informado a Onganía que en su provincia no había disturbios. Pero ese viernes 23 de mayo las calles de la ciudad estuvieron envueltas en gases lacrimógenos. Estudiantes y obreros organizaron un acto a sólo tres cuadras de la casa de gobierno. Aunque el dispositivo de seguridad abarcó 12 cuadras a la redonda, los enfrentamientos con los manifestantes comenzaron poco después del mediodía. Una columna entró por la calle 24 de Noviembre, y al llegar a Maipú fueron recibidos con gases lacrimógenos. Hubo enfrentamientos cuerpo a cuerpo con miembros de la guardia de infantería, los manifestantes se dispersaron, pero un rato después reaparecían a unas pocas cuadras lanzando bombas de estruendo.

Los pasajeros de un ómnibus que escapaban aterrados del cerco represivo fueron golpeados por los policías, uno de esos viajeros fue atropellado por un móvil policial. También los periodistas fueron apaleados en forma inmisericorde, y uno de ellos, Hugo Galván, debió ser hospitalizado con heridas en la cabeza, cara y brazos.


Más al norte, en la provincia de Salta, obreros y estudiantes llevaron a cabo una concentración al pie del cerro San Bernardo, donde se encuentra la estatua del general Martín Güemes. Las fuerzas represivas actuaron de inmediato, porque en las cercanías del lugar estaban las residencias del coronel Benjamín Isidro de la Vega, jefe militar de la guarnición local y del mayor Ricardo Espángenberg, intendente de Salta. A pesar de que los manifestantes fueron dispersados en ese lugar, en el centro de la ciudad se produjeron algunos actos relámpago, y en uno de ellos, un automóvil que pretendió atropellar a quienes protestaban fue dado vuelta e incendiado.

También Buenos Aires fue escenario de movilizaciones y enfrentamientos. En las inmediaciones de Medicina y Ciencias Económicas fueron detenidas más de 70 personas que, a partir de las 19, pretendieron participar de los actos convocados por los estudiantes. Policías uniformados y de civil, la guardia de infantería, patrulleros y camiones hidrantes se emplearon para romper cualquier intento de concentración. Para repeler la agresión, los manifestantes usaron bombas molotov y petardos, al tiempo que armaban barricadas para impedir el paso de los autos policiales. A la altura de Pasteur al 200, dos coches terminaron incendiados en medio del tumulto, y lo mismo ocurrió con un tercero, en la Avenida 9 de Julio y Bartolomé Mitre. A la misma hora, poco después de las 19, se organizaron otras manifestaciones en la ciudad. Una en la zona de Plaza de Mayo, cerca de la catedral. Otra en la esquina de Lavalle y Maipú, a una cuadra del edificio República. Una tercera en las inmediaciones del Obelisco. Y lo mismo ocurrió en la Galería Florida, en la salida sobre San Martín. Hasta en las cercanías de Liniers se produjeron corridas y detenciones.

Como una continuidad de los hechos del viernes por la noche, en la mañana del sábado se produjeron nuevas movilizaciones estudiantiles en la zona de Once. Tres facultades se encontraban cerradas por orden de sus autoridades: Ciencias Económicas, Derecho y Arquitectura. En las demás, aunque estaban formalmente abiertas, se evidenciaba un marcado ausentismo y tenían fuerte custodia policial.

(Continuará)

jueves, 28 de mayo de 2020

El mayo argentino (4)

Rosario, zona de emergencia militar. Los Consejos de guerra.

En una nota publicada tres años después en la revista Primera Plana, el redactor presenta de este modo la comunicación que el comandante del II Cuerpo de Ejército habría efectuado al comandante del arma, Alejandro Agustín Lanusse.

FONSECA: La situación es muy peligrosa y voy a intervenir para que vuelva el orden.

LANUSSE: ¿Usted califica la situación de grave?

FONSECA: Sí, mi general.

LANUSSE: Intervenga, no más.

La conversación telefónica se efectuó el miércoles 21 de mayo del '69.


El bando militar Nº 1, firmado por el comandante del II Cuerpo de Ejército, general Roberto Aníbal Fonseca, establecía que era deber de la autoridad militar “utilizar todos los medios legales para lograr una represión rápida, enérgica y eficaz de los actos delictivos que se cometan aprovechando la situación de conmoción existentes”. Si algo había que reconocerle al comunicado castrense era que no usaba eufemismos. Con la misma crudeza informaba que se establecían los procedimientos expeditivos previstos en el código de justicia militar, y que de acuerdo a ellos serían penados los delitos de hurto, robo, daño, incendio y otros estragos, así como los actos contra medios de transporte o comunicaciones. Asimismo, toda persona o conjunto de personas que dentro de la zona de emergencia atacase a personal militar o de las fuerzas de seguridad, sería juzgada por Concejos de guerra especiales. Por último, los efectivos militares y policiales quedaban formalmente autorizados para usar sus armas contra cualquier persona sorprendida en la comisión de alguno de los delitos detallados, en caso que no se rindiesen ante la primera intimación.

Durante el día jueves otros comunicados militares fueron ampliando las amenazas. En uno de ellos se advertía que, ante versiones de que grupos de personas estarían reunidas para volver a promover disturbios, se hacía saber a la población que las fuerzas a las órdenes del comandante militar procederían a dispersar con el máximo de energía las concentraciones. Agregaba que, a partir del momento en que no se acatasen las indicaciones de las fuerzas represivas, la responsabilidad por los hechos que ocurriesen sería exclusiva de los promotores de los desórdenes. Y concluía con que, una vez detenidos los elementos subversivos serían juzgados por tribunales militares de acuerdo al código militar.

