AVANZADA, de memoria (IX)
Jorge Di Pascuale
El 28 de marzo de 1968 se realizó el Congreso Normalizador “Amado
Olmos” que dio nacimiento a la CGT de los Argentinos. La nueva
central abrió las puertas a las agrupaciones que, como la nuestra,
manifestaban su voluntad de luchar por los intereses de los
trabajadores. Frente al enemigo común todos sosteníamos una misma
disposición para la unidad en la acción. Pero no todo era tan
idílico, y las diferencias y roces entre los distintos participantes
de la CGT A planteaban problemas que no siempre eran de fácil
resolución. Las mayores tensiones se producían entre los sindicatos
y agrupaciones de claro perfil peronista, con aquellos que
manteníamos posiciones más de izquierda. Pero aún hacia el
interior de estos dos bloques principales se producían
desinteligencias y cortocircuitos. Nunca es fácil mantener la unidad
de fuerzas, máxime cuando estas tienen un origen heterogéneo,
cuando hay marcadas diferencias ideológicas y políticas, y cuando
hay sectores más dispuestos a la ruptura que a la integración.
Si bien estos problemas se daban dentro
de otros de mayor gravedad no por eso dejaban de tener su
importancia. Cada tanto se producían crisis, y era necesario hacer
esfuerzos reunificadores, limar asperezas, restañar algunas heridas
y buscar fórmulas de consenso para disminuir los chisporroteos y
evitar las rupturas. Recuerdo uno de esos episodios, no en sus
detalles, sino en la actitud de Jorge Di Pascuale. Era el Secretario
General del Sindicato de Farmacia, un flaco de trato agradable, de
apariencia sencilla y bondadosa, que sin embargo irradiaba una gran
autoridad. Tenía una forma de hablar suave y tranquila, un tono de
voz amistoso que desarmaba cualquier disposición beligerante.
Seguramente fue alguna declaración de prensa con un grado de
definición partidaria irritativo lo que disparó la discusión en
aquella oportunidad. Las palabras habrían ido creciendo en
intensidad, los ánimos se habían encrespado, y todos estábamos más
cerca de la pelea que de la reconciliación. Alguien tenía que
componer ese entuerto, y uno de los reunidos se fue hasta otra
oficina a buscar a Jorge. El vino y nos habló a todos con su forma
tranquila y afectuosa, pero lo importante no fue el tono de su
intervención, sino sus palabras. Hoy no podría reproducir lo que
dijo, pero sí puedo afirmar que el sentido de su discurso fue una
crítica a los bandeos sectarios, una invocación a la unidad, y un
reclamo para encauzar la discusión de los puntos de vista
contrapuestos. Es imposible eliminar las diferencias, porque todos
los procesos se desarrollan en base a sus contradicciones internas,
pero es imprescindible moderar esas contradicciones si se quiere un
avance y no el estallido de las fuerzas propias.
Aquel fue un episodio, uno más entre muchos otros, pero tuvo su peso
propio y lo marcó para siempre en mi memoria. En otras oportunidades
volví a escuchar a Jorge, siempre con su expresión amable, con la
palabra justa, con un mensaje unificador. Yo prestaba mucha atención
a lo que él decía porque sus palabras tenían un contenido que iba
mucho más allá de lo doctrinario. Nunca lo escuché en una
asamblea, ni en un discurso de barricada, pero pienso que aún en
esas circunstancias su tono habría sido igualmente sereno y
convincente. Hay quienes sostienen que un gesto, una actitud en un
momento, o una simple palabra, revelan todas las virtudes o defectos
de una persona. No estoy convencido de que sea así, pero aquella
actitud suya en esa reunión en el Sindicato de Farmacia, me parece
que puede ser considerada como el punto de síntesis de lo que fue
Jorge.
Mi trato con él siempre fue en el marco de esas reuniones, además,
una cierta timidez me retraía frente a compañeros de mayor
trayectoria y responsabilidad. Después otras contingencias de la
militancia volvieron menos frecuentes las visitas a aquel sindicato.
Cuando la CGT de los Argentinos dejó de funcionar, pusimos nuestros
esfuerzos en otros proyectos, pero siempre conservamos un gran
respeto por los compañeros de Farmacia. Después vino el golpe del
76, y todos los horrores de la peor dictadura de nuestra historia.
Todos pagamos un muy alto precio por
haber sido consecuentes en la lucha por un mundo mejor. Una de las
víctimas de aquel genocidio fue Jorge Di Pascuale. En la madrugada
del 29 de diciembre de 1976 fue secuestrado. Con posterioridad fue
reconocido por otros detenidos en El Vesubio, y después no hubo más
noticias de él.
Luego pasaron 33 años hasta que sus
restos fueron identificados por el Equipo Argentino de Antropología
Forense. Cuando leí esa noticia sentí una gran emoción, y volví a
tener frente a mí a aquel Jorge que a fines de los 60 se había
interpuesto entre los bandos en disputa, como un padre entre dos
hermanos que están a punto de irse a las manos.
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