Esto no
estaba en mis planes, porque aunque dije desde un principio que tal vez fuera
incluyendo notas que no tuvieran que ver con la historia sindical o política,
no creí que iba a hacerlo tan pronto.
Hace un rato
estaba leyendo el diario, el artículo de Mario Goloboff publicado en la
contratapa de Página 12 llamó mi atención, lo leí imaginando de antemano lo que
podía decir. Mucho tiempo atrás yo escribí algo sobre “Casa tomada”, nunca lo
compartí con nadie porque conozco de mis insuficiencias literarias, por eso lo
dejé archivado. Cuando hacía planes para este blog pensé que podría rescatar
algunos de esos viejos borradores, que revisaría carpetas y corregiría lo que
encontrase más interesante. Pero el artículo de Goloboff no me deja tiempo para
hacer ningún cambio: o subo aquel borrador ahora mismo o callo para siempre. Y
así va, con los errores e insuficiencias de origen.
Sobre “Casa
tomada”
No quise
releer “Casa tomada” antes de ponerme a escribir estas líneas. No lo hice
porque quiero escribir sobre ese cuento tal como lo recuerdo, sin la
contaminación académica de tomar fragmentos para intercalarlos aquí, sin
pretender justificar mi punto de vista con una cita textual. Y prefiero hacerlo
así porque discrepo totalmente con algunas interpretaciones, que en realidad,
son una única interpretación repetida hasta el hartazgo como oficializándola,
como si fuera la interpretación correcta y canónica.
Yo era joven
cuando leí ese cuento por primera vez. No sólo lo era biológicamente sino
también literariamente. Digo esto porque en ese tiempo estaba descubriendo la
excelencia de la literatura, consumía libros y revistas con verdadera voracidad
y eso coincidía con mi despertar a la práctica política y con el
deslumbramiento ante las realizaciones del cine, de la plástica y de la música.
No era un especialista ni siquiera un estudioso de ninguna de esas
manifestaciones artísticas, era simplemente un aficionado entusiasta que
gastaba buena parte de los recursos en publicaciones o en ir al cine varias
veces en la semana.
Leí por
primera vez a Cortázar en la revista El escarabajo de oro, fue su cuento
“Reunión”, y a partir de allí compré y leí cuanto libro de Cortázar encontraba
en las librerías. No podría decir cuándo ni dónde fue que leí su cuento “Casa
tomada”, pero sé que me deslumbró, como antes lo habían hecho “Reunión”, “La
autopista del sur” o “La noche boca arriba”. Leí ese relato, disfruté con él,
volví a releerlo, como lo hacía siempre con todo aquello que me llegaba
particularmente. Me pareció maravillosamente inquietante, con esos dos
personajes que van sintiendo como su mundo es invadido progresivamente por una
presencia extraña y de algún modo amenazante. Cómo van tratando de aislar a
esas imaginarias presencias, y en realidad se van aislando ellos mismos, y van
autoexpulsándose de ese mundo que hasta ese momento les había parecido tan
seguro e inmodificable. Y el final, cuando sienten que han perdido el mundo que
les era familiar y deben abandonarlo porque se ha transformado en algo hostil.
Así lo leí,
así lo recuerdo, así me gustó. No busqué interpretaciones adicionales del
texto, no conecté supuestas metáforas ni mensajes ocultos, no descubrí guiños
ni señales que me indicaran segundas intenciones. Yo era un novato, un lector
aficionado que leía por el placer de la lectura, no para evadirme del mundo,
pero tampoco para buscar otro tipo de evasión en la invención de “segundas
lecturas”. Pero un día escuché o leí que había un sentido oculto (y que parecía
no ser tan oculto) en ese cuento, un sentido en el cual yo ni siquiera podía
haber pensado. Según esos exégetas del pensamiento cortazariano, “Casa tomada”
era una metáfora de la irrupción del peronismo. Yo no tenía simpatías por el
peronismo, de modo que no podía experimentar un rechazo hacia una visión crítica
de ese movimiento. El problema estaba en que yo no encontraba ninguna evidencia
que confirmara la interpretación de los sabedores, eso me desconcertaba y, en
alguna medida, me causaba consternación.