A pesar de los anuncios intimidatorios, cerca de las 8 de la noche unos 300 manifestantes se concentraron en las inmediaciones de Córdoba y Mitre. La policía apareció lanzando gases lacrimógenos, y dispersó a los manifestantes que se reconcentraban o fragmentaban en pequeños grupos por las distintas calles céntricas. Aunque en mucha menor escala, volvían a repetirse los hechos del día anterior. Los policías y gendarmes que participaban de la represión debieron sospechar que los jóvenes encontraban refugio en los edificios de la zona, porque cerca de las 21 llegaron coches con policías provinciales que comenzaron a tirar con pistolas, metralletas y hasta fusiles contra el frente del edificio de Córdoba 1312. También tiraron contra otras casas de las inmediaciones, y dispararon ráfagas de metralleta a lo largo de la calle.

El argumento para justificar tal grado de ferocidad era que habían recibido disparos desde alguno de los edificios, pero no realizaron ningún allanamiento, y se retiraron luego de 10 minutos. Un rato después volvieron a reaparecer los manifestantes, y se repitieron las corridas y detenciones. Según el informe oficial los apresados por esos incidentes fueron 25, y todos fueron puestos a disposición de los tribunales militares. Sin embargo el número de apresados se incrementó en allanamientos posteriores, como el efectuado en una casa de Rioja y Paraguay, donde fueron detenidos los dirigentes telefónicos Bernardo Álvarez, Gustavo Míchler, Gumersindo Lázzare, José Abad y Alejandro Garramendi.

Las razias continuaron al día siguiente, y en un allanamiento realizado en la residencia estudiantil del Colegio Mayor Universitario fueron detenidos numerosos estudiantes, al tiempo que se informaba de la incautación de un mimeógrafo y volantes antigubernamentales.

El viernes se concretó el paro general dispuesto por las dos centrales sindicales. El acatamiento a la medida de fuerza fue unánime, y se sumaron los llamados sindicatos independientes, como bancarios, empleados de comercio y trabajadores de Luz y Fuerza, así como otras entidades que no estaban enroladas en la CGT de los Argentinos o en la de la calle Azopardo. Los negocios que en la zona céntrica rosarina intentaron abrir por la mañana, volvieron a cerrar antes de que llegara el mediodía ante la ausencia del personal. Algo parecido ocurrió con los pocos transportes públicos que circularon al comenzar el día. Paulatinamente fueron desapareciendo de las calles, y a eso se sumó el paro de la Unión Ferroviaria y la Fraternidad.

El sepelio de Luis Norberto Blanco fue multitudinario. A pesar del paro y de la falta de transportes miles de personas acompañaron sus restos desde Barrio Alberdi hasta la Iglesia del Perpetuo Socorro, y desde allí hasta el cementerio. Algún relato periodístico comentó que no se veía policías por las calles, y la vigilancia se ejercía en forma discreta por parte de la gendarmería movilizándose en vehículos de la municipalidad. La jornada se cerró con una nueva concentración estudiantil en las cercanías del local de Luz y Fuerza, en la esquina de Junín y 4 de Enero. Alrededor de un millar de asistentes realizaron un acto, y concluyó con nuevos enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas policiales.

Mientras todo esto ocurría, se dio a conocer el segundo bando militar. Allí se establecía que cualquier civil que públicamente instara a la violencia colectiva o que alterase el orden público, sería reprimido con prisión mayor. Si el civil hacía resistencia ostensible o si no obedecía las órdenes de militares o policías, podía ser sancionado con prisión de hasta cuatro años. Si la resistencia se hacía por medio de las armas, la reclusión podía llegar a los quince años. Pero, si en ese enfrentamiento resultase muerto algún miembro de la represión, el castigo podía ser la de reclusión por tiempo indeterminado o pena de muerte. Otros delitos contemplados en el Código penal de la Nación eran pasados a la órbita militar, con lo cual las penas podían llegar a duplicarse. Al finalizar se reiteraba que los tribunales militares serían los encargados de juzgar los casos y dictar las condenas.

Uno de los primeros fallos dictados por el Consejo de Guerra de la zona de emergencia de Rosario, condenaba al matrimonio formado por Miguel Ángel Vivas y Alicia del Valle Gorosito, a un año y tres meses de prisión. La acusación que pesaba sobre ellos era haber arrojado clavos miguelito en la calle, durante la huelga general.

Con respecto a los tribunales militares, en el periódico de la CGT de los Argentinos se incluyó una información que yo no encontré en mi rastreo por los diarios de la época, pero que reproduzco textualmente porque parece verosímil.

Cuando Fonseca declara Zona de Emergencia a Rosario, nombra a un tribunal militar, presidido por el teniente coronel Ledesma. Este pide ser relevado de su cargo, pues según dijo: “en mis funciones no entra el juzgar a personas honestas”. Fonseca le respondió: “Usted, teniente coronel, tiene dos caminos. O preside el tribunal militar o se pega un tiro”. El teniente coronel se debate ahora entre la vida y la muerte en un hospital militar, con una bala en la cabeza.

Este fue el Rosariazo, aunque recién recibiría esa denominación tiempo después, luego de que la crónica periodística acuñase el término Cordobazo para referirse a los hechos que tuvieron lugar en la ciudad mediterránea a la semana siguiente. Me he detenido en lo ocurrido en Rosario durante esa semana, pero en otras ciudades del país también se vivían acontecimientos dramáticos, y ahora trataré de reseñarlos.

(Continuará)

martes, 26 de mayo de 2020

El mayo argentino (3)

El asesinato de Adolfo Bello

También en Rosario se produjeron movilizaciones de protesta ese sábado 17 de mayo. Y fue allí donde la ferocidad represiva se cobró una nueva víctima.

