Introducción
Este trabajo escrito en diciembre de 2013 nació como consecuencia del desacuerdo con un término, con la interpretación que se le daba y con todo el aparato conceptual que se apoyaba en él. El carácter peyorativo y descalificador de esa expresión ponía en evidencia más el rechazo visceral por un fenómeno que el interés por explicarlo. A pesar de eso el vocablo existe, se lo ha institucionalizado como una categoría y como tal significa un desafío. Hay que fundamentar el rechazo, demostrar su inconsistencia y proponer otra forma de acercarnos al tema. Pero eso es sólo una parte del problema.
El llamado populismo –porque de eso se trata- forma parte de la experiencia histórica y política de nuestro país y de muchos otros países de nuestro continente. Aunque se ha tratado de deformarlo y tergiversarlo endosándole otros casos que poco o nada tienen que ver con el denominado populismo clásico, esas experiencias populares tienen componentes progresivos, a su modo dieron respuesta a demandas de sectores postergados de la sociedad y entroncaron con otros movimientos que levantaban propuestas ideológicas definidas como genuinamente de izquierda.
Estamos convencidos que un proyecto socialista no sólo es posible sino deseable, y que, los llamados populismos, tienen, en muchos casos grandes relaciones de parentesco con el socialismo. Esto no quiere decir que veamos a uno como antecedente del otro o que identifiquemos a uno con otro, simplemente nos interesa rastrear rasgos comunes y la necesidad de que proyectos populares y proyectos socialistas marchen juntos. Y ese es el segundo objetivo de este trabajo.
En principio, pueden señalarse como rasgos coincidentes la preocupación evidenciada por gobiernos populares y gobiernos socialistas, para tratar de mejorar las condiciones de vida de la población, en busca de una mayor inclusión social y para promover la redistribución del ingreso. La búsqueda de caminos propios dentro de la identidad de objetivos, los enfrenta a enemigos comunes, como las fuerzas oligárquicas tradicionales y el imperialismo. La actualidad latinoamericana es muy rica en ejemplos para abordar el tema
Las malas palabras
“Denostado por científicos sociales, condenado por políticos de izquierda y de derecha, portador de una fuerte carga peyorativa, no reivindicado por ningún movimiento o partido político de América Latina para autodefinirse, el populismo –esa Cenicienta de las ciencias sociales– es, en resumidas cuentas, un problema”.
Mackinnon, María Moira y Petrone, Mario Alberto, “Los complejos de la Cenicienta”
Vamos a comenzar dando un pequeño rodeo, esto tal vez no sea lo más correcto académicamente, pero los caminos indirectos, al igual que las metáforas, alegorías y alusiones suelen ser útiles para orientar nuestro pensamiento: no siempre la línea recta es el camino más corto entre dos puntos.
Dice el pensador colombiano Renán Vega Cantor, que “términos como “capital” y “capitalismo” –si se quiere los conceptos matrices de la crítica de la economía política- siempre han sido rechazados por las clases dominantes de los Estados Unidos por su pretendido tono peyorativo” (1). Como ejemplo cita al New York Times del 12 de marzo del 2010, donde se informa que el Departamento de Educación del Estado de Texas, proponía que en los libros de texto se usase de forma generalizada la noción “sistema de libre empresa”, al considerar que el vocablo “capitalismo” tiene connotaciones negativas (2).
Esto coincide con lo que Pierre Bourdieu definió como vulgata planetaria, un nuevo lenguaje donde están llamativamente ausentes términos como “capitalismo”, “clase”, “explotación”, “dominación”, “desigualdad”, etc. (3). En la apreciación del intelectual francés todos esos vocablos arbitrariamente suprimidos dan lugar a un imperialismo propiamente simbólico. Una nueva terminología vaciada de sentido crítico que al reemplazar a la anterior, pasa a ser inmediatamente utilizada por los patrones y altos funcionarios internacionales, intelectuales mediáticos o periodistas, y también por representantes del autodefinido progresismo.
En la misma línea, Fernando Martínez Heredia sostiene que “El capitalismo actual está librando una formidable guerra cultural a escala universal”. Esta guerra cultural se propone que todos en todas partes acepten el orden que impone el capitalismo como la única manera en que es posible vivir la vida cotidiana, la vida ciudadana y las relaciones internacionales. Para el filósofo cubano esa ofensiva pretende que renunciemos al pasado y el futuro y asumamos una homogeneización de conductas, ideas, gustos y sentimientos dictada por ellos.
“La guerra del lenguaje forma parte de esa contienda. (…) Existe toda una lengua para lograr que las mayorías piensen como conviene a los dominadores o, en muchos casos, que no piensen” (4).
Lo que ocurre es que las palabras no son inocentes, definen situaciones y fenómenos, con ellas se construyen conceptos y categorías porque son cargadas con sentidos que, a su vez, son compartidos o rechazados por los demás. La eliminación de viejos términos, su reemplazo por otros nuevos, la adjudicación de significados laudatorios o estigmatizadores, todo eso forma parte de la guerra cultural. Pero no son sólo las palabras, también está la reiteración, el golpeteo con esos conceptos fabricados por las usinas de pensamiento dominante, cada día, todos los días. En una entrevista que Salvador López Arnal hiciera a Txuss Martín -lingüista y filósofo barcelonés-, éste decía:
“(…) el lenguaje nos transmite una buena parte de nuestro contacto con el mundo y por tanto nos permite comprender o al menos creer comprender buena parte de la realidad, especialmente de la realidad conceptual en la que sin duda se mueve la política. El uso político del lenguaje en nuestro mundo no es muy diferente, en mi opinión, del uso lingüístico en publicidad. Seguro que en nuestro mundo, publicidad y política son muy parecidos en metodologías, técnicas, etc.” (5).