Por cierto,
no me atrevía a preguntar cuáles eran los elementos que justificaban esa forma
de ver el relato. No era una simple cuestión de amor propio o de vergüenza para
reconocer mis propias limitaciones, pero temía ser blanco de las burlas de
aquellos que habían descubierto la piedra filosofal mientras yo seguía sumido
en las tinieblas de la ignorancia. Para colmo de males, otros amigos y
compañeros de esos tiempos daban por buena la versión sin reflexionar demasiado
en ella.
No sé cuánto
tiempo pasó hasta que, en alguna parte, encontré resumida la explicación. Según
él o los intérpretes (nunca supe si alguien reclamaba la paternidad o
maternidad de la interpretación) la pareja de hermanos representaba a la
burguesía argentina, la casa que los albergaba era un mundo ordenado, rutinario
pero sin sobresaltos, y los misteriosos ocupantes que venían a desalojarlos,
esa oscura fuerza emergente, representaba al peronismo. Desde la perspectiva de
un crítico al peronismo, la explicación cerraba perfectamente. Todo quedaba
claro, salvo en que yo me preguntaba cómo era posible hacer toda esa conexión
de ideas sin una guía explícita por parte del autor. Esto no hacía nada más que
aumentar mi desasosiego, porque me indicaba que el mundo de la buena literatura
me estaba vedado y que, para poder abordarlo necesitaría de muchos años de
estudio y dedicación.
En alguna
oportunidad leí que habrían comentado a Julio Cortázar sobre la lectura que se
hacía de su cuento, y, para mi sorpresa, él no habría confirmado ni desmentido
nada. Lo dejaba pasar, como quien dice: que cada cual saque su propia
conclusión. No sé si esto era mejor o peor. Ya dije que yo era un modesto
aficionado que leía sin método ni educación previa, de modo que no tenía los
elementos para comprobar si la presunta consulta a Cortázar se había producido
efectivamente o si era una mera invención. Tuvieron que pasar muchos años para
que encontrara (por pura casualidad) una entrevista en la que Julio contaba que
aquel cuento había sido producto de un sueño.
No había sido
una pesadilla, y el propio tono del relato tampoco es una pesadilla, aunque
contenga pasajes de acentuada inquietud. Según su comentario, él estaba solo en
ese sueño, e iba siendo testigo de la gradual ocupación de la casa y fue
experimentando los temores y las angustias imaginables en una situación como la
relatada. Al despertar, recordaba con mucha claridad todo lo soñado, y, a
partir de esos elementos, armó el relato que hoy conocemos. Cuando contó cómo
había nacido “Casa tomada” no mencionó en ningún momento una motivación
política (como sí lo hizo con “Reunión” o “La escuela de noche”) sino que
destacó el origen puramente onírico de aquel cuento.
Cautelosamente
seguí buscando datos. La cautela se justificaba porque yo tenía que enfrentar a
toda la sapiencia institucionalizada, a todos los que daban por buena aquella
interpretación de la que vengo hablando. Sabía que el cuento había sido
publicado en Bestiario, un libro editado a principios de los 50, y que antes
había aparecido en una revista literaria dirigida por Jorge Luis Borges. Estos
datos tendrían que haber despertado mi atención, pero, como diría Julio,
quedaron trabajando subterráneamente, y recién afloraron a la superficie cuando
escuché una mención de ellos a fines de enero de 2009. Se cumplían 25 años del
fallecimiento de Cortázar, periódicos y programas radiales y televisivos
recordaban al escritor, era un sábado por la mañana y yo escuchaba
distraídamente La voz de las Madres, cuando Elina Alejandra Jiménez mencionó
aquellas fechas. Bestiario era de 1951, y la revista que dirigía Borges había
publicado por primera vez aquel cuento en 1946. Hasta allí todavía podía
sostenerse la explicación de que el relato fuese una metáfora de la irrupción
del peronismo en la historia argentina. Pero, según el comentario que hacía la
especialista literaria, “Casa tomada” había sido escrita mucho antes de su
publicación, probablemente entre 1937 y 1939. Si esos datos eran exactos, toda
la interpretación que hasta entonces se había sostenido se derrumbaba.
Curiosamente, y tal vez para no granjearse el encono de quienes por años habían
visto al cuento como metáfora de una irrupción opresiva, Elina Alejandra
Jiménez aventuró que el relato estaría haciendo referencia a la emergencia del
fascismo europeo.
