jueves, 30 de octubre de 2014

Elección de los precandidatos



AVANZADA en el comienzo (VII)

La memoria trabaja yendo y viniendo sobre los mismos hechos, acomodando los recuerdos, aportando nuevas interpretaciones cada vez. Quizás sea como si se mirasen las cosas desde distintas perspectivas o posiciones, como si luego se pudiera recomponer lo que realmente ocurrió. Seguramente rearmamos la historia, tanto aquella en la que estuvimos directamente involucrados, como la otra más general que nos llega a través de relatos ajenos. Pero ese reubicamiento tiene un límite, porque podrá cambiar nuestra interpretación de los hechos, pero lo que no puede cambiar son los hechos mismos. Esto viene a cuento porque a medida que avanzo con estas notas siento que me repito, o porque tengo la tentación de volver sobre lo escrito para corregirlo, pero no porque haya dicho algo falso o porque quiera falsearlo ahora, sino porque quiero completar una información o porque deseo agregar un nuevo dato. De todos modos estas anotaciones son como un primer borrador, más adelante veremos si es necesario hacer alguna ampliación.
Ya comenté cuál era la situación en telefónicos hacia fines de 1964. Aquel extendido malestar había dinamizado la actividad sindical, eran varios los sectores que se preparaban para participar en las elecciones previstas para abril de 1965, y AVANZADA se iba mostrando como un fuerte polo de atracción de buena parte de los descontentos. Cuando me integré a la agrupación ya estaba definido el criterio para constituir la lista con la que participaríamos en las elecciones. Como nuestro desarrollo no era parejo en todas partes (era mayor en la zona oeste, le seguía centro-este, y luego venían sur y norte), teniendo en cuenta esa realidad, se determinó el número de candidatos que tendría cada zona dentro de la lista. El objetivo era que fuera lo más representativa posible, tanto por el lugar de asiento del candidato como por la especialidad laboral.
Se privilegiaron los sitios con mayor concentración de personal, el método imaginado era ir a las distintas oficinas y centrales, hablar con los trabajadores, tratar de convencerlos para que integraran la lista, y que fueran ellos mismos quienes propusieran a quienes serían los candidatos. Ese era el planteo ideal, pero como dicen los estrategas, el mejor plan estratégico debe ser ajustado después del primer combate. En algunos casos las cosas se hicieron de acuerdo al plan propuesto, en otros casos los compañeros fueron más pragmáticos, pero, en general, predominó  un sentido de representatividad y democratismo.
Con el método ideado no sabíamos quién podía resultar designado, pero estábamos dispuestos a aceptar la voluntad de los trabajadores. La única objeción (por lo menos la única que yo recuerdo) era que el postulado no tenía que haber sido “carnero”. Tampoco teníamos inconveniente si el propuesto era candidato por otra lista. Era perfectamente posible que eso ocurriera, y si bien no nos sucedió en esa oportunidad, sí tuvimos ese caso cuatro años después.
Ese era el primer paso. Después, una vez designados todos los candidatos, venía el armado de la lista. Esto se hacía en una reunión abierta a la participación de todos los telefónicos que quisieran asistir. Visto a la distancia parece que había un exceso de democratismo en esa metodología, si bien se estaba preparado para hacer frente a una ingerencia desde fuera que quisiera provocar problemas, no sé que habría pasado si las diferencias se hubieran planteado desde dentro. Todo salió bastante bien, por lo menos ningún compañero se quejó de manejos dudosos o censurables, ni durante ni después de conformada la lista.

sábado, 25 de octubre de 2014

Y llegó el Número 1



AVANZADA en el comienzo (VI)