La crónica periodística informó que al mediodía se desarrollaba una manifestación en la calle Córdoba, en el tramo entre Corrientes y Entre Ríos. Para disolverla, la policía empleó una violencia extrema. Como parte de ella, persiguió a un grupo de jóvenes, que, en su desesperación, buscaron refugio en la Galería del edificio Melipal. Detrás de ellos entraron los policías golpeando con sus bastones de madera a todos los que se encontraban en el lugar. Pero no se conformaron con eso, y uno de los agentes, el oficial inspector Juan Agustín Lescano, disparó a quemarropa contra uno de los muchachos. Aquel cayó al suelo con un balazo en la frente, y pocas horas después moriría en el Hospital Central de Rosario. Era Adolfo Bello, estudiante de la facultad de Ciencias Económicas.

En menos de una semana la represión indiscriminada había dejado un saldo de dos muertes y centenares de heridos, contusos y detenidos en todo el país. La indignación no tenía límites, y tampoco parecía tenerlos la brutalidad del régimen. La CGT de los Argentinos y el conjunto de las organizaciones estudiantiles convocaron a un paro universitario nacional para el miércoles 21 que sería precedido por manifestaciones de protesta el lunes y una “marcha del silencio” en día martes. La mayor tensión se concentraba en ese momento en Rosario, y las autoridades universitarias decidieron la suspensión de las clases por una semana “como manifestación de duelo y para pacificar los espíritus”. En la Universidad del Nordeste la suspensión de clases fue por tiempo indefinido. Simultáneamente se informaba que en Clorinda había sido puesto en alerta el escuadrón de la gendarmería nacional, en Rosario la policía advertía que se mantenía la determinación de “impedir todo acto que atente contra la normalidad y la tranquilidad en la ciudad”, y la policía cordobesa comunicaba la prohibición de actos o marchas estudiantiles por las calles de Córdoba.

En Buenos Aires los actos del día lunes fueron obstaculizados o reprimidos. En Ciencias Económicas la policía irrumpió en una asamblea y desalojó a los estudiantes, en Derecho el prepotente Estanislao del Campo ´´Wilson cambió algunos golpes con un alumno, y en Filosofía y Letras se sumaron nuevas detenciones a las de los días anteriores. Esa noche el ministro del Interior, Guillermo Borda, habló por la cadena nacional. Aconsejó a los estudiantes para que no se dejaran arrastrar por agitadores profesionales, lamentó la inmolación de dos jóvenes en sólo 48 horas, y acusó a los elementos de extrema izquierda, a algunos políticos y hasta algún dirigente gremial más interesado en sus ambiciones personales que en el bien de los trabajadores. Agregó que el gobierno había demostrado su repugnancia por el uso de la fuerza, pero que también había dado testimonio irrefutable de que mantendría firmemente el orden. Y reiteró que todo lo que alterase la vida de las aulas sería “inexorablemente reprimido, con la máxima prudencia pero también con la máxima decisión”.

Al día siguiente esto se vio demostrado con el violento desalojo en Ciencias Exactas y la persecución de alumnos por las calles céntricas. También en Ciencias Económicas, que iba a ser cabecera de la marcha del silencio, y donde se produjeron numerosas corridas y detenciones. Alrededor de un centenar de manifestantes fueron apresados, todos deberían cumplir treinta días de arresto no redimibles por multa, y el listado de los infractores sería trasmitido a las respectivas facultades para que éstas implementaran las sanciones académicas del caso.

En Tucumán volvieron a repetirse las escenas de represión a estudiantes universitarios, pero éstos continuaron manifestándose hasta bien entrada la noche, y a partir de la mañana del miércoles se les sumarían los estudiantes secundarios. En córdoba se mencionaban al menos dos actos de protesta durante ese martes al atardecer, y aunque no tuvo gran difusión pública, ese día se produjo la detención del dirigente de Luz y Fuerza Agustín Tosco, quien permaneció incomunicado “en averiguación de antecedentes” hasta el día siguiente. En Mendoza Además de la marcha en la ciudad capital, se informaba de manifestaciones en varias localidades del interior provincial. En una de ellas, en la ciudad de Maipú, luego de la movilización los estudiantes concurrieron a una misa donde hizo uso de la palabra un dirigente estudiantil, y posteriormente el sacerdote Fray Francisco Suárez, quien les dijo: “si nos muerden, tendremos que morder, y si nos apalean, tendremos que apalear”.

Lo anterior es sólo un ejemplo del creciente involucramiento de sacerdotes en las protestas de estudiantes y trabajadores. En Rosario, un manifiesto firmado por 25 clérigos adhería a la Marcha del silencio. En el extenso comunicado se pedía que la marcha fuese un fiel reflejo de la toma de conciencia y, ante la proximidad del 25 de mayo, reclamaba al resto de sus hermanos sacerdotes que expresaran de alguna manera el duelo que vivía el país, y que se abstuvieran de participar en las celebraciones oficiales en que se ocultase esa situación. Por su parte, Monseñor Alberto devoto expresaba su enérgico repudio a la represión policial contra el estudiantado. Sus palabras adquirían una mayor relevancia porque el sermón se efectuaba en la propia catedral correntina colmada por los fieles que asistían a una misa por los estudiantes caídos bajo las balas policiales.

El Rosariazo

Como respuesta a la continuidad represiva, la delegación rosarina de la CGT de los Argentinos efectuó un plenario gremial al que asistieron representantes de 25 sindicatos. Allí se resolvió la realización de un paro general el día viernes 23, y se propuso buscar la unidad de acción con la CGT azopardista (que también proponía una medida similar para el mismo día), para lo cual se proyectó una reunión al día siguiente en el Sindicato del Vidrio. Hasta la Federación de Empleados de Comercio, que no estaba enrolada en ninguna de las centrales sindicales, expresó su disposición para plegarse al paro. En coincidencia con la protesta de estudiantes y trabajadores, las dos universidades católicas decidieron paralizar sus actividades hasta el día sábado 24.

