lunes, 18 de diciembre de 2017

1957, la huelga grande de los Telefónicos (XLI)

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La reimplantación del estado de sitio en Capital Federal y provincia de Buenos Aires podía tener otros condimentos, pero la huelga fue decisiva para que se tomara esa medida. Una cuarta parte de los detenidos el mismo día 4 de octubre fueron telefónicos, pero también se produjeron cambios hacia el interior de la propia empresa. La más significativa fue el desplazamiento (se lo llamó renuncia) de Miguel Mugica, el gerente general, después de varias reuniones en Casa de gobierno entre el Capitán Casanova y Aramburu.

Durante el conflicto los encuentros para negociar fueron numerosos, Los integrantes del Secretariado Nacional de FOETRA se entrevistaron muchas veces con los representantes de la Empresa, y aunque hubo momentos de vacío prolongado, la tónica predominante fue el diálogo, a veces con más de una reunión en el mismo día. También los dirigentes del Sindicato Buenos Aires pusieron en juego todas sus relaciones, además de entrevistas directas con la dirección empresaria, se esforzaron para que sus allegados en otros gremios interpusieran sus buenos oficios en distintos niveles del gobierno nacional.
“Donde aparecía una posibilidad de contacto, allí íbamos”. Tal vez la gestión más audaz haya sido el llamado a presidencia, pero si prosperó fue porque el conflicto telefónico era de gran importancia y estaba en el centro de atención gubernamental. El tono amable del encuentro en Olivos hizo alentar esperanzas a los dirigentes de FOETRA, esa expectativa se reflejó en la comunicación pública que se brindó a la prensa y a los integrantes del Consejo Federal. Aquí es oportuno hacer una acotación; Diego Pérez me comentó que cada reunión, cada contacto, cada propuesta oficial u oficiosa era informada al Consejo Federal mediante un comunicado, luego los Sindicatos reproducían la información hacia los demás compañeros del gremio.
Volviendo a las expectativas tras el encuentro con Aramburu, dos días después fueron convocados a una nueva reunión con el Consejo de administración de la Empresa. En esa oportunidad estuvo presente un coronel de apellido Peralta; éste se mostró amable, escuchó con atención y tomó nota de la posición sindical, pero cuando días después volvieron a encontrarse con él les recitó el mismo libreto que venían escuchando desde semanas atrás.
Los artículos periodísticos ponían el acento en el deterioro del servicio –ya se hablaba de 100 mil teléfonos incomunicados- y de los perjuicios que sufría la población. Los comentarios más benévolos aceptaban el reclamo salarial, pero pedían que los trabajadores comprendieses la imposibilidad de la empresa para otorgar un aumento masivo que terminaría disparando una nueva escalada inflacionaria. La reunión de Olivos era usada para ejemplificar sobre la buena disposición del presidente, era una persona que se esforzaba por escuchar a las partes buscando soluciones que satisficieran a todos. Presentar al Estado como una entidad situada por encima de los intereses en conflicto es un recurso clásico de todos los gobiernos.
Ese era el contexto en el cual se desarrollaba el conflicto: una sociedad dividida por intereses económicos y políticos contrapuestos, un gobierno dictatorial que maquillaba parte de su autoritarismo con planteos presuntamente democráticos, un martilleo periodístico que todo el día y todos los días moldeaba la conciencia de la sociedad reclamando nuevos sacrificios de los sectores más postergados.
Diariamente se realizaban reuniones en Casa de gobierno entre el general presidente y los funcionarios de la Empresa Nacional de Telecomunicaciones; tanta asiduidad podía ser un elemento de presión sobre los huelguistas, pero ciertamente mostraba la preocupación por un conflicto que se alargaba mucho más allá de lo esperado. Aunque el desgaste de los trabajadores era grande, las deserciones habían sido mínimas. Un comentario de Pascual Masitelli puede resultar ilustrativo sobre cómo se encontraban los ánimos del lado obrero.

“Se pidió el aumento, se fue a la huelga. Valente, como hombre disciplinado, defendió la huelga a capa y espada; él, como hombre de principios, defendió la huelga más que nadie. Y cuando pasaron unos cuantos días, muchos de los que habían querido empezar el conflicto le pidieron una reunión, que se hizo en Empleados de Comercio, ahí al lado de Garaje Liceo. Y ahí le pidieron al Sindicato Buenos Aires el levantamiento de la huelga.
Yo recuerdo que me dio tanto fastidio que les dije para qué habían aceptado ser delegados si le tenían miedo a la lucha. Cuando se empieza una huelga para conseguir mejores condiciones de trabajo o un mejor salario, se pierde o se gana pero no hay que tener nunca miedo. Y que era lamentable que alguno de esos compañeros que pedían el levantamiento de la medida de fuerza fueran los mismos que habían pedido la huelga.
Yo no digo que esos compañeros fueran unos flojos porque eran más jóvenes o más nuevos en la empresa. Mire, había gente que había entrado conmigo en el 38 y que me llamaban a mi casa para decirme que entrara a trabajar; ellos sabían que el general Teglia me había mandado una intimación diciendo que si no volvía al trabajo iba a quedar cesante. O sea que no era una cuestión de jóvenes o viejos; ellos querían que yo entrara a trabajar porque sabían que teníamos influencia en mucha gente; yo estaba en Flores, y hasta de Ituzaingó nos seguían. Si yo volvía al trabajo, todos ellos iban a entrar”.

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