viernes, 29 de septiembre de 2017

1957, la huelga grande de los Telefónicos (VIII)

El golpe de estado (IV)

Bien temprano, en la mañana del viernes 16 de septiembre, un mensaje oficial transmitido por cadena nacional dio cuenta sobre los primeros movimientos insurgentes. A lo largo del día siguieron otros comunicados que pretendían minimizar la importancia del alzamiento, en ellos se decía que los efectivos sublevados en Curuzú-Cuatiá "habían sido dominados, al igual que los insurrectos de la Escuela Naval Militar de Río Santiago". La versión de las radios uruguayas, que actuaban como voceras de los golpistas, era muy diferente. El sábado 17, las emisoras navales informaron que el contralmirante Isaac Francisco Rojas había comunicado a los gobiernos extranjeros que todos los puertos argentinos se encontraban bloqueados. El domingo 18, al mediodía, se intimó a Perón para que se rindiera, y la Marina amenazó con bombardear los depósitos de combustibles de La Plata y Dock Sud.
Cuando al año siguiente Perón rememoró esos hechos en su libro La fuerza es el derecho de las bestias, detalló que el 16 de septiembre, “a primera hora, se tuvo conocimiento de que en el interior se habían producido algunos levantamientos". Se refería a las escuelas de Artillería y Militar de Aviación, en la provincia de Córdoba, y Naval de Río Santiago. Unidades de esta última habían pretendido abandonar la base y atacar la ciudad de La Plata, entonces llamada Eva Perón, pero fueron contenidas por la policía provincial de Buenos Aires. En cuanto al alzamiento de la Escuela de blindados en Curuzú Cuatiá, fue rápidamente sofocado. Tanto el ministro de Ejército, general Franklin Lucero, como el comandante en Jefe del arma, general José Domingo Molina, compartían la opinión de que la sublevación sería rápidamente aplastada, ya que en los focos de lucha, las fuerzas leales combatían en condiciones ventajosas. El optimismo se mantenía al día siguiente, pues los nuevos movimientos no alcanzaban a desequilibrar la relación de fuerzas.
El triunfo leal era considerado una cuestión de tiempo, porque la superioridad de fuerzas no dejaba margen para las dudas. La subversión parecía estar controlada o a punto de serlo en Río Santiago, Bahía Blanca y Mar del Plata. Fue entonces cuando se recibió la intimación de la Marina, amenazando con bombardear Buenos Aires y la destilería de La Plata. "Lo primero era de una monstruosidad sin precedentes, y lo segundo, la destrucción de diez años de trabajo y la pérdida de cuatrocientos millones de dólares". En realidad Perón se equivocaba, porque la amenaza de bombardeo sobre Buenos Aires tenía un precedente muy cercano: apenas si habían pasado tres meses desde el 16 de junio.
El lunes 19 de septiembre, a las 12.45, el ministro de Ejército, general Franklin Lucero, leyó una carta en la que se pedía parlamentar para negociar un acuerdo. En esa carta Perón habría empleado el término renunciamiento y no, renuncia. De todos modos ya no estaban dadas las condiciones para ningún tipo de sutileza semántica; por eso la Junta de Generales Superiores del Ejército decidió considerarla como una renuncia formal y negociar con los golpistas. La Junta Militar llegó al acuerdo de que Lonardi se hiciera cargo del gobierno el día 21. Provisionalmente la ciudad de Córdoba fue declarada capital de la República, y al mismo tiempo se produjo la disolución del Congreso Nacional. Finalmente, el viernes 23, el general Eduardo Lonardi viajó a Buenos Aires para jurar como presidente.
La coalición golpista era heterogénea e inestable. Los dos sectores más importantes –los llamados nacionalistas católicos, por un lado, y los liberales, por el otro- tenían, a su vez, sectores y corrientes internas. El abanico de entusiastas adherentes al movimiento “revolucionario” incluía desde conservadores a socialistas, pasando por radicales y antiguos participantes de la etapa inicial del peronismo. Un conglomerado como ese no podía durar, no estaba pensado para durar, sólo fue una coalición con fines golpistas, pero superado el período inicial, los verdaderos beneficiarios del cuartelazo pusieron manos a la obra para terminar de adueñarse del poder.
El 23 de septiembre, el general Eduardo Lonardi asumió como presidente provisional. Su hija, Marta, recordaría en el libro Mi padre y la revolución del ’55, que en su discurso de asunción pronunció palabras conciliadoras tales como: “sepan los hermanos trabajadores que comprometemos nuestro honor de soldados en la solemne promesa de que jamás consentiremos que sus derechos sean Cercenados”, como asimismo que “la revolución no se hace en provecho de partidos, clases o tendencias, sino para restablecer el imperio del derecho”. Di Pietro, dirigente de la CGT, ilusionado por esas palabras, recomendó paciencia a los trabajadores. Pero, a pesar de los amistosos gestos presidenciales, el sector duro de los golpistas tenía muy claro que la llamada Revolución libertadora tenía vencedores y vencidos.
Tras la caída del gobierno siguieron días de confusión e incertidumbre. Mientras el viejo régimen se terminaba de desmoronar y el nuevo buscaba consolidarse en el poder, mientras timoratos y oportunistas trataban de abandonar el barco y reconvertirse a la nueva situación, los nuevos aventureros y arribistas se ponían una escarapela, agitaban una banderita y salían a ver que podían pescar en ese río revuelto. Mientras todo esto sucedía, los leales, los incondicionales, los profundamente identificados con el peronismo, veían con dolor como era derrocado su gobierno. Pero también estaban los que habían sido perseguidos y represaliados en los años anteriores, los que tenían una cuenta para cobrar, los que reclamaban justicia o simplemente revancha.