El día miércoles era jornada de paro estudiantil, pero eso no significaba que no fueran a realizarse nuevas expresiones callejeras de protesta. En realidad, de una u otra manera la actividad universitaria iba a estar paralizada en buena parte del país pues las autoridades habían suspendido las clases en un vano intento de enfriar la protesta. Dando continuidad a las manifestaciones de días anteriores, también se realizaron movilizaciones ese día miércoles. La represión sería tan brutal como en las jornadas precedentes, y nuevas víctimas se sumarían a las ya existentes. La crónica periodística lo resumiría de esta manera: “Fogatas, barricadas, pedreas contra la policía, y hasta agua hirviendo arrojada desde muchos balcones de la zona céntrica rosarina, configuraron un clima bélico que culminó con la muerte de un joven de sólo quince años”.

Para las 6 de la tarde estaba prevista una marcha que se iniciaría en la Plaza de Mayo rosarina. Los accesos a la misma habían sido cortados, y los manifestantes optaron por concentrarse en la calle Córdoba, entre Maipú y San Martín. Allí fueron bloqueados por fuerzas policiales, y en un primer momento los estudiantes expresaron su protesta sentándose en el suelo. Pero los represores no entendían de reclamos pacíficos y comenzaron a lanzar granadas lacrimógenas y chorros de agua coloreada. La multitud se fragmentó en decenas de grupos, y lo que iba a ser una marcha se transformó en un sinnúmero de pequeños actos relámpagos por todo el centro de la ciudad.

Durante más de dos horas se sucedieron las corridas y enfrentamientos, hasta que la guardia de infantería y la caballería fueron desbordadas e iniciaron el repliegue. Los manifestantes comenzaron a reconcentrarse y a avanzar por la calle Córdoba, hacia el local de la CGT de los Argentinos –Córdoba 2060-, al tiempo que armaban barricadas sobre las calles laterales. Algunas versiones indican que se habría querido ocupar la Jefatura de Policía, pero si existió esa intención, no llegó a concretarse. Sí fue ocupada la sede de transmisión de LT8 Radio Rosario, aunque no se transmitió ninguna proclama.

Nuevamente volvió la caballería a cargar con sus sables, mientras se lanzaban gases y agua coloreada sobre los manifestantes. Éstos volvieron a responder con piedras y trozos de baldosas, haciendo retroceder otra vez a los policías. Ya eran las 10 de la noche, y en las calles aún quedaban alrededor de dos mil manifestantes. Volvió a ordenarse el repliegue de los efectivos, que no sólo usaban sus sables sino también sus armas de fuego. En la esquina de Córdoba y Dorrego cayó herido un joven de apenas 15 años, el obrero y estudiante Luis Norberto Blanco, quien recibió un balazo en la espalda. El médico Aníbal Reinaldo y otro compañero trataron de auxiliarlo, y en esas circunstancias fueron sableados por los policías. Finalmente consiguieron trasladar al muchacho hasta una clínica cercana, pero allí se comprobó que el disparo había sido mortal.

Blanco no fue la única víctima durante el Rosariazo. Daniel Ángel Ricardo de Lahoz, un manifestante de 27 años, fue arrollado por un ómnibus cuando trataba de escapar de los policías que lo perseguían. La empleada doméstica Lidia Martínez, una joven de 21 años que se había asomado a la puerta de su domicilio en la calle Córdoba 1791, fue alcanzada por un balazo que entró por su pómulo derecho y salió cerca del oído izquierdo. Por lo menos una treintena de manifestantes sufrieron heridas de bala, sablazos y contusiones de cierta gravedad. Pero esas estimaciones correspondían a los casos más delicados, porque las propias informaciones oficiales proporcionadas posteriormente, elevaron el número de heridos a 150.

Cerca de la medianoche la ciudad quedó en manos de los manifestantes. La policía había sido superada por el persistente hostigamiento de estudiantes y trabajadores, repudiados por los vecinos que habían lanzado sobre ellos objetos contundentes y hasta agua hirviendo desde los pisos altos de las casas de departamentos. Era un hecho sin precedentes, y al comenzar el jueves se decidió echar mano al ejército, declarando la emergencia en la zona, y se anunció la severa aplicación del código de justicia militar.

(Continuará)

sábado, 23 de mayo de 2020

El mayo argentino (2)

Del Noreste a Córdoba, pasando por Tucumán

El viernes 9 de mayo se produjeron los primeros choques entre estudiantes y policías en la provincia de Corrientes. El detonante de los enfrentamientos fue la privatización del comedor universitario en la Universidad del Nordeste, y la elevación del precio del almuerzo de 25 a 57 pesos.

Tal vez las autoridades universitarias esperaban que durante el fin de semana se calmase la indignación estudiantil y que todo sería más manejable a partir del lunes. Si pensaron eso, se equivocaron, porque el lunes 12 no sólo protestaban los estudiantes de Corrientes, sino también los de El Chaco. En Resistencia se produjo un paro total en las facultades de Ingeniería, Arquitectura, Humanidades y Económicas.

En un comunicado conjunto de los distintos centros estudiantiles se denunciaba la intención de recrear la universidad oligárquica de decenios atrás, se advertía que las manifestaciones de violencia policial ponían al descubierto que se estaba frente a sangrientos represores, y se exigía la renuncia del rector Walker y los decanos. Al día siguiente, una asamblea universitaria en Resistencia era interrumpida por fuerzas policiales. El salón de actos fue desalojado a garrotazos, y las jóvenes estudiantes fueron objeto de insultos y vejámenes por parte de los uniformados. Allí se produjeron numerosas detenciones.

