martes, 26 de mayo de 2020

El mayo argentino (3)

El asesinato de Adolfo Bello

También en Rosario se produjeron movilizaciones de protesta ese sábado 17 de mayo. Y fue allí donde la ferocidad represiva se cobró una nueva víctima.

La crónica periodística informó que al mediodía se desarrollaba una manifestación en la calle Córdoba, en el tramo entre Corrientes y Entre Ríos. Para disolverla, la policía empleó una violencia extrema. Como parte de ella, persiguió a un grupo de jóvenes, que, en su desesperación, buscaron refugio en la Galería del edificio Melipal. Detrás de ellos entraron los policías golpeando con sus bastones de madera a todos los que se encontraban en el lugar. Pero no se conformaron con eso, y uno de los agentes, el oficial inspector Juan Agustín Lescano, disparó a quemarropa contra uno de los muchachos. Aquel cayó al suelo con un balazo en la frente, y pocas horas después moriría en el Hospital Central de Rosario. Era Adolfo Bello, estudiante de la facultad de Ciencias Económicas.

En menos de una semana la represión indiscriminada había dejado un saldo de dos muertes y centenares de heridos, contusos y detenidos en todo el país. La indignación no tenía límites, y tampoco parecía tenerlos la brutalidad del régimen. La CGT de los Argentinos y el conjunto de las organizaciones estudiantiles convocaron a un paro universitario nacional para el miércoles 21 que sería precedido por manifestaciones de protesta el lunes y una “marcha del silencio” en día martes. La mayor tensión se concentraba en ese momento en Rosario, y las autoridades universitarias decidieron la suspensión de las clases por una semana “como manifestación de duelo y para pacificar los espíritus”. En la Universidad del Nordeste la suspensión de clases fue por tiempo indefinido. Simultáneamente se informaba que en Clorinda había sido puesto en alerta el escuadrón de la gendarmería nacional, en Rosario la policía advertía que se mantenía la determinación de “impedir todo acto que atente contra la normalidad y la tranquilidad en la ciudad”, y la policía cordobesa comunicaba la prohibición de actos o marchas estudiantiles por las calles de Córdoba.

En Buenos Aires los actos del día lunes fueron obstaculizados o reprimidos. En Ciencias Económicas la policía irrumpió en una asamblea y desalojó a los estudiantes, en Derecho el prepotente Estanislao del Campo ´´Wilson cambió algunos golpes con un alumno, y en Filosofía y Letras se sumaron nuevas detenciones a las de los días anteriores. Esa noche el ministro del Interior, Guillermo Borda, habló por la cadena nacional. Aconsejó a los estudiantes para que no se dejaran arrastrar por agitadores profesionales, lamentó la inmolación de dos jóvenes en sólo 48 horas, y acusó a los elementos de extrema izquierda, a algunos políticos y hasta algún dirigente gremial más interesado en sus ambiciones personales que en el bien de los trabajadores. Agregó que el gobierno había demostrado su repugnancia por el uso de la fuerza, pero que también había dado testimonio irrefutable de que mantendría firmemente el orden. Y reiteró que todo lo que alterase la vida de las aulas sería “inexorablemente reprimido, con la máxima prudencia pero también con la máxima decisión”.

Al día siguiente esto se vio demostrado con el violento desalojo en Ciencias Exactas y la persecución de alumnos por las calles céntricas. También en Ciencias Económicas, que iba a ser cabecera de la marcha del silencio, y donde se produjeron numerosas corridas y detenciones. Alrededor de un centenar de manifestantes fueron apresados, todos deberían cumplir treinta días de arresto no redimibles por multa, y el listado de los infractores sería trasmitido a las respectivas facultades para que éstas implementaran las sanciones académicas del caso.

En Tucumán volvieron a repetirse las escenas de represión a estudiantes universitarios, pero éstos continuaron manifestándose hasta bien entrada la noche, y a partir de la mañana del miércoles se les sumarían los estudiantes secundarios. En córdoba se mencionaban al menos dos actos de protesta durante ese martes al atardecer, y aunque no tuvo gran difusión pública, ese día se produjo la detención del dirigente de Luz y Fuerza Agustín Tosco, quien permaneció incomunicado “en averiguación de antecedentes” hasta el día siguiente. En Mendoza Además de la marcha en la ciudad capital, se informaba de manifestaciones en varias localidades del interior provincial. En una de ellas, en la ciudad de Maipú, luego de la movilización los estudiantes concurrieron a una misa donde hizo uso de la palabra un dirigente estudiantil, y posteriormente el sacerdote Fray Francisco Suárez, quien les dijo: “si nos muerden, tendremos que morder, y si nos apalean, tendremos que apalear”.

Lo anterior es sólo un ejemplo del creciente involucramiento de sacerdotes en las protestas de estudiantes y trabajadores. En Rosario, un manifiesto firmado por 25 clérigos adhería a la Marcha del silencio. En el extenso comunicado se pedía que la marcha fuese un fiel reflejo de la toma de conciencia y, ante la proximidad del 25 de mayo, reclamaba al resto de sus hermanos sacerdotes que expresaran de alguna manera el duelo que vivía el país, y que se abstuvieran de participar en las celebraciones oficiales en que se ocultase esa situación. Por su parte, Monseñor Alberto devoto expresaba su enérgico repudio a la represión policial contra el estudiantado. Sus palabras adquirían una mayor relevancia porque el sermón se efectuaba en la propia catedral correntina colmada por los fieles que asistían a una misa por los estudiantes caídos bajo las balas policiales.

