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La reimplantación del estado de sitio en Capital Federal y provincia
de Buenos Aires podía tener otros condimentos, pero la huelga fue
decisiva para que se tomara esa medida. Una cuarta parte de los
detenidos el mismo día 4 de octubre fueron telefónicos, pero
también se produjeron cambios hacia el interior de la propia
empresa. La más significativa fue el desplazamiento (se lo llamó
renuncia) de Miguel Mugica, el gerente general, después de varias
reuniones en Casa de gobierno entre el Capitán Casanova y Aramburu.
Durante el conflicto los encuentros para negociar fueron numerosos,
Los integrantes del Secretariado Nacional de FOETRA se entrevistaron
muchas veces con los representantes de la Empresa, y aunque hubo
momentos de vacío prolongado, la tónica predominante fue el
diálogo, a veces con más de una reunión en el mismo día. También
los dirigentes del Sindicato Buenos Aires pusieron en juego todas sus
relaciones, además de entrevistas directas con la dirección
empresaria, se esforzaron para que sus allegados en otros gremios
interpusieran sus buenos oficios en distintos niveles del gobierno
nacional.
“Donde aparecía una posibilidad de contacto, allí íbamos”.
Tal vez la gestión más audaz haya sido el llamado a presidencia,
pero si prosperó fue porque el conflicto telefónico era de gran
importancia y estaba en el centro de atención gubernamental. El tono
amable del encuentro en Olivos hizo alentar esperanzas a los
dirigentes de FOETRA, esa expectativa se reflejó en la comunicación
pública que se brindó a la prensa y a los integrantes del Consejo
Federal. Aquí es oportuno hacer una acotación; Diego Pérez me
comentó que cada reunión, cada contacto, cada propuesta oficial u
oficiosa era informada al Consejo Federal mediante un comunicado,
luego los Sindicatos reproducían la información hacia los demás
compañeros del gremio.
Volviendo a las expectativas tras el encuentro con Aramburu, dos días
después fueron convocados a una nueva reunión con el Consejo de
administración de la Empresa. En esa oportunidad estuvo presente un
coronel de apellido Peralta; éste se mostró amable, escuchó con
atención y tomó nota de la posición sindical, pero cuando días
después volvieron a encontrarse con él les recitó el mismo libreto
que venían escuchando desde semanas atrás.
Los artículos periodísticos ponían el acento en el deterioro del
servicio –ya se hablaba de 100 mil teléfonos incomunicados- y de
los perjuicios que sufría la población. Los comentarios más
benévolos aceptaban el reclamo salarial, pero pedían que los
trabajadores comprendieses la imposibilidad de la empresa para
otorgar un aumento masivo que terminaría disparando una nueva
escalada inflacionaria. La reunión de Olivos era usada para
ejemplificar sobre la buena disposición del presidente, era una
persona que se esforzaba por escuchar a las partes buscando
soluciones que satisficieran a todos. Presentar al Estado como una
entidad situada por encima de los intereses en conflicto es un
recurso clásico de todos los gobiernos.
Ese era el contexto en el cual se desarrollaba el conflicto: una
sociedad dividida por intereses económicos y políticos
contrapuestos, un gobierno dictatorial que maquillaba parte de su
autoritarismo con planteos presuntamente democráticos, un martilleo
periodístico que todo el día y todos los días moldeaba la
conciencia de la sociedad reclamando nuevos sacrificios de los
sectores más postergados.
Diariamente se realizaban reuniones en Casa de gobierno entre el
general presidente y los funcionarios de la Empresa Nacional de
Telecomunicaciones; tanta asiduidad podía ser un elemento de presión
sobre los huelguistas, pero ciertamente mostraba la preocupación por
un conflicto que se alargaba mucho más allá de lo esperado. Aunque
el desgaste de los trabajadores era grande, las deserciones habían
sido mínimas. Un comentario de Pascual Masitelli puede resultar
ilustrativo sobre cómo se encontraban los ánimos del lado obrero.
“Se pidió el aumento, se fue a la huelga. Valente, como hombre
disciplinado, defendió la huelga a capa y espada; él, como hombre
de principios, defendió la huelga más que nadie. Y cuando pasaron
unos cuantos días, muchos de los que habían querido empezar el
conflicto le pidieron una reunión, que se hizo en Empleados de
Comercio, ahí al lado de Garaje Liceo. Y ahí le pidieron al
Sindicato Buenos Aires el levantamiento de la huelga.
Yo recuerdo que me dio tanto fastidio que les dije para qué habían
aceptado ser delegados si le tenían miedo a la lucha. Cuando se
empieza una huelga para conseguir mejores condiciones de trabajo o un
mejor salario, se pierde o se gana pero no hay que tener nunca miedo.
Y que era lamentable que alguno de esos compañeros que pedían el
levantamiento de la medida de fuerza fueran los mismos que habían
pedido la huelga.
Yo no digo que esos compañeros fueran unos flojos porque eran más
jóvenes o más nuevos en la empresa. Mire, había gente que había
entrado conmigo en el 38 y que me llamaban a mi casa para decirme que
entrara a trabajar; ellos sabían que el general Teglia me había
mandado una intimación diciendo que si no volvía al trabajo iba a
quedar cesante. O sea que no era una cuestión de jóvenes o viejos;
ellos querían que yo entrara a trabajar porque sabían que teníamos
influencia en mucha gente; yo estaba en Flores, y hasta de Ituzaingó
nos seguían. Si yo volvía al trabajo, todos ellos iban a entrar”.
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