jueves, 28 de septiembre de 2017

José Baddouh, hace diez años

José trabajaba en el edificio Golf, en una sección de Ingeniería que se dedicaba al diseño de los equipos de energía que se usaban en algunos sectores de la Empresa. A mediados de los ’60, cuando lo conocí, era delegado y se había integrado al Movimiento Gremial Telefónico que estaba organizándose bajo la conducción de Ricardo Campari. Yo me incorporé tiempo después, pero como ambos estábamos en zonas y especialidades laborales diferentes recién empezamos a tener mayor contacto cuando nos aproximamos a las elecciones del Sindicato en abril de 1965. Fueron tiempos de trabajo entusiasta, nos presentábamos por primera vez con la Lista Rosa, se consiguió nuclear a un gran número de compañeros y obtuvimos 1500 votos transformándonos en la tercera fuerza del gremio.
A partir de entonces asumimos un compromiso militante que fue afianzándose cada vez más. Al año siguiente a aquellas elecciones se produjo el golpe de estado que derrocó al presidente Illia, en su lugar asumió el general Onganía, la dictadura comenzó de inmediato con los atropellos y las persecuciones. Se intervinieron algunos sindicatos, se avasalló la autonomía universitaria, la Noche de los bastones largos quedó como un símbolo del oscurantismo dictatorial. Otros hechos luctuosos fueron sumándose, Santiago Pampillón fue muerto en Córdoba (coincidencias de la historia, también entonces un Santiago fue la primera víctima de la violencia autoritaria), el desmantelamiento de los ingenios azucareros de Tucumán fue preludio del asesinato de Hilda Guerrero de Molina. La espiral de violencia estatal creció en forma vertiginosa, la resistencia empezó a manifestarse a todo lo largo y lo ancho del país. Ricardo Campari que había sido nuestro dirigente en telefónicos se volcó a la construcción política, fue entonces cuando José lo sucedió en la secretaría general de la agrupación.
Por su práctica amplia, pluralista y unitaria AVANZADA se ubicó como punto de cruce entre las agrupaciones combativas de aquellos años. La CGT de los Argentinos, dirigida por Raimundo Ongaro, y el Movimiento Sindical Combativo, encabezado por Agustín Tosco, contaron con la participación entusiasta de José Baddouh. Las definiciones clasistas de la agrupación no fueron levantadas jamás como una bandera sectaria, eso permitió la militancia junto a compañeros peronistas, marxistas y cristianos. No siempre fue fácil la tarea conjunta, pero se privilegiaron las coincidencias para enfrentar al enemigo común.
Fue una década de intensa militancia, José fue objeto de amenazas en tiempos de la Triple A, pero ni los riesgos ni la cesantía lo hicieron renunciar a su compromiso con los trabajadores. Al llegar la dictadura de 1976 debió pasar a la clandestinidad, después no le quedó otra alternativa que el exilio. Desde el exterior continuó con tareas de denuncia y solidaridad, de compromiso con otros luchadores latinoamericanos. Pasó por Nicaragua cuando el Frente Sandinista libraba la lucha final contra la dictadura somocista. A mediados de 1983 regresó al país para sumarse al Frente Gremial dirigido por Julio Guillán, al año siguiente fue recuperado el sindicato de manos de la dictadura.
Luego siguieron las elecciones normalizadoras, José participó de ese frente pluralista y ocupó un lugar en la nueva dirección del sindicato. Se le asignó una tarea difícil: conseguir la reincorporación de todos los que habían sido perseguidos por la dictadura. El éxito alcanzado no fue mérito suyo únicamente, pero él puso todas sus fuerzas y su inteligencia para que ninguno quedara afuera. Aquella fue una demostración práctica de democracia y pluralismo, no se excluyó a ningún compañero.
Otra tarea lo absorbió durante meses; en el período en que el sindicato estuvo intervenido por la dictadura, el local sindical había sido hipotecado. Como consecuencia se acumuló una deuda imposible de pagar. Algo similar ocurrió con otras organizaciones hermanas y con la propia CGT. Lo ideal habría sido realizar un reclamo conjunto para que el estado se hiciera cargo de ese pasivo, pero las disensiones intersindicales llevaron a que cada organización realizara el reclamo por su cuenta. Lo recuerdo haciendo gestiones ante distintos funcionarios y en el Congreso, la dirección cegetista se desentendió del problema y Sindicato quedó librado a sus propias fuerzas. En esa lucha de David contra Goliat fue Goliat quien venció.
José no pudo torcer el rumbo de decisiones que se tomaban en otros niveles, mientras tuvo fuerzas bregó por la unidad de los trabajadores. Siempre fue leal a los compromisos asumidos aunque no estuviera de acuerdo con todo lo que se hacía. En los últimos años se encontraba alejado de la conducción del gremio, pero siguió participando hasta el final.
Aquel viernes 28 de septiembre de 2007 Laura me llamó llorando y me dijo: “mi papá se murió”. Esperábamos el desenlace desde tiempo atrás pero eso no lo hizo menos doloroso. Yo había estado a visitarlo en el Instituto Roffo el día anterior, lo encontré profundamente dormido con la ayuda de sedantes y analgésicos. Rosita fue a despertarlo, pero la detuve diciéndole que era mejor dejarlo descansar.

Javier Nieva

miércoles, 27 de septiembre de 2017

1957, la huelga grande de los Telefónicos (VII)

El golpe de estado (III)

Después del bombardeo contra la población indefensa, los aviadores, junto a infantes de marina y comando civiles que habían participado en la ocupación de las bases de Ezeiza y Morón, se fugaron al Uruguay. Allí encontraron asilo hasta después del triunfo golpista. Al evocar aquellos sucesos, medio siglo después, Clarín señalará: “Después del 16 de junio, Perón disolvió los Comandos Generales de Infantería de Marina y de Aviación Naval. El almirante Samuel Toranzo Calderón, jefe del levantamiento, fue condenado a prisión perpetua y degradación. La base de Punta Indio, de donde partieron los primeros aviones que bombardearon la Casa de Gobierno, fue desmantelada y sus pilotos presos, salvo algunos que lograron exiliarse. Los aviones de la aeronáutica militar fueron desarmados”.
Contrariamente a lo que podría esperarse, no hubo grandes represalias ni persecuciones. En el afán de aquietar las aguas el gobierno ni siquiera ordenó una investigación pormenorizada sobre el número de muertos por los sediciosos. Se suponía que debían ser centenares, pero tanto el número de víctimas como sus identidades permanecieron ignorados durante medio siglo. No se sabe de maltratos a los golpistas que fueron detenidos, ni uno solo de ellos fue condenado a muerte, sólo el vicealmirante Benjamín Gargiulo optó por suicidarse tras el fracaso golpista.
Roberto Bardini dice que “luego del bombardeo a la Plaza de Mayo, Perón no sólo no toma revancha contrariando el sentimiento de sus propios seguidores, sino que busca la pacificación interna. En julio, levanta el estado de sitio, deja en libertad a varios detenidos políticos y elimina algunas restricciones políticas. El 31 permite utilizar la radio, el principal medio de comunicación de la época, a dirigentes opositores.”
Los gestos conciliadores se continuaron con cambios de funcionarios que eran muy cuestionados por la oposición. Dimitieron los ministros del interior, Ángel Borlenghi (lo reemplazó Oscar Albrieu); de Educación, A. Méndez San Martín (lo reemplazó Francisco Anglada); de Trasportes, Juan Maggi (lo reemplazó Alberto J. Iturbe) y el secretario de Prensa, Raúl Apold (lo reemplazó León Bouché). También renunció el secretario de la CGT, Vuletich; interinamente, lo sucedió Héctor Hugo Di Pietro. Después de estos cambios, el 5 de julio, Perón dirigió un mensaje amistoso a sus opositores, y posteriormente se autorizó a hablar por radio Belgrano y su cadena de emisoras al titular del Comité Nacional de la UCR, Arturo Frondizi. Más tarde también hablaron por radio el jefe del partido Conservador, Vicente Solano Lima, y el presidente de la democracia progresista, Luciano Molinas. El único dirigente opositor que inicialmente fue autorizado a usar la radio y a quien se le impidió dirigir su mensaje, fue el socialista Alfredo Palacios.
A mediados de agosto el gobierno denunció la existencia de un complot para asesinar a Perón. La versión era totalmente creíble, de hecho ya se había intentado el asesinato con los bombardeos del 16 de junio, y hasta las proclamas golpistas difundidas aquel día por Radio Mitre celebraban “la muerte del tirano”. Por eso, después de la información gubernamental, el peronismo dio por terminada la tregua política, y el 19 de agosto Alejandro Leloir, presidente del Partido Peronista, anunció que se procedería enérgicamente contra la oposición. Los movimientos del gobierno ya no eran pendulares, como gustan llamar los entendidos, sino francamente zigzagueantes. Se pasaba de los gestos y demostraciones pacificadores, a otros altisonantes y amenazadores como los de Leloir.
En la mañana del miércoles 31 de agosto fue cuando Perón planteó su renuncia en un discurso trasmitido por cadena nacional. Los trabajadores, a través de una multitudinaria movilización convocada por la conducción cegetista, le reclamaron que continúe al frente del gobierno. Eran aproximadamente las 18.30 cuando el presidente salió al balcón para dirigirse a los congregados en la Plaza. Fue un discurso duro, áspero, confrontativo. El famoso discurso del Cinco por uno, aquel en el que dijo “por cada uno de los nuestros que caiga, caerán cinco de ellos”. El periodismo y la historiografía golpista se encargaron de destacar los pasajes más violentos de aquel mensaje. Todos obviaron referirse a la masacre perpetrada dos meses antes por los destinatarios de las amenazas presidenciales. Uno de los pasajes que más críticas mereció fue aquel en que Perón reitera que “a la violencia le hemos de contestar con una violencia mayor.” Y luego agregó: “Con nuestra tolerancia exagerada nos hemos ganado el derecho de reprimirlos violentamente. Y desde ya, estableceremos como una conducta permanente para nuestro movimiento: aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden en contra de las autoridades constituidas, o en contra de la ley o de la Constitución puede ser muerto por cualquier argentino.”
Ciertos intelectuales gustan de jugar con los términos, hablan del peso de las palabras, del valor de los mensajes, y hasta parece que las cosas que se dicen tuvieran más entidad que los propios hechos. Pero lo objetivo fue que no hubo ni un solo muerto como producto del discurso presidencial, mientras que ya eran varias las centenares de víctimas provocadas por los golpistas, y serían muchas más en las semanas siguientes. En todo caso si algo pudo serle reprochado al margen de lo desmedido del mensaje, fue que no cumpliera con su promesa de luchar hasta el final: “Hemos ofrecido la paz. No la han querido. Ahora, hemos de ofrecerles la lucha, y ellos saben que cuando nosotros nos decidimos a luchar, luchamos hasta el final.”
Ese discurso, así como la reimplantación del estado de sitio, parecían más una bravata que una muestra de firmeza. El gobierno había salido políticamente debilitado de la crisis, sus gestos conciliadores en lugar de aflojar la tensión habían envalentonado a los golpistas, y la propuesta cegetista para que los seis millones de trabajadores fueran parte de las milicias populares para la defensa del gobierno fue rechazada. Era evidente que se avecinaba un nuevo alzamiento, aunque quizás lo más correcto sería decir que ahora el Ejército pasaba a tener un papel más protagónico en la conspiración. Entre el 11 y el 13 de septiembre, el general Lonardi asumió la responsabilidad de encabezar una nueva rebelión contra Perón. El plan consistía en iniciar el movimiento a partir de la cero hora del 16 de septiembre en forma simultánea en Córdoba, Corrientes, Curuzú Cuatiá, Mercedes (provincia de Corrientes), Entre Ríos, Cuyo y Buenos Aires.

