El continente canibalizado
“En esta Isla del Sol, donde hace mil años atrás se inauguró el tiempo del sol, nacieron Manco Kapac y Mama Ocllo para fundar el Tahuantinsuyo. Por eso, esta isla es la isla fundadora del tiempo y de la historia de los hijos del sol. Pero llegó, luego, la oscuridad con los invasores extranjeros. Alentados por la codicia llegaron hasta nuestro continente Abya Yala para someter a las naciones indígenas. Fue el tiempo de la oscuridad, del dolor y de la tristeza, un tiempo que para los hijos del Willka fue del no tiempo”.
Evo Morales; Manifiesto de la Isla del Sol.
21 de diciembre de 2012, día del Solsticio de Verano,
inicio del tiempo del Pachakuti.
A medida que los europeos se desplazaban por el continente, los caníbales iban con ellos como una sombra. Porque al igual que las sombras dependían de quienes los proyectaban, de quienes los habían creado. En las islas antillanas y en el sur del Mar Caribe, en el istmo central o en el este donde crecía el palo Brasil, en tierras del Incario o entre tehuelches y mapuches, junto con los invasores aparecían los caníbales que ellos habían inventado. Los verdaderos caníbales, los herederos de los cruzados, imaginaban a sus sombras como insaciables devoradores de hombres. Los conquistadores eran prisioneros de sus propias fantasías, por eso con ellos, en lugar de llegar la luz de la razón llegaba el oscurantismo y la muerte.
Los caníbales que habían creado al desembarcar, además de ser una proyección de ellos mismos, eran su sustento, sin ellos no les era posible la existencia (34). Necesitaban esclavizarlos, extraerles todos los jugos vitales, y eso ocurría rápido, demasiado rápido. Los indígenas ya no eran enviados a Europa, había que emplearlos en el propio territorio para hacer las labores extractivas, para trabajar en los campos y en las minas, para construir las casas y las fortificaciones. Si de canibalismo hablamos, si podemos referirnos a un continente canibalizado, ese continente es el nuestro. Los invasores extranjeros de los que se habla en el Manifiesto de la Isla del Sol son los que produjeron el genocidio más grande de la historia de la humanidad.
Los historiadores discuten sobre el número de muertos, pero tal vez no se pueda numerarlos. Habría un muerto único multiplicándose por millones, uno sólo que iría de norte a sur y de este a oeste cubriendo todo el continente. Eso es el genocidio, una muerte única extendiéndose como una maldición o una enfermedad. Si los asesinados fueron más de 100 millones como dicen algunos, o si fueron menos de 40 millones como dicen otros, eso ya es estadística. Tal vez para contemplar tanto horror lo mejor sea hacerlo desde una monumental obra poético-musical. Taki Ongoy comienza describiendo el tiempo feliz de los pueblos originarios, cuando sus dioses velaban por ellos. “Pero ese tiempo acabó, desde que ellos llegaron con su odio pestilente y su nuevo dios y sus horrorosos perros cazadores, sus sanguinarios perros de guerra de ojos extrañamente amarillos, sus perros asesinos”. Y agrega:
“Nada quedó en pie, todo lo arrasaron, lo quemaron, lo aplastaron, lo torturaron, lo mataron. Cincuenta y seis millones de hermanos indios esperan desde su oscura muerte, desde su espantoso genocidio, que la pequeña luz que aún arde como ejemplo de lo que fueron algunas de las grandes culturas del mundo, se propague y arda en una llama enorme y alumbre por fin nuestra verdadera identidad, y de ser así que se sepa la verdad, la terrible verdad de cómo mataron y esclavizaron a un continente entero para saquear la plata y el oro y la tierra.” (35)
Aquel fue el canibalismo en su expresión más alta, una criminal voracidad volcada sobre todos los pueblos que habitaban estas tierras. Quienes tratan de cuantificar tanto horror sostienen que en el término de 130 años territorios enteros quedaron totalmente despoblados, y que en el conjunto del continente sus habitantes desaparecieron en un 95 por ciento. Era imposible pedir piedad a quienes sólo tenían interés en el enriquecimiento rápido, porque a la codicia desbocada no se le puede reclamar sensibilidad y tampoco racionalidad. Al saqueador colonial no le importó si la inhumana explotación de los indígenas provocaría que se quedara sin mano de obra esclava: nunca se esté seguro de que un explotador es capaz de razonar más allá de su lucro inmediato. Lo más probable es que sólo piense en apoderarse de cuanto tenga a mano, atento únicamente a que nadie se le adelante en la rapiña.