En 1964 se produjeron importantes acontecimientos culturales: se publicó Rayuela, la monumental novela de Julio Cortázar, nació Mafalda y (modestamente) salió el primer número de AVANZADA. Ese año también hubo un grato acontecimiento deportivo, el seleccionado argentino ganó la Copa de las Naciones, un cuadrangular de fútbol en el que Argentina derrotó 2-0 a Portugal, 3-0 a Brasil y 1-0 a Inglaterra. Pero no todo fue agradable en 1964, en ese año Joao Goulart fue derrocado y comenzó la dictadura militar brasileña que duraría hasta 1985. Los norteamericanos no sólo fueron copartícipes en ese golpe, también fabricaron el llamado “incidente del Golfo de Tonkín” como pretexto para iniciar la intervención  militar en Vietnam
Volvamos ahora a AVANZADA. Los encargados de prensa en la agrupación eran Juan Carlos Romero, un compañero de Redes Locales en la dirección de Ingeniería, y Guillermo Pérez Curtó, empleado en oficina Comercial. Del primero ya dije que era artista plástico y que para entonces había ganado un primer premio en el Salón Buenos Aires, el segundo era un excelente fotógrafo: si es por artistas no nos podíamos quejar. En aquellos meses tuvieron la responsabilidad de editar comunicados, volantes y boletines en forma permanente. En el último tramo de la campaña diseñaron tres afiches que eran un motivo más de orgullo para todos nosotros. Eso en cuanto a la artística de nuestra prensa. La redacción era hecha por distintos compañeros, pero luego los contenidos eran discutidos colectivamente. Inicialmente el boletín iba a llamarse La onda, haciendo referencia a las ondas electromagnéticas de las telecomunicaciones. Juan Carlos había hecho muchos dibujos buscando el logo más adecuado, pero ninguno terminaba de convencerlo. En una de las reuniones un compañero de zona oeste propuso cambiar el nombre por AVANZADA. Como yo todavía no integraba la agrupación conozco del episodio sólo por la referencia humorística de Guillermo, porque quien hizo la propuesta fue el Tano Vétere diciendo  “¿Y por que no le ponemos Avanzata?”. Así que, después de castellanizar el nombre, quedó bautizado el boletín.
Era una hoja de 35 por 22 centímetros doblada al centro; cuatro paginitas de 22 centímetros de alto por 17,5 de ancho. A pesar del tiempo transcurrido el papel ha resistido bastante bien, ni siquiera está amarillento como ha ocurrido con otros volantes de la misma época. No tiene fecha de publicación, pero, como ya comenté anteriormente, deduzco que pudo editarse alrededor de octubre o noviembre de 1964. En el logo hay dos teléfonos, uno que ya era un aparato de colección por ese tiempo: el histórico “candelero”, con el auricular colgado en la orquilla del costado; el otro era un contemporáneo, el teléfono “sapo”, un aparato con carcasa de baquelita negra. Nadie podía dudar que esa fuera la publicación que representaba a los trabajadores telefónicos. El nombre del boletín terminaría por eclipsar la denominación de Movimiento Gremial Telefónico, y en el gremio se nos reconocería simplemente como “los de AVANZADA”.

miércoles, 22 de octubre de 2014

Combatividad y rechazo al sectarismo



AVANZADA en el comienzo (V)
 
No estuve entre los fundadores del Movimiento Gremial Telefónico, ese mérito corresponde a otros compañeros: Ricardo Campari, Juan Carlos Romero, José Baddouh, Aníbal San Juan, y varios más. Es importante dejar esto en claro, porque he conocido a muchos charlatanes que se adjudicaban la paternidad de proyectos a los que llegaron tarde y no siempre bien. Yo era muy joven entonces, recién tenía 21 años, y los compañeros que he nombrado ya disponían de una mayor experiencia sindical. Algunos de ellos habían tenido una importante participación en la huelga de 1957, la más prolongada en la historia de los telefónicos. No sé cuándo comenzaron a reunirse, cuáles fueron las discusiones que tuvieron, qué diferencias fueron dejando de lado para ponerse de acuerdo respecto a lo que iban a construir. Puedo imaginármelos alrededor de una mesa de café o en una pizzería, criticando a la conducción del sindicato, porque siempre se critica lo viejo que se busca reemplazar. Como desconozco esa primera parte de la historia yo tomo como referencia al primer número de AVANZADA, el boletín que llegó a mis manos a fines de 1964.
A través de él la agrupación se mostraba como un importante polo de atracción para quienes nos oponíamos a la conducción del sindicato desde posiciones combativas. Se rechazaban las definiciones partidistas sectarias y se trataba de no caer en el apoliticismo, por eso se eludían aquellas declaraciones que podían provocar el encasillamiento.