lunes, 25 de septiembre de 2017

1957, la huelga grande de los Telefónicos (VI)

El golpe de estado (II)

A las 10 de la mañana, el capitán Noriega partió con su avión desde Punta Indio. Llevaba dos bombas de demolición de cien kilos cada una. Para ese momento los efectivos a las órdenes del capitán Bassi ya habían tomado Ezeiza y esperaban la llegada de los infantes de marina que viajaban en cinco aviones de transporte. El cielo estaba encapotado, la visibilidad era tan escasa que desde el Ministerio de Marina no alcanzaba a verse la Casa de Gobierno distante tres cuadras. En esas condiciones el bombardeo se hacía casi imposible, por eso Noriega decidió mantenerse en el aire, en los alrededores de la ciudad uruguaya de Colonia. Confiaba en que el tiempo mejoraría. La autonomía de vuelo de su aeronave era de cuatro horas.
El jefe del Ejército, general Franklin Lucero, fue informado de los movimientos que se habían producido en Punta Indio y que Ezeiza había sido tomada. Previendo un ataque aéreo le propuso a Perón que se instalara en el Ministerio de Guerra, a corta distancia de la Casa Rosada.
Poco después de las 12.30 mejoró la visibilidad y Noriega descargó la primera bomba sobre la Casa de Gobierno. Tras él siguieron los otros aviones de la escuadrilla y se desató un infierno de fuego en la Plaza de Mayo y sus alrededores. 14 toneladas de explosivos fueron lanzados por los sediciosos sobre la zona céntrica de la ciudad, en tres oleadas de bombardeo en las que participaron una treintena de aviones. Sobre Paseo Colón un trolebús recibió un impacto directo: allí murieron 65 personas.
Los aviones que se encargaban de sembrar la muerte por el centro de la ciudad de Buenos Aires, llevaban pintado en su fuselaje un símbolo compuesto por una cruz y una V. La inscripción era traducida como “Cristo vence” y era interpretada como una adhesión con la jerarquía eclesiástica que se encontraba decididamente alineada con la conspiración golpista.
Ese mismo día se conocía la decisión de la autoridad vaticana excomulgando a Perón. La medida del Papa Pío XII había sido tomada en represalia por una resolución del gobierno argentino que, unos días antes, había expulsado del país a un par de sacerdotes comprometidos con los opositores al régimen. Un castigo tan duro contra un presidente de fe católica mostraba toda su desmesura, cuando se recordaba que ese mismo Papa se había negado a aplicar una sanción semejante contra Hitler o Mussolini.
Unos veinte minutos después de que cayera la primera bomba, y cuando los infantes de marina trataban de quebrar la resistencia de los granaderos que defendían la Casa Rosada, llegaron los primeros refuerzos leales desde el Regimiento de Palermo. También los trabajadores fueron convocados por la dirigencia cegetista: El secretario general Hugo Di Pietro usó la cadena radial para reclamar el apoyo obrero al gobierno peronista. En camiones y colectivos los trabajadores se acercaron hasta la zona de los combates, la mayoría no tenían armas pero tenían voluntad de pelear en defensa del gobierno. Muchos de ellos cayeron al ser ametrallados desde el aire o al quedar en medio del fuego cruzado entre leales e insurrectos. Toda la zona del Bajo era el escenario principal de las operaciones militares. Pero los ataques aéreos iban desde el congreso de la Nación, pasando por toda la Avenida de Mayo, el Departamento de Policía, el edificio de Obras Públicas y el local de la CGT. También el Palacio Unzué, la antigua residencia presidencial ubicada en la calle Agüero, fue blanco de las bombas sediciosas.
Entre los trabajadores que se acercaron hasta la zona de los enfrentamientos estaba un joven que tres años antes había ingresado en la mesa de pruebas de la oficina Devoto. Antes había trabajado en un pequeño taller textil, pero en 1951 se quedó sin empleo. Un vecino le sugirió que le escribiera una carta a Oscar Nicolini, el ministro de comunicaciones, luego le hizo llegar el pedido de trabajo: “y así fue como entré en Teléfonos del Estado cuando tenía 16 años”.
Según propia confesión, era un muchachito al que sólo le interesaba jugar al fútbol e ir a bailar; sus padres tenían simpatías por el peronismo, pero ni ellos ni los hijos tenían ninguna militancia. El 16 de junio se fue junto con un compañero hasta la CGT y vio como los aviones volaban sobre Independencia ametrallando a la gente; “no podía creer que fueran tan hijos de puta”. Sintió una enorme indignación, pensó que debía hacer algo para comprometerse con los trabajadores masacrados, por eso decidió afiliarse al sindicato.

