jueves, 9 de julio de 2020

Sobre populismo y antipopulistas (8)

El verdadero problema

La caída de Wall Street fue el detonante de un problema que venía de lejos, y cuyos síntomas en América Latina habían sido radiografiados por Haya de la Torre en su libro: la convivencia de economías de tipo feudal y de tipo capitalista en un mismo espacio geográfico subordinaban las economías nacionales al capital externo. Consecuencia de ello era el carácter básicamente extractivo, más que manufacturero, de nuestros países. Al ser productoras de materias primas, las naciones latinoamericanas quedaban sometidas al imperialismo. Si esta situación ya era dramática, después del ’29 se volvió angustiosa. Los precios de los productos agrícolas y mineros cayeron por debajo de la línea de flotación, pero ni aún así se encontraban compradores.

El estado debía intervenir, e intervino (45). SE reorganizó la economía hacia adentro, Se apeló a la sustitución de importaciones, se estatizaron recursos básicos, se crearon algunas industrias que, al mismo tiempo, proporcionaban fuentes de trabajo para absorber la enorme masa de desempleados. La asistencia estatal no fue un recurso exclusivo de la región, tomemos como ejemplo lo hecho en Estados Unidos en ese período.


“Franklin D. Roosevelt que para sacar al país de la crisis de los años treinta, no sólo usó las palancas del Estado para confrontar a los monopolios y a la clase política atrincherada en el Congreso y el Tribunal Supremo, sino que a su manera, acudió a la movilización de la juventud y de las masas, incluyendo a los trabajadores cuya sindicalización auspició. El hecho de que el pueblo americano lo reeligiera en tres oportunidades fue un reconocimiento a la obra social realizada en aquel periodo, que no fue únicamente keynesianismo.

Roosevelt introdujo el salario mínimo, el seguro federal a los depósitos bancarios, el desayuno y el almuerzo escolar, los cupones de alimentos para las familias de bajos ingresos, la ayuda alimentaria a las embarazadas y a los descendientes de los pueblos originarios que habitan las reservaciones indígenas, los subsidios agrícolas para salvar de la ruina a los agricultores, creó agencias para generar empleo destinados a los jóvenes y decenas de otras medidas que fueron rechazadas por las elites tradicionales” (46).


Esto fue lo que se hizo para paliar la crisis: en Estados Unidos fue denominado New Deal, en América Latina Populismo. La aplicación de ese tipo de medidas era un pecado grave, lo fue tanto en Estados Unidos como en América Latina, pero más grave aún fue querer mantenerlas después que los países centrales hubieran recuperado el control mundial de la economía. Durante la crisis, y hacia el interior de los países, la oposición oligárquica hizo cuanto estuvo a su alcance para mantener intocados sus históricos privilegios. No hubo resignación pasiva ante cada medida que significara un mejoramiento en las condiciones sociales de los sectores populares. Incluso las estatizaciones fueron mal digeridas, más por una cuestión ideológica que por representar algún perjuicio a los intereses tradicionales. Pasada la gran depresión y la segunda guerra mundial, y cuando los grandes países capitalistas recuperaron su capacidad de hostigamiento, imperialismo y oligarquías se coligaron para volver las cosas atrás.

Los movimientos desestabilizadores y golpistas, la instauración de dictaduras sanguinarias en mayor o menor grado, la implementación de políticas reaccionarias y neoliberales fueron un patrón común de conducta: el inicial proceso restaurador se continuaría unos años después con la llamada Revolución Conservadora. Pero en ese período la historia también fue testigo de importantes cambios progresivos a nivel mundial. En el espacio que nos interesa particularmente, la Revolución Cubana fue un parteaguas con propuestas, objetivos y realizaciones que llegaron más alto que cualquiera de los anteriores procesos vividos en el continente.