Voy a hacer algunas precisiones antes de entrar en el tema. En esos años había una fuerte campaña antiperonista; los “revolucionarios” del ’55 habían proscripto a la fuerza política mayoritaria, antiguos funcionarios y simpatizantes del llamado “régimen depuesto” estaban impedidos de ejercer sus derechos civiles, y hasta los nombres de Perón y Evita (además de otras muchas denominaciones partidarias) estaban prohibidos en los medios de difusión. Algo semejante ocurría con el Partido Comunista y otras organizaciones de izquierda, que eran víctimas de la persecución macarthista que se extendía por todo el mundo. En medio de esa atmósfera asfixiante se desarrollaba la actividad política y sindical en el país.
La intoxicación mediática no tenía las dimensiones de la actual, pero tampoco la sociedad de entonces era similar a esta, y quienes crecimos y nos formamos en aquel contexto no fuimos inmunes al envenenamiento ideológico. La única actividad política tolerada era la que no estuviera contaminada de izquierdismo o populismo, un término que empezó a ponerse de moda a partir de entonces. La prédica del apoliticismo era un martilleo constante, los sindicatos no debían incursionar en política, salvo que esa política fuera la propagandisada por el propio sistema. Esta era una imposición inadmisible para peronistas y comunistas, pero todos los que no estábamos  comprometidos con esas fuerzas fuimos naturalizando el planteo. El rechazo a peronistas, “zurdos” o “bolches” era pregonado hasta en forma subliminal, y la campaña de demonización calaba profundo en todas las conciencias.
Me recuerdo a mí mismo leyendo revistas como Selecciones, Life o sus equivalentes locales, deslumbrado, crédulo, intoxicado. No podría haberme sumado a un proyecto sindical si éste hubiera tenido una fuerte definición partidaria, por eso creo que lo que me animó a acercarme fue el tono casi aséptico de la propaganda de la agrupación. Un lector con anteojeras podría definir aquellos textos como reformistas o socialdemócratas, pero había en ellos una crítica medida y consecuente al gobierno de la empresa, a los monopolios imperialistas y a la burocracia sindical.
Era obvio que desde AVANZADA no nos definíamos como peronistas ni como radicales, y que tampoco estábamos en el Partido Comunista. En una época de fuerte prejuicio macarthista, la sospecha de que una agrupación tuviera definiciones marxistas era suficiente para que se retrajeran los compañeros. Por eso, el recurso más simple para tratar de impedir el desarrollo de cualquier agrupamiento contestatario era tildarlo de comunista o trotskista o cualquier otra denominación más o menos emparentada con las anteriores. No hacía falta ningún fundamento consistente para lanzar el calificativo, ese era un recurso tan efectivo que era el incriminado quien se sentía obligado a desmentirlo. Cuando, mucho tiempo después, conseguí remontar mis propios temores ante ese tipo de ataques, pude asomarme a la lectura de algunos textos a los que, prejuiciosamente, me había negado. Cuando lo hice, descubrí con asombro que ese tipo de método no era una novedad de nuestro tiempo. En el propio Manifiesto comunista decían Marx y Engels:
“¿Qué partido de oposición no ha sido motejado de comunista por sus adversarios en el poder? ¿Qué partido de oposición a su vez, no ha lanzado, tanto a los representantes de la oposición, más avanzados, como a sus enemigos reaccionarios, el epíteto zahiriente de comunista?”
Se estaba construyendo una fuerza en telefónicos con un perfil combativo y progresista. Nos manifestábamos antiimperialistas a través de nuestro rechazo a las multinacionales de las telecomunicaciones, algo en lo que coincidían la inmensa mayoría de los telefónicos. Sin embargo había que mantenerse firme ante los tironeos de distintos compañeros que querían algunas definiciones mayores. Estaban los que querían un discurso peronista para ganar el apoyo de los peronistas del gremio. Estaban los que querían un lenguaje mucho más izquierdista o que reclamaban posicionamientos marxistas por parte de la agrupación. Y estaban los que no querían saber nada con los partidos políticos y esperaban una declaración de apoliticismo.
Había que combatir contra cada una de esas tendencias y, al mismo tiempo, hacerlo de forma muy medida y equilibrada para no desbandar a los compañeros y conseguir su gradual elevación de conciencia. Si algo así es problemático en todo tiempo, lo era mucho más en ese momento en que estábamos metidos en una campaña electoral y había que consolidar una fuerza. Pero conseguimos hacerlo, y todos aportamos bastante para que eso fuera posible.