“Estaba muy indignado, aunque nunca me había interesado, también me fui hasta el local de la Juventud Peronista que estaba por la calle Charcas. El partido a nivel nacional había sido intervenido, el interventor era Leloir; y en el distrito Capital el interventor era John William Cooke. Para intervenir la Juventud se había designado al doctor Framinián, que era un buen tipo. Allí conocí a Carlos Gallo, que venía trabajando con el “profesor González”, que era realmente profesor, pero de educación física”.
Diez años después, aquel muchacho llamado Héctor Mango, llegaría a ser Secretario General del sindicato Buenos Aires de FOETRA.

viernes, 22 de septiembre de 2017

1957, la huelga grande de los Telefónicos (V)

El golpe de estado

Como todo gobierno, el peronismo favoreció a unos y perjudicó a otros -no podía ser de otra manera-, por eso se ganó adhesiones incondicionales de muy amplios sectores sociales y el rencor o la indiferencia de sectores casi tan amplios como los primeros. Nadie que pase por la historia dejando una huella profunda en ella, puede aspirar a que todos estén de su lado. Pero entre adherentes y opositores había una marcada diferencia social. En los sectores populares y entre los trabajadores la adhesión al peronismo era incuestionablemente mayoritaria. Esto no quiere decir que no hubiera un importante número de enconados opositores de extracción obrera y popular. Eso sí, no fueron estos últimos los que estuvieron a la cabeza de la lucha contra el gobierno peronista y los que provocaron su derrumbe. Quienes condujeron aquel proceso fueron sectores esencialmente reaccionarios y antipopulares apenas contrabalanceados por fuerzas políticas más moderadas y democráticas. Así como el peronismo era en buena medida expresión de un conglomerado social, quienes lo combatieron también lo eran, pero las cargas estaban distribuidas de distinta manera.

El jueves 16 de junio de 1955, aviones de la Marina bombardearon la Casa de Gobierno, la Plaza de Mayo, la Avenida Paseo Colón y la Residencia presidencial. Otros aviones se encargaron de ametrallar la Avenida de Mayo desde el Congreso hasta la Plaza de Mayo, mientras un grupo compuesto por efectivos navales y comandos civiles tiroteaban la Casa Rosada desde el lado de Plaza Colón. El criminal ataque dejó un saldo de no menos de 350 muertos y más de un millar de heridos, casi 80 de ellos, quedarían inválidos de por vida.
La responsabilidad principal por el ataque golpista fue de la Marina, con una menor participación de la Fuerza Aérea, y una adhesión prácticamente simbólica por parte del Ejército. En un extenso artículo de la periodista María Seoane publicado en el diario Clarín al cumplirse 50 años del golpe, se dan las siguientes precisiones:

“La conspiración que terminará con los bombardeos en Plaza de Mayo comenzó a principios de 1955, pero recrudeció en abril de ese año. El capitán de Aeronáutica Julio César Cáceres en su testimonio (fojas 842) admitirá que el capitán de Fragata Francisco Manrique era el encargado de reclutar para la rebelión entre los marinos. Que se reunían en una quinta en Bella Vista, propiedad de un tal Laramuglia, no sólo Manrique, sino también Antonio Rivolta del Estado Mayor General Naval; el contraalmirante Samuel Toranzo Calderón, jefe del Estado Mayor de la Infantería de Marina y los jefes de la aviación naval en la base de Punta Indio, los capitanes de fragata Néstor Noriega y Jorge Bassi, así como el jefe del Batallón de Infantería de Marina B4 de Dársena Norte, capitán de navío Juan Carlos Argerich.”

El enlace civil entre Toranzo Calderón y los capitanes de la Base de Morón de la Fuerza Aérea y el comandante de Aviación Agustín de la Vega, fue el nacionalista católico Luis María de Pablo Pardo. Este personaje también se encargaba de la conexión con el general León Bengoa, del III Cuerpo de Ejército con asiento en Paraná. De Pablo Pardo era un fervoroso antiperonista que ya había participado del intento golpista del general Benjamín Menéndez en 1951. Después del bombardeo del 16 de junio escapó a Brasil, pero regresó para ser premiado por Lonardi con la designación como ministro del interior. De Pablo Pardo sólo duró un día en el cargo, porque al día siguiente de asumir en el ministerio, Lonardi fue obligado a renunciar como presidente.
Originalmente el plan de los golpistas era atacar la Casa Rosada el día miércoles 22, cuando Perón se encontrase reunido con los colaboradores con los que compartía las decisiones de gobierno. Sabían que esa reunión se realizaba miércoles por medio a las 10 de la mañana, por eso pensaban iniciar el bombardeo a esa hora, y terminar con esa parte de la operación en unos pocos minutos. Luego vendría el asalto por parte de comandos civiles que atacarían desde la entrada principal sobre la calle Balcarce a los defensores que hubiesen sobrevivido al bombardeo. Simultáneamente dos compañías de infantes de marina atacarían desde el lado de Plaza Colón. No sólo se contaría con el factor sorpresa y con un brutal bombardeo preliminar, también tendrían de su parte una abrumadora superioridad numérica y un armamento mucho más moderno que el de los granaderos que defendían la Casa de gobierno.
Para Marcelo Larraquy la idea del bombardeo había sido planteada por el capitán de fragata Jorge Bassi a otros compañeros de armas por lo menos dos años atrás. Al principio el proyecto pareció demasiado fantástico, pero fue ganando adeptos entre los conspiradores, se fueron puliendo los detalles y terminó por ser adoptado. Aprovechando un viaje a Europa de un buque escuela de los cadetes navales, los marinos habían adquirido fusiles semiautomáticos FN, de procedencia belga, fuera del programa de la compra oficial. La Armada los hizo ingresar de contrabando, y con ellos armó a los infantes que atacaron la Casa Rosada. Estaba previsto que el centro de operaciones fuera la base aeronaval de Punta Indio. De allí despegarían los aviones. En media hora o cuarenta minutos ya estarían sobrevolando Buenos Aires. El Aeropuerto de Ezeiza funcionaría como central de reabastecimiento para los aviones después del primer ataque. Desde hacía más de un año se estaba construyendo allí, en forma clandestina, un depósito para almacenar las bombas y el combustible. Los explosivos fueron trasladados desde la base aérea Comandante Espora, de Bahía Blanca, hacia Punta Indio y Ezeiza.
Una operación militar de esa magnitud, en la que iban a participar varios centenares de efectivos, y con una logística enormemente compleja, no podía pasar desapercibida. Los servicios de inteligencia funcionaron bien, y funcionaron tanto en una dirección como en la otra. Las fuerzas leales al gobierno detectaron los preparativos golpistas, tal vez no llegaron a tener una información completa, pero supieron que se estaba preparando algo importante. Los conspiradores, por su parte, también supieron que los otros sabían, tal vez no supieron cuánto sabían, pero ya no contaban totalmente con el factor sorpresa. Si esperaban hasta el miércoles 22 podía ser demasiado tarde, por eso decidieron adelantar la operación para el día 16.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

1957, la huelga grande de los Telefónicos (IV)

Los remotos antecedentes (IV)

Un testimonio de enorme valor lo encontramos en el discurso de Modesto Orozco en la Cámara de Diputados. Entonces era Secretario General de FOET, y había sido elegido diputado nacional en los comicios realizados el año anterior.

“... Se realizó una reunión del Comité Central Confederal y como por anticipado muchos de los participantes ya habían recibido órdenes de cómo y por quiénes tenían que votar, parte de los concurrentes optaron por abstenerse en la votación. Asimismo rehusaron aceptar candidatura alguna para los cargos que correspondía cubrir. El que no se abstuvo, porque incluso temiendo que pudieran faltarle votos se votó a si mismo, fue el actual Secretario General de la CGT, el ciudadano Aurelio Hernández, que a pesar de figurar como representante del gremio de enfermeros jamás ejerció tal profesión. (…) Con respecto a los restantes miembros “elegidos”, me resulta imposible abrir juicio en el momento actual, por ser la mayoría de ellos desconocidos en el campo de la lucha sindical. No obstante, yo me hago un deber en mencionar que a alguno de ellos se le ha sindicado como elemento perteneciente a tendencia nacionalista. Doy por exactas estas denuncias y digo en consecuencia que para los trabajadores organizados sindicalmente, no existe ninguna diferencia entre nuestros nacionalistas, los fascistas de Mussolini y los nacionalistas de Hitler”.

