lunes, 8 de enero de 2018

1957, la huelga grande de los Telefónicos (XLIV)

Últimas semanas (IV)

En las últimas notas hablé de la reunión que los dos grandes nucleamientos que se habían formado al fracturarse el Congreso de la CGT, Las 62 Organizaciones y Los 32 Gremios, mantuvieron con Aramburu en Casa de Gobierno. En realidad no fue una sino dos reuniones, la primera se produjo el jueves 10 de octubre y al día siguiente se realizó la segunda. Todavía hubo un tercer encuentro, pero ese fue mucho más breve y acotado, ya no fue con Aramburu sino con el ministro de trabajo para recibir la respuesta oficial al planteo de los trabajadores.
Esencialmente la nota anterior estuvo dedicada a la intervención de Norma Ciorciari cuando expuso el conflicto de los telefónicos. Ella fue una de las primeras en hacer uso de la palabra junto a varios representantes sindicales que describieron la situación angustiosa de los trabajadores del país e insistieron en la necesidad de un aumento general de salarios. La pérdida del poder adquisitivo tras el virtual congelamiento de las remuneraciones y el incesante incremento de precios era una realidad que afectaba a todos los asalariados. El dirigente gráfico Riego Rivas lo había dicho muy claramente, desde febrero del año anterior hasta ese momento el retroceso había sido del 30 por ciento. Más adelante el representante de UTA, Miguel Tarullas, mostró un cuadro con los brutales aumentos de precios en productos esenciales. Conde Magdaleno, de panaderos, se refirió a las ganancias extraordinarias de las empresas; y Alberto Lema, de Luz y Fuerza, lo mismo que el mercantil Armando March, sostuvieron que la exigencia de mayor productividad era imposible de cumplir en muchos sectores laborales.
El encuentro se prolongó casi cuatro horas, según lo dijo el mismo Aramburu al dar por terminada la reunión del día 10, pero sólo fue un paréntesis hasta el día siguiente cuando continuaron las deliberaciones, esta vez con los funcionarios gubernamentales como expositores principales.
El viernes Aramburu abrió el encuentro dando la palabra al ministro de Comercio e Industria, Julio César Cueto Rúa, un jurista habilidoso que cinco años después sería candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires por la Unión Conservadora. Cueto Rúa argumentó con el libreto liberal tradicional: el ajuste era imprescindible para sanear la economía, también lo era incentivar a los dueños de la tierra para que produjeran con destino a la exportación. No se debía poner trabas a la capitalización de las empresas privadas porque necesitaban de esas divisas para comprar maquinarias y equipamientos que permitirían modernizar las industrias y aumentar la producción. En la misma línea defendió el Recorte drástico en los subsidios al consumo popular, rechazó el estatismo y el intervencionismo, admitió que teóricamente el estado podía hacerse cargo de algunas ramas de la producción, pero rechazó esa posibilidad. Como frutilla del postre definió a Estados Unidos como país modelo del mundo occidental.
El día anterior Tarullas, dirigente del transporte alineado en las 62 Organizaciones, había presentado un cuadro con los aumentos de precios en productos de consumo popular, Cueto Rúa intentó refutarlo con datos estadísticos oficiales; seguramente no esperaba que March, el mercantil enrolado en los 32 Gremios, le saliera al cruce diciéndole que los precios que mostraba el ministro no eran los que pagaban los trabajadores en los comercios del barrio. Si el gobierno esperaba encontrar actitudes complacientes en Los 32 para atacar a Las 62, se equivocó; en varios pasajes de la reunión las coincidencias entre los dos nucleamientos fueron manifiestas, después cada sector seguiría con su propia política, pero allí ninguno se hizo cómplice de los planteos gubernamentales. El ministro no tuvo mejor suerte cuando quiso desmentir a Conde Magdaleno, el dirigente de los panaderos que formaba parte de Las 62, cuando le dijo que su afirmación sobre ganancias exorbitantes por parte de Panificación Argentina no se correspondía con lo que decían los balances. También allí intervino March señalando que un año antes la misma compañía había mostrado como ganancia lo que al año siguiente aparecería como pérdida.
El poder adquisitivo de los salarios llevaba un año y medio de retroceso continuo, pero la única solución propuesta por Cueto Rúa para aumentarlos era que, previamente, se aumentara la producción, ya fuera produciendo más durante la jornada de trabajo (trabajo incentivado) o extendiéndola jornada laboral. En uno u otro caso se trataba de plusvalía extraordinaria porque el congelamiento o control de precios no estaba en el ideario del gobierno. En ese sentido el gabinete era muy homogéneo, el ministro de hacienda era Adalbert Krieger Vasena, quien volvería a ocupar el mismo cargo con el dictador Juan Carlos Onganía. Cuando el bancario Augusto Guibourg se manifestó contra la devaluación del salario diciendo “No es justo salir de la crisis mediante el hambre del trabajador”, tanto Krieger como cueto Rúa polemizaron con él.
A esa altura del encuentro los ánimos estaban caldeados, cuando Conde Magdaleno recordó que el día anterior había pedido aclaración al ministro de trabajo sobre la restricción del derecho de huelga, fue el propio Aramburu quien salió a responderle. Dijo que había países donde ese derecho estaba totalmente prohibido; ejemplificó con Rusia, tal vez porque Magdaleno había sido agregado laboral en la Unión Soviética durante el gobierno peronista. Después agregó que las críticas que se hacían a las regulaciones establecidas por su gobierno eran totalmente infundadas. Lema, de Luz y Fuerza, lamentó no tener en ese momento el estudio realizado por su organización mostrando lo nefasto de la reglamentación gubernamental; y agregó que ese análisis había sido llevado a Santa Fe para ponerlo a consideración de la Asamblea constituyente. Picado en su amor propio el ministro de trabajo dijo que le agradaría conocer ese estudio. Después aludió a huelgas resueltas sin cumplir con los procedimientos estatutarios, y a otras en servicios públicos que no se proponía enumerar porque la reunión ya se había prolongado tal vez demasiado.
Podía estarse refiriendo a la huelga de los telefónicos, aunque también telegrafistas, ferroviarios, lucifuercistas y otros trabajadores de servicios públicos habían estado en conflicto. Dijo: “Un movimiento de fuerza contra un servicio público tiene que ser provocado por una situación realmente extraordinaria, realmente grave”. Uno de los asistentes al encuentro le pidió hacer una aclaración, pero Tristán Guevara le respondió ofuscado que primero lo escuchara a él y que luego lo escucharía. Después agregó que la huelga es un medio violento de lucha al cual no se puede acudir sino en caso de extrema necesidad. “Hay que establecer un mecanismo legal que impida abusos. La huelga debe ser con abandono total del lugar de trabajo, que desaparezca esa forma tan perniciosa del trabajo a desgano, del trabajo a reglamento o con permanencia en el lugar de trabajo”.
Todo lo dicho hasta ese momento calzaba como un guante al conflicto de los telefónicos: los salarios se encontraban congelados desde el año anterior, los incesantes aumentos de precios lo habían devaluado a un nivel inadmisible, la propuesta gubernamental era extender y desdoblar la jornada de trabajo, cualquier reclamo laboral debía pasar por el tortuoso camino del arbitraje obligatorio y el cercenamiento del derecho de huelga; pero todavía había más.

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