Mientras el noreste se encendía en protestas estudiantiles, en Tucumán los trabajadores del Ingenio azucarero Amalia ocupaban las instalaciones como un recurso desesperado para evitar su desmantelamiento. Se trataba de obreros que habían quedado sin trabajo al cerrarse el establecimiento dos años antes. Reclamaban el pago de salarios e indemnizaciones adeudadas, y veían que la posibilidad de cobrar se evaporaba si los antiguos dueños continuaban con el desguace del ingenio. Acompañados por sus esposas e hijos, los operarios ocuparon el lugar en la mañana del martes 13, y tomaron como rehén a un representante de la patronal. Exigían que los antiguos dueños y el gobierno provincial garantizaran el pago de la deuda con los trabajadores.

Estaba fresco el recuerdo de lo ocurrido en otro ingenio, el de Villa Quinteros, que había sido cerrado y vaciado por la patronal, dejando impagos los compromisos con los trabajadores. Por eso en el Amalia se encerró al ejecutivo en una farmacia dentro del establecimiento, se lo dejó bajo la custodia de los hijos de los obreros, y los trabajadores, junto a sus esposas, se dispusieron a hacer frente a los policías que se hicieron presentes. Fueron varias horas de extrema tensión, pero se consiguió que el gobernador Avellaneda y la patronal se comprometieran a saldar la deuda.

En el centro del país, en la ciudad de Córdoba, se realizó una asamblea de los trabajadores mecánicos en la tarde del miércoles 14. El cuerpo de delegados de la fábrica Ika-Renault expresaba su malestar por el desconocimiento de que era objeto por parte de la patronal, y se reclamaba un aumento de sueldo para todos los obreros nucleados en SMATA.

La reunión prevista en el Córdoba Sporting Club fue desautorizada prácticamente sobre la hora. A pesar de eso unos 3 mil trabajadores se encontraban dentro del local cuando éste comenzó a ser rodeado por fuerzas de la policía montada. En ese momento Elpidio Torres habría sido informado de la prohibición, y habría instado a los asistentes para que abandonasen el lugar en forma ordenada. Cuando los obreros salieron a la calle se encontraron con una primera línea de policías armados con sus garrotes de madera que les cerraba el paso. El contacto fue violento, pero la primera línea de contención fue rota por los trabajadores. Desde una segunda línea se los recibió con una andanada de gases lacrimógenos, y una tercera línea se preparó en Olmos y la Avenida Alvear.

La embestida por parte de los policías de a caballo demostró una saña brutal. Mientras tanto, los obreros que no habían podido abandonar el local, treparon por una pared de los fondos y se encontraron con una obra en construcción. Allí se proveyeron de proyectiles con los que volvieron para repeler a sus atacantes. Entonces empezaron a funcionar pistolas y metralletas. Carlos Vignasco recibió un balazo en el hombro, a Luis Mansilla le arrojaron una granada a la cara, y otros 13 obreros sufrieron heridas de consideración.

El jueves, gris y lluvioso, amaneció con tres paros simultáneos en la ciudad de Córdoba: el de los mecánicos, el de los metalúrgicos y el del transporte de pasajeros. Todos parecían tener distintas motivaciones, pero había un destinatario común de la protesta. Los primeros expresaban su repudio a la violenta represión de que habían sido objeto el día anterior, al tiempo que insistían con su reclamo de mejoras económicas. Los metalúrgicos protestaban por la anulación de las quitas zonales, y los trabajadores del transporte exigían que las empresas reconociesen la antigüedad en el empleo. Aunque las demandas estaban dirigidas a las respectivas patronales, el destinatario último de la protesta era el propio gobierno. Por eso la policía anunció que cualquier tipo de reunión quedaba prohibida, todos sus efectivos estaban acuartelados y se había reforzado la vigilancia en las calles.

La actividad estaba semiparalizada pero al día siguiente la inactividad sería total, porque ambas regionales cegetistas, la que se enrolaba en la CGT a, y la que respondía a Azopardo, habían resuelto paros generales por 24 horas para el día viernes. La información periodística resaltaba la coincidencia en los motivos de la protesta: 1º, oposición a la nueva ley de sábado inglés, 2º, contra los aumentos de precios y, 3º, en repudio al ataque policial contra los mecánicos.

La muerte se hace presente en Corrientes

Pero ese jueves 15 la noticia luctuosa llegó desde Corrientes. A mediodía se realizaba una manifestación de los estudiantes que insistían con su protesta por la duplicación en los precios del comedor universitario. Privados de la posibilidad de dirigirse directamente al rector de la universidad, habían decidido marchar a mediodía por el centro de la ciudad. La policía cargó contra ellos con sus sables y las bombas de gases lacrimógenos. Los manifestantes consiguieron reagruparse, y entonces la represión recurrió a las armas de fuego. Y tiró a matar.

Juan José Cabral, estudiante de medicina de 22 años de edad, fue herido por dos balazos en el pecho, y falleció antes de que pudiera ser asistido. Pero no fue el único en ser baleado a mansalva por la policía. Otros estudiantes fueron alcanzados por los disparos (cuatro, en una primera información de Crónica, Ocho, según un pormenorizado relato del diario Norte), aunque sus heridas fueron menos graves. Además de ellos otra veintena de compañeros presentaban heridas cortantes y contusiones múltiples. La indignación se extendió por toda la ciudad, y desde allí al resto del país. El periódico CGT informaría: Inmensa indignación. Trescientos cincuenta profesores piden la renuncia del rector Walker. Paro total del foro en Resistencia. Repudio de la Cámara de Comercio.