Luego de conseguido el alejamiento de Gay de la conducción de la CGT, se concentró el fuego sobre el gremio telefónico. Arreciaron los reclamos para que FOET procediera a la expulsión de Gay. Pero la dirección de Telefónicos procuró ganar tiempo reclamando a la nueva conducción cegetista el envío de todos los antecedentes sobre las imputaciones que pesaban sobre Gay y otorgándole a éste 3 meses de licencia. La campaña se intensificó y se comenzó a hablar de intervenir a FOET y FOTRA por parte de la CGT. El diario “La Época” fue uno de los periódicos que con mayor insistencia reclamaron esta medida; en un artículo publicado el 12 de marzo decía:

“En una de nuestras ediciones hemos recogido el clamor de los afiliados de la Federación de Obreros y Empleados Telefónicos contra las autoridades de la misma, que tuvieron la desfachatez de conceder licencia al traidor Gay después de haber sido expulsado de la CGT por su acción desleal a la revolución y a su Líder. (…) No puede tolerarse que al frente de los sindicatos que participan del gobierno de la revolución estén hombres maculados por la más leve sospecha de inconsecuencia y deslealtad”.

Luego de esta campaña preparatoria vino la decisión cegetista de intervenir FOET y FOTRA y se nombró como interventor al ferroviario Anselmo Malviccini. En el alegato de Orozco ante la Cámara de Diputados éste dijo:

“Ningún artículo de los estatutos de la CGT faculta al Secretariado ni al Comité Central, ni siquiera a los Congresos, a intervenir las filiales, en consecuencia esas autoridades se han extralimitado en sus funciones al haberse apartado de las disposiciones expresas de la carta orgánica. Entre los argumentos aducidos se ha mencionado el de que “numerosos” asociados la habrían solicitado. Eso es falso, porque la entidad cuenta con más de 5 mil asociados y, si efectivamente ha habido quienes solicitaron esta intervención, estos difícilmente puedan haber alcanzado 50, es decir ni siquiera el 1 %”.
“Otro de los argumentos fue el de que se la intervenía para promover la unidad; ello también es falso porque los telefónicos, y los que se desempeñan en tareas afines, hace ya años han materializado esa unidad por medio de la Federación Obrera de las Telecomunicaciones de la República Argentina, entidad de carácter nacional que agrupa en su seno a 20 organizaciones de telefónicos en el país”.

Los ataques contra Gay no cesaron porque se lo hubiera desplazado de la CGT ni por haber intervenido el gremio telefónico. La campaña perseguía su aislamiento total y definitivo y se procuró que los propios telefónicos renegaran de su dirigente histórico. El testimonio de Masitelli es bastante ilustrativo sobre estas maniobras.

“Después de la intervención, en el gremio había bastante malestar. Entonces, a través del Secretario Gremial de la Presidencia, comandante Pereira casado, nos citan para que vayamos a ver al matrimonio Perón. La reunión fue el día 5 de abril, en la residencia presidencial que en esa época estaba en Las Heras y Austria, donde ahora está la Biblioteca Nacional”.
“Fuimos 5 miembros de la Comisión Administrativa y por pura casualidad, cuando entramos al despacho donde nos recibieron, yo quedo parado al lado de Perón. Me saluda a mi primero y al darme la mano me dice: “Cuánto lamento la intervención al gremio telefónico; un gremio tan disciplinado, tan aguerrido. Justamente hace un par de días vino por aquí Aurelio Hernández y me informó que había intervenido al gremio telefónico”. Perón se olvidaba, que dos semanas atrás, le había mandado de regalo un retrato suyo, con una dedicatoria y su firma, a Anselmo Malviccini, interventor de FOTRA”.
“En realidad lo que ellos querían es que nosotros hiciéramos un comunicado contra Gay y Orozco como traidores al gremio y a la clase trabajadora”.

Toda esa persecución terminaría generando un profundo resentimiento que se manifestaría, años más tarde, tras la caída del peronismo.
Malviccini estuvo muy poco tiempo al frente de la intervención; Orozco, en el alegato citado anteriormente, lo calificaba como un indeseable aún para su propio gremio pues, una publicación de la época informaba que Malviccini había sido sancionado con anterioridad por los propios ferroviarios, y al momento de ser designado como interventor en FOETRA no ostentaba ninguna representación en su gremio sino que era un empleado de menor jerarquía en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Masitelli, por su parte, lo definió como un individuo torpe que no estaba de ningún modo capacitado para desempeñar la función que se le había encomendado y por eso fue sustituido por otro interventor más capaz y hábil políticamente. Su reemplazante fue otro ferroviario, Juan José Perasolo.
Lo esencial de esta parte del relato ya está dicho. Sólo resta agregar que la intervención se prolongó desde 1947 hasta 1951. En ese momento se produjo la normalización tras la aprobación de los nuevos estatutos, con el gremio reorganizado en seccionales integradas en la Federación que cambió su nombre por el de FOETRA.

lunes, 18 de septiembre de 2017

1957, la huelga grande de los Telefónicos (III)

Los remotos antecedentes (III)

