miércoles, 17 de enero de 2018

1957, la huelga grande de los Telefónicos (XLVIII)

Últimas semanas (VIII)

La dictadura quería quebrar la resistencia de los telefónicos, impedirles un repliegue honorable, rendirlos por hambre. En cierto modo era impotente para imponer su voluntad, aunque el estado de sitio estaba vigente prácticamente desde principio de octubre en la zona más neurálgica del conflicto no había conseguido frenar los deterioros del servicio. Políticamente los resultados también le habían sido adversos cuando tanto Las 62 Organizaciones como los 32 Gremios se habían unido en el apoyo a los trabajadores en huelga. Podía mostrar su poder (como lo hizo) impidiendo que los telefónicos de Buenos Aires hicieran su asamblea, pero era una muestra más de prepotencia castrense.
Habían pasado diez días desde la intimación empresario-gubernamental y la inmensa mayoría de los huelguistas seguían sin doblegarse. En una solicitada publicada el lunes 28 de octubre FOETRA denunciaba que había querido consultar a sus bases sobre la propuesta empresaria, todos los sindicatos del interior pudieron realizar las asambleas, pero el sindicato Buenos Aires, que nucleaba aproximadamente al 50 por ciento de los telefónicos, no consiguió el permiso policial para reunirse.

“Evidentemente es más fácil seguir insistiendo por radio y los diarios que los dirigentes se oponen a la solución del conflicto que permitir una expresión rotunda y soberana del gremio sobre la propuesta. No habrá solución al conflicto telefónico hasta tanto cada uno y todos los afiliados expresen libremente su opinión. Pretender terminar el diferendo por el reintegro “en masa” del personal vencido por el hambre, es un sueño que sólo aquellos que están muy lejos de la realidad pueden acariciar”.

Un titular periodístico de esos días resultaba engañoso: “El gremio telefónico de Rosario aceptó la propuesta patronal”. Al entrar en la noticia podía leerse que en la asamblea realizada en el local de La Fraternidad habían participado un millar y medio de trabajadores; unánimemente resolvieron aceptar sólo dos puntos de la propuesta, uno referido a un incremento salarial como premio a una mayor producción y asistencia, y otro que establecía el aumento del salario familiar al igualarlo con el que se cobraba en la actividad privada. Sobre el resto de los puntos se dio mandato para que fuesen tratados en Comisión paritaria y que el Secretariado Nacional levantase el estado de huelga cuando lo considerase oportuno. Para esto último era indispensable la restitución de la personería gremial y que no se tomasen represalias contra el personal.
La asamblea realizada en Córdoba fue también categórica, no sólo rechazó el ofrecimiento de la Empresa sino que decidió la continuación de la huelga. En Buenos Aires los trabajadores no se pudieron reunir en asamblea general, pero a las asambleas zonales asistieron casi diez mil que ratificaron su decisión de continuar con la lucha. En la asamblea de los telefónicos platenses participaron un millar de afiliados, se aprobaron un par de puntos de la propuesta empresaria pero se rechazó la modificación de la jornada de trabajo y que el arreglo del conflicto implicara la reducción de personal.
En general los grandes sindicatos se mantuvieron firmes, en Mar del Plata la Empresa consiguió que una parte de los afiliados desertaran apenas producida la intimación; a la semana siguiente el resto de ese sindicato terminó sumándose a los que volvieron al trabajo. Bahía Blanca, General Pico y La Pampa siguieron esos pasos, levantaron la huelga sin esperar lo que resolvieran los demás telefónicos del país.
Mientras la Empresa seguía informando que el reintegro al trabajo iba en aumento, la Federación comunicó que en Buenos Aires sobre un total de 14.400 trabajadores habían vuelto al trabajo 1.136 y que se mantenían en huelga 13.264. En el interior, sobre un total de 11.548 volvieron al trabajo 1.624 y seguían en huelga 9.924.
Iban y venían las cifras, extraoficialmente la Empresa informaba que 150 huelguistas rosarinos disconformes con lo resuelto en la Asamblea se habían reintegrado al trabajo. Por su parte la filial local de FOETRA sostuvo que la huelga se mantenía a pesar de algunas deserciones mínimas, sólo el 8,6 por ciento del personal retornó al trabajo.
La guerra de los comunicados formaba parte del conflicto, cada uno de los bandos en pugna se atribuía éxitos y, sobre todo, tener la razón de su lado. La política gubernamental descargaba penurias sobre la mayor parte de la población, pero la propaganda oficial podía hablar de derroches demagógicos en el pasado, de pesadas herencias y poner de su lado a los ingenuos y a los nada ingenuos. Estaban los que creían porque era fácil creer, y los que encontraban buenas razones para reforzar su odio clasista. Aramburu lo había dicho en la reunión del 11 de octubre con los dirigentes sindicales: “El pueblo argentino ha vivido engañado en un standard de vida ficticio para venir a parar a la situación actual”. Según el golpista a cargo del gobierno la ficción demagógica había terminado, los trabajadores debían reducir sus pretensiones, trabajar y producir más, en algún momento se derramarían sobre ellos las riquezas.
Pero dos semanas después de cortadas las tratativas por parte de la Empresa, los trabajadores seguían resistiendo. Los planteles carentes de mantenimiento se caían a pedazos, los sabotajes reales e inventados contribuían al deterioro general. La información periodística del jueves 31 de octubre hablaba de otros 73 cables dañados, la única precisión era que todos estaban en el área de Buenos Aires y suburbios. Para infundir cierta dosis de optimismo un funcionario hizo crecer el porcentaje de los reintegrados al trabajo, sin brindar su nombre dijo que ya era un 50 por ciento los huelguistas que habían abandonado la lucha. Sin embargo las comunicaciones que dependían de operadoras seguían igual o peor que en las semanas de más agudo conflicto
El discurso triunfalista chocaba con la realidad, no parecía que la victoria fuese mejor que la de Pirro contra los romanos. Aquel había perdido tantos hombres para derrotar a sus enemigos que se le atribuye haber dicho: “Otra victoria como esta y volveré solo a casa”.
En el caso del conflicto telefónico las bajas se medían en abonados; al comenzar noviembre la información más o menos oficiosa reconocía 230 mil teléfonos incomunicados en todo el país, de ellos 180 mil correspondían a Capital y suburbios. Estos números son para tomar con pinzas, son los que aparecían en los diarios y no eran desmentidos por el gobierno, probablemente fueran los propios funcionarios quienes los facilitaran. Si los damos por ciertos, el triunfo empresario-castrense sobre los telefónicos tenía un costo enorme, para doblegar la resistencia de quienes reclamaban una remuneración justa no se vacilaba en dejar sin un servicio esencial a un tercio de los abonados del país.

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