El viernes 16, prácticamente en todas las grandes ciudades se produjeron movilizaciones de proteta. Por supuesto, fue en Corrientes donde se realizó la mayor movilización de duelo, con la participación de 5 mil personas, entre estudiantes, trabajadores y población en general. En Buenos Aires los estudiantes universitarios estuvieron a la cabeza de esa indignación. En algunas facultades, como las de Medicina o Ciencias económicas, las manifestaciones fueron toleradas por las autoridades y no se generaron incidentes violentos. En otras, en cambio, la actitud prodictatorial de algunos directivos provocaron enfrentamientos. En Derecho, el profesor Estanislao del Campo Wilson hostigó a los estudiantes acusándolos de comunistas. Fue en esa misma facultad donde los integrantes del Sindicato Universitario de Derecho quisieron retirar del Centro de Estudiantes un cartel que denunciaba el asesinato de Cabral. Los estudiantes resistieron el intento, y hubo un duro enfrentamiento entre ambos sectores. Pero los hechos más violentos se produjeron en Filosofía. Después de rendir homenaje al compañero asesinado en Corrientes, los estudiantes salieron por Independencia con dirección a Deán Funes. Una barrera de policías les cerró el paso, y los manifestantes quisieron retroceder hacia La Rioja pero fueron atacados por otros efectivos. Policías de civil se habían mezclado con los estudiantes, y a cachiporrazos arrastraron a algunos de ellos hacia automóviles sin identificación. Un fotógrafo de Asociated Press que registraba las escenas, y que se negó a entregar los rollos a los policías, también fue golpeado y arrestado.

Aunque Córdoba estaba paralizada por la huelga general, y a pesar de que las patrullas policiales impedían cualquier concentración, también se produjeron algunas manifestaciones de estudiantes y trabajadores repudiando el asesinato de Cabral. Mayor dimensión tuvieron las protestas en Tucumán, cuando los estudiantes comenzaron a concentrarse frente al local de La Gaceta, en el atardecer de ese viernes. La represión policial provocó enfrentamientos que fueron extendiéndose por todo el centro de la ciudad, y a pesar de que los represores no se privaron de ningún medio, las protestas duraron hasta muy tarde, y se reiniciaron desde la mañana del día sábado.

(Continuará)

jueves, 21 de mayo de 2020

El mayo argentino (1)

Introducción

Mayo de 1969, El Mayo argentino, fue un mes convulso, explosivo, cargado de grandes conflictos sociales a todo lo largo y ancho del país. Desde mucho tiempo antes venía madurando la rebeldía que se desbordó en puebladas cuyo punto más alto fue El Cordobazo y que se prolongaría en los meses siguientes. Si Eric Hobsbawm lo hubiese estudiado seguramente habría hablado de un “mes largo”, como habló de un “siglo largo” al referirse al siglo XIX europeo. En los apuntes que fui haciendo para escribir este trabajo mayo comienza al atardecer del 30 de abril, podría haberlo hecho retroceder todavía más sin desnaturalizarlo. También podría haberlo prolongado hasta junio cuando fue asesinado Emilio Jáuregui; o hasta la muerte de Augusto Vandor cuando fue implantado el estado de sitio y se intervinieron varios de los sindicatos más combativos y antidictatoriales.

Cuando repasaba análisis de los sucesos me sorprendió encontrar algunas opiniones que rápidamente ligaban los hechos de Argentina con los de un año antes en Francia, como si los sucesos europeos hubieran irradiado su influencia rebelde al resto del mundo. No creo que nadie pueda negar la importancia del Mayo Francés, pero me parece que se sobredimensiona esa incidencia si no se tiene en cuenta que para el momento en que se produjeron los movimientos parisinos, en Argentina ya se venía recorriendo un largo camino de luchas y maduración. Pienso que mucha más influencia tuvo el proceso que se abrió tras la Revolución Cubana y, aun así, creo que el acento debe ser puesto en el desarrollo de las contradicciones internas, en la resistencia a las dictaduras y los gobiernos proscriptivos que se sucedieron desde 1955 en adelante.

Tengo mucho respeto por alguno de los intelectuales que sostienen la importancia del Mayo francés en los acontecimientos argentinos, creo que están equivocados pero no diré que tienen una deformación eurocéntrica. Esta es sólo una opinión, el tema queda abierto, no me extiendo porque lo importante es que empiece con esta cronología.


A pesar de la prohibición gubernamental, los actos para conmemorar el 1º de mayo comenzaron ya en la tarde-noche del 30 de abril. Se produjeron escaramuzas en la zona de Congreso, Con el estallido de algunas bombas Molotov, corridas y detenciones por la Avenida Callao. Algo similar ocurrió por Avenida de Mayo, cerca de la 9 de Julio, y en otros lugares de la ciudad de Buenos Aires. Pero el enfrentamiento más violento de ese miércoles 30 tuvo lugar en Avellaneda, a pocas cuadras de donde tres años antes la patota de Vandor había asesinado a militantes peronistas de izquierda, y, por error o deliberadamente, al burócrata Rosendo García.

Los manifestantes convocados por la delegación local de la CGT de los Argentinos habían conseguido encolumnarse a la altura de la sede de Independiente y avanzaban por Avenida Mitre con dirección a la Plaza Alsina. Marchaban con antorchas, gritando consignas y desplegando una bandera argentina. También llevaban una bandera cubana y otra del Perú, ésta última en adhesión a las medidas nacionalistas tomadas por el gobierno del general Velazco Alvarado.

Al llegar a la altura de la calle Berutti se toparon con la represión policial. De un lado comenzaron a lanzar gases lacrimógenos, y los manifestantes respondieron con piedras, palos y las antorchas. El enfrentamiento era muy desigual y se inició la dispersión. Un policía que, arma en mano, corría a los trabajadores resbaló y cayó al suelo, los perseguidos detuvieron la carrera, regresaron y se tomaron revancha; pero el oficial se levantó y comenzó a disparar su pistola. Aparentemente ninguno de los compañeros resultó herido por esos balazos.