La ofensiva gubernamental contra Gay tiene antecedentes en los enfrentamientos durante la campaña para las elecciones de 1946. El juego de equilibrio que realizaba Perón para aglutinar a todos los sectores que concurrían en su apoyo (y que los entendidos han bautizado como Política Pendular),no podía dejar de generar algunos resquemores, y los que más parecen haberse sentido ofendidos eran los laboristas. En el reparto de consideraciones y favores sentían que grupos minoritarios como los radicales renovadores y los nucleamientos conservadores recibían más de lo que aportaban. Si bien a los militantes de origen sindicalista se le reconocían la mitad de las postulaciones en juego, a la hora de implementar esos reconocimientos las fricciones parecen haber sido múltiples. Los laboristas no ahorraban munición gruesa a la hora de descalificar a sus “aliados” radicales, y aunque en muchas disputas internas jugaron al lado de los grupos conservadores, el mismo Gay perdió su nominación a candidato como senador por Capital a manos del contralmirante Albertto Tessaire.
La disputa por cuotas de poder estaba a la orden del día, nada diferente de lo que ha ocurrido en todo tiempo en cualquier fuerza política. El mismo Perón debía pelear por su propia porción, porque aunque todos le reconocían la primacía, también querían acumular poder para la siguiente etapa. La disolución de los partidos que lo habían llevado al triunfo recibía distintas lecturas desde los diferentes sectores del frente. Para los que apoyaban la medida tomada por Perón, esa decisión era imprescindible para homogeneizar todas las fuerzas en una sola dirección... y bajo una sola dirección. Los laboristas, que eran los principales perjudicados por la medida, sostuvieron que era un abuso de poder destinado a diluirlos. Uno de sus dirigentes más vehementes, Cipriano Reyes, se desbocó a la hora de criticar al líder del movimiento.
Gay no fue tan lejos como Reyes en las declaraciones públicas, pero según el testimonio de Pascual Mazzittelli (al que ya hemos hecho referencia en la nota anterior), en conversaciones privadas sostenía que el gobierno marchaba a convertirse en una dictadura. Su obligada renuncia a la conducción de la CGT a sólo dos meses de haber sido elegido para el cargo, no puede ser entendida sin tener en cuenta esos antecedentes. Se dice que luego de ser nombrado secretario general de la central obrera, Perón lo citó en la casa de gobierno para indicarle que un equipo gubernamental se encargaría de asesorarlo, tanto en las medidas que tomase como en sus declaraciones públicas. Gay habría rechazado esas imposiciones, y su negativa irritó profundamente al primer mandatario. La versión puede ser cierta o no, pero lo que resulta indudable es que iba a aprovecharse cualquier motivo para sacarlo del medio.
Mazzitelli me dijo que la excusa fue la reunión que Gay mantuvo con representantes de la central sindical norteamericana que se encontraban de visita oficial en el país. En la versión de este antiguo militante telefónico, el secretario general de la CGT estaba obligado a recibir a sus pares estadounidenses por una entendible cuestión de cortesía. La invitación a los yanquis había sido efectuada varios meses atrás por el embajador argentino en Estados Unidos, Oscar Ivanissevich, y por el antecesor de Gay al frente de la CGT, Silverio Pontieri. Para decirlo en términos de barrio, a Gay le tendieron una cama y después lo acostaron. Eso puede ser cierto, pero hay otros detalles que no pueden dejarse de lado.
El secretario general de la CGT era un experimentado dirigente obrero, alguien que había ganado sus galones tras veinte años de militancia sindical. No podía (y no debía) ignorar que cualquier paso en falso podía significar su estrepitosa caída. Sería una ingenuidad suponer que lo tomaron por sorpresa las declaraciones de los descomedidos visitantes cuando dijeron que venían a “investigar la situación argentina”. Sólo un novato o alguien falto de reflejos podía dejar pasar por alto semejante comentario ingerencista. El silencio ante esos dichos podía ser interpretado como un gesto de simpatía o complicidad, y ese fue el sentido que se le dio.
Perón reaccionó de inmediato, increpó a los sindicalistas norteamericanos sobre qué cosas tenían que investigar en el país, y luego reprochó a Gay y a los integrantes del Comité Central Confederal por su tolerancia frente a los agravios extranjeros. En esos días se hizo mucho hincapié en que uno de los integrantes de la delegación estadounidense era Serafino Romualdi, un estrecho colaborador del embajador Spruille Braden, aquel que había jugado un papel tan destacado apoyando a la coalición que se había opuesto a Perón en las elecciones de 1946. Romualdi era un tenebroso agente de los servicios de inteligencia norteamericanos, eso no se dijo entonces, tal vez porque no se lo sabía o porque no se lo quería decir. La CIA aún no había nacido formalmente (eso recién ocurriría en julio de ese año), pero su antecesora, la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS por sus siglas en inglés), ya venía operando desde septiembre de 1941, y uno de sus agentes era Serafino Romualdi.
En un acto público realizado para apoyar el lanzamiento del Plan Quinquenal de Gobierno, Perón dijo:

“Compañeros trabajadores, les recomiendo que vigilen atentamente porque se trabaja en la sombra y hay que cuidarse no sólo de la traición del bando enemigo sino también de la del propio bando. (...) En nuestro Movimiento no caben los hombres de conducta tortuosa. Maldito quien a nuestro lado simula ser compañero pero que en la hora de la decisión nos ha de clavar un puñal por la espalda.”

Después de eso se reunió con integrantes del Comité Central Confederal y acusó a Gay de querer entregar la CGT a los norteamericanos. Ante una acusación de semejante calibre a Gay no le quedó más alternativa que la renuncia. Dos días después se reunió el Comité Central Confederal y aceptó la dimisión, aunque hubo una propuesta para que fuera rechazada y que en lugar de eso se procediera a la expulsión del dirigente cegetista. El autor de esa moción, Aurelio Hernández, fue premiado poco después con la secretaría general de la central obrera.

sábado, 16 de septiembre de 2017

1957, la huelga grande de los Telefónicos (II)

Los remotos antecedentes (II)

Decíamos en la nota anterior que los laboristas acaudillados por Luis Gay se enfrentaban con otros sectores que, al igual que ellos, impulsaban la candidatura de Perón a la presidencia. Los compañeros-rivales eran la UCR Junta Renovadora, presidida por Hortensio Quijano, y los Centros Cívicos "Coronel Perón", que nucleaban a sectores de orientación conservadora, y que tenían como referente al contraalmirante Alberto Tessaire. Una Junta Nacional de Coordinación Política, bajo la dirección del abogado Juan Atilio Bramuglia, trataba de conciliar las aspiraciones electorales de los distintos sectores. Cada partido designaba sus candidatos, al laborismo se le reconocía la mitad de las postulaciones, y a renovadoes y cívicos la otra mitad. En las provincias donde el candidato a gobernador hubiese sido designado por los laboristas, la designación del vice correspondía a alguno de los otros partidos, y si el candidato a gobernador era renovador o cívico, su compañero de fórmula debía ser laborista. En los casos en que no se llegase a acuerdo se concurría con listas separadas bajo la común candidatura de Perón a la presidencia. Precisamente fue alrededor de la fórmula presidencial donde se produjo una de las mayores fricciones entre laboristas y renovadores, pues los primeros propusieron que el coronel Domingo Mercante acompañara a Perón como candidato a vicepresidente, mientras que los segundos levantaron la fórmula Perón-Quijano. Una semana después Mercante renunció a la postulación hecha por los laboristas, pero las disputas entre los compañeros de ruta siguieron siendo muy fuertes y se prolongaron más allá de las elecciones de febrero.
Cuando tres meses después de las elecciones, y a pocos días de tener que asumir la presidencia, Perón anunció la disolución de los partidos que lo habían llevado al triunfo, la reacción de los laboristas no se hizo esperar. La más exasperada y confictiva fue la del dirigente del gremio de la carne, Cipriano Reyes, pero aunque los demás dirigentes y militantes no fueron tan beligerantes, no fueron nada complacientes con la decisión del conductor del movimiento. Finalmente, la Cuarta Conferencia Nacional del Partido Laborista, resolvió acatar la medida, Gay y otros dirigentes presentaron sus renuncias a la conducción partidaria, y manifestaron la esperanza de que la nueva fuerza que se constituyese respetara la proporcionalidad de representación que se traía de los comicios. Las diferencias entre las partes se fueron acentuando, éstas se convirtieron en enfrentamientos, y cuando en noviembre de 1946 se eligió al Secretario General de la CGT, los laboristas impusieron a Gay derrotando al secretario general de Empleados de Comercio, Angel Borlenghi, que era el candidato impulsado por el gobierno.
Este trabajo no pretende historiar aquel rico proceso, sólo queremos proporcionar algunos datos, algunos comentarios y uno que otro testimonio como para poder entender mejor los hechos que ocurrieron algunos años después. Un testimonio interesante es el de Pascual Masitelli, quien a mediados de los ’40 ya tenía casi 10 años de militancia en el gremio telefónico.

“Perón asumió el 4 de junio de 1946, y unos días después Gay me invita a tomar un café. Fuimos hasta la confitería El Olmo y ahí me dice “Vamos camino de una dictadura”. Imagínese mi sorpresa; yo era un peronista fanático”. Masitelli hizo una pausa como para recordar mejor, y luego continuó diciéndome: “Antes de la subida de Perón se produjo una escisión en el gremio; allí estaban Motti, Fabiano, cabrera, Freire; una cantidad de gente que se abre del gremio y se llevan la máquina de escribir, papeles y otras cosas. Cuando asume Perón se presentan ellos, como “auténticos dirigentes sindicales”, a ofrecerle colaboración. Nosotros no nos queríamos presentar porque queríamos permanecer “apolíticos”; eso nos obligó a enfrentarnos con ellos y allí es cuando quedamos marcados”.

