lunes, 4 de diciembre de 2017

1957, la huelga grande de los Telefónicos (XXXV)

Huelga general (VII)

El mismo día en que se cumplía un mes de comenzada la lucha de los telefónicos se realizó la huelga general convocada por las 62 Organizaciones. “Jornada de solidaridad y de protesta”, la definirían los organizadores, y pondrían el acento en reiterar que “los trabajadores queremos la solución satisfactoria de los conflictos que sostienen los compañeros telefónicos y telegrafistas”. El enfrentamiento con las empresas de comunicaciones ya llevaba un mes, pero desde diez días antes se había convertido en huelga general a causa de las duras medidas represivas implementadas por el gobierno militar. Las masivas detenciones de delegados y activistas eran las de mayor impacto. Un antiguo trabajador que durante el conflicto era delegado general en la oficina Flores me hizo valiosos comentarios.
Manuel Gómez participaba de la Lista Azul, la que había conseguido la representación por la minoría cuando se realizaron las elecciones para normalizar FOETRA. En el mismo edificio donde él era delegado general trabajaba Pascual Masitelli, histórico dirigente de la Lista Verde a quien me he referido varias veces en estas notas. A pesar de estar en agrupaciones enfrentadas se respetaban recíprocamente, la anécdota que me refirió Manuel Gómez sobre Masitelli habla de la consideración que tenía por aquel.

“Pascual era jefe de Plantel Interior, era un compañero que ya tenía como veinte años de empresa y se había afiliado al sindicato apenas ingresó. Cuando empezaron los paros lo llamaron sus jefes para que no participara, pero él les contestó: “ustedes quédense en su lugar que yo me quedo en el mío”. Y cumplió con todas las medidas de fuerza como lo había hecho siempre”.

Cuando comenzaron las redadas policiales en todos los edificios ya se habían organizado comités de huelga locales; el delegado general tenía designado un sustituto por si era detenido, la consigna era mantener la organización. Manuel Gómez me contó que en su caso estuvo reunido con sus compañeros de trabajo hasta la medianoche del 17 de septiembre, junto a ellos recibió la noticia de que FOETRA se había declarado en huelga. Se fue a su casa a descansar, eran las 3 de la mañana cuando llegó la policía a detenerlo. Lo despertaron los golpes en la puerta, mientras se vestía cinco agentes iniciaron el allanamiento. “Revolvieron todo, se llevaron una carpeta en la que tenía 150 comunicados del gremio”. Me llamó la atención que recordara el detalle con tanta precisión, entonces agregó: “Yo era delegado general y conservaba todos los comunicados y resoluciones importantes”.
El trato fue bastante considerado teniendo en cuenta las circunstancias, los policías aclaraban continuamente que no tenían nada contra él “pero tenemos orden de llevarlo”. Primero fueron a la seccional 48, más tarde a la 2. Allí fue encontrándose con otros delegados generales, también con dirigentes y activistas del sindicato, entre ellos, Pascual Masitelli. Luego fueron trasladados al Departamento Central de Policía y desde allí a Devoto. “En Devoto estuvimos presos más de 80 delegados generales. Después de cuatro días vino un capitán de apellido alemán que nos preguntó si nos habían tratado bien”. A partir de ese momento fueron liberándolos.
Le dije que, según los datos que yo había reunido, el número de detenidos que mencionaba en Devoto estaba por debajo del total de apresados en esos días; él no tenía conocimiento de lo que podía haber ocurrido en otros lugares de reclusión. Al quedar en libertad se enteró que muchos delegados habían conseguido escapar a los arrestos. “Hasta los canas me dijeron ¿sabiendo que los íbamos a ir a buscar por qué no se rajó?” Sonreí ante su comentario, recordé lo que me había dicho Diego Pérez sobre cierta tolerancia de los policías: “muchos debían ser peronistas, y si podían hacer la vista gorda, lo hacían”.
Pero estos últimos eran los comentarios simpáticos, lo importante era que ya iba un mes de confrontación con la empresa sin que se vislumbrara ninguna posibilidad de solución. Los salarios no se habían modificado en el último año mientras los precios habían experimentado un gran aumento; el gobierno sostenía que cualquier incremento salarial (en realidad recuperación del poder adquisitivo) debía estar precedido de un aumento en la productividad. Si para recuperar el poder de compra de un salario era necesario trabajar más, era obvio que se estaba superexplotando al trabajador. Pero no era necesario explicar la situación en términos de plusvalía extraordinaria, en la pretensión gubernamental había mucho de revancha clasista. Diego Pérez lo definió en términos simples: “Si decían que habían venido para terminar con los excesos del peronismo, más bien daba la impresión de que lo único que querían era pisarle la cabeza a los trabajadores”.
El reclamo salarial fue desoído sistemáticamente, todas las instancias negociadoras habían sido agotadas. Los paros escalonados de los telefónicos y las medidas solidarias de distintos gremios chocaron con la intransigencia gubernamental. Se acumulaban las provocaciones buscando que el resultado del conflicto se convirtiera en un “caso testigo”, un modelo al cual se ajustasen futuros reclamos. Por eso se había dicho: “De su resultado depende la suerte futura de todos los trabajadores; una derrota de telefónicos y telegrafistas significará en realidad, una derrota para toda la clase obrera organizada”.

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