viernes, 22 de diciembre de 2017

1957, la huelga grande de los Telefónicos (XLIII)

Últimas semanas (III)

La reunión del 10 de octubre entre el general aramburu y los representantes de las 62 Organizaciones y los 32 Gremios mostró el apoyo de los dos grandes nucleamientos a la lucha que los telefónicos venían sosteniendo desde varias semanas atrás. Norma Ciorciari, única mujer que integraba la delegación, lo expresó al comenzar su intervención: “Antes que nada, como un anticipo de la unidad definitiva de los trabajadores argentinos, celebro los puntos de coincidencia registrados en esta reunión. Asimismo, nos complace que de común acuerdo se haya permitido a FOETRA hacer oír su voz en esta oportunidad”.
El congreso para normalizar la central obrera se había fracturado prácticamente al comenzar sus deliberaciones, se definieron dos grandes agrupamientos, Las 62 que confrontaban abiertamente con el gobierno, Los 32 que sostenían una posición más dialoguista. A pesar de las diferencias se pusieron de acuerdo para solicitar una reunión conjunta en la Casa Rosada y para que la representante de los telefónicos concurriera con el respaldo de ambos sectores.
Ella recordó que venían insistiendo con la propuesta de una reunión en la que estuvieran representantes de la empresa, de las autoridades nacionales y de los trabajadores, para que el Poder Ejecutivo pudiera juzgar cual era la parte intransigente e insensible en la negociación, porque FOETRA no estaba en la calle por un mero capricho de dirigentes.

“En todas las reuniones hemos tratado de plantear soluciones (…) y solamente hemos escuchado esa campana de las 35 horas a las 44 horas. Las 35 horas que sostienen y defienden los telefónicos es una conquista y no un capricho de un funcionario; es una conquista que llevó a los telefónicos 20 años de lucha por su condición de trabajo insalubre”.

Ejemplificó con el trabajo desarrollado por los compañeros en las cámaras subterráneas, con las tareas de las operadoras de Tráfico, “14 mil mujeres en todo el país (…) que en el mismo mes de diciembre tenemos que trabajar con estufas y ventilación”. Le recordó a Aramburu que en un principio el ministro de comunicaciones había dicho que el horario no se tocaría; “ahora nos encontramos con que el primer punto que quiere discutirse es el de los horarios”. Y reiteró que los telefónicos habían salido a la lucha “por la reincorporación de cesantes y por un aumento que consideramos necesario”. Mirándolo a la cara le dijo:

“La insensibilidad de la empresa se pone de manifiesto a cada instante, hasta tal punto que anteayer se nos dijo que usted esperaba solamente 45 minutos para solucionar este conflicto o en su defecto pondría en práctica medidas drásticas. Nosotros entendemos que no es esa la solución. Pensamos que el problema telefónico debe resolverse con soluciones positivas, efectivas y de inmediato”.
Nosotros queremos que se nos respete y que no se diga que la conquista de las 35 horas es una herencia de ningún funcionario. Es una conquista legítimamente recuperada por el gremio telefónico”.

Toda la exposición de Norma Ciorciari fue respetuosa pero firme, hasta cuando citó un comunicado de FOETRA:

“Esta mañana hemos leído un comunicado referente a la huelga de los telefónicos y hablaré con la sinceridad que nos ha pedido el señor presidente.
En ese comunicado se dice que cuando una empresa anda mal un día, puede ser por culpa de los obreros, si anda mal un mes, los jefes son los responsables; pero si la compañía no anda bien un año, entonces debe desaparecer su directorio. Juzgue y medite lo que le decimos, es la impresión de todo el gremio telefónico.
No estamos contra nadie, queremos colaborar con la Nación, ponemos nuestro esfuerzo con los conocimientos que tenemos en materia telefónica. Lo que no queremos es que en esta circunstancia se trate de colocar de rodillas a un gremio que vive de pie”.

Había sido irónica al argumentar sobre la inconsistencia del planteo patronal para aumentar la productividad: en el Departamento de Tráfico, aunque se pagara más “no podríamos hablar más rápido”. También lo fue al ridiculizar la pretensión de recalificación del personal: “¿Cómo exigir una calificación si los jefes no saben calificar? Eso no es culpa nuestra, nosotros no los nombramos”.
A diferencia de lo que había ocurrido con otros dirigentes que hablaron ante que ella, Ni Aramburu ni ninguno de los funcionarios que lo asistían la interrumpió con preguntas ni hizo comentarios cuando finalizó. Desde el punto de vista argumental tal vez se sentían desbordados, pero el conflicto se venía desarrollando desde hacía un mes y medio y no era porque los trabajadores carecieran de razones justas.

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