martes, 21 de octubre de 2014

El gobierno, la empresa, el sindicato



Arturo Illia había asumido la presidencia de la Nación en octubre de 1963, tras derrotar en las elecciones al jefe golpista de 1955, Pedro Eugenio Aramburu. Aramburu no sólo participó del derrocamiento de Perón, sino que dos meses después de aquel golpe estuvo a la cabeza de los que destituyeron al general Eduardo Lonardi. Tras el gobierno (del también derrocado) Arturo Frondizi y de José María Guido (quien sucedió a Frondizi y llamó a elecciones anticipadas) Aramburu apareció como un firme candidato para reasumir el gobierno por vía electoral. Tan probable parecía ese triunfo que la dirigencia de la Unión Cívica Radical del Pueblo habría decidido preservar a su más importante dirigente, Ricardo Balbín, postulando como candidato presidencial al dirigente del radicalismo cordobés, Arturo Illia. Pero, contra todos los pronósticos, Illia ganó las elecciones y llegó al gobierno con una gran suma de debilidades.
Había triunfado con 2.441.000 votos, en unas elecciones en que el peronismo estuvo proscrito, y en las que el voto en blanco ordenado por Perón obtuvo el segundo lugar: 1.884.000 votos. Ya ese sólo hecho deslegitimaba bastante su victoria. A eso se sumaba no disponer de la mayoría dentro de su partido. Este no era un problema menor, porque era el conductor de una fuerza propia devaluada. Obviamente no se podía asimilar esa situación a la de un dirigente que asienta su poder en fuerzas mercenarias, pero no podía reclamar demasiadas lealtades de quienes debían respaldarlo, porque ellos atendían a su propio juego. Illia no sólo carecía de un sólido respaldo, sino que se encontraba amenazado por dos fuerzas poderosas: las que habían acompañado a Aramburu, por un lado, y las del peronismo, por el otro.
Después de la asunción de Illia como presidente, se había designado al frente de la Empresa Nacional de Telecomunicaciones a Javier López Zavaleta. Era un personaje que trasmitía toda la imagen de un puntero de comité. Puede ser que sus vicios no fueran tantos y que la imagen estuviera distorsionada por la propaganda que se hacía en su contra desde el Sindicato, pero era cierto que durante su gestión se repartieron favores y prebendas de una manera escandalosa. No era un ejemplo de probidad republicana y, por si fuera poco, no ocultaba en lo más mínimo su interés por llevar al sindicato una conducción de filiación radical. El reparto de cargos y ascensos para ganar adhesiones se efectuaba en forma impúdica. Como la generosidad bien entendida comienza por casa, los primeros en ser favorecidos fueron los propios familiares de López Zavaleta. Su esposa y sus hijos fueron incorporados a la empresa con cargos que suponían un importante ingreso económico. Por cierto, el otorgamiento de cargos de jerarquía tenía un límite, pero el abanico de favoritismos era bastante amplio. Se concedían traslados y cambios de funciones, se justificaban ausencias en forma generosa y se aceleraba el otorgamiento de línea telefónica en una época en que había esperas de años para conseguir el servicio.
El edificio de Defensa 143 operaba como un gran comité, en el peor sentido que tiene esa palabra dentro de la historia argentina. Allí se constituyó el Círculo de Obreros y Empleados Telefónicos –COETRA- una suerte de sindicato paralelo que manifestaba esa intención hasta en la similitud de sigla con FOETRA. Con todo ese despilfarro de recursos se fue armando una agrupación para competir por la conducción del sindicato. Pero el tipo de adherentes que se incorporó por este procedimiento no se caracterizaba por su espíritu de sacrificio ni por la solidez de sus principios. Sería injusto decir que la totalidad de adherentes a la Lista Azul eran oportunistas, ventajeros y arribistas. Seguramente había entre ellos personas que creían honestamente en el discurso político que suscribían. Podían venir de una tradición radical y creer que una conducción sindical de ese signo era lo mejor para los trabajadores, pero la metodología clientelista contaminó todo el proyecto y lo descalificó ante los ojos de los telefónicos. De todos modos, la Lista Azul llegó a reunir una fuerza bastante importante. A su modo, ellos también expresaban una forma de descontento con la conducción de Allan Díaz.
Este lugar es oportuno para hacer una pequeña consideración. Que la figura de Díaz se encontraba muy cuestionada es innegable. Estaba siendo sustituido en la propia agrupación que lo había llevado a la secretaría general del sindicato y también era rechazado desde fuera de la Lista Marrón, porque en aquellos comicios se presentaron siete listas de oposición. Sin embargo sería bueno recordar que Díaz pertenecía a la camada de nuevos dirigentes peronistas, que habían surgido en 1955 para reemplazar a la vieja guardia proscripta por la autotitulada Revolución Libertadora. Desde esa posición adversa llegó a obtener un cargo por la minoría cuando se normalizó el Sindicato a fines de 1956, y cuatro años después alcanzó la secretaría general llevando como adjunto a Carlos Gallo. Le tocó dirigir el gremio en un tiempo difícil, y no pudo, o no supo, conservar el apoyo de los trabajadores telefónicos.

sábado, 18 de octubre de 2014

Sobre "Casa tomada"



Esto no estaba en mis planes, porque aunque dije desde un principio que tal vez fuera incluyendo notas que no tuvieran que ver con la historia sindical o política, no creí que iba a hacerlo tan pronto.
Hace un rato estaba leyendo el diario, el artículo de Mario Goloboff publicado en la contratapa de Página 12 llamó mi atención, lo leí imaginando de antemano lo que podía decir. Mucho tiempo atrás yo escribí algo sobre “Casa tomada”, nunca lo compartí con nadie porque conozco de mis insuficiencias literarias, por eso lo dejé archivado. Cuando hacía planes para este blog pensé que podría rescatar algunos de esos viejos borradores, que revisaría carpetas y corregiría lo que encontrase más interesante. Pero el artículo de Goloboff no me deja tiempo para hacer ningún cambio: o subo aquel borrador ahora mismo o callo para siempre. Y así va, con los errores e insuficiencias de origen.

Sobre “Casa tomada”

