La manipulación
En el libro Propaganda (que no estaba dirigido a líderes populistas latinoamericanos) se iniciaba el primer capítulo con estas palabras: “LA MANIPULACIÓN consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizados de las masas es un elemento de importancia en la sociedad democrática. Quienes manipulan este mecanismo oculto de la sociedad constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder que rige el destino de nuestro país” (17). Su autor era el austríaco-estadounidense Edward Bernays, quien durante la Primera Guerra Mundial perteneció al Committee on Public Information de los Estados Unidos, el aparato gubernamental de propaganda creado por el presidente Woodrow Wilson, donde conoció a Walter Lippmann, quien le explicó su idea de la “cohesión social y la democracia tutelada”.
Bernays continuó ligado a distintos gobiernos norteamericanos durante muchos años. En 1923 publicó la primera obra que le dio trascendencia: Crystallizing Public Opinion. Allí sostuvo que el conocimiento del comportamiento de los públicos masivos permite intervenir en el diseño y la inducción del consenso, la ingeniería del consentimiento, los manejos en la sombra, algo que, sin importar para ello los procesos de manipulación de la opinión pública, le parecía un mecanismo necesario para el equilibrio de las sociedades democráticas. “La llamada opinión pública aparece como la resultante de la inducción hecha por los líderes, las minorías responsables y activas, los que saben del mejor gobierno, y los medios de comunicación al servicio del bien colectivo, domesticando el 'rebaño' de las masas, limitando así las fuerzas desordenadas del azar y la naturaleza, esto es, del caos” (18).
Como sus consejos iban dirigidos al aparato de propaganda norteamericano, y el objetivo declarado era oponerlo a la propaganda soviética, seguramente contaría con el beneplácito de todo intelectual crítico de los excesos populistas.
Un teorizador citado por Mackinnon y Petrone, Steve Stein, considera que el populismo constituye la principal forma política de control social en la América Latina moderna, después del patrimonialismo que sostenía la desigualdad y desactivaba la protesta de las masas (19). Su crítica tiene todo el tono de lo que podríamos llamar antipopulismo de izquierda, aunque aclaramos que sólo se trata de una percepción por no tener un conocimiento de su obra. En principio la afirmación de que “el populismo constituye la principal forma política de control social” resulta un poco fuerte, por decirlo de manera cautelosa. El trabajo donde se inserta esa afirmación es de 1980 y ya para entonces América Latina había sido arrasada por algunas de las dictaduras más feroces de su historia. Es de suponer que el autor –profesor del Departamento de historia de la Universidad de Miami- debía conocer esos procesos, si a pesar de eso considera que están por debajo de lo que el llama populismo en cuanto a control social y desactivación de los reclamos de las masas, su valoración no parece estar dictada por la sensatez. Otorguémosle sin embargo el beneficio de la duda, pues la obra parecía estar dedicada sólo al caso peruano aunque el juicio comentado fuese de carácter más general. En un trabajo posterior, Stein volverá sobre el tema e insistirá en el papel del líder sólo como figura carismática cuyo objetivo es la contención social.
“Contribuyendo directamente a socavar los partidos obreros autónomos, los populistas construyeron coaliciones multiclasistas que integran a las masas sin cambiar demasiado el sistema existente. A través de la distribución de concesiones materiales y simbólicas por parte de líderes altamente carismáticos y personalistas, estos movimientos tuvieron éxito en integrar números cada vez más amplios de elementos de clase baja en la política, impidiéndoles “subvertir” el proceso de toma de decisiones a nivel nacional y, al mismo tiempo, funcionando como válvula de seguridad para disipar presiones potencialmente revolucionarias, provenientes de la clase obrera sin comprometerse con cambios estructurales o con la expulsión de las elites establecidas” (20).
Este es un argumento que aparecerá en forma recurrente en distintos críticos de los procesos populares, por ejemplo: “Al peronismo lo inventaron para que los negros no se hagan rojos” (21). En general se hablará de una demagógica usurpación de programas y objetivos obreros por parte de figuras y fuerzas políticas ajenas a las tradiciones de izquierda (22). Es muy discutible la exclusiva representación de esos postulados por una determinada corriente ideológica, del mismo modo que no parece consistente acusar de atrasados, lumpen o desclasados a los sectores obreros y populares que acompañan esos procesos. Al menos, desde el punto de vista político, no parece ser el recurso más adecuado para tratar de convencer del equívoco a quienes se quiere ganar para una causa transformadora de fondo.
