jueves, 25 de junio de 2020

Sobre populismo y antipopulistas (2)

El peligro populista

“En fechas recientes el populismo experimentó una vigorosa resurrección en el discurso público de nuestros países. Se trata de una categoría teórica que había desaparecido, como tantas otras, del léxico de las ciencias sociales y que en los últimos años hizo su triunfal reaparición en la academia y, de modo aún más acentuado, fuera de ella, en la esfera pública dominada por los grandes medios de comunicación de masas. A tal cosa contribuyó decisivamente la caracterización que ciertos intelectuales, publicistas y funcionarios estrechamente vinculados con la lógica de la dominación imperial realizaron de algunos gobiernos y movimientos de izquierda y progresistas de América Latina y el Caribe” (7).


Ejemplo de esto son las declaraciones del director de la denominada Inteligencia Nacional de Estados Unidos, almirante retirado Dennis Blair, quien en su informe ante el Congreso norteamericano, habló de las presuntas amenazas a la seguridad de su país, y señaló a Chávez y su “populismo” como centro de un eje antiamericano de varios países (8). El jefe de las 16 agencias de espionaje estadounidense ccomenzó señalando que en algunos países latinoamericanos, la “democracia y políticas de mercado” permanecían en riesgo por crimen, corrupción y mala gobernabilidad, y mencionó al narcotráfico y la violencia que le es concomitante. La otra amenaza a la gobernabilidad democrática, según Blair, provenía de “líderes populistas electos que proceden hacia un modelo político y económico más autoritario y estatista”. Mencionó a Venezuela, Bolivia y Nicaragua, y advirtió sobre la ligazón de estos países para “oponerse a la influencia y políticas de Estados Unidos en la región”.

La imputación no era novedosa, pocos años antes El jefe del Comando Sur de Estados Unidos, general James T. Hill, se refirió a la “amenaza emergente” de un “populismo radical” en América Latina. Según opinó, algunos líderes de la región explotan las profundas frustraciones de la población por el “fracaso de las reformas democráticas”. “Al explotar estas frustraciones (...) conjuntamente con frustraciones causadas por la desigualdad social y económica, los líderes están logrando a la vez reforzar sus posiciones radicales al alimentar el sentimiento antiestadounidense” (9).

Lo curioso fue la nómina de países mencionados por el general Hill como representativos del peligro populista: Haití, Venezuela y Bolivia. Los dos últimos son nombres reiterados en las listas del “Eje del Mal”, pero a tantos años de aquellas declaraciones causa sorpresa encontrar el nombre de Haití. Ni aún en las más afiebradas recopilaciones de populismos, -aquellas en las que se mezclan experiencias tan distintas como las de Perón, Uribe, Torrijos, Fujimori, Collor de Melo, Menem y Evo Morales- es posible encontrarse con alguna mención al más pobre y postergado país de nuestra América. ¿Por qué le correspondía el primer lugar entre los “populistas radicales” que tanto preocupaban al general norteamericano?

En esos días Estados Unidos terminaba de participar decisivamente en el derrocamiento de Jean-Bertrand Aristide. Aristide había conquistado enorme apoyo popular desde los lejanos tiempos en que era sacerdote y trabajaba junto a los feligreses de su parroquia en obras sociales, “denunciando en sus homilías la miseria y la explotación de que eran objeto la inmensa mayoría de los haitianos pobres y pregonando la Teología de la Liberación, guitarra en mano y expresándose en créole”. Su prédica debió tener gran influencia en la revuelta popular que provocó la caída de Duvalier, porque la junta militar que se adueñó del poder luego de la huida de Baby Doc organizó varios atentados en su contra, el más espectacular de los cuales se produjo contra su parroquia el 11 de septiembre de 1988: la iglesia fue incendiada, mientras sicarios armados con pistolas, machetes y garrotes daban muerte a 13 de sus seguidores y herían a otros 77.


“Las agresiones y las intimidaciones no arredraron al sacerdote, que continuó lanzando diatribas contra la corrupción y los abusos del Gobierno militar, la rapacidad de las clases dirigentes y el abismo socioeconómico que les separaba del pueblo llano. Pero también contra lo que él consideraba una política imperialista de Estados Unidos hacia su país” (10).


No es este el lugar para historiar la actividad del sacerdote salesiano, los ataques y descalificaciones que recibió incluso desde la propia jerarquía eclesiástica, el creciente apoyo popular que lo llevó a participar en las elecciones presidenciales en 1991, el arrollador triunfo que obtuvo y el golpe de estado que sufrió poco después de haber asumido el gobierno. En esa oportunidad consiguió recuperar el poder, siguió teniendo gran influencia luego de concluir su mandato, y volvió a ser elegido presidente en 2001. La desestabilización comenzó aún antes de que asumiera, en los dos años siguientes los ataques paramilitares fueron en aumento, hasta que el 29 de febrero de 2004 fue obligado a dimitir por la presión conjunta de fuerzas golpistas, Estados Unidos y Francia. Con ese historial, el sacerdote que pregonaba la teología de la liberación, antiimperialista y negro por añadidura, no podía ser considerado menos que populista.

Pero habíamos comenzado este trabajo hablando del problemático sentido del vocablo, de su vaguedad e imprecisión, de su fuerte carga peyorativa y del rechazo que recibía por parte de los que eran llamados populistas. Es el típico caso de una palabra que puede ser usada en forma admirativa, como expresión neutra o como un insulto. En esos casos el tono de la voz, los gestos o el movimiento del cuerpo, se transforman en parte constitutiva del sentido, complementando o dando a entender qué se quiere decir.