Los detenidos superaron la veintena, pero los apaleados no fueron únicamente los que participaban de la manifestación. Periodistas y reporteros gráficos también fueron golpeados por registrar las escenas. Incluso se vio a un camarógrafo sangrando abundantemente por haber estado filmando cuando una mujer era llevada a puntapiés hacia la comisaría.

El 1º de mayo en Mataderos y en el interior del país

Ignoro por qué se eligió la esquina de Avenida del Trabajo y Tellier (Actuales Avenida Eva Perón y Lisandro de la Torre) para realizar el acto de la CGT A, aunque supongo que era como homenajear a un símbolo de la lucha obrera ya que en el barrio de Mataderos había tenido lugar la huelga del Frigorífico Lisandro de la Torre diez años atrás, en época de Frondizi. En la formal convocatoria al acto previsto para las 5 de la tarde, se anunciaba que harían uso de la palabra Ricardo De Luca, Enrique Coronel y Alfredo Ferraresi.

Circular por el barrio era todo un desafío, ese día era feriado, de modo que cualquier presencia extraña era detectada fácilmente. Los habitantes del Barrio Los Perales y de otros próximos fueron obligados a permanecer en el interior de las casas, y a mantener cerradas las puertas y ventanas. Se cortó el tráfico, tanto por Avenida del Trabajo como por Tellier, y también se prohibió el estacionamiento de vehículos. Los bolsos y carteras de los que circulaban por el lugar eran revisados, las personas que resultaban sospechosas eran puestas de cara a la pared y palpadas de armas. Hasta las azoteas de los monobloques vecinos fueron ocupadas por efectivos policiales armados con ametralladoras.

La crónica periodística indicaba que el despliegue represivo montado en mataderos había cubierto “cincuenta cuadras a la redonda, incluyendo 500 efectivos de infantería, 100 de caballería, 100 vehículos de diversos tipos y dos hidrantes Neptuno”.

A pesar de tan imponente manifestación intimidatoria, pudo realizarse algo parecido a un acto de protesta en Avenida del Trabajo y Varela: un agrupamiento de compañeros, el grito de consignas y las consecuentes corridas por la represión policial. Allí estuvieron Ricardo De Luca, Jorge Di Pascuale y Susana Valle. Según contaban algunos compañeros, llegó a efectuarse otro “acto relámpago” a una pocas cuadras de allí, pero de eso no tengo ninguna certeza. En cuanto a los detenidos, la versión policial habló de 26 manifestantes, pero los datos de la CGT hablaban de más de 50 compañeros apresados.

Yo hago hincapié sobre lo ocurrido en Buenos Aires, pero en otras ciudades del país se multiplicaron los actos y manifestaciones. En todos los casos la represión fue violenta y salvaje. En Salta el secretario general de la regional cegetista fue golpeado, arrojado al suelo y pisoteado por un caballo montado por un policía. Como consecuencia de ello Ovídeo Ríos sufrió, entre otras lesiones, la fractura en la base del cráneo. Su caso fue destacado por tratarse de un dirigente seriamente lesionado, pero fueron muchos los trabajadores apaleados por la policía en ese lugar.

El centro tucumano fue escenario de varios enfrentamientos entre manifestantes y policías. Se produjeron quemas de neumáticos, estallidos de petardos, corridas y numerosas detenciones. Algo semejante sucedió en Rosario, donde el acto convocado por la CGT de los Argentinos, y que congregó alrededor de 400 asistentes, fue interrumpido por las cargas policiales. También fue prohibida y disuelta la concentración que se produjo en la Plaza Las Banderas, de la ciudad de Santa Fe. Mientras tanto, en Córdoba, se realizó un acto conjunto entre obreros y estudiantes en el que llegó a hacer uso de la palabra Agustín Tosco.

El único lugar donde la policía autorizó un par de actos fue en la ciudad de Mendoza. Pero al averiguar sobre la naturaleza de los actos y quiénes fueron los promotores de los mismos, se explica por qué tanta permisividad. Quienes solicitaron la autorización fueron los dirigentes de las 62 Organizaciones, porque querían colocar una ofrenda floral ante un monumento en la delegación de la CGT participacionista, y luego otra ofrenda similar ante el monumento al Libertador en la Plaza San Martín.

Así comenzó nuestro mayo de 1969.

Dos días después, el sábado 3, alrededor del mediodía, fue detenido Raimundo Ongaro en su casa de Los Polvorines. El argumento esgrimido fue que el juez que tenía a su cargo la investigación por los guerrilleros detenidos en Taco Ralo quería interrogarlo para saber si tenía alguna relación con las actividades guerrilleras descubiertas en la provincia de Tucumán. Inmediatamente se movilizaron todos los sectores ligados a la CGT de los Argentinos, pero hubo que esperar hasta el lunes en la tarde para que Raimundo fuera liberado.

(Continuará)

martes, 19 de mayo de 2020

Recordando al TYSAE

Un par de semanas atrás escribí a algunos compañeros para saludarlos por el Primero de Mayo; recordé que habíamos compartido las movilizaciones organizadas por las centrales sindicales españolas cuando estuvimos exiliados en Madrid. Entonces marchábamos bajo la bandera del TYSAE junto a otros compañeros latinoamericanos, mezclándonos con las columnas de Comisiones Obreras y la UGT, de la CNT y de otros sindicatos. Los argentinos estábamos dispersos en varias organizaciones, pero para el Día de los Trabajadores TYSAE era el polo convocante, al menos no recuerdo que a principios de los ’80 nadie pusiera en duda nuestra representatividad como trabajadores y sindicalistas en el exilio. No había sido fácil ganarnos esa posición, otros nucleamientos ligados a partidos y organizaciones se presentaban como genuinos representantes de los trabajadores y, en algunos casos, tenían algunos “pergaminos” para exhibir.

