La construcción del caníbal americano
“… Creo que nada hay de bárbaro ni de salvaje en esas naciones, (…) lo que ocurre es que cada cual llama barbarie a lo que es ajeno a sus costumbres. Como no tenemos otro punto de mira para distinguir la verdad y la razón que el ejemplo e idea de las opiniones y usos de país en que vivimos, a nuestro dictamen en él tienen su asiento la perfecta religión, el gobierno más cumplido, el más irreprochable uso de todas las cosas.”
Montaigne; “De los caníbales”
En un momento tan temprano como el sábado 13 de octubre, día siguiente de la llegada a América, escribió Cristóbal Colón: “Y yo estaba atento y trabajaba de saber si había oro, y vi que algunos de ellos traían un pedazuelo colgado en un agujero que tienen a la nariz, y por señas pude entender que yendo al Sur o volviendo la isla por el Sur, que estaba allí un rey que tenía grandes vasos de ello, y tenía muy mucho”. Las referencias al metal precioso se vuelven obsesivas en los días siguientes; entiende -en realidad quiere entender- que los indígenas que ha tomado prisioneros le informan de nuevos lugares donde sus habitantes llevan gruesas ajorcas de oro en piernas y brazos. Después le parece que le hablan de una mina de oro en la isla que ha bautizado La Fernandina. Más tarde es en La Isabela donde residiría el rey fabulosamente rico, y así va pasando de una isla a otra impulsado por la codicia que le hace imaginar perlas, piedras preciosas y minas de oro. Un mes después de haber arribado su obsesión no ha decaído en absoluto, porque partió nuevamente “para ir a una isla (…) que se llamaba Babeque, adonde, según dicen por señas, que la gente de ella coge el oro con candelas de noche en la playa, y después con martillo dice que hacían vergas de ello”. Todo lo que no entendía de las palabras y los gestos de los indígenas fue suplido por sus deseos e imaginación. “Hay en estas islas lugares adonde cavan el oro y lo traen al pescuezo, a las orejas y a los brazos y a las piernas, y son manillas muy gruesas, y también hay piedras y hay perlas preciosas e infinitas especierías”.
Del mismo modo que imaginó tan descomunales riquezas, fue convenciéndose de la existencia de los fantásticos caníbales. Inicialmente éstos fueron situados en las islas caribeñas, sembrando el terror entre los arauacos, a los que capturaban para sacrificarlos y devorarlos. Los antropófagos no eran una preocupación para el almirante, quien tenía objetivos materiales más concretos. En el orden de las fabulosas imaginerías colombinas se situó primera la portentosa riqueza aurífera del Nuevo Mundo, de hecho comenzó a soñar con ese tesoro al día siguiente de haber llegado. Sin embargo el oro recolectado entre los pobladores de las islas no era tan abundante, había que buscar otras fuentes de resarcimiento por los gastos de la empresa, y la esclavización de los indios pareció un negocio prometedor. Según cuenta Washinton Irving en Vida y viajes de Cristóbal Colón, fue el navegante genovés quien inició el primer tráfico de esclavos americanos hacia España. “Tan sólo en uno de sus viajes de regreso, el almirante envió a la península un grupo de 500 prisioneros, a cargo de su hermano Diego, para ser vendidos como esclavos en el mercado de Sevilla”. (16)
Pero en los nuevos territorios hacía falta mano de obra para llevar adelante las tareas que los recién llegados no querían o no podían realizar. Los mansos taínos fueron los primeros en ser obligados a servir a los españoles, hasta que las brutales condiciones de explotación los diezmaron (17). Había que sustituirlos, y qué mejor que esclavizar a esos crueles caníbales como castigo a sus bestialidades y para redimirlos, si sobrevivían, por medio del trabajo y la religión. El caníbal surgió como un producto auténticamente americano, como consecuencia de equívocos y malos entendidos por parte de los conquistadores, y también de las supersticiones y los temores ancestrales que éstos traían consigo. Después pasó a tener una utilidad económica, cuando se empezó argumentar con su presunta existencia para esclavizar a los aborígenes americanos.
Demonizar al otro siempre ha sido un recurso exitoso a la hora de fabricar un enemigo (18). Aquí el argumento debía ser muy fuerte, el propio inventor de la leyenda debía estar convencido de la verosimilitud de su fábula. Se echó mano a lo más terrorífico de los mitos y supersticiones que los perseguían desde siempre, a los bárbaros, a los devoradores de seres humanos, a los sacrificadores de niños en ceremonias diabólicas. Ya habían hecho lo mismo con ogros, brujas y hechiceros, con judíos y musulmanes, ¿por qué habría de ser distinto con el nuevo enemigo a construir? Se inventó un semihumano bestial a la medida de las necesidades coloniales. En ese momento los invasores fueron como dioses, porque crearon al caníbal a su imagen y semejanza; luego le dijeron “creced y multiplicaos”, y la multiplicación se realizó por todo el continente.
