lunes, 26 de marzo de 2018

Amigos dentro y fuera de Telefónicos

AVANZADA, de memoria (V)
Amigos dentro y fuera de Telefónicos

En la actividad sindical éramos reconocidos como una agrupación de izquierda. Lo que nos diferenciaba de muchas otras agrupaciones progresistas era que no actuábamos como la sucursal de ningún partido. Eso, además de despertar curiosidad, hacía que algunas fuerzas políticas trataran de tomar contacto con nosotros con el evidente objetivo de ganarnos para su causa. Esto era algo bastante razonable y creo que hasta nos sentíamos halagados por ese interés. En última instancia es parte del juego político que realiza cualquier fuerza para ampliar su base de sustentación. En algunos casos quienes se acercaban a nosotros lo hacían con ciertas desconfianzas y preconceptos. En otras oportunidades seguramente fuimos nosotros quienes nos movimos con criterios prejuiciosos. Esto es algo casi inevitable en cualquier relación. Lo cierto es que a lo largo de nuestra historia fuimos haciendo un buen número de amigos, también ganamos algunos enemigos, y demarcamos un territorio para propios y extraños. Esto fue establecer una identidad.
Siempre procuramos no ser sectarios y movernos con la mayor amplitud. Nos preocupaba no ser considerados antiperonistas o anticomunistas, aunque en razón del espacio que disputábamos muchas de nuestras confrontaciones fueran con esos compañeros. Con los primeros, porque eran la fuerza mayoritaria del gremio y detentaban una conducción hacia la que teníamos críticas. Con los segundos, porque nosotros habíamos conseguido un desarrollo que los opacaba como fuerza dentro del sindicato. Nuestra relación con los compañeros del PC siempre fue de cierta distancia aunque los respetábamos y, en algunos casos, admirábamos. En el período que estoy considerando, su máxima figura era Susana Dos Santos, una compañera muy inteligente que con su oratoria encendida era capaz de levantar en vilo a toda una asamblea.
En nuestro descargo tendría que decir que en esos años el PC era objeto de una fuerte crítica desde diferentes sectores de la izquierda. Se los acusaba de reformistas (cuando no de contrarrevolucionarios), de mantener una servil subordinación a la Unión Soviética, de estalinistas, etc. Visto a la distancia, me parece que muchas de aquellas críticas eran desmesuradas y que respondían únicamente a un interés de diferenciación. Pero haciendo salvedad de esos casos, nosotros teníamos cuestionamientos hacia la Lista Naranja de aquellos tiempos (y que luego cambió a Lista Violeta). Sin embargo nunca escribimos ni una sola línea contra esos compañeros: podíamos tener diferencias, pero no los consideramos nuestros enemigos.
Entre quienes se acercaron a nosotros estuvieron los compañeros del PO, tenían un militante en telefónicos y querían que se integrara en nuestra agrupación. Por aquellos tiempos eran una fuerza muy pequeña; no recuerdo que ya se definieran como Partido Obrero, en todo caso, nosotros los conocíamos por el nombre del periódico: Política Obrera. Lo primero que dejamos en claro fue que el compañero se integraba como un telefónico más y no como miembro de un partido en particular. Nuestra agrupación estaba formalmente abierta a todos los telefónicos que quisieran sumarse, que aceptaran los postulados generales y que respetaran los acuerdos internos. NO queríamos que se viera a la agrupación como un frente de grupos políticos, ni que se promovieran fracciones y tendencias en el interior de la misma. Sabíamos (o supimos) que esta era una aspiración de difícil cumplimiento, pero al menos pretendíamos que no se violentara la unidad interna y que las reuniones no fueran un lugar que se usara únicamente para la bajada de línea y la captura de nuevos adherentes partidarios. Por lo demás, no había ninguna prohibición para que el compañero desarrollara su proselitismo particular antes o después de las reuniones.
Hugo Salerno era un compañero excelente. Era un flaco con cara de chico bueno, parecía un poco tímido, pero Cumplía puntualmente con las tareas asignadas... y siempre tenía dispuesto el periódico partidario para quien aceptara comprarlo. El problema surgió cuando no pudo conciliar la disciplina de la agrupación con las disposiciones partidarias. El PO había caracterizado a la dictadura de Onganía como bonapartista, y pretendía que nosotros hiciéramos lo mismo en nuestra publicación. Nosotros no coincidíamos para nada con semejante apreciación del onganiato, pero aunque hubiéramos estado de acuerdo seguramente no nos habría interesado usar el término “bonapartismo” en el boletín. En ese caso, probablemente habríamos buscado alguna forma de expresión que no nos obligara a dictar un curso sobre Marx y “El 18 brumario de Luis Bonaparte”. Lo cierto es que Hugo propuso esa caracterización, la discutimos entre todos y se la rechazó.
Hasta allí todo fue bien. Pero ese asunto (por alguna cuestión que nosotros desconocíamos) debía ser importante para su partido. Por lo menos eso pensamos cuando una semana después volvió a insistir con que caracterizáramos como bonapartista a la dictadura militar. Hubo un cierto malestar entre los compañeros. Se le recordó que el tema ya había sido discutido y que no se podía estar reabriendo el debate en cada reunión. Hugo se sonrió como pidiendo disculpas y todos pasamos por alto su insistencia.
Pero cuando volvió a la carga por tercera vez la situación se hizo insostenible. Hubo quienes se sintieron muy molestos y hablaron de expulsión. Fue Ricardo quien se encargó de bajar el tono a las críticas. Primero destacó las cualidades militantes de Hugo, señaló que siempre había sido disciplinado y que no se debía hablar de expulsión cuando no estábamos en presencia de un traidor. En todo caso lo que había era una diferencia que nos se podía resolver internamente. Explicó que era obvio que el compañero insistía con su propuesta no por una testarudez insensata sino por indicación partidaria. De todos modos, habría dado lo mismo que lo hiciera por simple tozudez. Sin duda él creía sinceramente en la justeza de su propuesta y además la consideraba tan importante como para insistir en su reclamo de aceptación. Pero la mayoría de los compañeros (todos, menos Hugo) ya habían adoptado una decisión distinta a la que él proponía. Estaba fuera de toda discusión que debía respetarse la decisión de la mayoría, y que la insistencia en rediscutir un tema ya resuelto terminaba entorpeciendo el funcionamiento de la agrupación y la propia disciplina interna.
Hugo no podía seguir formando parte de AVANZADA, pero Ricardo insistía en que no se debía expulsarlo: “Se expulsa a un traidor, pero no a un compañero con el que sólo tenemos diferencias de criterios”. Por eso propuso que se le devolviera la ficha de afiliación y que quedara muy claro que seguíamos siendo amigos.
El hecho puede parecer una anécdota insignificante, pero con cosas como esas fuimos formándonos éticamente. Discusiones y decisiones como aquellas resultaron mucho más aleccionadoras que un largo curso académico. Fuimos aprendiendo en la propia práctica a resolver situaciones difíciles, a no herir la sensibilidad de un compañero por pensar distinto a nosotros y a tratar de ser muy equilibrados a la hora de juzgar las conductas ajenas. En el caso de Hugo, la decisión fue realmente adecuada. Por años, aún después de haber dejado de trabajar como telefónico, él siguió siendo un gran amigo nuestro.

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