No quise releer “Casa tomada” antes de ponerme a escribir estas líneas. No lo hice porque quiero escribir sobre ese cuento tal como lo recuerdo, sin la contaminación académica de tomar fragmentos para intercalarlos aquí, sin pretender justificar mi punto de vista con una cita textual. Y prefiero hacerlo así porque discrepo totalmente con algunas interpretaciones, que en realidad, son una única interpretación repetida hasta el hartazgo como oficializándola, como si fuera la interpretación correcta y canónica.
Yo era joven cuando leí ese cuento por primera vez. No sólo lo era biológicamente sino también literariamente. Digo esto porque en ese tiempo estaba descubriendo la excelencia de la literatura, consumía libros y revistas con verdadera voracidad y eso coincidía con mi despertar a la práctica política y con el deslumbramiento ante las realizaciones del cine, de la plástica y de la música. No era un especialista ni siquiera un estudioso de ninguna de esas manifestaciones artísticas, era simplemente un aficionado entusiasta que gastaba buena parte de los recursos en publicaciones o en ir al cine varias veces en la semana.
Leí por primera vez a Cortázar en la revista El escarabajo de oro, fue su cuento “Reunión”, y a partir de allí compré y leí cuanto libro de Cortázar encontraba en las librerías. No podría decir cuándo ni dónde fue que leí su cuento “Casa tomada”, pero sé que me deslumbró, como antes lo habían hecho “Reunión”, “La autopista del sur” o “La noche boca arriba”. Leí ese relato, disfruté con él, volví a releerlo, como lo hacía siempre con todo aquello que me llegaba particularmente. Me pareció maravillosamente inquietante, con esos dos personajes que van sintiendo como su mundo es invadido progresivamente por una presencia extraña y de algún modo amenazante. Cómo van tratando de aislar a esas imaginarias presencias, y en realidad se van aislando ellos mismos, y van autoexpulsándose de ese mundo que hasta ese momento les había parecido tan seguro e inmodificable. Y el final, cuando sienten que han perdido el mundo que les era familiar y deben abandonarlo porque se ha transformado en algo hostil.
Así lo leí, así lo recuerdo, así me gustó. No busqué interpretaciones adicionales del texto, no conecté supuestas metáforas ni mensajes ocultos, no descubrí guiños ni señales que me indicaran segundas intenciones. Yo era un novato, un lector aficionado que leía por el placer de la lectura, no para evadirme del mundo, pero tampoco para buscar otro tipo de evasión en la invención de “segundas lecturas”. Pero un día escuché o leí que había un sentido oculto (y que parecía no ser tan oculto) en ese cuento, un sentido en el cual yo ni siquiera podía haber pensado. Según esos exégetas del pensamiento cortazariano, “Casa tomada” era una metáfora de la irrupción del peronismo. Yo no tenía simpatías por el peronismo, de modo que no podía experimentar un rechazo hacia una visión crítica de ese movimiento. El problema estaba en que yo no encontraba ninguna evidencia que confirmara la interpretación de los sabedores, eso me desconcertaba y, en alguna medida, me causaba consternación.
Por cierto, no me atrevía a preguntar cuáles eran los elementos que justificaban esa forma de ver el relato. No era una simple cuestión de amor propio o de vergüenza para reconocer mis propias limitaciones, pero temía ser blanco de las burlas de aquellos que habían descubierto la piedra filosofal mientras yo seguía sumido en las tinieblas de la ignorancia. Para colmo de males, otros amigos y compañeros de esos tiempos daban por buena la versión sin reflexionar demasiado en ella.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que, en alguna parte, encontré resumida la explicación. Según él o los intérpretes (nunca supe si alguien reclamaba la paternidad o maternidad de la interpretación) la pareja de hermanos representaba a la burguesía argentina, la casa que los albergaba era un mundo ordenado, rutinario pero sin sobresaltos, y los misteriosos ocupantes que venían a desalojarlos, esa oscura fuerza emergente, representaba al peronismo. Desde la perspectiva de un crítico al peronismo, la explicación cerraba perfectamente. Todo quedaba claro, salvo en que yo me preguntaba cómo era posible hacer toda esa conexión de ideas sin una guía explícita por parte del autor. Esto no hacía nada más que aumentar mi desasosiego, porque me indicaba que el mundo de la buena literatura me estaba vedado y que, para poder abordarlo necesitaría de muchos años de estudio y dedicación.
En alguna oportunidad leí que habrían comentado a Julio Cortázar sobre la lectura que se hacía de su cuento, y, para mi sorpresa, él no habría confirmado ni desmentido nada. Lo dejaba pasar, como quien dice: que cada cual saque su propia conclusión. No sé si esto era mejor o peor. Ya dije que yo era un modesto aficionado que leía sin método ni educación previa, de modo que no tenía los elementos para comprobar si la presunta consulta a Cortázar se había producido efectivamente o si era una mera invención. Tuvieron que pasar muchos años para que encontrara (por pura casualidad) una entrevista en la que Julio contaba que aquel cuento había sido producto de un sueño.
No había sido una pesadilla, y el propio tono del relato tampoco es una pesadilla, aunque contenga pasajes de acentuada inquietud. Según su comentario, él estaba solo en ese sueño, e iba siendo testigo de la gradual ocupación de la casa y fue experimentando los temores y las angustias imaginables en una situación como la relatada. Al despertar, recordaba con mucha claridad todo lo soñado, y, a partir de esos elementos, armó el relato que hoy conocemos. Cuando contó cómo había nacido “Casa tomada” no mencionó en ningún momento una motivación política (como sí lo hizo con “Reunión” o “La escuela de noche”) sino que destacó el origen puramente onírico de aquel cuento.
