sábado, 15 de agosto de 2020

Grimal y Pedraza: historias divergentes

 Este jueves leí el nombre de Rafael Grimal en la sección recordatorios de Página12, sentí una gran emoción porque recordé cuando lo conocimos a mediados de 1968 después del Congreso normalizador en el que nació la CGT de los Argentinos. Por entonces nuestra agrupación tenía gran prestigio entre los nucleamientos combativos; aunque FOETRA integraba oficialmente la dirección de la CGT A, nosotros éramos muy respetados hasta por las agrupaciones que militaban en distintas vertientes del peronismo. Lo cierto fue que establecimos una relación especial con Grimal porque él era ferroviario, nosotros telefónicos, y traía la propuesta de constituir un Frente de agrupaciones estatales.

Recuerdo que a las reuniones venía con otro compañero, José Pedraza, y ambos representaban a la Juventud Peronista Ferroviaria y a la Juventud Revolucionaria Ferroviaria. Entre nosotros comentábamos irónicamente que uno era la Juventud Peronista Ferroviaria y el otro la Juventud Revolucionaria Ferroviaria, porque nunca supimos cuál era el real desarrollo que tenían en su gremio.

Al margen de ese comentario chicanero, eran muy disciplinados y cumplidores con la tarea propuesta. Tenían un especial interés en que nos sumáramos a un proyecto que encabezaría Ricardo De Luca, el dirigente de navales, y la propuesta frentista tenía que ver con ese objetivo. Entre nosotros había quienes tenían una cierta desconfianza respecto a De Luca, porque aunque formara parte de la dirección de la CGT A, les parecía que no daba seguridad en cuanto a sostener una posición consecuente.

Había otro personaje en el medio, alguien que parecía ser el mentor político de Pedraza y Grimald, que no era ni ferroviario ni naval, pero a quien ellos tenían un gran respeto y hasta subordinación. Al menos me produjo esa impresión cuando nos llevaron a reunir con él, y el trato de usted que le dispensaban, así como las indicaciones que les hizo durante aquella entrevista. Lo conocimos como Casco, aunque seguramente ese era un seudónimo de militante, y argumentaba para que la tarea a desarrollar tuviera una definición peronista.

Si no me equivoco, en esa reunión estuvimos Ricardo Campari, Juan Carlos Romero, José Baddouhy yo, por el lado telefónico, y Pedraza y Grimald por ferroviarios. Nosotros estábamos de un lado del escritorio, Casco ocupaba el lugar opuesto, mientras los otros dos muchachos estaban en un extremo. Ese es un detalle anecdótico, pero la ubicación de cada uno parecía determinar un rol específico: Casco proponía la línea política, nosotros la discutíamos, y los ferroviarios apoyaban a su mentor.

No fue una discusión áspera ni mucho menos, cada uno planteó los argumentos con sobriedad, a nadie le interesaba patear el tablero, y acordamos continuar adelante con la tarea pero sin adherir a una definición político partidaria que no compartíamos. Es probable que también hubiésemos rechazado un encasillamiento como marxistas, de hecho eso pasó con otros socios en la actividad sindical, por eso no nos sentimos como antiperonistas al rechazar los planteos de Casco.

Después de idas y venidas acordamos la elaboración de una declaración conjunta. La mecánica de su elaboración fue un tanto extraña, porque la encabezamos con la denominación de Vanguardia de agrupaciones estatales, y al pie poníamos el nombre de cada una de las agrupaciones que adherían. Lo curioso fue que toda la discusión de aquel documento se hizo entre nosotros y los ferroviarios, no recuerdo que hayamos hecho una reunión con los otros firmantes, y finalmente la editamos en forma de volantes y un afiche.

Tuvimos que reconocer que, al margen de no haber comprobado el desarrollo de cada una de las agrupaciones, la pegatina de los afiches fue cumplida escrupulosamente. En esa época no eran frecuentes los pegadores profesionales como en la actualidad. Esa era una tarea militante, de modo que se asignó un número de afiches y una zona a cada una de las agrupaciones firmantes, y una simple recorrida servía para comprobar si se había cumplido o no con la tarea.

Como tantos agrupamientos coyunturales, aquel también se diluyó al poco tiempo. Además el grado de afinidad no era tan grande, de modo que eso contribuyó al distanciamiento. NO hubo ni discusiones ni ruptura, simplemente dejamos de trabajar juntos.

De Pedraza conocemos su ulterior transformación, su deriva desde la militancia combativa hasta llegar al encumbramiento burocrático y la degradación final. No sentíamos simpatía por él, pero lo recuerdo en una manifestación en Plaza Once, marchando por Rivadavia hacia Pueyrredón desde el lado del Centro. Tal vez fue el 28 de junio de 1968, cuando se cumplía el segundo aniversario del golpe de Onganía.

El acto había sido convocado por la CGT-A desde semanas antes, y también había sido prohibido con la misma anticipación. El despliegue policial había empezado prácticamente con el día, porque ya en la madrugada se habían producido algunos atentados. A medida que la jornada fue avanzando la vigilancia se intensificó en todo el centro de la ciudad, en las estaciones ferroviarias, en todas las facultades y en otros lugares que pudieran servir de puntos de concentración. Los grupos que conseguían formarse eran rápidamente disueltos, algunos manifestantes intentaban refugiarse en los bares de la zona, pero eran sacados por la policía, cargados en los camiones celulares y llevados a las comisarías.

Nosotros no éramos muchos, tal vez una cincuentena, que caminábamos por la vereda en dirección a la plaza, gritando consignas y desplegando un pequeño cartel. Estábamos como a una cuadra, y el policía que estaba dirigiendo el tráfico en esa esquina, se paró en el centro de la avenida, separó las piernas como para mostrar que se mantendría firmemente plantado en el lugar, abrió la cartuchera y sacó su arma. Seguimos avanzando, más por vergüenza que por convicción, hasta que hizo un disparo al aire. El miedo nos ganó a casi todos, ya estábamos pegando la vuelta para salir corriendo, cuando Pedraza saltó a la calle gritando: “¡No se vayan compañeros, vamos para la plaza!”. Fue como un mandato que evitó lo que iba a ser un desbande, y se complementó con la acción de otro compañero que tiró una molotov prácticamente a los pies del policía que había hecho el disparo. En medio del dramatismo se produjo una situación casi risueña, porque el policía que hasta ese momento se comportaba como un héroe de película, pegó media vuelta y quiso escapar aterrado, pero con tan poco decoro que casi se lleva por delante a un coche que esperaba que le diera paso.

Evidentemente el Pedraza de aquel gesto valiente, el que un año después escribía desde la Cárcel de Villa Devoto a sus compañeros ferroviarios instándolos a seguir en la lucha contra la dictadura, no es el Pedraza que en octubre del 2010 ordenó tirotear a un grupo de manifestantes obreros. Éste fue la contracara de aquel, un final bochornoso para quien un día enfrentó las balas, y años después ordenaba dispararlas.

Cuando dejamos de ver a Pedraza también perdimos contacto con Rafael Grimald, a quien sus compañeros de militancia llamaban el Negro Lito. Muchos años después me enteré que a fines de la década del 60 participó en la formación de una organización político militar que luego se sumó a Montoneros. Una de sus responsabilidades fue el armado de la JTP a nivel nacional. El 13 de agosto de 1976 se encontraba en Córdoba, en un barrio obrero cerca de Alto Alberdi, allí fue perseguido por un grupo de tareas del III Cuerpo de Ejército. Junto a otros tres compañeros fue muerto en el presunto enfrentamiento que habría tenido lugar. Luego fue enterrado como NN en una fosa común en el cementerio de San Vicente. Sus restos fueron identificados en noviembre del 2005 por el Equipo Argentino de Antropología Forense.

Todo esto recordé cuando este 13 de agosto me encontré con el nombre de Rafael Grimal.

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