martes, 21 de octubre de 2014

El gobierno, la empresa, el sindicato



Arturo Illia había asumido la presidencia de la Nación en octubre de 1963, tras derrotar en las elecciones al jefe golpista de 1955, Pedro Eugenio Aramburu. Aramburu no sólo participó del derrocamiento de Perón, sino que dos meses después de aquel golpe estuvo a la cabeza de los que destituyeron al general Eduardo Lonardi. Tras el gobierno (del también derrocado) Arturo Frondizi y de José María Guido (quien sucedió a Frondizi y llamó a elecciones anticipadas) Aramburu apareció como un firme candidato para reasumir el gobierno por vía electoral. Tan probable parecía ese triunfo que la dirigencia de la Unión Cívica Radical del Pueblo habría decidido preservar a su más importante dirigente, Ricardo Balbín, postulando como candidato presidencial al dirigente del radicalismo cordobés, Arturo Illia. Pero, contra todos los pronósticos, Illia ganó las elecciones y llegó al gobierno con una gran suma de debilidades.
Había triunfado con 2.441.000 votos, en unas elecciones en que el peronismo estuvo proscrito, y en las que el voto en blanco ordenado por Perón obtuvo el segundo lugar: 1.884.000 votos. Ya ese sólo hecho deslegitimaba bastante su victoria. A eso se sumaba no disponer de la mayoría dentro de su partido. Este no era un problema menor, porque era el conductor de una fuerza propia devaluada. Obviamente no se podía asimilar esa situación a la de un dirigente que asienta su poder en fuerzas mercenarias, pero no podía reclamar demasiadas lealtades de quienes debían respaldarlo, porque ellos atendían a su propio juego. Illia no sólo carecía de un sólido respaldo, sino que se encontraba amenazado por dos fuerzas poderosas: las que habían acompañado a Aramburu, por un lado, y las del peronismo, por el otro.
Después de la asunción de Illia como presidente, se había designado al frente de la Empresa Nacional de Telecomunicaciones a Javier López Zavaleta. Era un personaje que trasmitía toda la imagen de un puntero de comité. Puede ser que sus vicios no fueran tantos y que la imagen estuviera distorsionada por la propaganda que se hacía en su contra desde el Sindicato, pero era cierto que durante su gestión se repartieron favores y prebendas de una manera escandalosa. No era un ejemplo de probidad republicana y, por si fuera poco, no ocultaba en lo más mínimo su interés por llevar al sindicato una conducción de filiación radical. El reparto de cargos y ascensos para ganar adhesiones se efectuaba en forma impúdica. Como la generosidad bien entendida comienza por casa, los primeros en ser favorecidos fueron los propios familiares de López Zavaleta. Su esposa y sus hijos fueron incorporados a la empresa con cargos que suponían un importante ingreso económico. Por cierto, el otorgamiento de cargos de jerarquía tenía un límite, pero el abanico de favoritismos era bastante amplio. Se concedían traslados y cambios de funciones, se justificaban ausencias en forma generosa y se aceleraba el otorgamiento de línea telefónica en una época en que había esperas de años para conseguir el servicio.
El edificio de Defensa 143 operaba como un gran comité, en el peor sentido que tiene esa palabra dentro de la historia argentina. Allí se constituyó el Círculo de Obreros y Empleados Telefónicos –COETRA- una suerte de sindicato paralelo que manifestaba esa intención hasta en la similitud de sigla con FOETRA. Con todo ese despilfarro de recursos se fue armando una agrupación para competir por la conducción del sindicato. Pero el tipo de adherentes que se incorporó por este procedimiento no se caracterizaba por su espíritu de sacrificio ni por la solidez de sus principios. Sería injusto decir que la totalidad de adherentes a la Lista Azul eran oportunistas, ventajeros y arribistas. Seguramente había entre ellos personas que creían honestamente en el discurso político que suscribían. Podían venir de una tradición radical y creer que una conducción sindical de ese signo era lo mejor para los trabajadores, pero la metodología clientelista contaminó todo el proyecto y lo descalificó ante los ojos de los telefónicos. De todos modos, la Lista Azul llegó a reunir una fuerza bastante importante. A su modo, ellos también expresaban una forma de descontento con la conducción de Allan Díaz.
Este lugar es oportuno para hacer una pequeña consideración. Que la figura de Díaz se encontraba muy cuestionada es innegable. Estaba siendo sustituido en la propia agrupación que lo había llevado a la secretaría general del sindicato y también era rechazado desde fuera de la Lista Marrón, porque en aquellos comicios se presentaron siete listas de oposición. Sin embargo sería bueno recordar que Díaz pertenecía a la camada de nuevos dirigentes peronistas, que habían surgido en 1955 para reemplazar a la vieja guardia proscripta por la autotitulada Revolución Libertadora. Desde esa posición adversa llegó a obtener un cargo por la minoría cuando se normalizó el Sindicato a fines de 1956, y cuatro años después alcanzó la secretaría general llevando como adjunto a Carlos Gallo. Le tocó dirigir el gremio en un tiempo difícil, y no pudo, o no supo, conservar el apoyo de los trabajadores telefónicos.

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