Cautelosamente seguí buscando datos. La cautela se justificaba porque yo tenía que enfrentar a toda la sapiencia institucionalizada, a todos los que daban por buena aquella interpretación de la que vengo hablando. Sabía que el cuento había sido publicado en Bestiario, un libro editado a principios de los 50, y que antes había aparecido en una revista literaria dirigida por Jorge Luis Borges. Estos datos tendrían que haber despertado mi atención, pero, como diría Julio, quedaron trabajando subterráneamente, y recién afloraron a la superficie cuando escuché una mención de ellos a fines de enero de 2009. Se cumplían 25 años del fallecimiento de Cortázar, periódicos y programas radiales y televisivos recordaban al escritor, era un sábado por la mañana y yo escuchaba distraídamente La voz de las Madres, cuando Elina Alejandra Jiménez mencionó aquellas fechas. Bestiario era de 1951, y la revista que dirigía Borges había publicado por primera vez aquel cuento en 1946. Hasta allí todavía podía sostenerse la explicación de que el relato fuese una metáfora de la irrupción del peronismo en la historia argentina. Pero, según el comentario que hacía la especialista literaria, “Casa tomada” había sido escrita mucho antes de su publicación, probablemente entre 1937 y 1939. Si esos datos eran exactos, toda la interpretación que hasta entonces se había sostenido se derrumbaba. Curiosamente, y tal vez para no granjearse el encono de quienes por años habían visto al cuento como metáfora de una irrupción opresiva, Elina Alejandra Jiménez aventuró que el relato estaría haciendo referencia a la emergencia del fascismo europeo.
Esa interpretación tampoco me convencía, porque yo no vislumbraba las posibles insinuaciones políticas dentro del relato. Recordaba otros cuentos del mismo Julio, donde la conexión era mucho más trasparente. Pero también hice comparaciones con otros autores, como Rodolfo Walsh en “Esa mujer”, o Echeverría en “El matadero”, o Borges en “La fiesta del monstruo”. De todos modos, me conformaba el hecho de que, en el caso de “Casa tomada”, la interpretación canónica parecía mostrar toda su artificiosidad. Sólo bastaría con confirmar el dato sobre la fecha de escritura del cuento, y todo el mundo abandonaría la errónea creencia sostenida hasta entonces.
Pero, unas semanas después me encontraba con una joven compañera en la facultad, y ella empezó a argumentar recurriendo a la interpretación ya conocida. Con una rara mezcla de firmeza e inseguridad, le expuse los datos que tenía y las conclusiones que, a mi juicio, eran obvias. Por una fracción de segundo pareció dudar, si las cosas eran como yo decía, lo canónico perdía validez y su argumentación se volvía inconsistente. Pero se rehizo, y contestó tranquilamente: aunque sea como vos decís, prefiero la otra lectura. Y esta vez fui yo quien se quedó sin argumentos.
Creo que en un primer momento juzgué lo suyo como una caprichosa testarudez, y tal vez pensé que, para no dar el brazo a torcer, era capaz de aferrarse a una creencia falsa a pesar de saber que era falsa. Con el tiempo me fui dando cuenta de que todo era mucho más complejo de lo que yo creía. En esos días yo participaba en un seminario sobre Borges, había vuelto a releer "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", ese fantástico relato en que un grupo de conjurados se da la tarea de inventar un lugar dentro del mundo, un país imaginario. Un multimillonario norteamericano es ganado para esa causa, pero en Estados Unidos las cosas deben ser hechas a lo grande, y no basta con inventar un país, sino que hay que inventar todo un planeta. Ese mundo imaginario se revierte luego sobre el mundo real, sus creencias y sus leyes pasan a operar sobre el mundo existente, lo condicionan y transforman. Lo ficcional se sobreimprime en lo real, y lo real se vuelve equívoco e inconsistente, hasta que termina por ser sustituido por lo imaginario.
Visto desde un ángulo menos literario y más cotidiano, tenía allí la confirmación de que una idea repetida incansablemente durante mucho tiempo, termina por ser adoptada como cierta aunque su inconsistencia sea manifiesta. Se dice que Goebbels decía: miente, miente, que algo siempre queda. Yo no se si el responsable de propaganda nazi fue alguna vez tan sincero en sus comentarios, de todos modos es de buen tono no poner en duda su cinismo. Pero otros, que pretenden situarse en posiciones presuntamente democráticas, ponen en práctica esa máxima todos los días. Basta con hojear las páginas de los grandes medios gráficos, o con escuchar el martilleo cotidiano de radios y emisoras televisivas, para comprobar como se forma la llamada opinión pública. Una vez que la nueva idea ha sido asimilada por los demás, adquiere vida propia y parece transformarse en una entidad. Es fácil imaginarla como algo autónomo, como una ley surgida desde si misma, que opera sobre otros que, a su vez, la admiten como propia.
Volviendo ahora al cuento de  Cortázar, podemos decir que alguien (un Alguien que puede estar formado por uno o varios individuos) postuló que ese relato era la metáfora de un proceso político. Esa interpretación sincera o intencionada, fue repetida y aceptada como buena, independientemente de que hubiera estado o no en la génesis de esa historia. Con el paso del tiempo esa ficción de la ficción se convirtió en la verdad de la ficción. Pero como esa ficción reinterpretada remitía a un suceso real, la realidad pasó a ser leída a través de una ficción ficcionalizada. Hasta aquí yo sostengo la tesis de que “Casa tomada” no tiene el sentido que se le adjudica, pero soy muy consciente de la pequeñez de mi entendimiento y de la limitación de mis fuerzas para enfrentar a semejantes molinos de viento. Por eso ya no pretendo ganar a nadie para mi punto de vista, simplemente propongo, a quienes sostengan la interpretación canonizada, que digan al menos dónde fue que Julio explicó que esa era la forma correcta de leer su relato.

