martes, 1 de diciembre de 2020

Marxismo y cultura (I)

 En los primeros meses de 2017 tuve la posibilidad de cursar Filosofía de la Cultura (Filosofía y Letras, UBA) bajo la dirección de la Doctora Alcira Bonilla y la Profesora Alejandra Furfaro. Todo agradecimiento será siempre insuficiente. El trabajo que sigue fue resultado de esa cursada, obviamente la responsabilidad por el contenido es exclusivamente mía.

Marxismo y cultura

Javier Nieva

En La escuela de Atenas, la pintura realizada por Rafael entre 1510 y 1512, aparecen los dos filósofos más destacados del mundo griego, Platón, reconocible por llevar el Timeo en una mano, señala al cielo, Aristóteles, a su lado, señala hacia la tierra. No hace falta mucha explicación para descubrir el sentido de esos gestos: en el primer caso se simbolizaría la concepción idealista, en el segundo se representaría la preeminencia del mundo material como punto de partida para el pensamiento del filósofo. No sabemos si Marx y Engels conocieron la pintura, es de suponer que pudieron haber visto alguna reproducción o, al menos, haber tenido una descripción de la obra, lo concreto es que la frase que emplearon para definir su propia concepción filosófica es que “asciende de la tierra al cielo”, mientras que la ideología con la que polemizan recorre el camino inverso. Allí está sintetizada lo que definieron como el problema fundamental de la filosofía: si las ideas preexisten al mundo material y le dan origen, o si lo primero es la materia y la conciencia lo derivado.

Con la cultura nos encontramos frente a una idéntica disyuntiva. Para definirla inicialmente se puso el acento en el aspecto puramente subjetivo, en la existencia de ideas que eran anteriores al hombre y que habían sido asimiladas por éste. Esas ideas rectoras podían ser eternas e inmutables o haber sido planteadas por los dioses en algún momento previo a la existencia humana. Fue después cuando se comenzó a conectar la cultura con el mundo de los hombres, más exactamente, fueron los sofistas quienes plantearon que la ley y el estado eran creaciones humanas y no divinas. (Agoglia, 1980:13-15)

El concepto de cultura fue ganando en riqueza, en un proceso de transformación que duró siglos dejó de ser la asimilación de disposiciones divinas planteadas desde fuera del mundo de los hombres, para ser comprendida como una construcción humana: “la cultura o civilización es esa totalidad compleja que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, el derecho, la moral, las costumbres y cualquier otro hábito o capacidad adquiridos por el hombre en cuanto pertenecientes a la sociedad.” (Tylor, 1977).

El aporte del marxismo

En un emocionado homenaje Engels decía que “Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana (…) Pero no es esto sólo. Marx descubrió también la ley específica que mueve el actual modo de producción capitalista” (Engels, 1999). Dos descubrimientos como esos justifican que se lo incluya entre las principales figuras de la cultura universal. Pero no es únicamente por eso que nos proponemos hablar sobre él y sobre la corriente que tomó su nombre. Sus seguidores no se limitaron a continuarlo en Europa y Norte América; desde Rusia hasta los confines asiáticos, desde África a América Latina, en todo el mundo se multiplicaron los que recuperaron sus propuestas teóricas y prácticas enriqueciéndolas con nuevos aportes.

Ciertos críticos argumentan que Marx y Engels no dieron importancia a la cultura en su teoría, pero basta repasar lo que ambos amigos desarrollaron ya desde sus más tempranos trabajos para refutar dicha descalificación. No es posible aislar y separar la organización de los seres humanos para la producción, por un lado, y, por otro, las reglas de conducta, las costumbres y los hábitos permanentes de comportamiento que se derivan de esa base productiva. Teniendo esto en cuenta podemos leer un fragmento del segundo párrafo del Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política


En la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. (Marx, 2001).

Sobre Base y Superestructura

En un artículo de Raymond Williams titulado Teoría cultural se toma este pasaje para hacer algunos cuestionamientos que mencionaremos brevemente y que intentaremos refutar. La primera observación del intelectual británico apunta contra la proposición de una base determinante y una superestructura determinada: “la proposición de base y superestructura, con su elemento figurativo y con su sugerencia de una relación espacial fija y definida (…) se ha sostenido a menudo como la clave del análisis cultural marxista”. (Williams,1980:1). Luego de manifestar su insatisfacción Recuerda que en El 18 brumario de Luis Bonaparte (1851-1852) ya aparece el término Superestructura.