Curiosamente los sanguinarios caribes que venían persiguiendo a los buenos taínos no habían podido exterminarlos, pero los civilizados conquistadores lo consiguieron en un tiempo asombrosamente corto (19). Si es por los resultados, tenían razón los taínos cuando suponían –según interpretaba Bartolomé de Las Casas al compendiar el diario colombino- que los españoles se comían a sus prisioneros.
Creado el monstruo, su captura se volvió legítima. Si se conseguía apresarlo no se lo eliminaba, a diferencia de lo que se hacía en Europa en situaciones semejantes, sino que se lo esclavizaba. La caza de caníbales se extendió a las islas vecinas, más al sur cada vez, porque el límite se fue ampliando en la misma medida en que se extendía la búsqueda de oro y perlas (20). De las islas se pasó a tierra firme, a lo que hoy son Colombia y Venezuela, y allí, como en un relato bíblico, se multiplicaron los caníbales en forma vertiginosa. No eran indios buenos que aceptaran con resignada mansedumbre el destino que los conquistadores les tenían reservado, sino que resistían con las armas en la mano el embate civilizador, lo cual hizo decir a Martí:
“Con Guaicaipuro, con Paramaconi, con Anacaona, con Hatuey hemos de estar, y no con las llamas que los quemaron, ni con las cuerdas que los ataron, ni con los aceros que los degollaron, ni con los perros que los mordieron”. (21)
Podría decirse que, desde la perspectiva colonialista, lo que distinguía a los caníbales era la rebeldía frente al invasor; los que ofrecieron resistencia pasaron a engrosar la lista de los pueblos bárbaros, salvajes, antropófagos. Esto no aseguró un mejor destino para los que dócilmente se sometieron: “los indios arauacos, los ciguayos, los siboneyes, los guanatahibes y tantos otros de los que habitaban las grandes Antillas fueron exterminados”. Así nos lo relata Juan Bosch.
“… Esos pueblos lucharon, unos hasta la extinción, y otros, como los caribes de las islas de Barlovento, durante tres siglos; es decir, que combatieron mucho tiempo después de conocer en carne propia el poderío occidental, cuando ya tenían experiencias, y muy costosas, de lo que eran las lanzas, las espadas, los falconetes, los arcabuces, los perros, los caballos europeos, pero siguieron luchando. Los indios del Caribe combatían hasta la muerte porque no podían concebir la vida fuera de su contexto social”. (22)
No entregarse, ofrecer resistencia, ser rebeldes, eran las señas de identidad de quienes serían estigmatizados como caníbales por los europeos. El delito que se les imputaba era no aceptar ser despojados de sus tierras, sus costumbres, su historia. Presuntamente los indígenas eran reunidos por el invasor para leerles la intimación de la Corona Española, en la que se les reclamaba obediencia y conversión al cristianismo. Si los pobladores no aceptaban las imposiciones de los recién llegados, éstos se consideraban autorizados a someterlos por la fuerza bajo el régimen de la "guerra justa". El documento con el que se pretendía legitimar el despojo decía:
El Pontífice romano “hizo donación de estas islas y tierra firme del mar Océano a los católicos Reyes de España, que entonces eran Don Fernando y Doña Isabel, de gloriosa memoria, y sus sucesores en estos reinos, nuestros señores, con todo lo que en ellos hay (…) Así que su majestad es rey y señor de estas islas y tierra firme por virtud de la dicha donación…” (23)
La supuesta o real desobediencia de los invadidos fue la excusa para dictar la Real Cédula de 1503 autorizando a los conquistadores españoles a esclavizar a los indios caribes por su canibalismo y por no haber aceptado los requerimientos de sumisión. “En 1510 un Auto, dictado por el licenciado Figueroa, juez de vara y justicia mayor de La Española, declara a la provincia de Uriapari (Guayana) región de Caribes y autoriza a los conquistadores a cazarlos y venderlos como esclavos” (24). Ya no eran solamente las islas antillanas, los indígenas imputables de canibalismo parecían extenderse por todas partes, eran una inagotable reserva de mano de obra esclava.