Si además esas masas son consideradas prácticamente oportunistas que están a la búsqueda de graciosas prebendas que les llegan desde el poder, parece que sólo sería posible una enérgica reeducación ideológica de las mismas.
Pero visiones parecidas llegan también desde otras vertientes ideológicas. Tomemos por ejemplo a Susanne Gratius, para quien el populismo, al que califica como un híbrido entre democracia y autoritarismo, “es ante todo un fenómeno latinoamericano y principalmente sudamericano”. Para esta autora la particular relación entre líder y pueblo sin la mediación de instituciones es el principal problema. Apoyándose en Germani sostiene que el populismo se basa en “la seducción demagógica del líder carismático”. Y agrega que el fenómeno difícilmente podría existir sin un liderazgo de ese tipo, que es su principal recurso y, al mismo tiempo, su principal riesgo, porque “la sed de poder de los populistas les puede situar más cerca del autoritarismo que de la democracia.” La cientista política continúa diciendo que estos dirigentes populares se presentan a sí mismos como personas con facultades extraordinarias que les autorizan a hablar en nombre del pueblo y, en consecuencia, menosprecian las instituciones.
“Los populistas casi siempre tienen un mensaje emotivo o sentimental que apela al patriotismo, a la religión o a la soberanía nacional. Mediante símbolos de fácil identificación colectiva, crean y representan nuevas identidades nacionales. La televisión y la radio, manifestaciones populares en la calle, junto a visitas del Presidente a barrios pobres y pueblos apartados, son el principal instrumento para manipular y unir los ciudadanos en torno al populismo. El líder carismático que encarna la voluntad del pueblo (y lo manipula a su gusto) es una figura cuasi mesiánica en la que los ciudadanos “confían”” (23).
Haciendo un rápido repaso de las principales hipótesis que tratan de explicar las causas históricas y las características del fenómeno político, la autora menciona la “tesis culturalista”. Porque el populismo en América Latina sería consecuencia de su historia colonial, de una tradición iberoamericana que fomentaría el clientelismo, el patronazgo, la corrupción y los vínculos personales de poder en detrimento de la democracia representativa.
También incluye en su recuento a la “tesis dependentista”, la que afirma que la extrema dependencia externa de las economías latinoamericanas ha impedido el desarrollo de sociedades democráticas con bienestar social. Y la “tesis política”, que explica la debilidad democrática de la región. Después de hacer ese recuento concluye que:
“El populismo sudamericano es consecuencia de los tres factores: 1) una cultura política de redes clientelares donde las políticas sociales no son un derecho de los ciudadanos sino un “regalo” del patrono o caudillo a cambio de apoyo político, 2) Estados débiles y vulnerables ante fluctuaciones de la coyuntura internacional que apenas ofrecen servicios a los ciudadanos, 3) gobiernos elitistas que no han creado una ciudadanía política y social o una verdadera democracia representativa e inclusiva” (24).
De todo esto nos interesa resaltar lo que llama la “tesis culturalista” y que, de algún modo, retoma en su conclusión. La descripción parece referirse a una enfermedad congénita, una suerte de “destino manifiesto” al revés, un designio inexorable que vendría desde el fondo de la historia colonial. Este punto de vista es similar al que expone Steve Stein cuando dice: ”Como ideología producida originalmente por los sistemas coloniales semi-feudales de España y Portugal y reforzada por el catolicismo oficial y popular, el patrimonialismo enfatiza la jerarquía y el organicismo.” Así queda delineada la secuencia que arranca en la sociedad colonial hispano-portuguesa, el clientelismo y el patrimonialismo que le serían inherentes, hasta llegar a lo que estos autores denominan populismo.
A nuestro juicio lo más importante dicho por la estudiosa alemana no está tanto en la presunta manipulación de las masas por parte del líder carismático, sino en su tesis de que “el populismo es ante todo un fenómeno latinoamericano y principalmente sudamericano”. Porque es cierto que nuestra región ha mostrado una gran variedad y persistencia de fenómenos antiimperialistas, nacionalistas y populares desde principios del siglo XX en adelante. Es por allí por donde se debe buscar la verdadera esencia del llamado populismo.