Esa
interpretación tampoco me convencía, porque yo no vislumbraba las posibles
insinuaciones políticas dentro del relato. Recordaba otros cuentos del mismo
Julio, donde la conexión era mucho más trasparente. Pero también hice
comparaciones con otros autores, como Rodolfo Walsh en “Esa mujer”, o
Echeverría en “El matadero”, o Borges en “La fiesta del monstruo”. De todos
modos, me conformaba el hecho de que, en el caso de “Casa tomada”, la
interpretación canónica parecía mostrar toda su artificiosidad. Sólo bastaría
con confirmar el dato sobre la fecha de escritura del cuento, y todo el mundo
abandonaría la errónea creencia sostenida hasta entonces.
Pero, unas
semanas después me encontraba con una joven compañera en la facultad, y ella
empezó a argumentar recurriendo a la interpretación ya conocida. Con una rara
mezcla de firmeza e inseguridad, le expuse los datos que tenía y las
conclusiones que, a mi juicio, eran obvias. Por una fracción de segundo pareció
dudar, si las cosas eran como yo decía, lo canónico perdía validez y su
argumentación se volvía inconsistente. Pero se rehizo, y contestó
tranquilamente: aunque sea como vos decís, prefiero la otra lectura. Y esta vez
fui yo quien se quedó sin argumentos.
Creo que en
un primer momento juzgué lo suyo como una caprichosa testarudez, y tal vez
pensé que, para no dar el brazo a torcer, era capaz de aferrarse a una creencia
falsa a pesar de saber que era falsa. Con el tiempo me fui dando cuenta de que
todo era mucho más complejo de lo que yo creía. En esos días yo participaba en
un seminario sobre Borges, había vuelto a releer "Tlön, Uqbar, Orbis
Tertius", ese fantástico relato en que un grupo de conjurados se da la
tarea de inventar un lugar dentro del mundo, un país imaginario. Un
multimillonario norteamericano es ganado para esa causa, pero en Estados Unidos
las cosas deben ser hechas a lo grande, y no basta con inventar un país, sino
que hay que inventar todo un planeta. Ese mundo imaginario se revierte luego
sobre el mundo real, sus creencias y sus leyes pasan a operar sobre el mundo
existente, lo condicionan y transforman. Lo ficcional se sobreimprime en lo
real, y lo real se vuelve equívoco e inconsistente, hasta que termina por ser
sustituido por lo imaginario.
Visto desde
un ángulo menos literario y más cotidiano, tenía allí la confirmación de que
una idea repetida incansablemente durante mucho tiempo, termina por ser
adoptada como cierta aunque su inconsistencia sea manifiesta. Se dice que
Goebbels decía: miente, miente, que algo siempre queda. Yo no se si el
responsable de propaganda nazi fue alguna vez tan sincero en sus comentarios,
de todos modos es de buen tono no poner en duda su cinismo. Pero otros, que
pretenden situarse en posiciones presuntamente democráticas, ponen en práctica
esa máxima todos los días. Basta con hojear las páginas de los grandes medios gráficos,
o con escuchar el martilleo cotidiano de radios y emisoras televisivas, para
comprobar como se forma la llamada opinión pública. Una vez que la nueva idea
ha sido asimilada por los demás, adquiere vida propia y parece transformarse en
una entidad. Es fácil imaginarla como algo autónomo, como una ley surgida desde
si misma, que opera sobre otros que, a su vez, la admiten como propia.
Volviendo ahora al cuento de
Cortázar, podemos decir que alguien (un Alguien que puede estar formado
por uno o varios individuos) postuló que ese relato era la metáfora de un
proceso político. Esa interpretación sincera o intencionada, fue repetida y
aceptada como buena, independientemente de que hubiera estado o no en la
génesis de esa historia. Con el paso del tiempo esa ficción de la ficción se
convirtió en la verdad de la ficción. Pero como esa ficción reinterpretada
remitía a un suceso real, la realidad pasó a ser leída a través de una ficción
ficcionalizada. Hasta aquí yo sostengo la tesis de que “Casa tomada” no tiene
el sentido que se le adjudica, pero soy muy consciente de la pequeñez de mi
entendimiento y de la limitación de mis fuerzas para enfrentar a semejantes
molinos de viento. Por eso ya no pretendo ganar a nadie para mi punto de vista,
simplemente propongo, a quienes sostengan la interpretación canonizada, que
digan al menos dónde fue que Julio explicó que esa era la forma correcta de
leer su relato.
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