AVANZADA en el comienzo (V)
No estuve entre los fundadores del Movimiento Gremial Telefónico, ese
mérito corresponde a otros compañeros: Ricardo Campari, Juan Carlos Romero,
José Baddouh, Aníbal San Juan, y varios más. Es importante dejar esto en claro,
porque he conocido a muchos charlatanes que se adjudicaban la paternidad de
proyectos a los que llegaron tarde y no siempre bien. Yo era muy joven
entonces, recién tenía 21 años, y los compañeros que he nombrado ya disponían
de una mayor experiencia sindical. Algunos de ellos habían tenido una
importante participación en la huelga de 1957, la más prolongada en la historia
de los telefónicos. No sé cuándo comenzaron a reunirse, cuáles fueron las
discusiones que tuvieron, qué diferencias fueron dejando de lado para ponerse
de acuerdo respecto a lo que iban a construir. Puedo imaginármelos alrededor de
una mesa de café o en una pizzería, criticando a la conducción del sindicato,
porque siempre se critica lo viejo que se busca reemplazar. Como desconozco esa
primera parte de la historia yo tomo como referencia al primer número de
AVANZADA, el boletín que llegó a mis manos a fines de 1964.
A través de él la agrupación se mostraba como un importante polo de
atracción para quienes nos oponíamos a la conducción del sindicato desde
posiciones combativas. Se rechazaban las definiciones partidistas sectarias y
se trataba de no caer en el apoliticismo, por eso se eludían aquellas
declaraciones que podían provocar el encasillamiento.
Voy a hacer algunas precisiones antes de entrar en el tema. En esos
años había una fuerte campaña antiperonista; los “revolucionarios” del ’55
habían proscripto a la fuerza política mayoritaria, antiguos funcionarios y
simpatizantes del llamado “régimen depuesto” estaban impedidos de ejercer sus
derechos civiles, y hasta los nombres de Perón y Evita (además de otras muchas
denominaciones partidarias) estaban prohibidos en los medios de difusión. Algo
semejante ocurría con el Partido Comunista y otras organizaciones de izquierda,
que eran víctimas de la persecución macarthista que se extendía por todo el
mundo. En medio de esa atmósfera asfixiante se desarrollaba la actividad
política y sindical en el país.
La intoxicación mediática no tenía las dimensiones de la actual, pero
tampoco la sociedad de entonces era similar a esta, y quienes crecimos y nos
formamos en aquel contexto no fuimos inmunes al envenenamiento ideológico. La
única actividad política tolerada era la que no estuviera contaminada de
izquierdismo o populismo, un término que empezó a ponerse de moda a partir de
entonces. La prédica del apoliticismo era un martilleo constante, los
sindicatos no debían incursionar en política, salvo que esa política fuera la
propagandisada por el propio sistema. Esta era una imposición inadmisible para
peronistas y comunistas, pero todos los que no estábamos comprometidos con esas fuerzas fuimos
naturalizando el planteo. El rechazo a peronistas, “zurdos” o “bolches” era
pregonado hasta en forma subliminal, y la campaña de demonización calaba
profundo en todas las conciencias.
Me recuerdo a mí mismo leyendo revistas como Selecciones, Life o sus
equivalentes locales, deslumbrado, crédulo, intoxicado. No podría haberme
sumado a un proyecto sindical si éste hubiera tenido una fuerte definición
partidaria, por eso creo que lo que me animó a acercarme fue el tono casi aséptico
de la propaganda de la agrupación. Un lector con anteojeras podría definir aquellos
textos como reformistas o socialdemócratas, pero había en ellos una crítica
medida y consecuente al gobierno de la empresa, a los monopolios imperialistas
y a la burocracia sindical.
Era obvio que desde AVANZADA no nos definíamos como peronistas ni como
radicales, y que tampoco estábamos en el Partido Comunista. En una época de
fuerte prejuicio macarthista, la sospecha de que una agrupación tuviera
definiciones marxistas era suficiente para que se retrajeran los compañeros.
Por eso, el recurso más simple para tratar de impedir el desarrollo de
cualquier agrupamiento contestatario era tildarlo de comunista o trotskista o
cualquier otra denominación más o menos emparentada con las anteriores. No
hacía falta ningún fundamento consistente para lanzar el calificativo, ese era
un recurso tan efectivo que era el incriminado quien se sentía obligado a
desmentirlo. Cuando, mucho tiempo después, conseguí remontar mis propios
temores ante ese tipo de ataques, pude asomarme a la lectura de algunos textos
a los que, prejuiciosamente, me había negado. Cuando lo hice, descubrí con
asombro que ese tipo de método no era una novedad de nuestro tiempo. En el
propio Manifiesto comunista decían Marx y Engels:
“¿Qué partido de oposición no ha sido motejado de comunista por sus
adversarios en el poder? ¿Qué partido de oposición a su vez, no ha lanzado,
tanto a los representantes de la oposición, más avanzados, como a sus enemigos
reaccionarios, el epíteto zahiriente de comunista?”
Se estaba construyendo una fuerza en telefónicos con un perfil
combativo y progresista. Nos manifestábamos antiimperialistas a través de
nuestro rechazo a las multinacionales de las telecomunicaciones, algo en lo que
coincidían la inmensa mayoría de los telefónicos. Sin embargo había que
mantenerse firme ante los tironeos de distintos compañeros que querían algunas
definiciones mayores. Estaban los que querían un discurso peronista para ganar
el apoyo de los peronistas del gremio. Estaban los que querían un lenguaje
mucho más izquierdista o que reclamaban posicionamientos marxistas por parte de
la agrupación. Y estaban los que no querían saber nada con los partidos
políticos y esperaban una declaración de apoliticismo.
Había que combatir contra cada una de esas tendencias y, al mismo
tiempo, hacerlo de forma muy medida y equilibrada para no desbandar a los
compañeros y conseguir su gradual elevación de conciencia. Si algo así es
problemático en todo tiempo, lo era mucho más en ese momento en que estábamos
metidos en una campaña electoral y había que consolidar una fuerza. Pero
conseguimos hacerlo, y todos aportamos bastante para que eso fuera posible.
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