El esclavo local empezó a ser complementado rápidamente con el esclavo importado. África se transformó en el nuevo proveedor de mano de obra esclava, y así como antes se había canibalizado nuestro continente, empezó a hacerse lo mismo con el continente que estaba cruzando el Atlántico. Los portugueses que tenían intereses en uno y otro lado del océano fueron los primeros en organizar la cacería humana, pero holandeses, franceses e ingleses se sumarían al comercio con caníbal entusiasmo.
Se incentivaron las disensiones y enfrentamientos entre distintos pueblos. Provocar guerras se convirtió en un negocio brillante, por un lado servía para que los fabricantes de armas de fuego vendieran su novedosa producción a los bandos contendientes, y por otro lado se aseguraba una continua provisión de prisioneros para alimentar el comercio de esclavos. Antiguas diferencias fueron exacerbadas, la caza de hombres pronto pasó a ser el principal objetivo de los combates, la guerra entre pueblos del litoral marítimo y los del interior se volvió endémica.
“… A partir del Siglo XVI los reinos de Benín, Congo y Angola en Africa Occidental, tal como el Imperio Mutapa en Africa Oriental, se desmoronaron. (…) En los siglos XVII, XVIII y XIX, en las selvas del Golfo de Guinea y en el valle del río Zambeze se desarrollaron estados militares con base en el comercio de esclavos”. (36)
Si las guerras floridas centroamericanas existieron realmente, si los combates entre distintos pueblos de la “Francia antártica” se produjeron alguna vez, es seguro que no provocaron ni el número de prisioneros ni la cantidad de muerte y destrucción que resultaron de las guerras inducidas por los esclavistas europeos en Africa. El canibalismo atribuido a los habitantes de América parece un inocente juego de infantes frente al canibalismo social perpetrado por los colonialistas. En una memorable intervención en la Conferencia Mundial contra el Racismo celebrada en Durban en 2001, decía Fidel Castro:
“Lo real e irrebatible es que decenas de millones de africanos fueron capturados, vendidos como mercancía y enviados al otro lado del Atlántico para trabajar como esclavos, y que 70 millones de aborígenes indios murieron en el hemisferio occidental como consecuencia de la conquista y la colonización europeas”. (37)
En el holocausto americano fueron sacrificados indios y negros, pero también mulatos, mestizos, pardos y todo otro postergado y discriminado por el invasor colonial. No es raro que en todos ellos fuera tomando forma la idea del caníbal, pero de un caníbal distinto al de la fábula de los dominadores. Un par de ejemplos interesantes nos los proporciona Gabriel Cocimano:
“Según las tradiciones orales, "de la época colonial de la Villa Imperial de Potosí procede el cuento del k'arisiri (saca-manteca), un personaje con apariencia de fraile que deambulaba en las afueras de los caseríos, extrayendo la grasa de los indígenas errantes, para luego usarla en la elaboración de velas, ungüentos y curas maravillosas”. (…) Del mismo modo se narran las historias peruanas del pistaco -del quechua: pista, matador, personaje mítico conocido también como nakaq (el degollador), cuyo origen se remonta a la colonia- según las cuales los ladinos raptaban indios y extraían grasa de sus cuerpos, algunas veces para elaborar medicinas, otras para engrasar armas, trapiches azucareros o maquinarias”. (38)
