miércoles, 13 de diciembre de 2017

1957, la huelga grande de los Telefónicos (XXXIX)

Estado de sitio (III)

En la nota anterior comenté que el viernes 4 de octubre se dieron a conocer un gran número de noticias que hablaban de atentados contra las líneas telefónicas en todo el país. Ese mismo día, desde la mañana, comenzaron las reuniones en la presidencia. Los nombres y los cargos de varios de los participantes pueden resultar hoy desconocidos, en ese momento causaban inquietud.
Ofició de dueño de casa el general Aramburu, a su lado se situó el contralmirante Isaac Rojas. Rodeando la mesa se ubicaron el jefe del estado mayor del Ejército, general Luis Leguizamón Martínez; el jefe del estado mayor Naval, contralmirante Jorge Perrén; el jefe del estado mayor de la Fuerza Aérea, comodoro Anselmo Simois; el secretario de Informaciones del estado, general Juan Carlos Cuaranta; el interventor de la Confederación General del Trabajo, capitán de navío Alberto Patrón Laplacette, y el presidente de la Empresa Nacional de Telecomunicaciones , capitán de navío Ramón Casanova.
Simultáneamente en el Ministerio del Interior estuvieron el subjefe de la Policía Federal, capitán de fragata Aldo Molinari, y el jefe de coordinación policial, coronel Eugenio Schettini.
Después de las 18 se realizó otra reunión en Casa de gobierno en la que, junto a Aramburu y Rojas, estuvieron los ministros de las fuerzas armadas, el jefe de la Policía Federal, contralmirante José Antonio Dellepiani, el jefe de la Policía de la provincia de Buenos Aires, teniente coronel Desiderio Fernández Suárez, el interventor federal en la provincia, coronel Emilio Bonnecarrere, el secretario de Informaciones del estado, el director de Coordinación Federal, capitán de corbeta Pedro H. Messina, y jefes de los servicios de inteligencia del gobierno.
Finalizada la última reunión comenzó a hablarse de la suspensión de garantías constitucionales en algunas regiones del país. Los informantes oficiosos hablaron “de una serie de actos de sabotaje que demuestran la perfecta coordinación y sincronización, por la simultaneidad y similitud en los atentados”.
Según la interpretación gubernamental los actos de sabotaje respondían a organizaciones del exterior, y el objetivo perseguido era aislar algunas provincias de la Capital Federal y, a su vez, al país con naciones limítrofes tales como Chile, Bolivia y Paraguay.
Paralelamente se buscaba “obstaculizar los servicios públicos esenciales como los de Obras sanitarias, producir cortes de líneas, incendiar vehículos y levantar líneas férreas”. A modo de ejemplo se dijo que a las 23 horas del día 1 de octubre se habían producido 7 atentados en distintos puntos del país. Como FOETRA había rechazado públicamente esos actos, se concluía que los mismos no venían del interior de los gremios sino de fuera.
Hasta allí no se hablaba del conflicto telefónico, aunque se deslizaba el comentario que “los cortes de líneas habrían aislado algunas bases militares, aéreas y navales, las que cubrían sus necesidades con recursos especiales”. Sin embargo, prestando atención a la lista de participantes en la primera reunión de la mañana, se descubría el nombre del capitán Casanova, presidente de la Empresa Nacional de Telecomunicaciones.
Recién a las 22 el Subsecretario del Interior, César García Puente, reunió a los periodistas acreditados en Casa de Gobierno para notificarles que el ministro del Interior le había encargado informar que desde la cero hora regía el estado de sitio en Capital Federal y provincia de Buenos Aires. Fue entonces cuando se dijo explícitamente que la razón era “preservar el orden frente a los actos de sabotaje contra las instalaciones telefónicas”. El funcionario adelantó que se suscribirían “las medidas necesarias”, aunque no dio a conocer el texto del decreto 12.171 y dijo no saber si ya se habían realizado detenciones.
Efectivamente, alrededor de 200 trabajadores fueron apresados el primer día, luego se informó que sólo la cuarta parte de ellos eran telefónicos; los demás pertenecían a otros gremios, pero la amplitud del estado de sitio permitía la discrecionalidad. Aparentemente hubo mucho de detenciones al boleo, un par de días después la mayor parte de los trabajadores habían recuperado la libertad.
Simultáneamente se siguió informando de nuevos daños al plantel telefónico. Se puso el acento en los cortes efectuados en cables troncales, en los 2.500 teléfonos públicos vandalizados y en los 35 mil abonados incomunicados. Al no brindarse precisiones sobre la ubicación de los damnificados no es posible saber si se contabilizaba a la totalidad. Las cifras variaban permanentemente, pero al margen de la intención desinformadora la percepción era que nunca el servicio había estado tan mal.

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