La Vulgata imperial machaconamente repetida forma parte y se complementa con los prejuicios oscurantistas que levantan un muro ante las ideas innovadoras, porque no se limita al mensaje autoapologético, sino que lo acompaña de descalificaciones y amenazas a los enemigos ficticios o reales a su hegemonía. Los que quedan en medio reciben claras señales sobre lo que es políticamente correcto y aceptado, lo que es negativo y peligroso, y la implícita advertencia para que no presten oídos a los argumentos del adversario. Esto explica por qué la definición “sistema de libre empresa” sustituye al término “capitalismo”, no son expresiones sinónimas, pero la primera es el ropaje con que se viste el sistema, mientras que la segunda es el arma con que lo desnuda el enemigo anticapitalista.
En este juego de escamoteos de antiguas denominaciones y creación o reaparición de otra terminología, nos encontramos con el populismo. La expresión nació en la segunda mitad del siglo XIX para denominar a los movimientos políticos de los granjeros norteamericanos, y también fue usada en Rusia para referirse a un movimiento de la intelectualidad que se había volcado al trabajo con el campesinado. Pero durante el siglo XX, el término, como dice irónicamente Aboy Carlés, se popularizó. Una sociología en la que se mezcla un fuerte tono eurocéntrico y un cierto desdén clasista, reactualizó el término populismo para referirse a los procesos y movimientos políticos que promovían cambios sociales que, sin embargo no llegaban al nivel de revolución socialista. Detrás de esos procesos transformadores, descubrió imaginarios o verdaderos objetivos de lucro personal. Los líderes invariablemente fueron presentados como demagogos, oportunistas políticos, y poseedores de ciertos rasgos plebeyos (6). La denominación amplió su alcance, los procesos que se englobaron dentro de ella fueron cada vez más numerosos, y terminó por incluirse también a fenómenos neofascistas y neoliberales.
Si algo se puede afirmar del “populismo”, es su gran elasticidad y capacidad de contención. Al igual que ciertos transportes públicos, este también admite un pasajero más. Para ello se le cambia la etiqueta, y si antes se pasó del “populismo clásico” al “neo populismo”, en época reciente se saltó a lo que se denomina “Latin-populismo”, “Populismo de izquierda” o “Tercera ola populista”. Como es imaginable esta extensión sirvió para albergar a los procesos liderados por Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega... y la lista sigue.
(Continuará)
Notas
(1) Vega Cantor, Renán; “Una pequeña-gran enciclopedia de la teoría del imperialismo”, (palabras leídas en la presentación del libro de Claudio Katz, Bajo el Imperio del Capital), La Haine, 21.10.2012. Cotejado el 19.1.2014 en:
http://www.lahaine.org/index.php?p=31378
(2) Citada en Josep Fontana; Por el bien del Imperio, Ediciones Pasado y Presente, Barcelona, 2011, p. 11).
(3) Bourdieu, Pierre; “La nueva vulgata planetaria”, Cofirmado con Loïc Wacquant, publicado en Le Monde diplomatique, mayo de 2000, pp. 6-7.
Tomado de Intervenciones 1961-2001. Ciencia social y acción política de Pierre Bourdieu. Editorial Hiru, Hondarribia, 2004,
(4) Martínez Heredia, Fernando; “El colonialismo en el mundo actual”, Palabras pronunciadas en la presentación del número 176 de la revista Tricontinental, La Jiribilla Nº 607, 22 de diciembre al 28 de diciembre de 2012, La Habana.
(5) López Arnal, Salvador; “No hay lenguas superiores ni inferiores (II)". Una conversación con Txuss Martín sobre lenguajes humanos, biolingüística, Chomsky y asuntos afines. Periódico digital Rebelión, 4 de febrero de 2010. Cotejado el 19.1.2014 en:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=99745
(6) Al respecto vamos a ver qué dice Susanne Gratius en un documento de trabajo publicado por FRIDE.
“(…) Los populistas son figuras que, por sus rasgos y trayectorias, se diferencian del tradicional establishment político. Son siempre hombres (salvo Eva Perón), por lo cual el populismo representa lo masculino y/o el machismo latinoamericano.” Antes de continuar con los comentarios de Gratius acotemos que la publicación es de octubre de 2007, cuando todavía Cristina Fernández de Kirchner no había asumido la presidencia.
“En muchos casos son líderes, cuyo origen y/o rasgos físicos les distingue de la élite blanca.“ El turco” fue el apodo de Carlos Menem, de origen sirio, “el chino” el de Alberto Fujimori, hijo de japoneses. Evo Morales es indígena y a Hugo Chávez se le atribuyen las facciones del pueblo venezolano. Tampoco el ex Presidente de Ecuador, Abdalá Bucaram, de padres libaneses, y Néstor Kirchner, de origen suizo-chileno, pertenecen a la tradicional élite de sus países.” La autora cierra este pasaje de corte lombrosiano afirmando que “los populistas suelen haber nacido en lugares de provincia y no representan los intereses de la capital.”
Gratius, Susanne; “La “tercera ola populista” de América Latina”; Documento de Trabajo 45, Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior (FRIDE), Madrid, octubre de 2007.
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