El Rosariazo

Como respuesta a la continuidad represiva, la delegación rosarina de la CGT de los Argentinos efectuó un plenario gremial al que asistieron representantes de 25 sindicatos. Allí se resolvió la realización de un paro general el día viernes 23, y se propuso buscar la unidad de acción con la CGT azopardista (que también proponía una medida similar para el mismo día), para lo cual se proyectó una reunión al día siguiente en el Sindicato del Vidrio. Hasta la Federación de Empleados de Comercio, que no estaba enrolada en ninguna de las centrales sindicales, expresó su disposición para plegarse al paro. En coincidencia con la protesta de estudiantes y trabajadores, las dos universidades católicas decidieron paralizar sus actividades hasta el día sábado 24.

El día miércoles era jornada de paro estudiantil, pero eso no significaba que no fueran a realizarse nuevas expresiones callejeras de protesta. En realidad, de una u otra manera la actividad universitaria iba a estar paralizada en buena parte del país pues las autoridades habían suspendido las clases en un vano intento de enfriar la protesta. Dando continuidad a las manifestaciones de días anteriores, también se realizaron movilizaciones ese día miércoles. La represión sería tan brutal como en las jornadas precedentes, y nuevas víctimas se sumarían a las ya existentes. La crónica periodística lo resumiría de esta manera: “Fogatas, barricadas, pedreas contra la policía, y hasta agua hirviendo arrojada desde muchos balcones de la zona céntrica rosarina, configuraron un clima bélico que culminó con la muerte de un joven de sólo quince años”.

Para las 6 de la tarde estaba prevista una marcha que se iniciaría en la Plaza de Mayo rosarina. Los accesos a la misma habían sido cortados, y los manifestantes optaron por concentrarse en la calle Córdoba, entre Maipú y San Martín. Allí fueron bloqueados por fuerzas policiales, y en un primer momento los estudiantes expresaron su protesta sentándose en el suelo. Pero los represores no entendían de reclamos pacíficos y comenzaron a lanzar granadas lacrimógenas y chorros de agua coloreada. La multitud se fragmentó en decenas de grupos, y lo que iba a ser una marcha se transformó en un sinnúmero de pequeños actos relámpagos por todo el centro de la ciudad.

Durante más de dos horas se sucedieron las corridas y enfrentamientos, hasta que la guardia de infantería y la caballería fueron desbordadas e iniciaron el repliegue. Los manifestantes comenzaron a reconcentrarse y a avanzar por la calle Córdoba, hacia el local de la CGT de los Argentinos –Córdoba 2060-, al tiempo que armaban barricadas sobre las calles laterales. Algunas versiones indican que se habría querido ocupar la Jefatura de Policía, pero si existió esa intención, no llegó a concretarse. Sí fue ocupada la sede de transmisión de LT8 Radio Rosario, aunque no se transmitió ninguna proclama.

Nuevamente volvió la caballería a cargar con sus sables, mientras se lanzaban gases y agua coloreada sobre los manifestantes. Éstos volvieron a responder con piedras y trozos de baldosas, haciendo retroceder otra vez a los policías. Ya eran las 10 de la noche, y en las calles aún quedaban alrededor de dos mil manifestantes. Volvió a ordenarse el repliegue de los efectivos, que no sólo usaban sus sables sino también sus armas de fuego. En la esquina de Córdoba y Dorrego cayó herido un joven de apenas 15 años, el obrero y estudiante Luis Norberto Blanco, quien recibió un balazo en la espalda. El médico Aníbal Reinaldo y otro compañero trataron de auxiliarlo, y en esas circunstancias fueron sableados por los policías. Finalmente consiguieron trasladar al muchacho hasta una clínica cercana, pero allí se comprobó que el disparo había sido mortal.

Blanco no fue la única víctima durante el Rosariazo. Daniel Ángel Ricardo de Lahoz, un manifestante de 27 años, fue arrollado por un ómnibus cuando trataba de escapar de los policías que lo perseguían. La empleada doméstica Lidia Martínez, una joven de 21 años que se había asomado a la puerta de su domicilio en la calle Córdoba 1791, fue alcanzada por un balazo que entró por su pómulo derecho y salió cerca del oído izquierdo. Por lo menos una treintena de manifestantes sufrieron heridas de bala, sablazos y contusiones de cierta gravedad. Pero esas estimaciones correspondían a los casos más delicados, porque las propias informaciones oficiales proporcionadas posteriormente, elevaron el número de heridos a 150.

Cerca de la medianoche la ciudad quedó en manos de los manifestantes. La policía había sido superada por el persistente hostigamiento de estudiantes y trabajadores, repudiados por los vecinos que habían lanzado sobre ellos objetos contundentes y hasta agua hirviendo desde los pisos altos de las casas de departamentos. Era un hecho sin precedentes, y al comenzar el jueves se decidió echar mano al ejército, declarando la emergencia en la zona, y se anunció la severa aplicación del código de justicia militar.

(Continuará)

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