Podrá decirse que se trataba de simples fantasías, creencias supersticiosas de individuos ingenuos, pero seguramente los sectores populares donde arraigaron estas leyendas tenían motivos muy sólidos para creer en ellas. Venían de una experiencia histórica en la que el caníbal no era un sanguinario aborigen americano o africano, sino el expoliador colonial. En el cuento del k'arisiri podemos imaginar la desconfianza del indígena hacia el fraile, ese religioso que estaba al lado del torturador y el verdugo, que predicaba “Tomad y comed, este es mi cuerpo”, al mismo tiempo que perseguía presuntos caníbales entre los indios. No parece casual que el saca-manteca tuviera el aspecto de un sacerdote, seguramente no serían muchos los religiosos que inspirasen confianza a los esclavizados y desposeídos, a los que habían sido privados de todo, y que podían perder su último recurso, su propio cuerpo a manos del mítico personaje. Esas creencias se prolongarían mucho más allá en el tiempo, perdurarían en la canción popular, como en un tema de autor anónimo recopilado por Atahualpa Yupanqui (39):
“si negro no se duerme,
Viene el diablo blanco
Y, zas, le come la patita…”
Volviendo al texto de Cocimano, “… el cuerpo aparece como objeto directo de la explotación, expuesto a ser sometido a canibalismo para obtener energía, sangre u órganos trasplantables”. Si hablamos de canibalismo, el robo de órganos no es un tema menor. En el imaginario de los pueblos americanos había quedado la convicción de que los opresores coloniales mutilaban el cuerpo de sus víctimas, mientras que ciertas leyendas urbanas contemporáneas hablan de secuestros en los que las víctimas sufren extracciones de órganos. En una investigación realizada por Scheper-Hughes en una comunidad de Pernambuco, se mostró que en las favelas y barrios pobres de la ciudad se difundieron rumores sobre robos de cuerpos.
“Según los pobladores de esa comunidad, el circuito de cambio de órganos va de los cuerpos de los jóvenes, los pobres y los hermosos a los de los viejos, los ricos y feos, y de los brasileños en el Sur a los norteamericanos, alemanes y japoneses del Norte". (40)
Entre las creencias del período colonial y las contemporáneas median casi tres siglos, pero tienen un denominador común: el cuerpo de la víctima pobre es canibalizado por el poderoso rico. Lo malo es que no se trata de una superstición ingenua, porque el robo de órganos es una realidad muy concreta en nuestros días. La profesora Nancy Scheper-Hughes, la investigadora mencionada por Cocimano, es cofundadora y directora de Organs Watch, el organismo que realizó el estudio de campo sobre los rumores de secuestro de cadáveres y robo de órganos en los barrios carenciados de Brasil a mediados de los años 80. En un trabajo más reciente, "Biopiratería y búsqueda global de órganos humanos", Scheper-Hughes señaló que "médicos estadounidenses o japoneses que trabajan para grandes hospitales del exterior secuestraron cuerpos" y de éstos extrajeron las partes que querían, especialmente ojos, riñones, corazones e hígados. (41)
Ciertamente los mitos y creencias populares no nacen en el vacío histórico ni desgajados de la realidad. Sin embargo para ciertos respetables integrantes del mundo académico la creencia en el k'arisiri o el pistaco será una superstición o fantasía de sectores populares ignorantes, mientras la creencia en el caníbal construido por la maquinaria colonial será aceptada como una verdad revelada. Tal vez la comparación con lo que peyorativamente se denomina leyenda urbana y el correlato con la realidad que mostramos más arriba ayude a iniciar un replanteo del tema.