Organizarse para avanzar


Me reprocho por escribir como si todos tuvieran la obligación de conocer los lugares que voy nombrando. Uno de ellos es la antigua escuela de ENTel; la mencioné en la primera de estas notas, y hace mucho tiempo que ya no existe. El edificio de Tacuarí 1515 funcionó como central telefónica manual a principios del siglo XX; después, tal vez por los años ’30, los abonados fueron transferidos a las nuevas centrales automáticas, y el sitio fue destinado a escuela. A mediados de los ’60 la mayor parte de los cursos pasaron a dictarse en Avenida de Mayo al 700, aunque la antigua escuelita sobrevivió unos años más. Posteriormente vino la privatización, y en el reparto del botín el viejo edificio quedó para Telefónica. Ya no hubo más cursos allí, en el lugar se arrumbó lo que quedaba de la Biblioteca de ENTel, como para que la humedad y la degradación de la construcción terminara también con los libros y documentos de la vieja empresa estatal. Es muy probable que el deteriorado material bibliográfico haya sido liquidado como papel viejo. No puedo afirmarlo, pero sospecho que también el edificio fue objeto de una maniobra inmobiliaria.
Nombré otros edificios telefónicos donde funcionaban (y aún funcionan) centrales telefónicas: Vernet, en Avenida La Plata 1540; Culpina, en Lafuente 20; Flores-Volta, en Carabobo 47. Y también me referí a la central Corrales, que estaba ubicada en la calle Rondeau, cerca de Boedo y Chiclana. En realidad estaba más cerca de otras calles, pero esa esquina trae nostalgias musicales, porque es recordada en un tango que cantaba Alberto Marino… Bueno, dejemos eso de lado y volvamos a los comienzos de la agrupación.


Las reuniones de AVANZADA se realizaban en un departamento ubicado en la calle Alsina al 700. Estaba en uno de los viejos edificios que existían por esa zona y que, salvo su ubicación céntrica y la baratura del alquiler, no eran lugares muy codiciables como vivienda. Quien lo alquilaba era Juan Carlos Romero, un compañero de Redes Locales que, además, se dedicaba a la producción artística y que lo usaba como atelier con otros dos artistas plásticos: Jorge Luna Ercilla y Alicia Orlandi. Ellos facilitaron el local y allí funcionó la agrupación durante bastante tiempo. En esa época yo sentía un gran deslumbramiento por las creaciones de Juan Carlos, quien ya para entonces había obtenido un primer premio en el Salón Municipal de la ciudad de Buenos Aires. Fue Juan Carlos quien diseñó el logo de nuestro boletín, eso distinguía nuestras publicaciones de todas las otras agrupaciones, y nos proporcionaba un cierto orgullo, como quien usa una prenda exclusiva que es envidiada por los demás.
En aquellos tiempos nuestro organizador y conductor indiscutido era Ricardo Campari. Él presidía las reuniones de nuestra agrupación, era delegado de Cuentas de Gobierno (un sector de Comercial que hoy no existe) y fue, en aquella primera elección en la que participamos, el apoderado de nuestra Lista. Esto puede parecer inconcebible a la luz de otras experiencias en el movimiento obrero, porque lo habitual es que quien conduce una agrupación sea el candidato natural para ser cabeza de Lista. Pero en nuestro caso las cosas no fueron así, Ricardo no sólo fue el gran arquitecto de aquel proyecto, sino que reservó para sí una tarea que era muy poco valorada por la mayor parte de la militancia. Durante muchos años estuve convencido que con eso quiso darnos un ejemplo de modestia y de un enorme desinterés por la figuración personal. Además, en esos tiempos, lo normal era que quien se postulara para la máxima representación de los telefónicos proviniera de los sectores obreros del gremio, y Ricardo pertenecía a un sector administrativo que, por añadidura, no podía levantar un historial de lucha en su respaldo. Lo que le sobraba era capacidad y espíritu de trabajo. Risueñamente lo comparábamos con El Profesor de la película “Los compañeros”, aquel personaje inmortalizado por Marcelo Mastroiani, y al que se asemejaba hasta en los anteojos y en la manera descuidada de su indumentaria.
Esos meses previos a las elecciones fueron de enorme actividad. Todos los días había alguna reunión en el local de la agrupación. Se había dividido a los compañeros en cuatro grandes zonas: Centro y Este, Sur, Norte y Oeste. La primera era una zona geográficamente más reducida, pero con una mayor concentración de personal telefónico, las otras tres zonas tenían una extensión enorme porque incluían a los respectivos suburbios de la ciudad de Buenos Aires. Nos habíamos organizado para que las distintas zonas tuvieran cada una su día de reunión. El mayor desarrollo de la agrupación estaba en la zona Oeste y le seguía la de Centro-Este. En Sur y Norte teníamos un desarrollo parejo aunque menor que en las otras zonas. Lo de la división zonal para las reuniones no era algo demasiado estricto, se hacía, simplemente, porque el local quedaba chico si se juntaba a todos los compañeros. Además había un día de la semana en que se hacía una reunión general de las distintas zonas y, en cualquiera de esos encuentros, se podía acercar a los nuevos compañeros.
Se había conseguido congregar a un gran número de telefónicos y eso habla del descontento existente con la conducción de Allan Díaz, pero también de un clima de participación muy especial. Para tratar de entender este fenómeno hay que comentar cuál era el contexto político en que nos encontrábamos.