Toda una generación se referenció en ella, no sólo en América sino en el mundo, y seguir su ejemplo se transformó en el gran objetivo. Surgieron los seguidores genuinos, pero también los imitadores dogmáticos que absolutizaron la lucha armada, y que calificaban como reformistas o pseudo revolucionarios a quienes no compartían su método. La lucha en los frentes de masas –sindical, estudiantil o barrial- era minimizada o descalificada por estos fundamentalistas, pero no se trataba de los únicos dogmáticos. Izquierdistas que se ubicaban presuntamente en posiciones más radicales que las de la misma Revolución, y otros que en su práctica eran identificados como reformistas, coincidían en denostar a los procesos populistas anteriores y contemporáneos poniendo como ejemplo a Cuba revolucionaria.

Al presentar este trabajo dijimos que era uno de nuestros objetivos mostrar similitudes y coincidencias entre los procesos definidos como de izquierda y los llamados populismos. Entre esos puntos comunes mencionamos el mejoramiento de las condiciones de vida de la población, la búsqueda de una mayor inclusión social y la redistribución progresista de los ingresos. Señalamos que cada proceso siguió caminos propios, alguno con un mayor grado de radicalidad, otros más acotados dentro de los parámetros del capitalismo. La cercanía de objetivos los enfrentó a enemigos comunes, como las fuerzas oligárquicas y el imperialismo. Mostramos que en épocas recientes esos enemigos unificaron de modo inequívoco a izquierdistas y populistas, englobando a ambos bajo la denominación de “populismo radical”, Tercera ola populista o populismo de izquierda.

No ocurrió lo mismo con ciertos sectores izquierdistas que se esforzaron y siguen esforzándose por mantener bien diferenciados a los gobiernos socialistas de los nacional populares. Puede ser que en algunos casos sea consecuencia del sectarismo, algo habitual entre movimientos políticos de los más diversos signos. En otras circunstancias puede tratarse de una encubierta complicidad con fuerzas reaccionarias, tarea divisionista destinada a facilitar la destrucción por separado de cada uno de los procesos. Seguramente la mayoría de las veces se tratará de falta de criterio político, de incomprensión por establecer lazos de unidad teniendo en cuenta la cercanía de objetivos y la identidad de los enemigos.

Pero la propensión a la descalificación no se detuvo en los movimientos y gobiernos de signo nacional y popular, continuó contra otros reconocidos como de izquierda, se ensañó con aquellos tildados de blandos o reformistas, se volvió contra los integrantes del ALBA que no se mostraban tan radicalizados como se pretendía, y hasta la Revolución Cubana mereció críticas de parte de algunos de estos bachilleres de revolucionarios, como los calificara Fidel. En principio no está puesta en tela de juicio la honestidad de estos izquierdistas críticos, ya que en muchos casos se trata de teorizadores puros, desconocedores de lo que es contrastar en la práctica los planteos ideales. El entusiasmo los lleva a apurar el paso, a desconocer o minimizar los problemas y a creer que basta con el empuje para vencer las dificultades. Es atinado el consejo del profesor, investigador y periodista cubano Gómez Barata cuando dice:


“Las fuerzas revolucionarias y progresistas, además de la firmeza deben practicar la capacidad de maniobra, sin hacer concesiones a los estrategas instantáneos ni a los súper revolucionarios que siempre piden más y a los que todo radicalismo les parece poco” (47).


Nos hemos detenido en la consideración de los críticos de izquierda, porque suponemos que deberían ser aliados naturales de los movimientos nacionales de signo popular. Dirigentes revolucionarios de izquierda como Fidel Castro y Hugo Chávez, por nombrar a los dos más destacados del último medio siglo, no vacilaron en brindar su entusiasta apoyo a gobiernos que podían ser considerados reformistas o populistas. En su momento el líder cubano respaldó decididamente a Salvador Allende y su vía pacífica al socialismo, como también lo hizo con los movimientos patrióticos y nacionalistas de Juan Velasco Alvarado en Perú, Omar Torrijos en Panamá, Jaime Roldós en Ecuador y Juan José Torres en Bolivia. El comandante venezolano no sólo siguió los pasos de Fidel, puso su mayor empeño en desarrollar la Alternativa Bolivariana para las Américas, pero también estableció las mejores relaciones con dirigentes que no se sumaron a aquel proyecto. Eso posibilitó que el 5 de noviembre de 2005, en Mar del Plata, junto a Néstor Kirchner y Luiz Inácio Lula da Silva pudiera decir que habían enterrado el ALCA, mientras un George Bush desorientado se despedía del presidente argentino diciéndole: “Estoy un poco sorprendido. Acá pasó algo que no tenía previsto” (48).