Conclusión
Hay una línea de continuidad entre aquellos caníbales que avanzaban por los polvorientos caminos de medio oriente para ir a poner cerco a la ciudad siria de Maarat, y los que hoy se lanzan sobre poblaciones de todo el mundo para robarles sus recursos económicos, destruir sus sociedades y, a su modo, también devorar sus cuerpos. Conceptualmente son los mismos caníbales que perseguían brujas y hechiceros en la Europa medieval, los que cruzaron el Atlántico para invadir estas tierras, someter y exterminar a los pobladores originarios, los que arrancaron de África a millones de sus hijos para convertirlos en esclavos y esparcirlos por el mundo, los que se abalanzaron sobre Asia con voracidad colonialista. En cada momento crearon leyendas autojustificatorias, la de la misión evangelizadora, la de la marcha llevando la civilización, la de rescatar de la bestialidad y la antropofagia a los pueblos atrasados. En distintos períodos contaron con intelectuales y divulgadores que dieron forma a esos argumentos, los Ginés de Sepúlveda que defenderían el exterminio de los indígenas americanos, los Renan que aspiraban no a la igualdad sino a la dominación, los Kipling hablando de civilizar naciones tumultuosas y salvajes con poblaciones Mitad demonios y mitad niños.
La autoapología debía ser complementada con la denigración de las víctimas. Por eso las leyendas inventadas para referirse a los colonizados estuvieron cargadas con las mayores descalificaciones. Así las atrocidades, el saqueo y el exterminio pudieron realizarse a la luz del día, los poderosos se sentían justificados, y hasta los sometidos se resignaban por algo que parecía ser un dictamen inapelable. Los caníbales crearon a los caníbales, primero fue un equívoco, después fue oportunismo, al final pareció que habían existido desde siempre. La leyenda dejó de ser leyenda para cobrar vida, y así como en un principio los personajes irreales habían saltado de isla en isla, de éstas a tierra firme, y en ella marchar al lado de los conquistadores por todo el continente, después cruzaron los océanos y se replicaron en África, en Australia, en las islas del Pacífico.
Lo ficticio o excepcional fue tomado como realmente existente, lo ideal fue transpuesto al mundo material. Si hacía falta una confirmación de que la mentira mil veces reiterada puede convertirse en verdad, eso ocurrió con los caníbales surgidos de la imaginación colonial. El engendro adquirió una peligrosa consistencia, no porque efectivamente se materializara sino porque su existencia fue dada por cierta. Para romper con el encantamiento habría sido necesario reducir la ficción a su dimensión verdadera, pero para eso, al mismo tiempo que se libraba una heroica resistencia, hubiera sido necesario llevar adelante una batalla de ideas. Seguramente los caribes, los tupinambáes, los aztecas, los incas y tantos otros merecen una reivindicación histórica, que su indómita rebeldía frente al invasor no siga siendo manchada por la leyenda negra urdida por el colonialista.
Javier Nieva
Agosto de 2014
Notas
(34) En su monumental obra, “Caliban”, Fernández Retamar comenta que el personaje creado por Shakespeare para La tempestad es un esclavo salvaje y deforme presentado como un animal, al que se le ha robado la tierra, se lo ha esclavizado para vivir de su trabajo y, llegado el caso, exterminarlo. Pero, para esto último, habría que contar con un sustituto que realizara las duras faenas. Por eso “Próspero advierte a su hija Miranda que no podrían pasarse sin Caliban: «De él no podemos prescindir. Nos hace el fuego,/ Sale a buscarnos leña, y nos sirve/ A nuestro beneficio».” Fernández Retamar; “Caliban”, Op. cit. P. 26.