Allí dice que sobre las numerosas formas de propiedad y de las condiciones sociales de existencia “«se erige toda una superestructura de sentimientos (empfindungen), ilusiones, hábitos de pensamiento y concepciones de vida variados y peculiarmente conformados». A diferencia del Prólogo, donde la superestructura engloba al conjunto de la sociedad, en este caso se circunscribe a la clase. “Evidentemente, éste es un uso muy diferente. La «superestructura» es aquí toda la «ideología» de la clase”. De allí deduce la emergencia de tres sentidos o significados de la «superestructura»:

a) Las formas legales y políticas que expresan verdaderas relaciones de producción existentes; b) las formas de conciencia que expresan una particular concepción clasista del mundo; c) un proceso en el cual, respecto de toda una serie de actividades, los hombres tomen conciencia de un conflicto económico fundamental y lo combatan. Estos tres sentidos respectivamente, dirigirían nuestra atención hacia a) las instituciones; b) las formas de conciencia; c) las prácticas políticas y culturales. (Williams,1980:2).

Con este recorte la cultura reduce su alcance incluso por debajo de la definición de Tylor citada más arriba; podría argumentarse que Williams saca sus conclusiones a partir del texto de Marx, pero aún cuando fuera así, la práctica política y cultural dejaría de lado a las instituciones y las formas de conciencia. Más adelante corregirá esa descripción, dirá que las tres áreas están relacionadas.

Hay otra interpretación que resulta más conflictiva, porque supone que en el período de transición que va desde Marx hasta el marxismo (así lo define) se habría producido una cierta separación temporal de los conceptos. En lugar de tratarse de aspectos simultáneos de un fenómeno único, se les habría asignado un ordenamiento: primero la producción material, luego la conciencia, luego la política y la cultura (Williams,1980:3).

La metáfora y su exégesis

La metáfora de la base y la superestructura ya está preanunciada de algún modo en los escritos más tempranos de Marx y Engels, y, particularmente, en La Ideología Alemana. Recordemos que allí se comienza hablando de las premisas de toda historia humana, la primera de las cuales es la existencia de seres humanos vivientes;

la primera premisa de toda existencia humana (…) es que los hombres se hallen (…) en condiciones de poder vivir. Ahora bien, para vivir hacen falta ante todo comida, bebida, vivienda, ropa y algunas cosas más. El primer hecho histórico es, por consiguiente, la producción de los medios indispensables para la satisfacción de estas necesidades, es decir la producción de la vida material misma (Marx y Engels, 1972:T. I, 26).

Tenemos entonces que la producción de los medios de vida es la primera premisa; para cumplir con ese objetivo los hombres contraen relaciones de producción y, como consecuencia de ello, también contraen entre sí determinadas relaciones sociales y políticas. A continuación nuestros autores reclamarán que en cada caso histórico se ponga de relieve “la relación existente entre la estructura social y política y la producción.” (Marx y Engels, 1972:T. I, 20).

En ese reclamo queda claro que en la base está la producción, no la llaman base sino primera premisa, y sobre ella se encuentra la estructura social y política, lo que en el Prólogo Marx definirá como superestructura. Por eso decíamos al comenzar este apartado que la figura de base y superestructura ya estaba preanunciada en la temprana producción marxista.

Lo concreto es que estamos en presencia de una metáfora, no de una realidad, y es posible que a veces imágenes muy potentes terminen por confundir. Esto parece haber querido decir Raymond Williams cuando sostenía que las palabras utilizadas (Base y Superestructura) “fueron proyectadas, en primer término, como si fueran conceptos precisos; y en segundo término, como si fueran términos descriptivos de «áreas» observables de la vida social.” (Williams,1980:3).

No hay por qué dudar de su apreciación, es posible que algún intérprete o divulgador del marxismo haya incurrido en esos equívocos, pero no parece sensato recriminar a Marx por errores ajenos. Toda metáfora asocia imágenes o conceptos distintos, en este caso buscando establecer vínculos entre ellos para facilitar la comprensión. Es cierto que las palabras usadas presentan “solidez física” (eso cuestiona Williams) pero no parece que eso reste flexibilidad a los fenómenos sociales.

