En 2009 la doctora Leticia Prislei dirigió el seminario “Cultura popular y populismo, problemas y perspectivas”; tuve la suerte de concurrir a esas clases en en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y elaborar el trabajo que estuve publicando en este blog durante las últimas semanas. Por supuesto, toda la responsabilidad por lo que se dice en la monografía es exclusivamente mía, en todo caso, tanto ella como el doctor Ricardo Martínez Mazzola lo que hicieron fue brindar las herramientas teóricas que traté de emplear del mejor modo posible.
Fraccioné el trabajo para aliviar las lecturas, las modificaciones con respecto al original fueron mínimas: algunos signos de puntuación, el reemplazo de alguna palabra, el intercalado de subtítulos para facilitar la presentación. Estos fragmentos complementan la serie y al mismo tiempo son una especie de índice de "Sobre populismo y antipopulistas".
Fragmentos
El llamado populismo forma parte de la experiencia histórica y política de nuestro país y de muchos otros países de nuestro continente; esas experiencias populares tienen componentes progresivos, a su modo dieron respuesta a demandas de sectores postergados de la sociedad y entroncaron con otros movimientos que levantaban propuestas socialistas.
En principio, pueden señalarse como rasgos coincidentes la preocupación de gobiernos populares y gobiernos socialistas para mejorar las condiciones de vida de la población, en busca de una mayor inclusión social y para promover la redistribución del ingreso. La identidad de objetivos los enfrenta a enemigos comunes, como las fuerzas oligárquicas tradicionales y el imperialismo.
La guerra contra estos gobiernos incluyó la creación de una terminología despectiva; como dijera Fernando Martínez Heredia: “La guerra del lenguaje forma parte de esa contienda. (…) Existe toda una lengua para lograr que las mayorías piensen como conviene a los dominadores o, en muchos casos, que no piensen”.
El término “populismo” nació en la segunda mitad del siglo XIX, pero durante el siglo XX una sociología en la que se mezcla un fuerte tono eurocéntrico y un cierto desdén clasista reactualizó el vocablo para referirse a los procesos y movimientos políticos que promovían cambios sociales.
Si bien el origen del término se remonta al siglo XIX, la expresión fue recuperada y resignificada a mediados del siglo XX con la pretensión de explicar distintos fenómenos políticos latinoamericanos, particularmente los de Lázaro Cárdenas, Juan Domingo Perón y Getulio Vargas. Ese diseño conceptual debía diferenciar esos procesos de los gobiernos oligárquicos que les precedieran, pero haciendo un esfuerzo por no reconocerles un papel progresivo, remarcando que no eran una revolución social clásica, señalándoles vicios y deformaciones que, en el mejor de los casos, los ubicaban como fenómenos a mitad de camino entre la sociedad tradicional y una moderna sociedad democrática.
El resultado fue una suerte de Frankenstein conceptual, con la diferencia de no ser un ente terminado, sino que estaba en continua reformulación, sujeto a nuevas caracterizaciones, y con la pretensión de ser una herramienta útil para abordar otras experiencias. Como recurso para un juicio objetivo el término siempre dejó mucho que desear. Llovieron los cuestionamientos y se volvió un lugar común que, al usárselo, se aclarara que “se ha repetido hasta el hartazgo que pocos términos han gozado en el ámbito de las ciencias sociales de tan escasa precisión como el de populismo.”
Gino Germani es considerado el precursor de la teorización sobre el llamado populismo. En su opinión es a partir de la década del ‘30 cuando se produce en América Latina la irrupción de las masas en la política, derribando antiguas barreras institucionales y sin valorar el sistema democrático. Pero no nos limitaremos al teórico italiano, también incluiremos puntos de vista de Di Tella y de otros teorizadores sociales que contribuyeron a consolidar el discurso académico sobre el llamado populismo.
Masas y líder son los componentes esenciales de los movimientos nacional populares. La caracterización que se ha hecho de ellos tiene todos los ingredientes de la descalificación y la segregación. En el caso de las masas se define a sus componentes como los sectores más atrasados de la sociedad, un aluvión que llega a las ciudades desde la marginalidad rural, sin cultura, sin educación, sin historia. En el mejor de los casos merecen la conmiseración, cuando no el desprecio por su condición social y racial. Desprovistos de toda capacidad y experiencia política están destinados a ser mano de obra barata o a ser manipulados por el demagogo populista. Las masas son esencialmente irracionales, peligrosas, explosivas.
Los sectores populares tienen demandas y expectativas crecientes; Revolución de las expectativas, las llamará Di Tella: “… Quieren tenerlo todo antes de que estén dadas las condiciones para satisfacerlas. Esto hará difícil el funcionamiento de la democracia ya que se pedirá más de lo que ella puede dar.”
Es casi un lugar común hablar de la manipulación de las masas por el líder populista, una suerte de práctica que tendría lugar entre “sucios, malos y feos”, pero en el libro "Propaganda" escrito por Edward Bernays (quien durante la Primera Guerra Mundial perteneció al aparato gubernamental de propaganda norteamericana) se iniciaba el primer capítulo con estas palabras: “LA MANIPULACIÓN consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizados de las masas es un elemento de importancia en la sociedad democrática. Quienes manipulan este mecanismo oculto de la sociedad constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder que rige el destino de nuestro país”
Manipular y acusar de manipuladores es una práctica reiterada de las clases dominantes, pero el ataque a gobiernos populares no es exclusivo de esos sectores. Un teorizador aparentemente progresista decía: “Contribuyendo directamente a socavar los partidos obreros autónomos, los populistas construyeron coaliciones multiclasistas que integran a las masas sin cambiar demasiado el sistema existente”. Y otro diría: “Al peronismo lo inventaron para que los negros no se hagan rojos”.