(35) Heredia, Víctor; Taki Ongoy, Relato introductorio leído por Jorge Fandermole, Argentina, 1986. Cotejado el 31.7.2014 en:
http://www.youtube.com/watch?v=HzQ9-WMUpcU
(36) Barticevic Sapunar, Marco Antonio; “Historia de la esclavitud: América conquistada, Africa esclavizada”, p. 7, Tomado de Vetas Digital. Cotejado el 31.7.2014 en:
http://vetasdigital.blogspot.com
(37) Discurso pronunciado por el Dr. Fidel Castro Ruz, Presidente de la República de Cuba, en la Sesión Plenaria de la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia, Durban, Sudáfrica, 1 de septiembre de 2001. Cotejado el 31.7.2014 en:
http://www.un.org/WCAR/statements/0109cubaS.htm
(38) Cocimano, Gabriel; “El canibalismo como alegoría de la relación Occidente-Latinoamérica”, Op. cit.
(39) Durante mucho tiempo se atribuyó a Atahualpa Yupanqui la autoría de “Duerme negrito”, pero él aclararía que no le correspondía ese mérito, sino que había escuchado la canción cantada por una mujer de color en una imprecisa región de la frontera entre Colombia y Venezuela. Cotejado el 31.7.2014 en:
http://coro-andorra.blogspot.com.ar/2010/03/historia-de-la-cancion-duerme-negrito.html
(40) Cocimano, Gabriel; “El canibalismo como alegoría de la relación Occidente-Latinoamérica”, Op. cit.
(41) Los modernos caníbales aparecen como ingeniosos empresarios comerciando órganos humanos de un punto a otro del globo obteniendo fabulosas ganancias. Organs Watch descubrió que huesos e injertos de piel fueron vendidos y procesados por firmas privadas de biotecnología en Estados Unidos; que en Sudáfrica, válvulas de corazón humanas fueron robadas de los cuerpos de negros pobres en depósitos de cadáveres de la policía y embarcados a centros médicos en Alemania y Austria.
Scheper-Hughes integró el panel sobre Ética, acceso y seguridad en trasplantes de tejidos y órganos en una reunión de la Organización Mundial de la Salud celebrada en 2003. Allí fue testigo de la defensa que hizo el funcionario de un banco privado de ojos para liberalizar la comercialización de tejidos desde los países pobres. Su objetivo era facilitar “la compraventa internacional de órganos que no son usados en su país de origen y que podrían ser transportados mediante acuerdos informales al mundo industrializado, donde existe gran demanda para cirugías ortopédicas y otras que requieren alta tecnología”.
“El comercio ilegal de órganos para trasplantes, negocio multimillonario"; La Jornada, México, miércoles 3 de mayo de 2006. Cotejado el 31.7.2014 en:
http://www.jornada.unam.mx/2006/05/03/index.php?section=ciencias&article=a02n1cie
La franqueza del empresario mencionado por Scheper-Hughes raya en el cinismo, pero en época más cercana el presidente de la farmacéutica Grifols, Víctor Grifols, instó a España a “espabilarse y a permitir pagar las donaciones de plasma (…) Grifols pagaría por las donaciones unos 70 euros semanales”, lo que sumado al subsidio por desempleo es "una forma de vivir".
“Una farmacéutica plantea pagar 70 euros semanales a los parados que donen sangre”, Diario Público (versión digital), España, 17.4.2012. Cotejado el 31.7.2014 en:
Pero el caso más estremecedor es el de varios centenares de servios, gitanos y albaneses capturados entre 1998 y 1999 en Kosovo. Permanecieron presos en pequeños centros de detención hasta que aparecían clientes que necesitaban ser trasplantados. En ese momento eran asesinados y despojados de sus órganos. “Ese tráfico estaba conducido por el “grupo de Drenica”, un pequeño núcleo de combatientes del ELK agrupados alrededor de dos figuras clave: Hashim Thaçi, actual Primer Ministro de Kosovo, y Shaip Muja, entonces responsable de la brigada médica del ELK y actualmente asesor de Salud del mismo Hashim Thaçi”.
Dérens, Jean-Arnault; “Tráfico de órganos en Kosovo”, Periódico digital Rebelión, 23.1.2011. Cotejado el 31.7.2014 en:
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