Si fuera por la “rigidez” de las palabras también se podría objetar otra pareja dialéctica usada en el marxismo, la de Contenido y Forma; alguien podría decir que ambas expresiones evocan estructuras que no permiten movimientos ni cambios.

Ser social y conciencia social

En el pasaje del Prólogo que hemos citado anteriormente se dice que la estructura económica de la sociedad es la base sobre la que “se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social.” No es posible hablar de cultura sin tener en cuenta este postulado, por eso es necesario hacer algunas precisiones conceptuales para poder seguir adelante.

Las ideas no existen en el vacío histórico y social, no hay pensamiento sin la existencia de un ser pensante, el pensamiento es una función del cerebro humano. Esta parece una verdad muy evidente, pero el gran problema de la filosofía, el que fuera definido como el problema fundamental, el la relación entre el pensar y el ser. Con la existencia del individuo pensante nace la posibilidad del pensamiento, de las ideas, de la conciencia. Volvamos por un momento al texto de Agoglia que citamos al comienzo de este trabajo, veremos que la paideia era considerada la asimilación de ideas, principios y conceptos que existían en algún lugar desde antes de la existencia humana. Poner en duda este postulado era un acto impiadoso que podía costar la vida.

Por analogía entre el ser y la conciencia se pasó al ser social y a la conciencia social; la sociedad como conjunto reúne ideas y conceptos que forman ese nivel más elevado de la conciencia. Se trata de un fenómeno complejo que no es ni suma ni síntesis de todas las ideas existentes, en la formación de la conciencia social hay ideas que tienen preeminencia sobre otras, ideas que se vuelven dominantes. Pero antes de referirnos a este tema hagamos una precisión más.

Decíamos un par de párrafos más arriba que las ideas no existen en el vacío histórico y social; sin individuos pensantes no existían ideas ni conciencia, pero una vez que apareció el ser humano (en realidad los seres humanos) no sólo se hicieron presente sus ideas sino que estas entraron en diálogo con las de otros seres humanos. Diálogo no quiere decir coincidencia, también puede ser confrontación, unidad y lucha de contrarios. Ahora las ideas de cada individuo dejan de ser exclusivamente sus ideas, éstas son posibles por la existencia del individuo pensante, pero también por el intercambio con otras ideas, por la existencia de la conciencia social.

Marx y Engels elaboraron su teoría teniendo en cuenta la sociedad capitalista, una sociedad dividida en clases antagónicas que, sin embargo, presentaba un conjunto de ideas que eran aceptadas tanto por la clase dominante como por la clase dominada.

La clase que ejerce el poder material en la sociedad es, al mismo tiempo, la que extiende por toda ella su poder espiritual. Esto se explica porque quien dispone de los medios de producción y distribución, dispone del poder económico para encumbrarse en la dirección de la sociedad, y, consecuentemente, para la producción de las ideas que la representan y que serán asimiladas como propias por las demás clases sociales.

Así, las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales que imperan. Quienes ejercen el dominio de la sociedad tienen cabal conciencia de ese dominio, lo naturalizan para sí y para los demás, lo justifican ética, política e históricamente, y extienden esa convicción al resto de la sociedad.


La propuesta filosófica del marxismo comenzó con una clara oposición al idealismo, los problemas que abordamos anteriormente tenían que ver con el posicionamiento materialista, pero de esas premisas originarias podían derivarse (y de hecho se derivaron) múltiples aplicaciones a otros terrenos del conocimiento y la práctica humana. Si las propuestas de Marx y Engels sólo hubiesen tenido influencia en el terreno de la llamada ciencia pura, del arte o la literatura, no habrían despertado ni la adhesión ni el rechazo que tuvieron desde entonces hasta nuestros días. Pero el importante papel transformador del materialismo histórico lo volvió una herramienta imprescindible en la lucha política. Es en ese terreno donde más se lo ha reivindicado y combatido. Muchas de las transformaciones que se produjeron durante el siglo XX se hicieron teniendo como referencia al marxismo; las grandes revoluciones políticas que cambiaron para siempre la faz de la tierra, aunque en algunos casos hayan sufrido reveses y retrocesos, ya mostraron un horizonte que servirá de guía a toda la humanidad.

(Concluirá)

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