Si bien el origen del término se remonta al siglo XIX para denominar las experiencias de sectores rurales de Rusia y Estados Unidos, la expresión fue recuperada y resignificada a mediados del siglo XX con la pretensión de explicar distintos fenómenos políticos latinoamericanos, particularmente los de Lázaro Cárdenas, Juan Domingo Perón y Getulio Vargas. Ese diseño conceptual debía diferenciar esos procesos de los gobiernos oligárquicos que les precedieran, pero haciendo un esfuerzo por no reconocerles un papel progresivo, remarcando que no eran una revolución social clásica, señalándoles vicios y deformaciones que, en el mejor de los casos, los ubicaban como fenómenos a mitad de camino entre la sociedad tradicional y una moderna sociedad democrática. Para quienes simpatizaban con esos gobiernos, éstos eran populares, nacionalistas y antiimperialistas, para quienes los denostaban eran simplemente populistas.

El resultado fue una suerte de Frankenstein conceptual, con la diferencia de no ser un ente terminado, sino que estaba en continua reformulación, sujeto a nuevas caracterizaciones, y con la pretensión de ser una herramienta útil para abordar otras experiencias. Como recurso para un juicio objetivo (si es que existe algo parecido a la objetividad), el término siempre dejó mucho que desear. Llovieron los cuestionamientos y se volvió un lugar común que, al usárselo, se aclarara que “se ha repetido hasta el hartazgo que pocos términos han gozado en el ámbito de las ciencias sociales de tan escasa precisión como el de populismo.” En un ensayo de Mackinnon y Petrone se aclara que existen científicos sociales que le niegan status científico al término, alegando que no existe un mínimo común que fundamente la existencia de una categoría analítica como “populismo”, o sosteniendo que la definición no se adecua a la realidad económica, social y política que el concepto pretende ordenar y explicar.


“Como todos sabemos, no existen “populismos” (ni “naciones”, ni “clases”, ni siquiera “sociedad”) deambulando al azar, a la espera de que algún científico social se interese por estudiarlos. Los conceptos deben ser construidos y este punto es particularmente relevante para el populismo” (11).


Dijimos anteriormente que los integrantes, adherentes o simpatizantes de los movimientos denominados populistas se definen a si mismos como partícipes de una fuerza popular, nacional y antiimperialista. Seguramente si se los llamara “populares” en lugar de “populistas” se sentirían más conformes con la denominación. Pero allí estamos en una situación semejante a la que mencionábamos al comienzo de este trabajo con la disyuntiva entre el uso de “capitalismo” o “sistema de libre empresa”. El uso de las palabras no es inocente, cada uno debe hacerse responsable por los términos que utiliza, y la elección de uno u otro vocablo no sólo define al fenómeno, sino también a quien lo emplea. Volveremos luego sobre esto.

(Continuará)


Notas

(7) Boron, Atilio; “¿Una nueva era populista en América Latina?”, en Sujeto y Conflicto en la Teoría Política, Buenos Aires, Ediciones Luxemburg, 2011.

(8) Brooks Q, David; “Disparan a Venezuela en Washington”, Página 12, Sábado, 6 de febrero de 2010

(9) “El 'populismo radical' le preocupa al Pentágono: Lo considera una "amenaza emergente" en Haití, Venezuela y Bolivia”; diario Río Negro, Martes 30 de marzo de 2004. Cotejado el 19.1.2014 en:

http://www1.rionegro.com.ar/arch200403/30/i30j33.php

Entre este discurso amenazante del general Hill y el que hemos comentado anteriormente del almirante Dennis Blair median seis años. En el período intermedio no sólo se hablaba de la amenaza populista, una expresión que se volvió frecuente fue la de Estado fallido”, terminología tan despectiva e inquietante como la de “populismo radical”. En un trabajo publicado por la investigadora Laura Tedesco, se decía:

Debido a que este concepto (de estado fallido) se hizo muy relevante después del 11 de septiembre, está considerado como muy influido por la nueva lógica militar de EE. UU., marcada por la invasión a Afganistán e Irak. La Agencia Central de Inteligencia (Central Intelligence Agency, CIA), el Consejo Nacional de Inteligencia y la Agencia de EE. UU. para el Desarrollo Internacional, (United States Agency for Internacional Development, USAID) han presentado nuevas estrategias que, basadas en este nuevo concepto, definen los espacios ingobernables del mundo como una amenaza de seguridad internacional y como blancos legítimos para acciones internacionales.”

El Banco Mundial y el Departamento Británico para el Desarrollo Internacional (DFID) elaboraron listas de estados fallidos para, presuntamente, favorecer la ayuda internacional. Varios estados latinoamericanos fueron incluidos, y en la nómina que publicó la revista Foreign Policy se mencionaba a Brasil, México, Perú, Ecuador, Venezuela, Bolivia y Paraguay”.

Tedesco, Laura; “El Estado en América Latina: ¿Fallido o en proceso de formación?”, Documento de trabajo Nº 37, Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior (FRIDE), Madrid, 2007.

(10) Ortiz de Zárate, Roberto; “Jean-Bertrand Aristide (biografía)”, CIDOB, Centre D’Informació y Documentació Internacionals a Barcelona. Cotejado el 19.1.2014 en:

http://www.cidob.org/es/documentacio/biografias_lideres_politicos/america_central_y_caribe/haiti/jean_bertrand_aristide

(11) Mackinon María Moira y Petrone, Mario Alberto en “Los complejos de la Cenicienta”, en “Populismo y Neopopulismo en América Latina, el problema de la Cenicienta ”, María Moria MACKINNON y Mario Alberto PETRONE, Comp-. Eudeba Bs As 1998.

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