Al repasar las notas ya publicadas descubro que estuve dando por descontado un conocimiento previo por parte de los lectores; por eso son necesarios algunos datos que no fueron mencionados antes. El paro general convocado por ambas centrales sindicales –la CGT de los Argentinos y la CGT Azopardo- era para el viernes 30 de mayo en todo el país. Pero las regionales cordobesas –la CGT de los Argentinos y la CGT Legalista- habían decidido que el cese de actividades no fuera un “paro dominguero “sino que estuviera acompañado con una intensa movilización; para que fuera realmente un “paro activo” la medida de fuerza comenzaría el jueves 29 a las 10 de la mañana. Con ello se aseguraba la participación de los obreros que se encolumnarían a la salida de sus lugares de trabajo para marchar hacia el centro de la ciudad.
La descripción que hizo el periodista Ernesto Ponsati sigue siendo estremecedora: “Desde el sur se movilizaron miles de trabajadores del SMATA. Desde el sudeste, avanzaron los obreros de los complejos fabriles de Ferreyra. En el oeste se movilizaron los estudiantes, progresando desde la zona del Clínicas hacia el centro. En el norte comenzó a moverse el sindicato de Luz y Fuerza, y más tarde, cerca de las 13, aparecieron por avenida General Paz y el Mercado Norte operarios de fábricas como Ilasa y otras.”
El Cordobazo
Las primeras informaciones, muy fragmentarias y confusas, hablaban de compactas columnas de obreros y estudiantes que habían conseguido romper las barreras policiales y que en distintas zonas de la ciudad hacían retroceder a las fuerzas represivas. Se hacía referencia a ocho frentes distintos donde la policía comenzaba replegarse, reemplazando los gases lacrimógenos por las armas de fuego y provocando las primeras víctimas entre los manifestantes.
La zona de la estación terminal de ómnibus se convirtió en un verdadero campo de batalla. El pánico se extendió, y se multiplicaron los enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas represivas.
Alrededor de las 11.15 se produjo una verdadera batalla campal frente al Correo Central, en la esquina de Colón y San Martín. La policía pretendió detener el avance de la columna de Luz y Fuerza, pero los trabajadores respondieron con todo tipo de proyectiles a las granadas de gases lacrimógenos. Los manifestantes se disgregaban para volver a reagruparse en distintas esquinas donde levantaban barricadas y encendían fogatas. Vecinos y empleados de la zona contribuían con papeles, maderas y otros materiales combustibles, en una adhesión espontánea que fue determinante para todo el curso de los acontecimientos.
Aproximadamente a las 11.30 los estudiantes ingresaron al Palacio de Justicia, sobre el Paseo Sobremonte, y se instalaron en el salón de los pasos perdidos. Junto a los abogados y público en general improvisaron un acto en el que intervinieron varios oradores. Algo semejante ocurrió en la Municipalidad. Allí los manifestantes se reagruparon en la explanada del palacio y continuaron con el acto hasta que intervino la policía.
A las 13, en Boulevard Junín y Chacabuco se levantaron barricadas. Se habría intentado el incendio de los surtidores de nafta. Los agentes recibieron la orden de concentrarse alrededor del Departamento de policía en el casco chico de la ciudad.
La columna de la planta Santa Isabel, de la empresa IKA, ingresó en la ciudad por la ruta Nº 36 y llegó hasta la Avenida Vélez Sarfield donde desbordó la barrera policial. Poco después los manifestantes volvieron a chocar con la policía en el Hogar Escuela Pablo Pizzurno. Se sucedieron los enfrentamientos y la represión tiró a matar: el asesinato de Máximo Mena hizo crecer la indignación de los obreros.
A las 13.10 llegaron a la Clínica Buenos Aires tres heridos de armas de fuego.
A las 13.30 comenzaron a actuar los efectivos de gendarmería que estaban frente al departamento central de policía.
A las 13.50 se informó en Sanidad Policial que habían recibido 13 heridos, 6 de ellos eran policías con balazos.
En la esquina de Independencia y Boulevard Junín se habían levantado barricadas, se hostigaba a la policía y ésta se mostraba impotente para hacer frente a los manifestantes. Se argumentaba que se habían agotado las reservas de gases lacrimógenos y que los vehículos policiales se habían quedado sin combustible.
La explosión de furia popular se extendió a todos los barrios y zonas vecinas, donde trabajadores y estudiantes protagonizaron continuos enfrentamientos contra la policía, gendarmería y tropas del ejército.
A las 15 comenzó el incendio en el Registro Civil de Colón al 1100.
A las 15.30 se conoció la noticia de la muerte del obrero de apellido Castillo, baleado por la policía en las cercanías de la Plaza Vélez Sársfield.
