Tito Paoletti me había dicho que en un metro cuadrado entraban, como máximo, cuatro personas. Durante varios años yo di por buena esa información, pero hubo un momento en que me dije que un buen intelectual debe dudar. Si yo quería ser un aspirante a filósofo no podía aceptar acríticamente esa afirmación, por el contrario, debía someterla a una completa revisión, aunque más no fuera para corroborar la veracidad del dato. Eso implicaba hacer un prolijo estudio antropométrico, realizar un muestreo de personas adultas, establecer promedios estadísticos, estimar la superficie que ocupaban, etc.
Por supuesto, no llegué a tanto, pero fui práctico y tomé algunas medidas. Un adulto de algo más de 1,70 metros de altura tiene un ancho de hombros de aproximadamente 46 centímetros. Con la espalda apoyada en la pared, su pecho (o su abdomen) está a unos 33 centímetros hacia adelante. Estoy hablando de alguien promedio, ni un gordo muy gordo, ni un flaco muy flaco. Haciendo una generalización a partir de esos datos concluí que estando hombro con hombro y pecho contra espalda, en un metro cuadrado entraban seis hombres y/o mujeres.
Estamos pensando en un conjunto de personas apretadas como sardinas, algo parecido a lo que ocurre en el interior de cualquier colectivo saliendo del microcentro a las 6 de la tarde. Pero no es eso lo que sucede en una manifestación. Si hubiera un contacto tan estrecho entre los asistentes, podrían producirse enormes sofocones, violentos enfrentamientos o fogosos romances. Allí hay pequeños espacios entre cada uno, el contacto físico no es tan íntimo, es posible algún movimiento entre las personas, de modo que la estimación que me había dado Tito era totalmente creíble. En pequeños sectores de una gran concurrencia era posible suponer una concentración de cuatro personas por metro cuadrado. Junto a esos agrupamientos compactos están otros más diluidos, con tres, dos o una persona en la misma superficie. Incluso espacios totalmente vacíos, lugares que, aunque sean mínimos, permiten el desplazamiento de los asistentes.
En un tiempo yo había estado recopilando información sobre un importantísimo conflicto laboral del año 1956. Me había llamado la atención que dos diarios distintos al brindar la noticia sobre el número de concurrentes a una concentración frente al local gremial dieran cifras totalmente diferentes. El diario La Prensa, basándose en la información policial, hablaba de 2 mil personas, el diario Democracia decía que eran 4 mil. Tengo mi propia opinión sobre esas cifras, pero no estamos haciendo una encuesta sobre cuál de las dos es más creíble, simplemente menciono el caso porque es ilustrativo de lo que venía comentando. Y esto me recuerda una anécdota que Adrián Paenza le contaba Jorge Lanata cuando estaban juntos en “Día D”, antes que el Doctor Jekyll se transformara en Míster Hyde.
Ha pasado mucho tiempo y estoy haciendo una versión libre, pero el relato era sintéticamente así. Estaba un grupo de personas a cierta distancia de un puente que pasaba sobre un río. A uno de los del grupo se le ocurrió comentar lo largo que era el puente, otro disintió con él, y arriesgó una cifra sobre la posible longitud de la construcción. Su interlocutor le dijo que se había quedado corto, que era mucho más largo, y dio un número bastante más elevado. Otros amigos se sumaron a la controversia, aparecieron nuevas evaluaciones y no había forma de que los polemistas se pusieran de acuerdo. Eso duró hasta que a uno de ellos se le ocurrió la idea salvadora: votar para decidir cuál era la longitud. Paenza se rio y dijo: “Tenían el puente ahí, podían ir y medirlo, pero esa idea no les pasó por la cabeza”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario