Revisando una vieja carpeta me encontré con media docena de notas que escribí hace unos años. Seguramente entonces había repasado alguno de los problemas del libro El hombre que calculaba y no resistí la tentación de ponerle ese nombre a la serie. Por una cuestión de pudor pensé que debía cambiar la denominación, pero uno se encariña con esas cosas y empecé a buscar excusas para no modificar el nombre. Hasta ahora no encontré ninguna más o menos buena, pero seguiré buscando.
El hombre que calculaba (1)
Javier Nieva
Me asombra la disparidad de números que se barajan a la hora de calcular la asistencia a manifestaciones, movilizaciones o, simplemente, a espectáculos públicos. Es cierto que el ojo del convocante o del simpatizante engrosa la concurrencia, pero eso se hace, en la mayoría de los casos, sin el más mínimo apego a la lógica. En alguna crónica entusiasta leí que medio millón de personas se movilizaron hacia Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945. Para no quedarse atrás, los funcionarios del gobierno macrista estimaron en 700 mil los asistentes a la movilización contra el gobierno nacional del 8 de noviembre de 2012 en la zona del Obelisco. En ambas oportunidades las fuerzas opuestas redujeron esos números a la tercera parte o menos. Ni siquiera los actos efectuados en lugares cerrados –donde se supone que la capacidad está bien determinada- merecen apreciaciones que puedan ser consideradas objetivas. Alguna vez me pregunté cómo hacía el periodismo “serio y responsable” para calcular las asistencias, y un viejo compañero me contestó con una frase más vieja que él: “Cuentan el número de piernas y lo dividen por dos”.
El gordo Tito Paoletti fue quien me dio la primera pista para orientarme en ese misterioso laberinto de los cálculos. Era un periodista en serio –ya hablaré de él en otra parte- y me dijo que eso se podía estimar con una buena aproximación si se tenía una fotografía aérea del acto. “Sobre ella se marcan zonas de máxima densidad –donde la concurrencia aparece más concentrada-, Después se hace lo mismo con otras partes donde la densidad es más reducida, diferenciando zonas según que la aglomeración parezca mayor o menor. Se considera que en un metro cuadrado entran como máximo cuatro personas, de acuerdo a lo que interpretás de la foto vas asignando un número decreciente a las distintas zonas, como conocés la superficie del lugar sólo es cuestión de sumar los datos parciales y así tenés un número muy cercano a lo real”.
De modo que allí tuve un dato muy concreto: se podía calcular que, como máximo, en un metro cuadrado cabían cuatro personas. Si se hiciera una concentración en una plaza que tuviera el tamaño de una manzana, podíamos suponer, grosso modo, que se trata de una hectárea, un terreno de 100 por 100. Estamos hablando de un terreno pelado, sin un arbolito, ni un banco, ni juegos para chicos, ni ningún otro impedimento para la ubicación de asistentes. En el supuesto de una concurrencia compacta y homogénea, en la que no quedara la posibilidad de moverse y que llenara por completo toda la manzana, tendríamos 40 mil personas como máximo ideal.
Aclaremos que es materialmente imposible que eso ocurra, que los asistentes a un acto no son individuos que van a quedarse quietos y apretujados durante todo el tiempo. Por el contrario, se van a estar moviendo, desplazándose de un lado a otro, y para eso es necesario que queden espacios vacíos, que la mayor parte del lugar no alcance el punto de saturación de concurrencia, que el promedio de asistentes por metro cuadrado esté muy por debajo de los cuatro que mencionamos anteriormente. En ese caso la hipotética concentración llegará a 20 mil, aunque podrían ser menos.
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