Masitelli me hizo este comentario cuando, a fines de 1986, yo comencé a reunir información sobre la huelga del ’57. Podría decir que era muy contradictorio el presunto posicionamiento “apolítico” por parte de quienes antes habían apoyado decididamente la candidatura de Perón, pero era la forma en que él lo expresó, y yo quiero ser fiel en la transcripción del testimonio. Incluso no ocultó el apoyo que Gay había dado desde el Partido Laborista, como tampoco ocultó su posterior desencanto y enfrentamiento con el gobierno. Al recordar esos hechos, diferenció la actitud de Pedro Valente, quien “nunca se quizo meter en política”.
Pedro Valente era ya por entonces uno de los veteranos del gremio telefónico. En 1929 ingresó en la Unión Telefónica y un año después ya era delegado del sector de Construcciones, donde trabajaba como empalmador de líneas. Él había iniciado su actividad sindical en la central Belgrano, pero los empalmadores no permanecían fijos en una zona, por eso estuvo en otras oficinas de Capital y Gran Buenos Aires, llegando a trabajar en la ciudad de La Plata donde lo encontró la huelga de 1932. Afines de 1946 Pedro Valente integraba la conducción de FOET. En esa época la Comisión Directiva se renovaba anualmente y la designación estaba a cargo de la Asamblea General de afiliados. Por el momento nos limitamos a esta simple mención de Pedro Valente, pero es importante tenerlo en cuenta porque volveremos a encontrarlo años más tarde al frente del sindicato.
La embestida contra Luis F. Gay se fue haciendo cada vez más intensa, y aquí volvemos al testimonio de Pascual Masitelli.

“Cuando Gay fue designado como Secretario General de la CGT le ganó en la votación al candidato de Evita. Para colmo, antes había sido nombrado presidente de la Caja de Ahorro y Evita le había mandado a pedir una donación de 100mil pesos para la Fundación. Él le contestó al emisario que le pidiera la plata a Miranda, que era el ministro de economía”.
“Cuando vi como venía la mano le pregunté a Gay si esa opinión de que íbamos camino de una dictadura se la había comentado a alguien más; y me dijo “A Freire”. Freire era el ministro de trabajo. Y entonces yo le dije: “¡Usted está listo!”.

En enero de 1947 Gay se vio obligado a renunciar a su cargo de Secretario General de la CGT. A esta renuncia siguió la de todos los demás miembros del Comité Central Confederal. Pocos días después se realizó una reunión de la conducción cegetista y fue designado Aurelio Hernández como nuevo Secretario General de la central obrera.

jueves, 14 de septiembre de 2017

1957, la huelga grande de los Telefónicos (I)

Los remotos antecedentes

La huelga que los trabajadores telefónicos llevaron adelante durante el año 1957 fue una de las medidas de fuerza más importante contra la política económica y social de la dictadura encabezada por el general Aramburu. El conflicto comenzó el 27 de agosto, reclamando aumento de sueldo y el levantamiento de sanciones a unos 400 trabajadores cesanteados, trasladados, retrogradados o suspendidos por razones políticas. La reclamación se inició con paros de una hora por turno en todas las dependencias telefónicas del país, y fue incrementándose en su extensión horaria a medida que pasaron los días. Con breves interrupciones para negociar y posteriores reinicios de las medidas, esta parte del enfrentamiento se extendió hasta el 17 de septiembre. Pero el endurecimiento de la posición gubernamental, las masivas detenciones de trabajadores telefónicos y la ilegalización de la organización sindical determinaron que se declarara la huelga a partir del día 18 de septiembre.
De los 72 días que duró aquel conflicto, 57 fueron de huelga. La medida tuvo alcance nacional, abarcó a todas las seccionales que conformaban la Federación de Obreros y Empleados Telefónicos, contó con la adhesión solidaria de las distintas organizaciones sindicales que constituían el movimiento obrero argentino, y consiguió que una delegación conjunta de los dos agrupamientos en que acababa de dividirse el Congreso de la CGT -Las 62 Organizaciones y los 32 Gremios Democráticos- entrevistara al general Aramburu reclamando una solución para los trabajadores telefónicos.
La historiografía del movimiento obrero ha sido avara con ese conflicto. A pesar de su incuestionable importancia las referencias al mismo son prácticamente inexistentes. Pero el silencio no viene sólo desde el campo de los estudiosos, sino que es complementario con la falta de interés de las distintas conducciones telefónicas para darle visibilidad. Esa actitud no tiene que ver con el resultado de aquella lucha, en todo tiempo las victorias sindicales han sido más bien escasas, y en el período que nos ocupa lo frecuente fueron las derrotas. Si el éxito fuese el parámetro para rescatar las experiencias de lucha, habría que borrar de la historia a la Semana Trágica, los levantamientos obreros de la Patagonia, la huelga del Frigorífico Lisandro de la Torre y hasta al mismo Cordobazo.
La huelga telefónica de 1957 fue condenada al ostracismo porque no había interesados en reivindicarla. Su conducción no había sido peronista, y la historiografía de los “resistentes” no tenía un lugar para ella. Aquella conducción de FOETRA tampoco era viceralmente antiperonista, por eso los “sindicalistas democráticos” no se molestaron en incorporarla al Panteón del movimiento obrero. Abrir una brecha en ese muro de silencio es el objetivo de este trabajo, y para poder llevarlo adelante habrá que mencionar hechos y personajes que precedieron a la propia huelga.

Los remotos antecedentes

En Telefónicos hubo un dirigente que marcó con su presencia un larguísimo período de la vida del gremio y del movimiento obrero en su conjunto: fue Luis F. Gay. Los testimonios que pudimos recoger de quienes trabajaron junto a el coinciden en señalarlo como un trabajador infatigable, un dirigente inteligente, un orador brillante. Gay acaudilló a los jóvenes militantes telefónicos que en el año 1928 se enfrentaron con los representantes empresarios en una asamblea de trabajadores convocada por la Unión Telefónica. Aquel acontecimiento fue el punto de partida para la formación de la Federación de Obreros y Empleados Telefónicos; y si esto ya era una verdadera hazaña, lo fue mucho más porque en aquel momento la Unión Telefónica era propiedad de la ITT, multinacional de origen norteamericano, que se jactaba de haber desbaratado cualquier intento de organización sindical en sus filiales del continente.
Después de aquella proeza los militantes de la FOET dedicaron enormes esfuerzos para que los telefónicos del interior del país pudieran organizarse sindicalmente. Y así surgieron los sindicatos de Bahía Blanca, La Plata, Santa Fe, Rosario y Córdoba. Gay y sus compañeros también colaboraron para la organización sindical de los telefónicos de Entre Ríos, San Juan, Mendoza, Tucumán, Salta, Santiago del Estero, Resistencia, Corrientes, Misiones, Jujuy, Catamarca y La Rioja. Todos ellos, junto con la Federación de Obreros y Empleados de Standard Electric Argentina, constituyeron la Federación Obrera de Telecomunicaciones. Este desarrollo organizativo, junto con el enorme prestigio alcanzado tras la exitosa huelga telefónica de 1932, hicieron que Gay y sus compañeros extendieran su influencia a todo el movimiento obrero.
Los telefónicos, que hasta entonces se habían mantenido autónomos, se incorporaron a la Confederación General del Trabajo en 1931, y Gay fue designado para integrar el Comité Sindical Nacional, organismo de dirección de la central sindical constituida un año antes. En 1935 la CGT se dividió en dos centrales, la CGT Independencia y la CGT Catamarca, ésta última de tendencia sindicalista revolucionaria, corriente en la que estaban enrolados los telefónicos. La tarea de reorganización que se impusieron llevó a la refundación de la Unión Sindical Argentina (ya había existido una central con esa denominación entre 1922 y 1930), y Gay formó parte del Comité Central de la nueva entidad, convirtiéndose, en 1939, en el principal referente de la USA. A partir de 1943 estuvo entre los varios dirigentes sindicales que se acercaron a la Secretaría de Trabajo para acompañar el proyecto político impulsado por el coronel Juan Domingo Perón. Al producirse la detención de éste en octubre de 1945, Gay participó activamente en la organización de la movilización popular que forzó su liberación el miércoles 17 de octubre.
Seis días después de ese acontecimiento, un centenar y medio de militantes de origen sindical designaron al Comité provisional del Partido Laborista. Entre sus integrantes estaba Luis F. Gay. Dos semanas más tarde los laboristas eligieron su comité directivo, aprobaron su carta orgánica y difundieron su plataforma, y una semana después instalaron la sede central en Cerrito al 300. Los hechos se sucedían en forma vertiginosa, porque las elecciones presidenciales y legislativas previstas inicialmente para el mes de abril, se habían adelantado para el 24 de febrero tras la detención y posterior liberación de Perón. Era una carrera contra el reloj, porque allí también se mezclaba una puja interna con otras fuerzas, que si bien apoyaban la candidatura de Perón a la presidencia, rivalizaban con los laboristas respecto a las demás candidaturas.