Cuando se saltó a Centroamérica era necesario ubicar otros caníbales para esclavizar. Se estaba predispuesto a encontrarlos en cualquier lugar, y Bernal Díaz del Castillo habló de su descubrimiento en su Historia Verdadera de la Conquista de Nueva España. NO fue el único, todos los conquistadores mostraron igual disposición para ver en los naturales de América a salvajes dedicados a los sacrificios humanos, a la predilección por arrancar el corazón de los niños y a celebrar diabólicos festines antropofágicos. Diego Muñoz Camargo, en su libro historia de Tlaxcala, puso singular esmero en mostrar la diabólica costumbre.
“La idolatría universal y comer carne humana ha muy pocos tiempos que comenzó en esta tierra”, primero se levantaron estatuas en honor de los jefes, “después los adoraban por dioses, y así fue tomando fuerza el demonio para más de veras arraigarse entre gentes tan simples y de poco talento; y después las pasiones que entre los unos y los otros hubo, comenzaron a comerse sus propias carnes por vengarse de sus enemigos, y así rabiosamente entraron poco a poco, hasta que se convirtió en costumbre comerse unos a otros como demonios; y así había carnicerías públicas de carne humana, como si fueran de vaca y carnero como el día de hoy las hay”. (25)
No hay motivo para suponer que Muñoz Camargo estaba mintiendo en forma premeditada, siendo comprensivos podemos imaginar que repetía las historias escuchadas desde niño. Su padre había servido a las órdenes de Hernán Cortés, lo que él le contaría sería muy parecido a lo que dirá en su libro. Los sacerdotes que lo educaron tal vez le dijeron que entre los antepasados de su madre india se cruzaban mayas, cocomes, totonacas, tlaxcaltecas, huastecas, cholultecas y mexicas, pueblos todos a los que se adjudicaba practicar el canibalismo. La Nueva España, al igual que las islas caribeñas también estaba plagada de indóciles indios antropófagos. Fue necesario doblegarlos en forma inmisericorde, para luego someterlos a la esclavitud. “Cortés, en carta al Rey, el 15 de octubre de 1524, le explica que con cédula de rescate conferida a los vecinos de México, en las guerras habría tal cantidad de esclavos que, de contar con los hierros suficientes para marcarlos, generaría más oro que todas las islas juntas”. (26)
Tan descarnada sinceridad es útil para intuir cuánto podía haber de cierto en la adjudicación de antropofagia a los indígenas americanos. En la apreciación colombina podía pesar todos sus prejuicios, supersticiones y aceptación acrítica de los relatos fantásticos, pero en el juicio de Cortés el acento está puesto en el más crudo interés económico. A partir de lo que venimos exponiendo puede suponerse que sostenemos la inexistencia de antropófagos en América. Si es así, conviene que nos detengamos un poco, porque si bien tenemos serias dudas sobre el generalizado canibalismo que la crónica colonial atribuyó a los indígenas americanos, sería muy imprudente de nuestra parte sostener que comer carne humana era una exclusividad de los cruzados europeos.
(16) Irving, Washinton; Vida y viajes de Cristóbal Colón, España, Ed. Novaro, s/a, p.220. Citado por Avilés Vidal, Enrique Francisco en “Desarrollo de la conquista y esclavitud indígena en América”, capítulo II de su libro ESTUDIO DE LA INCIDENCIA ECONÓMICA DE LA ESCLAVITUD NEGRA EN CHILE SIGLOS XVI, XVII Y XVIII. Cotejado en la versión digital el 31.7.2014:
http://www.eumed.net/libros/2010a/636/Desarrollo%20de%20la%20conquista%20y%20esclavitud%20indigena%20en%20America.htm
(17) “En 1492, a la llegada de los españoles a la Española, esa isla estaba habitada por unos 100.000 indios, los Taínos. En 1508 eran 60.000, y en 1514 quedaban sólo 30.000. Por último, alrededor del año 1570 apenas llegaban a 500 los habitantes autóctonos de la isla”. Mellafe Rolando, Introducción de la esclavitud negra en Chile, Chile, Ed. Universitaria, 1984, p. 11. Citado por Avilés Vidal, Enrique Francisco en “Desarrollo de la conquista…”, Op. cit.