(Continuará)
Notas
(17) Bernays, Edward; Propaganda, p. 15, Editorial Melusina, 2008.
Es casi un lugar común hablar de la manipulación de las masas por el líder populista, una suerte de práctica que tendría lugar entre “sucios, malos y feos”, pero Bernais decía estas cosas para consumo de los dirigentes estadounidenses en su relación con la población norteamericana:
“EL ESTUDIO SISTEMÁTICO de la psicología de masas reveló a sus estudiosos las posibilidades de un gobierno invisible de la sociedad mediante la manipulación de los motivos que impulsan las acciones del hombre en el seno de un grupo. (…) llegaron a la conclusión de que el grupo posee características mentales distintas de las del individuo, y se ve motivado por impulsos y emociones que no pueden explicarse basándonos en lo que conocemos de la psicología individual. De ahí que la pregunta no tardase en plantearse: si conocemos el mecanismo y los motivos que impulsan a la mente de grupo, ¿no sería posible controlar y sojuzgar a las masas con arreglo a nuestra voluntad sin que éstas se dieran cuenta? (…) La psicología de masas dista todavía de ser una ciencia exacta y los misterios de las motivaciones humanas no han sido desentrañados en absoluto. Pero nadie puede negar que teoría y práctica se han combinado con acierto, de modo que hoy es posible producir cambios en la opinión pública que respondan a un plan preconcebido con sólo actuar sobre el mecanismo indicado, al igual que los conductores pueden regular la velocidad de su automóvil manipulando el flujo de gasolina”. (pp. 61-62)
(18) Tomado de la información biográfica sobre Edward Bernays publicada en INFOAMÉRICA. Cotejado el 19.1.2014 en:
http://www.infoamerica.org/teoria/bernays1.htm
(19) Stein, Steve; “Populism in Peru: the emergence of the masses and the politics of social control”, Madison, The University of Wisconsin Press, 1980. Citado por Mackinnon y Petrone, Op. cit.
(20) Stein, Steve; "Populism and Social Control", en Eduardo P. Archetti, Paul Camack and Bryan Roberts (eds.), Sociology of "Developing Societies", Latin America, Macmillan, 1987. Citado por Mackinnon y Petrone, Op. cit.
(21) El periodista Herman Schiller cuenta que David Viñas acuñó esta frase en su programa radial Leña al fuego (en una entrevista realizada por Andrés Figueroa Cornejo y publicada en el periódico digital Rebelión el 30 de enero de 2013. Cotejado el 19.1.2014 en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=163020).
Más allá de la pretendida ingeniosidad del comentario, la forma de referirse a los sectores populares que acompañaron al peronismo tiene un inequívoco matiz despectivo y segregacionista.
(22)
La observación nos hace evocar algo que ocurría a mediados de los
’60 en América Latina, cuando un creciente número de jóvenes (y
no tan jóvenes) de izquierda abandonaban los partidos tradicionales
para volcarse a la lucha armada. En aquel momento las cúpulas
dirigentes de esos partidos criticaron con mucha dureza a quienes
habían optado por una vía distinta para avanzar hacia la
revolución. También aquel fue un momento de ruptura, aquellos que
se sentían genuinos representantes de los intereses obreros,
auténticos intérpretes de la teoría revolucionaria y guías
indiscutidos de las masas populares, no podían entender que la
historia empezara a transitar por otros caminos. Los que se apartaban
de las estructuras tradicionales fueron acusados de vanguardismo,
aventurerismo, y hasta de ser provocadores policiales.
En el
clímax de aquella controversia hasta la Revolución Cubana fue
puesta en la picota, y fue desde allí de donde llegó la respuesta
más contundente: quienes critican a los que se lanzan a la lucha
creen estar diplomados de revolucionarios, creen ser los “bachilleres
de la revolución”.
(23) Gratius, Susanne; “La “tercera ola populista” de América Latina”; Op. Cit.
(24) Gratius, Susanne; “La “tercera ola populista” de América Latina”; Op. Cit.
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