AVANZADA, de memoria (V)
Amigos dentro y fuera de
Telefónicos
En la actividad sindical éramos reconocidos como una agrupación de
izquierda. Lo que nos diferenciaba de muchas otras agrupaciones
progresistas era que no actuábamos como la sucursal de ningún
partido. Eso, además de despertar curiosidad, hacía que algunas
fuerzas políticas trataran de tomar contacto con nosotros con el
evidente objetivo de ganarnos para su causa. Esto era algo bastante
razonable y creo que hasta nos sentíamos halagados por ese interés.
En última instancia es parte del juego político que realiza
cualquier fuerza para ampliar su base de sustentación. En algunos
casos quienes se acercaban a nosotros lo hacían con ciertas
desconfianzas y preconceptos. En otras oportunidades seguramente
fuimos nosotros quienes nos movimos con criterios prejuiciosos. Esto
es algo casi inevitable en cualquier relación. Lo cierto es que a lo
largo de nuestra historia fuimos haciendo un buen número de amigos,
también ganamos algunos enemigos, y demarcamos un territorio para
propios y extraños. Esto fue establecer una identidad.
Siempre procuramos no ser sectarios y movernos con la mayor amplitud.
Nos preocupaba no ser considerados antiperonistas o anticomunistas,
aunque en razón del espacio que disputábamos muchas de nuestras
confrontaciones fueran con esos compañeros. Con los primeros, porque
eran la fuerza mayoritaria del gremio y detentaban una conducción
hacia la que teníamos críticas. Con los segundos, porque nosotros
habíamos conseguido un desarrollo que los opacaba como fuerza dentro
del sindicato. Nuestra relación con los compañeros del PC siempre
fue de cierta distancia aunque los respetábamos y, en algunos casos,
admirábamos. En el período que estoy considerando, su máxima
figura era Susana Dos Santos, una compañera muy inteligente que con
su oratoria encendida era capaz de levantar en vilo a toda una
asamblea.
En nuestro descargo tendría que decir que en esos años el PC era
objeto de una fuerte crítica desde diferentes sectores de la
izquierda. Se los acusaba de reformistas (cuando no de
contrarrevolucionarios), de mantener una servil subordinación a la
Unión Soviética, de estalinistas, etc. Visto a la distancia, me
parece que muchas de aquellas críticas eran desmesuradas y que
respondían únicamente a un interés de diferenciación. Pero
haciendo salvedad de esos casos, nosotros teníamos cuestionamientos
hacia la Lista Naranja de aquellos tiempos (y que luego cambió a
Lista Violeta). Sin embargo nunca escribimos ni una sola línea
contra esos compañeros: podíamos tener diferencias, pero no los
consideramos nuestros enemigos.
Entre quienes se acercaron a nosotros estuvieron los compañeros del
PO, tenían un militante en telefónicos y querían que se integrara
en nuestra agrupación. Por aquellos tiempos eran una fuerza muy
pequeña; no recuerdo que ya se definieran como Partido Obrero, en
todo caso, nosotros los conocíamos por el nombre del periódico:
Política Obrera. Lo primero que dejamos en claro fue que el
compañero se integraba como un telefónico más y no como miembro de
un partido en particular. Nuestra agrupación estaba formalmente
abierta a todos los telefónicos que quisieran sumarse, que aceptaran
los postulados generales y que respetaran los acuerdos internos. NO
queríamos que se viera a la agrupación como un frente de grupos
políticos, ni que se promovieran fracciones y tendencias en el
interior de la misma. Sabíamos (o supimos) que esta era una
aspiración de difícil cumplimiento, pero al menos pretendíamos que
no se violentara la unidad interna y que las reuniones no fueran un
lugar que se usara únicamente para la bajada de línea y la captura
de nuevos adherentes partidarios. Por lo demás, no había ninguna
prohibición para que el compañero desarrollara su proselitismo
particular antes o después de las reuniones.
Hugo Salerno era un compañero excelente. Era un flaco con cara de
chico bueno, parecía un poco tímido, pero Cumplía puntualmente con
las tareas asignadas... y siempre tenía dispuesto el periódico
partidario para quien aceptara comprarlo. El problema surgió cuando
no pudo conciliar la disciplina de la agrupación con las
disposiciones partidarias. El PO había caracterizado a la dictadura
de Onganía como bonapartista, y pretendía que nosotros hiciéramos
lo mismo en nuestra publicación. Nosotros no coincidíamos para nada
con semejante apreciación del onganiato, pero aunque hubiéramos
estado de acuerdo seguramente no nos habría interesado usar el
término “bonapartismo” en el boletín. En ese caso,
probablemente habríamos buscado alguna forma de expresión que no
nos obligara a dictar un curso sobre Marx y “El 18 brumario de Luis
Bonaparte”. Lo cierto es que Hugo propuso esa caracterización, la
discutimos entre todos y se la rechazó.
Hasta allí todo fue bien. Pero ese asunto (por alguna cuestión que
nosotros desconocíamos) debía ser importante para su partido. Por
lo menos eso pensamos cuando una semana después volvió a insistir
con que caracterizáramos como bonapartista a la dictadura militar.
Hubo un cierto malestar entre los compañeros. Se le recordó que el
tema ya había sido discutido y que no se podía estar reabriendo el
debate en cada reunión. Hugo se sonrió como pidiendo disculpas y
todos pasamos por alto su insistencia.
Pero cuando volvió a la carga por tercera vez la situación se hizo
insostenible. Hubo quienes se sintieron muy molestos y hablaron de
expulsión. Fue Ricardo quien se encargó de bajar el tono a las
críticas. Primero destacó las cualidades militantes de Hugo, señaló
que siempre había sido disciplinado y que no se debía hablar de
expulsión cuando no estábamos en presencia de un traidor. En todo
caso lo que había era una diferencia que nos se podía resolver
internamente. Explicó que era obvio que el compañero insistía con
su propuesta no por una testarudez insensata sino por indicación
partidaria. De todos modos, habría dado lo mismo que lo hiciera por
simple tozudez. Sin duda él creía sinceramente en la justeza de su
propuesta y además la consideraba tan importante como para insistir
en su reclamo de aceptación. Pero la mayoría de los compañeros
(todos, menos Hugo) ya habían adoptado una decisión distinta a la
que él proponía. Estaba fuera de toda discusión que debía
respetarse la decisión de la mayoría, y que la insistencia en
rediscutir un tema ya resuelto terminaba entorpeciendo el
funcionamiento de la agrupación y la propia disciplina interna.
Hugo no podía seguir formando parte de AVANZADA, pero Ricardo
insistía en que no se debía expulsarlo: “Se expulsa a un traidor,
pero no a un compañero con el que sólo tenemos diferencias de
criterios”. Por eso propuso que se le devolviera la ficha de
afiliación y que quedara muy claro que seguíamos siendo amigos.
El hecho puede parecer una anécdota insignificante, pero con cosas
como esas fuimos formándonos éticamente. Discusiones y decisiones
como aquellas resultaron mucho más aleccionadoras que un largo curso
académico. Fuimos aprendiendo en la propia práctica a resolver
situaciones difíciles, a no herir la sensibilidad de un compañero
por pensar distinto a nosotros y a tratar de ser muy equilibrados a
la hora de juzgar las conductas ajenas. En el caso de Hugo, la
decisión fue realmente adecuada. Por años, aún después de haber
dejado de trabajar como telefónico, él siguió siendo un gran amigo
nuestro.
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