martes, 12 de septiembre de 2017

Romero

En este retorno quiero comenzar recordando a Juan Carlos Romero, un gran compañero fallecido el 22 de abril. Se ha escrito mucho sobre su enorme influencia en la producción artística, por eso pondré el acento en un aspecto menos conocido de su trayectoria, el de militante sindical.

Recordando a Juan Carlos Romero

En la década del ‘60 Juan Carlos vivía en Juan Bautista Alberdi al 200. En su pequeño taller nos encontramos muchas veces, en ese lugar tenía el mimeógrafo manual con el que imprimía los volantes y comunicados de AVANZADA. Casi podría decir que la mayor parte de lo que aprendí entonces sobre artes gráficas se lo debo a él. Mientras trabajábamos me contaba de su ingreso a Teléfonos del Estado a principios de los ’50, de su participación en la huelga de 1957, de su elección como delegado de Redes locales en la Dirección de Ingeniería. Nos conocimos a fines de 1964 cuando me incorporé al Movimiento Gremial Telefónico en que él venía trabajando desde meses atrás. Entonces tenía 33 años y ya había ganado un primer premio de grabado en el Salón Buenos Aires. Junto a Jorge Luna Ercilla y Alicia Orlandi habían realizado una exposición en la Galería Lirolay con el título Arte Duro; los tres alquilaban un departamento (de alguna manera hay que llamarlo) en la calle Alsina al 700 para usarlo como atelier, y facilitaron el lugar para que funcionara también AVANZADA hasta mediados de 1966.
Juan Carlos estaba a cargo de la “artística” de la agrupación. Diseñó el logo del boletín, un sello de distinción en la prensa sindical de la época. Junto con Guillermo Pérez Curtó –excelente fotógrafo- trabajaron en la producción de los boletines, volantes y afiches que usamos durante la campaña electoral de 1965. Imágenes de algunos de aquellos afiches todavía se pueden encontrar en Internet, en el libro “Romero, tipo-gráfico” está la serie completa.
Tenía la costumbre de armar carpetas con recortes periodísticos, alguna vez bromeamos comparándolo con Gregorio Selser, el gran periodista e historiador. No sé dónde conseguía almacenar tanta documentación, las carpetas sobre conflictos sindicales se sumaban a las numerosas revistas y afiches que coleccionaba. Él mismo contaba que cuando iba a marchas y movilizaciones recogía todos los volantes que encontraba y que, junto a afiches y carteles, pasaban a formar parte de su archivo.
En aquella elección de 1965 lo habíamos propuesto como candidato para integrar la dirección del Sindicato Buenos Aires de FOETRA, era la primera vez que participábamos y obtuvimos casi el 10 por ciento de los votos en una elección muy polarizada. No nos apegábamos a las candidaturas, eso explica que dos años después fuera el apoderado de la Lista en unos comicios que no pudieron realizarse porque la dictadura de Onganía había suspendido la personería gremial del sindicato.
Compartimos espacios de militancia sindical y política hasta principios de los ’70, después se alejó para ligarse al peronismo sindical. No hubo una ruptura en la relación, la dictadura de 1976 destruyó los proyectos de todos nosotros, tras la parte más negra de la dictadura volvimos a encontrarnos. Cuando regresé del exilio se comprometió a fondo con mi reincorporación a la ENTel. Ya para entonces estaba en la dirección del Museo Nacional de Telecomunicaciones, jerárquicamente la biblioteca de la Empresa dependía de ese sector, eso le permitió recomendarme para ser destinado al taller de encuadernación.
Mantenía intactas las convicciones, celebró junto a todos nosotros el vigésimo aniversario de AVANZADA, y colaboró conmigo en los cursos del Centro de Estudios y Formación Sindical. Como no podía ser de otra manera, le pedimos que hiciera un afiche para el CEFS, entonces diseñó un almanaque que todavía es recordado por algunos compañeros.
Cada vez que podíamos nos encontrábamos para conversar, en una de esas oportunidades me contó que el Museo de la moda había organizado un evento en Ushuaia, él había tenido que asistir como funcionario, pero mostró su desagrado por lo que consideró un hecho banal. Reprochó a los organizadores que hicieran una exposición sobre moda en un lugar donde había estado la prisión en que se confinaba a los luchadores sociales a principios del siglo XX. Les preguntó si entre los modelos que expondrían figuraba un traje de presidiario.
Siguió al frente del Museo de Telecomunicaciones hasta que llegó la privatización; su incomodidad era manifiesta, María Julia Alsogaray tenía a su cargo el descuartizamiento de la empresa estatal. Cuando se produjo la división entre lo que serían Telecom y Telefónica tuvo la posibilidad de elegir a los empleados que quedarían de su lado; me dijo entonces: “vos venís conmigo, si algo va mal, nos va mal a los dos”.
En los últimos tiempos su salud había declinado, ya no venía por casa, ambos extrañábamos esos encuentros con mate de por medio. A los muchos años de telefónicos sumábamos comunes aficiones artísticas, por eso me alegré mucho cuando en octubre del año pasado participó en la presentación de “Doble residencia”, el libro de artista que lo tiene como personaje central. Le escribí diciéndole que eran dos buenas noticias, la de su nueva creación y la de su mejoría. Lamentablemente esto último fue algo pasajero, el 22 de abril nos dejó definitivamente.

Javier Nieva

Segunda Vuelta

Cuando inicié este blog se cumplían 50 años de la fundación del Movimiento Gremial Telefónico y de la aparición de AVANZADA, la publicación que lo representó y terminó dando su nombre a la propia agrupación. Mi objetivo era rememorar aquel período inicial con una serie de notas que agrupé bajo el título “AVANZADA en el comienzo”. Luego me proponía continuar con otros artículos, pero, por diversos motivos, se abrió un paréntesis de casi tres años. Muchas veces me planteé la reapertura de esta vía de comunicación mientras los temas seguían acumulándose. No son únicamente los aniversarios los que me empujan a retomar la tarea, un presente tan sombrío como el que vivimos vuelve necesaria la multiplicación de las voces de quienes no nos resignamos a vivir en silencio frente a las injusticias.

¿Dónde está Santiago Maldonado?