AVANZADA en el comienzo (XI)
El
financiamiento de la agrupación
En alguna parte leí (o creo haber leído) que en los albores de las
organizaciones obreras se pasaba la gorra entre los asistentes a las reuniones
para recaudar los fondos necesarios. Con esos recursos se garantizaba la
continuidad del sindicato, la solidaridad con los trabajadores, el
sostenimiento de las luchas obreras. El compromiso con los compañeros se
refirmaba con ese aporte solidario, un aporte que siempre era un recorte al
disfrute personal, en muchos casos una privación. Podía tratarse de
organizaciones muy embrionarias, de agrupamientos surgidos al calor de una
lucha, de proyectos que buscaran consolidarse para perdurar. Pero también los
sindicatos tuvieron, durante un largo período, que depender del aporte directo
de los trabajadores, del cobro de la cuota sindical por parte del delegado, de
una recaudación casi artesanal entre los afiliados.
Pasó mucho tiempo antes de que llegara la cuota sindical descontada por
boleta de sueldo, antes de que el compromiso económico con el sindicato se
convirtiera en un trámite administrativo, antes de que buena parte de la
adhesión del afiliado con su organización perdiera su carácter consciente. Pero
no hay que ponerse nostálgicos ni imaginar que aquel pasado heroico fue mucho
mejor que el que vino después, se trata de períodos distintos y ver sólo un
lado de la cuestión es mirar la historia con anteojeras. Cada etapa tiene sus
particularidades, y es inimaginable un sindicato de masas organizado como si
fuera un agrupamiento de unos pocos cientos de trabajadores. El tema es
interesante, a nosotros nos tocó vivir en un tiempo en que la cuota sindical
descontada por boleta ya estaba institucionalizada, pero hubo algunos momentos
en que nuestro sindicato fue privado de la personería gremial o estuvo
intervenido, en que los fondos fueron congelados, cuando hubo que recrear
viejos métodos de cobro de aportes para poder seguir funcionando. Tal vez en
alguna oportunidad pueda hablar de eso, pero no es lo que tenía previsto para
hoy.
Ricardo era despiadado a la hora de recaudar fondos para la agrupación.
Siempre se le ocurría alguna forma de reclamar el aporte de los concurrentes a
las reuniones, y todavía me asombra que no haya espantado a los compañeros con tantos mangazos. Si
algún ingenuo preguntaba cuánto había costado imprimir un volante, o si se
gastaba mucho en la propaganda, el curioso terminaría lamentando haber abierto
la boca. Con el interrogante le daba la oportunidad para que apareciera con un talonario
de bonos y diera un zarpazo a los bolsillos de los asistentes. Después de tan
públicas y reiteradas solicitudes a nadie podía quedarle ninguna duda sobre
cuál era nuestra fuente de financiamiento.
Cuando nos metimos de lleno en la campaña electoral el volumen de
gastos aumentó muchísimo, pero también crecieron los aportes de los compañeros.
Se organizó una rifa de mil números con un par de premios en dinero. Se
hicieron tres series, y nos impusimos la tarea de vender esos tres mil números.
Era una gran exigencia organizativa, pero teníamos la suficiente inserción en
el gremio como para llevar adelante el proyecto. Se indujo una suerte de
competencia entre las distintas zonas para ver cuál vendía más rifas, la
presión no siempre era muy deportiva, había algunas chicanas, pero nada que no
fuera dentro de límites razonables.
Para Ricardo no sólo era importante el aspecto económico, su argumento
político era que los trabajadores debían sostener su organización, que esto
tenía que verse en todas las oficinas y que nosotros, además de traer el
dinero, teníamos que explicar cuál era la finalidad de esa recaudación. Pero
iba más lejos todavía. Como el sorteo iba a tener lugar unos días antes de los
comicios, el pago a los ganadores se haría en el local de la agrupación para
que todos supieran (hacia adentro y hacia fuera) que la Lista Rosa no engañaba
a nadie, que no se quedaba con el dinero de los compañeros y que ningún
dirigente se robaba los fondos.
Contado así puede parecer que era un fundamentalista ideológico. Es
cierto que nos reclamaba la venta de los bonos entre los telefónicos, pero a la
hora de la verdad era lo suficientemente práctico como para no poner cara de
asco si el comprador había sido un familiar o un amigo de fuera del gremio.
Finalmente cconseguimos vender los tres mil bonos, hasta donde yo recuerdo no
faltó ni un peso de las ventas, se pagaron los seis premios y, además, hicimos
un comunicado a todo el gremio informando sobre el monto de la recaudación y la
identidad de los ganadores.
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