Conocimos a Olga a mediados de los ’60 cuando junto a decenas de
compañeras y compañeros se sumó a la Lista Rosa de telefónicos.
Trabajaba en el edificio Golf de Cabildo y Dorrego, en la sección
dibujantes de la Dirección de Ingeniería. Era una compañera muy
simpática, siempre con una sonrisa en los labios, cuando reía lo
hacía de forma contagiosa. La mayor actividad sindical la
desarrollaba en su edificio, el cuidado de los hijos recortaban su
posibilidad de asistir con frecuencia las reuniones. Alguna vez vino
con Pablo, su marido, aunque él no era telefónico debía tener una
buena imagen de nosotros y quiso conocernos.
Teníamos en común la actividad como telefónicos, el repudio a la
dictadura de Onganía, la simpatía por las luchas que sacudían el
mundo de entonces, la admiración por el Che. En alguna oportunidad,
hablando sobre cine, fue inevitable referirnos a Eisestein, a “La
batalla de Argelia” y a “Morir en Madrid”. Éramos parte de una
rebeldía que se expresaba de muchas maneras y no sólo artística o
literariamente. Olga colaboró con nosotros en la distribución del
periódico de la CGT de los Argentinos, esperaba ansiosamente cada
número para seguir el “¿Quién mató a Rosendo?”, como si se
tratara de una novela policial por entregas.
Ninguno de nosotros pertenecía al mundo de los indiferentes y
conformistas, en mayor o menor medida fuimos asumiendo compromisos
cada vez mayores. Olga y su marido se inclinaron por el peronismo
combativo –la Juventud Peronista-, ignoro el alcance de esa
adhesión pero estoy seguro que fueron consecuentes hasta el final.
El 20 de enero de 1978 la patota llegó hasta donde ambos vivían, en
Wenceslao de Tata 4821, localidad de Caseros. Alrededor de media
docena de hombres de civil tirotearon el frente de la casa sabiendo
que ellos estaban dentro con sus tres pequeños hijos. Probablemente
se entregaron sin ofrecer resistencia para salvar a los niños, éstos
quedaron abandonados en el lugar mientras se llevaban a sus padres
“en una camioneta blanca y dos autos”.
En Campo de Mayo fueron vistos por integrantes de la familia Meza
Niella que también estaban secuestrados y que los conocían del
barrio. Las denuncias que los familiares de Olga hicieron ante
organismos policiales y militares fueron infructuosas, insistieron
con reclamos en organismos de derechos humanos y embajadas, hicieron
presentaciones de habeas corpus en sede judicial.
Hoy se cumplen 40 años del secuestro y desaparición de Olga Haydee
Pini y Bernardo Pablo Bolzán; hasta tanto reaparezcan el delito de
desaparición forzada sigue repitiéndose día tras día, es
imprescriptible, y seguiremos reclamando por ellos y por los 30 mil
compañeros que esperan justicia.
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