En los antecedentes del TYSAE estaba GTAE, Grupo de Trabajadores Argentinos en el Exilio. Aquel nombre parecía más adecuado para un agrupamiento partidario que para una entidad que pretendiera reunir a sindicalistas exiliados. Tal vez fuera una sospecha exagerada, pero algunos creían ver cierta reminiscencia de un grupo político detrás de ese nombre. Los programas, las declaraciones y las denominaciones nunca son asépticas ni ingenuas; junto a cada una de ellas hay cierta intencionalidad, cierta orientación. Además cada uno de nosotros llegaba con una historia militante, incluso los que proveníamos de una práctica en organizaciones sindicales habíamos tenido un encuadramiento en agrupaciones, corrientes o tendencias. Nuestro común denominador era haber estado comprometidos en algún sindicato, pero allí se terminaba la coincidencia. Entre los exiliados había peronistas, comunistas, izquierdistas de las más variadas tendencias. Hasta entre los que se definían como peronistas la variedad era enorme; pretender construir un espacio que diera cabida a todos era casi utópico, la aspiración era, en todo caso, conseguir armar algo parecido a un sindicato amplio y pluralista

El GTAE se reunía en la oficina de la CADHU –Comisión Argentina de Derechos Humanos- ese también debió ser tema de controversia porque sus dirigentes tenían su propia historia política, sus simpatías y antipatías, sus partidarios y opositores. La CADHU se había radicado en Madrid y en su dirección estaban Gustavo Roca, Eduardo Luis Duhalde y Lili Massaferro. El “Gordo” Tito Paoletti tenía buena relación con ellos desde años atrás, fue él quien me invitó a acercarme. Cuando digo que reunirse en esa oficina debió ser inicialmente tema de controversia es porque cada tanto aparecía la sugerencia de buscar otro espacio. En general se suponía que lo mejor era un sindicato, pero allí también se presentaban simpatías y antipatías. Alguno sugería a Comisiones Obreras, otro a la Unión General de Trabajadores, otro a la CNT; no faltaba algún delirante que proponía plantear a las centrales sindicales que nos facilitaran un local para nuestro uso exclusivo. Dejo aquí la referencia a la CADHU para no dispersarme.

Todo organismo está sujeto a movimientos y cambios, un nucleamiento que pretendía representar a trabajadores y sindicalistas exiliados no podía ser una excepción. Algunos compañeros se alejaron, otros se acercaron y reemplazaron a los que habían partido, con esas variaciones volvió a ponerse sobre la mesa la cuestión del nombre. No recuerdo cómo fue que se produjo la modificación, tal vez ni siquiera estuve presente cuando se discutió el tema; lo cierto fue que con el cambio de composición también se pasó de GTAE a TYSAE: Trabajadores y Sindicalistas Argentinos en el Exilio.

Entre los nuevos integrantes se destacaban compañeros que habían sido liberados después de pasar mucho tiempo detenidos a disposición del Poder Ejecutivo. Los cordobeses, así los llamamos entonces, tenían antecedentes sindicales que nadie podía objetar, Rafael Flores había sido Secretario del Sindicato del Caucho, Taurino Atencio integró la conducción de Luz y Fuerza junto a Agustín Tosco, y Soledad García era una reconocida dirigente docente. Tanto se destacaba Soledad en su militancia que unos años después de regresar del exilio fue elegida como Secretaria General de la UEPC, Unión de Educadores de la Provincia de Córdoba. A veces nos detenemos sólo en las figuras principales y nos olvidamos de otros actores que no están en el podio. La práctica no los llevó a los primeros planos a veces por puro azar, pero son constructores tan importantes que sin ellos todo el edificio se vendría abajo. Alfredo Lafuente y Susana (Susana de Perkins la llamaba Lidia Atencio) estaban en ese nivel. Otros compañeros aportaron esporádicamente, alguno como Armando Jaime habían jugado un papel importante antes de la dictadura, otros como Marcelo Frondizi se destacarían mucho más tras el retorno al país.

Me animaría a decir que en Europa el TYSAE madrileño fue el que alcanzó mayor desarrollo y estabilidad. Se formaron otros TYSAE en Francia, Holanda, Suecia; dentro de España el de Tarragona desarrolló una actividad duradera editando un pequeño boletín con el nombre de “La abeja obrera”. Sobre el de México muy poco es lo que podría decir. Nuestra actividad esencial era la denuncia de la dictadura, casi sin recursos económicos hacíamos un esfuerzo enorme para editar “El Trabajador” y coordinar la tarea con los TYSAE hermanos. De los encuentros internacionales recuerdo el que se realizó en Madrid.

Ya para entonces habíamos logrado una buena relación con las centrales sindicales españolas, particularmente con Comisiones Obreras y UGT. En la Secretaría de Relaciones Internacionales de la UGT estaba Manuel Simón, y en la de Comisiones Obreras el legendario Marcos Ana. Éste último era conocido como “el poeta de las cárceles españolas” por haber permanecido en prisión desde el final de la Guerra Civil hasta 1961. Fue desde la cárcel donde comenzó su labor literaria…

Pero me estoy extendiendo y esta era una simple evocación, un ensayo histórico requiere mayor espacio y una abundancia de datos rigurosos. Cierro como comencé, con el recuerdo de las marchas del primero de mayo. Taurino Atencio me contó que en una de esas movilizaciones había tenido a su lado a Ernesto Cardenal ataviado con ropa de fajina y boina. Termino de escribir esto y me doy cuenta que he citado a dos poetas –no estaría mal llamarlos trabajadores de la poesía- ellos dedicaron su vida a la lucha por un mundo mejor: Marcos Ana y Ernesto Cardenal.