Completando los ataques dirá Susanne Gratius que el populismo es un híbrido entre democracia y autoritarismo, y “es ante todo un fenómeno latinoamericano y principalmente sudamericano”. Luego agregará: “la sed de poder de los populistas les puede situar más cerca del autoritarismo que de la democracia.”
Al principio el término “populismo” fue usado para calificar con un cierto desdén elitista a los gobiernos de Juan Domingo Perón, Getulio Vargas y Lázaro Cárdenas. Con el paso del tiempo pudo surgir el interés en dotar de barniz académico al vocablo, porque hasta los insultos deben estar cargados de sentido. Quienes fueron armando el diccionario eran los enemigos y, por si fuera poco, los enemigos victoriosos. Eso facilitó las cosas para que la expresión fuera una refinada batería de interpretaciones descalificadoras, una aristocrática mirada dirigida desde la cúspide social hacia los adversarios que habían contado con el apoyo popular. Podemos imaginar que en un principio no se pensase en un uso intelectual, que simplemente fuese un reaccionario desahogo emocional, como antes lo había sido la calificación de “aluvión zoológico” para referirse a las masas movilizadas. Después, ya institucionalizado, y a pesar de su vaguedad e imprecisión, fue ampliando su área de aplicación. Otros gobiernos, otros movimientos políticos, otros fenómenos y proyectos sociales que recibían la desaprobación oligárquica o imperialista fueron colocados bajo el mismo rótulo.
Es interesante la descripción de Haya de la Torre sobre la lucha de clases y el imperialismo yanqui en América Latina:
1º - Las clases gobernantes de los países latinoamericanos, grandes terratenientes, grandes comerciantes y las incipientes burguesías nacionales son aliadas del imperialismo.
2º - Estas clases tienen en sus manos al gobierno de nuestros países a cambio de una política de concesiones, empréstitos u otras operaciones que los latifundistas, burgueses, grandes comerciantes y los grupos o caudillos políticos de esas clases negocian o participan con el imperialismo.
3º - Como un resultado de esta alianza de clases, las riquezas naturales de nuestros países son hipotecadas o vendidas, la política financiera de nuestros gobiernos se reduce a una loca sucesión de grandes empréstitos, y nuestras clases trabajadoras, que tienen que producir para los amos, son brutalmente explotadas.
4º - El progresivo sometimiento económico de nuestros países al imperialismo deviene sometimiento político, pérdida de la soberanía nacional, invasiones armadas de los soldados y marineros del imperialismo, compra de caudillos criollos, etc…
(…)El Estado, instrumento de opresión de una clase sobre otra, deviene arma de nuestras clases gobernantes nacionales y arma del imperialismo, para explotar a nuestras clases productoras y mantener divididos a nuestros pueblos. (…)Consecuentemente, la lucha contra nuestras clases gobernantes es indispensable; el poder político debe ser capturado por los productores; la producción debe socializarse y América Latina debe constituir una Federación de Estados. Éste es el único camino hacia la victoria sobre el imperialismo…”
La manipulación de las masas por el demagogo gobernante sería connatural a todo populismo. Sin embargo ya hemos visto las recomendaciones que daba Edward Bernais a los dirigentes norteamericanos: “si conocemos el mecanismo y los motivos que impulsan a la mente de grupo, ¿no sería posible controlar y sojuzgar a las masas con arreglo a nuestra voluntad sin que éstas se dieran cuenta?”
Pero si de manipulaciones se trata, aún hay ejemplos más dramáticos. En 1989 un grupo de oficiales del ejército y la marina estadounidense publicó el documento titulado "El rostro cambiante de la guerra: hacia la cuarta generación". Desde entonces se comenzó a hablar de Guerra de cuarta generación en la que la manipulación de la opinión pública adquirió Un valor fundamental.
“Las posibilidades que brinda el desarrollo tecnológico permitirán que los mensajes emitidos por los medios de comunicación constituyan un factor esencial para influir en la opinión pública, tanto en el ámbito doméstico como en el internacional, por lo que la propaganda llegará a constituir el arma estratégica y operacional dominante”.
Al presentar este trabajo dijimos que era uno de nuestros objetivos mostrar similitudes y coincidencias entre los procesos definidos como de izquierda y los llamados populismos. Entre esos puntos comunes mencionamos el mejoramiento de las condiciones de vida de la población, la búsqueda de una mayor inclusión social y la redistribución progresista de los ingresos. Señalamos que cada proceso siguió caminos propios, alguno con un mayor grado de radicalidad, otros más acotados dentro de los parámetros del capitalismo. La cercanía de objetivos los enfrentó a enemigos comunes, como las fuerzas oligárquicas y el imperialismo.
Dirigentes revolucionarios de izquierda como Fidel Castro y Hugo Chávez no vacilaron en brindar su entusiasta apoyo a gobiernos que podían ser considerados reformistas o populistas. En su momento el líder cubano respaldó decididamente a Salvador Allende y su vía pacífica al socialismo, como también lo hizo con los movimientos patrióticos y nacionalistas de Juan Velasco Alvarado en Perú, Omar Torrijos en Panamá, Jaime Roldós en Ecuador y Juan José Torres en Bolivia. El comandante venezolano no sólo siguió los pasos de Fidel, puso su mayor empeño en desarrollar la Alternativa Bolivariana para las Américas, pero también estableció las mejores relaciones con dirigentes que no se sumaron a aquel proyecto. Eso posibilitó que el 5 de noviembre de 2005, en Mar del Plata, junto a Néstor Kirchner y Luiz Inácio Lula da Silva pudiera decir que habían enterrado el ALCA, mientras un George Bush desorientado se despedía del presidente argentino diciéndole: “Estoy un poco sorprendido. Acá pasó algo que no tenía previsto”.
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