(18) Para ejemplificar sobre lo que hemos dicho vamos a dar un salto de cinco siglos, permítasenos esta licencia. Dos emblemáticos edificios situados en el corazón del mundo financiero sufren un espectacular ataque por un par de aeronaves. Aunque el informe técnico de un grupo de calificados arquitectos e ingenieros civiles afirma que ni el impacto ni el posterior incendio pudieron provocar la caída de las imponentes construcciones, misteriosamente, ambas torres se derrumban. Los escombros son removidos de inmediato, se demuele lo que aún queda en pie de la edificación, los restos de los aparatos atacantes son desguazados y vendidos como chatarra. El terreno queda limpio de toda huella del atentado… y de todas las pruebas. Después se puede construir un enemigo a la medida de las necesidades. El inculpado es un feroz dictador que en un tiempo no muy lejano supo ser un incondicional amigo de quienes lo acusan. Y no sólo ha provocado ese atentado, sino que dispone de armas de destrucción masiva con los que podría sembrar más muerte y destrucción. Con esos argumentos repetidos hasta el hartazgo se intoxica a todo el mundo. Ya es posible castigar al culpable, invadir su país, descuartizar la sociedad, su cultura, su territorio; devorar su población, sus riquezas, sus recursos naturales.
(19) En su “Brevísima relación de la destrucción de las Indias”, Fray Bartolomé de las Casas hace un estremecedor relato sobre las atrocidades cometidas por los recién llegados a la Española. “…Los cristianos con sus caballos y espadas e lanzas comienzan a hacer matanzas e crueldades extrañas en ellos. Entraban en los pueblos, ni dejaban niños y viejos, ni mujeres preñadas ni paridas que no desbarrigaban e hacían pedazos, como si dieran en unos corderos metidos en sus apriscos. Hacían apuestas sobre quién de una cuchillada abría el hombre por medio, o le cortaba la cabeza de un piquete o le descubría las entrañas. Tomaban las criaturas de las tetas de las madres, por las piernas, y daban de cabeza con ellas en las peñas.” Si era cierto que los taínos habían manifestado sentir algún temor por los caribes, rápidamente comprendieron que los españoles eran mucho más crueles que aquellos. “Y porque toda la gente que huir podía se encerraba en los montes y subía a las sierras huyendo de hombres tan inhumanos, tan sin piedad y tan feroces bestias, extirpadores y capitales enemigos del linaje humano, enseñaron y amaestraron lebreles, perros bravísimos que en viendo un indio lo hacían pedazos en un credo, y mejor arremetían a él y lo comían que si fuera un puerco.” Las casas, Fray Bartolomé; Brevísima relación de la destrucción de las Indias, Editorial Sarpe, Madrid, 1985, pp. 41-43.
(20) En 1502 Alonso de Ojeda “recorre la costa de Paria hasta el Cabo de La Vela y “rescata” oro, perlas e indios. Con estas expediciones de Ojeda, comienza en Venezuela el comercio y la esclavitud de indígenas. Algunos son llevados hasta España como botín y otros como mano de obra a las Antillas Mayores”. Léger Mariño, Héctor; "Historia de Venezuela. El contacto con los europeos, conquista y colonización", monografía, marzo de 2006, p.7. Cotejado el 31.7.2014 en:
http://www.monografias.com/trabajos33/historia-venezuela/historia-venezuela.shtml
(21) Citado por Fernández Retamar, “Caliban”, Op. cit., p. 41, quien aclara que Guaicaipuro y Paramaconi fueron héroes de las tierras venezolanas, probablemente de origen caribe; mientras que los arahuacos Anacaona y Hatuey lo fueron de las Antillas.
(22) Bosch, Juan; De Cristóbal Colón a Fidel Castro (I), Capítulo II: “El escenario de la Frontera”, versión digital. Cotejado el 31.7.2014 en:
http://www.manuelugarte.org/modulos/biblioteca/b/bosch_colon_castro/colon_castro.htm#seis
(23) Texto leído por los conquistadores españoles en América a los Pueblos Originarios. El texto les era leído en castellano. Si los Pueblos Originarios no aceptaban su sumisión a la Corona de España y su conversión al Cristianismo, el conquistador quedaba autorizado a someterlos por la fuerza, bajo el régimen de la "guerra justa". El documento ha sido tomado de Lewis Hanke, La lucha por la justicia en la conquista de América, pp. 53 – 55. Cotejado el 31.7.2014 en:
http://es.wikisource.org/w/index.php?title=Requerimiento_del_Imperio_Español_a_los_Pueblos_Originarios_de_América&oldid=520219
(24)Léger Mariño, Héctor; "Historia de Venezuela…”, Op. cit., p. 14.
(25) Muñoz Camargo, Diego; La historia de Tlaxcala, publicada y anotada por Alfredo Chavero, Edición realizada para ser presentada como homenaje a Cristóbal Colón en la Exposición de Chicago, Oficina TIP de la Secretaría de Fomento, México, 1892. p. 141.
(26) Zavala Silvio, Los esclavos indios en Nueva España, México, El Colegio Nacional, 1991, p.7. Citado por Avilés Vidal, Enrique Francisco en “Desarrollo de la conquista…”, Op. Cit.
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