Y muchas otras sorpresas se derivarían de esa alianza estratégica entre “populistas radicales”. Los intentos golpistas contra los gobiernos progresistas de la región serían enfrentados en forma conjunta, la Venezuela bolivariana se incorporaría al MERCOSUR de la mano de Argentina y Brasil, surgiría una nueva organización multiestatal en el continente que ya no sería ministerio de colonias del imperialismo, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños. Precisamente a esta última dirigiría un emocionado mensaje Hugo Chávez en las vísperas de su muerte, diciendo “gracias a la CELAC ya nos vamos pareciendo a todo lo que una vez fuimos y a todo lo que quisimos ser pero nos fue arrebatado; nos vamos pareciendo a la Pachamama, a la cintura cósmica del Sur, a la reina de las Naciones y la madre de las Repúblicas” (49). Y alertando contra intrigantes y divisionistas agregaría:


“No olvidemos aquella dolorosa advertencia de Bolívar: Más hace un intrigante en un día que cien hombres de bien en un mes”.


Ya hemos llegado al final. El célebre ensayo de Mackinnon y Petrone, “Los complejos de la Cenicienta”, fue citado varias veces a lo largo de este trabajo. El fragmento con que iniciamos la primera parte dice: “…El populismo –esa Cenicienta de las ciencias sociales– es, en resumidas cuentas, un problema”. Creemos que al finalizar este recorrido hay que reformular ese postulado: el problema no es el populismo, el problema es el antipopulismo y los antipopulistas.


Javier Nieva
Enero de 2014


Notas

(45) “Desde los años treinta, ante el recrudecimiento del problema de la restricción externa, los países de América Latina impulsaron un proceso de modernización económica e industrialización por sustitución de importaciones dirigido por el Estado. Como ya lo había apuntado John Maynard Keynes, en 1926, la mano invisible del Mercado no tenía condiciones de resolver los problemas económicos. Sería necesaria la mano visible del Estado. Todo el planeta despertó de la ilusión liberal que pudo haber sido verdad en los tiempos de Adam Smith. En el periodo llamado por Eric Hobsbawm de “Era de la Catástrofe” (1914-1945), la intervención y la planificación estatal pasaron a ser de excepción a regla”.

Wexell Severo, Luciano; “Enseñanzas de la industrialización dependiente”, periódico digital Rebelión, 14 de enero de 2013. Cotejado el 19.1.2014 en:

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=162206

(46) Gómez Barata, Jorge; “Obama: ¿Un paso adelante o dos atrás?”, Argenpress, viernes 4 de septiembre de 2009. Cotejado el 19.1.2014 en:

http://www.argenpress.info/2009/09/obama-un-paso-adelante-o-dos-atras.html

(47) Gómez Barata, Jorge; “Comentarios de atalaya (IV): Aritmética política”. ARGENPRESS. martes 9 de febrero de 2010. Cotejado el 19.1.2014 en:

http://www.argenpress.info/2010/02/comentarios-de-atalaya-iv-aritmetica.html

(48) Cibeira, Fernando; “Un final con el corazón partido”, Página 12, Domingo, 6 de noviembre de 2005

(49) Hugo Chávez se dirige a la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños; AVN, 29 de enero de 2013. Cotejado el 19.1.2014 en:

http://www.avn.info.ve/contenido/mensaje-del-presidente-ch%C3%A1vez-celac

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