jueves, 16 de octubre de 2014

Rechazo en Castro Barros, aprobación en el Luna Park

No recuerdo los detalles de aquel conflicto de 1964, pero sí recuerdo el final. La asamblea para considerar la propuesta de acuerdo entre el sindicato y la empresa estaba convocada en la Federación Argentina de Box. Fuimos llegando en forma verdaderamente masiva, y nos acomodamos dentro del local de la mejor manera posible. Quienes conocen el lugar saben que hay un largo pasillo hasta el fondo, que al final de ese pasillo se inicia una escalera que lleva a la bandeja superior, y que a la izquierda de esa escalera está (o estaba) el sitio donde se colocaba el ring, cuando había pelea, o el estrado para las reuniones o espectáculos.
Desde ese espacio, hacia Castro Barros, se elevan las populares. En ese entonces no tenían asientos, y si uno quería sentarse lo hacía directamente en las gradas, o de lo contrario se quedaba de pie. Esa tarde había mucha gente, y todos los que nos ubicamos en las populares nos fuimos quedando parados. Creo que en esa época no había ni alambrado ni barrera de contención que separara a la popular del ring side, lo que permitía una mayor capacidad del local. Y ese fue un detalle importante cuando se hizo la asamblea.
Los asambleístas no conocíamos los pormenores del acuerdo firmado con la Empresa, sino que íbamos a enterarnos allí y a aprobar o rechazar lo acordado. Seguramente se repartieron volantes con los ejemplos de las nuevas escalas salariales. Eso era lo que se acostumbraba, y los ejemplos elegidos siempre mostraban los saltos más favorables, aquellos que podían endulzar un poco los ánimos. Pero esta vez el recurso no funcionó.
Yo estaba junto con un compañero de la central Corrales, Juan Carlos Mori, un tipo buenazo que, sin embargo imponía respeto por su estatura y por su ancho. Tal vez no fuera tan alto, apenas un poco más que yo, pero tenía unas espaldas de estibador y unos puños que parecían masas para demolición. Nunca lo había visto malhumorado ni peleándose con nadie, pero estaba convencido que si le acomodaba una mano a alguno, podía descalabrarlo. Yo había trabajado con él durante unos meses en que estuve prestado en la central Corrales, y habíamos hecho buenas migas.
Creo que quien dio el informe sobre el acuerdo alcanzado con la empresa fue Carlos Gallo, que era el secretario adjunto del sindicato. No sé si se llegó a abrir la lista de oradores, pero el rechazo ya se manifestaba en el aire, y Mori me sorprendió levantando su puño en el aire y gritando “¡Leña!” “¡Leña!”. Y no sólo gritó, sino que empezó a bajar las gradas como si fuera una locomotora, y contagiados por su ejemplo, junto a él nos fuimos los que estábamos en la popular.
En la parte baja todos se abrían para dejar pasar al aluvión, y tanto Allan Díaz como Carlos Gallo salieron corriendo del estrado y se escabulleron por una puerta del fondo. Todo fue tan sorprendente, incluso para nosotros mismos, que no llegó a haber una verdadera pelea. Fue más un amontonamiento, muchos gritos, algún forcejeo, y un rechazo de hecho a la propuesta de acuerdo.
Unos días después se convocó a una nueva asamblea, pero esta vez en el Luna Park. El argumento era que en Castro Barros no había lugar, que allí íbamos a estar más cómodos, y que todo iba a ser más ordenado. Y lo fue. Lo primero que se hizo fue movilizar a los sectores que querían levantar las medidas de fuerza, y que estaban dispuestos a aceptar la propuesta empresaria. Se incentivó esa concurrencia diciendo que había aventureros que querían continuar indefinidamente con el conflicto. Y se completó la organización con un fuerte despliegue de fuerzas.
En el estrado, cuidando las espaldas de los dirigentes, se ubicó una barra de unos 30 o 40 forzudos, todos de un físico respetable, aunque no creo que estuvieran armados. De todos modos esa presencia era bastante disuasiva. Además se tuvo el cuidado de ubicar en las primeras filas a quienes apoyaban la propuesta de acuerdo, y junto a ellos un buen número de simpatizantes dispuestos a rechazar a “díscolos” y revoltosos”.
La reunión fue brevísima, porque el informe ya había sido dado en Castro Barros, y porque un orador que ya tenía acordada la palabra antes de haberla solicitado, mocionó para que se aprobara la propuesta de la Comisión Administrativa, y que se cerrara la lista de oradores. Creo que ni se cumplió con la formalidad de preguntar si había moción en contra. Lo cierto fue que la propuesta se aprobó e inmediatamente quedó levantada la asamblea.