Para ese momento la lucha se desarrollaba en 15 frentes distintos diseminados por la ciudad, y el comandante del III Cuerpo de Ejército informó que las fuerzas a su cargo entrarían en operaciones. En el primer comunicado emitido por el jefe represor se anunció la formación de consejos de guerra para juzgar a los manifestantes que fueran detenidos. No habían pasado ni 24 horas desde que se diera a conocer la ley 18.232 (ver nota anterior) cuando comenzó a ser aplicada.
El comunicado Nº 4 indicaba que “para restablecer el orden y la paz pública en la ciudad”, a partir de las 17 las fuerzas armadas comenzarían a actuar con todos sus medios. El general Lahoz, comandante militar de la zona de emergencia, dispuso la intervención de efectivos de la guarnición de Aeronáutica. Suboficiales y cadetes de esa fuerza ocuparon la zona del barrio Nueva Córdoba, enfrentándose con centenares de manifestantes que habían bloqueado las calles con barricadas. Hubo numerosos tiroteos, aparentemente con francotiradores apostados en las azoteas.
Para facilitar el accionar represivo se impuso el toque de queda entre las 20.30 y las 6.30 del día siguiente.
A las 22, en el casco céntrico, las fuerzas represivas habían recuperado totalmente el control de la zona. Barrio Talleres, en la zona sur de la ciudad, y en Pueblo San Martín, las fuerzas represivas no habían podido intervenir, y continuaban en manos de los manifestantes. El edificio de Obras Públicas y la construcción de la terminal de ómnibus, continuaban presas de las llamas.
El viernes 30 de mayo aviones de la Fuerza Aérea sobrevolaron la ciudad, aparentemente la misión era identificar los puntos donde presuntos grupos armados resistían aún el embate represivo. Hasta ese momento el Barrio Clínicas no había podido ser doblegado, por eso el último comunicado del general Lahoz le fue dedicado especialmente: anunciaba que ese era el próximo y último objetivo de las fuerzas represivas.
Fuerzas conjuntas de ejército y gendarmería iniciaron la ocupación del Barrio Clínicas a las 17 del día viernes. Era considerado el último bastión de los rebeldes, y en los furiosos enfrentamientos se produjo un número impreciso de muertos, heridos y detenciones. Para facilitar las operaciones el toque de queda fue adelantado en tres horas y media. Los defensores del lugar levantaron barricadas y se hicieron fuertes en los techos de unas cuarenta manzanas tratando de contener la embestida represiva. Tal vez fuera cierto que tenían algunas armas de fuego, pero los elementos disponibles eran mucho más primitivos: piedras, palos, gomeras, recortes metálicos, petardos e improvisados garrotes. Seguramente las armas más peligrosas de que disponían eran las bombas molotov.
Durante tres horas los atacantes fueron mantenidos a raya por los obreros y estudiantes parapetados en el barrio. La mayor parte de los enfrentamientos se desarrollaron a oscuras, porque los ocupantes habían cortado la luz, como ya lo habían hecho en otras situaciones similares. Militares y gendarmes fueron progresando muy lentamente, filtrándose por distintos lugares, y emplazando nidos de ametralladoras pesadas en sitios considerados estratégicos. Finalmente, a las 8 de la noche, se dio intervención a efectivos de la IV brigada de infantería aerotransportada, los que habrían tenido a su cargo el asalto del edificio de Mendoza 220. Aunque la información militar no es para nada confiable, allí habrían sido detenidas unas 30 personas. Pero lo que resulta totalmente increíble es que dispusieran de un verdadero arsenal, compuesto por armas de fuego y hasta granadas de mano.
Al anochecer del viernes 30 se conoció la primera sentencia del tribunal militar: Miguel Ángel Guzmán fue condenado a 8 años de prisión, por daño calificado y continuo. Horas después se supo de la segunda: Humberto Videla fue condenado a 3 años de prisión por participar en daño calificado y continuo. La tercera condena fue para Agustín Tosco, a quien se sentenció a 8 años y 3 meses de prisión por habérselo encontrado culpable de “intimidación pública y rebelión en concurso ideal”.
A las 6.30 del sábado 31 se levantó el toque de queda. Durante la mañana la inactividad seguía siendo muy acentuada, el transporte público se mantenía paralizado, y las patrullas militares y policiales impedían cualquier agrupamiento de personas. Se suponía que el estado de huelga se mantendría, pero eso recién se sabría más adelante, porque al estar detenidos los principales dirigentes de ambas CGT, la decisión quedaba en manos de los cuerpos intermedios.
Alrededor del mediodía, cuando ya estaba confirmado que la ciudad se encontraba totalmente bajo control militar, Lanusse se hizo presente en Córdoba. Algunos periodistas comenzaron a hablar del Bogotazo cordobés, equiparando los sucesos de la ciudad mediterránea con los que habían tenido lugar 21 años atrás en la capital colombiana, cuando el pueblo reaccionó enardecido frente al asesinato del líder popular Jorge Eliécer Gaitán.
(Continuará)
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