miércoles, 28 de marzo de 2018

La CGT de los Argentinos

AVANZADA, de memoria (VII)
La CGT de los Argentinos

Fue a fines de marzo de 1968 cuando se produjo el Congreso Normalizador de la CGT, que fue bautizado con el nombre de Amado Olmos en homenaje al dirigente de la sanidad fallecido dos meses antes. Los cálculos de los sectores burocráticos más recalcitrantes fallaron, y Raimundo Ongaro fue elegido como Secretario General. La burocracia no aceptó la derrota, la Secretaría de Trabajo tampoco reconoció a la nueva conducción cegetista, y la central sindical quedó partida en dos.
El congreso tendría que haber tenido lugar en enero de ese año, pero las maniobras dilatorias de “participacionistas” y “colaboracionistas” –dos fracciones burocráticas de la CGT- hicieron que la reunión recién tuviera lugar el 28 de marzo. En encuentros preparatorios, se fueron definiendo posiciones muy enfrentadas. Por un lado estaban los que querían continuar con la dirección de la central con el único objetivo de ser interlocutores con el gobierno y los empresarios, detentadores de una representación que les asegurara privilegios y prebendas. Del otro lado estaban quienes levantaban posiciones más confrontativas, muchos de los cuales habían sido víctimas de los atropellos gubernamentales. Ninguno de los dos sectores eran grupos compactos y homogéneos, ambos tenían diferencias internas importantes, pero para ese momento particular las posiciones fundamentales aparecían bien diferenciadas.
En los días previos al congreso un punto de fricción fue sí podrían participar los sindicatos que habían sido intervenidos por el gobierno y aquellos que tenían la personería gremial suspendida. La burocracia más recalcitrante no quería aceptar esa participación pero almibaraba su rechazo con el argumento de no ofrecer blancos para que el gobierno pudiera desconocer la legitimidad del congreso. Desde el otro bando se respondía que impedir esa participación era como castigar dos veces a los trabajadores: la primera vez por parte del gobierno dictatorial, y la segunda por parte de sus compañeros sindicales.
La burocracia quería tranquilizar las aguas para mostrar su capacidad de manejo al gobierno, se especulaba con que eso permitiría que la dictadura se presentase internacionalmente mostrando una cordial relación con el movimiento obrero organizado, y como contrapartida normalizaría algunos sindicatos en los que previamente habría barrido las direcciones contestatarias. Entre las conducciones a ser sacrificadas (y entregadas a la burocracia) se mencionaba a ferroviarios, azucareros tucumanos, trabajadores de prensa y químicos. Ese era negocio redondo para la dictadura y la burocracia, y por eso mismo era algo inaceptable para las conducciones combativas.
A pesar de todas las maniobras para impedir la realización del congreso éste funcionó. Con cuórum holgado y con sólo 5 votos en blanco fue elegida la nueva conducción de la CGT. Así quedó constituida:

Secretario General: Raimundo Ongaro (Gráficos).
Secretario General Adjunto: Amancio Pafundi (UPCN).
Secretario de Hacienda: Enrique Coronel (Fraternidad).
Prosecretario de Hacienda: Pedro Avellaneda (ATE).
Secretario Gremial e Interior: Julio Guillán (FOETRA).
Prosecretario Gremial e Interior: Benito Romano (FOTIA).
Secretario de Prensa, Cultura y Propaganda: Ricardo De Luca (Navales).
Secretario de Previsión Social: Antonio Scipione (Unión Ferroviaria).
Vocales: Honorio Gutiérrez (UTA); Salvador Manganaro (Gas del Estado); Enrique Bellido (Ceramistas); Hipólito Ciocco (Empleados Textiles); Jacinto Padín (SOYEMEP); Eduardo Arrausi (FUVA); Alfredo Lettis (Marina Mercante); Manuel Veiga (TER); Antonio Machese (Calzado); Floreal Lencinas (Jaboneros); Félix Bonditti (Carboneros).

Antes de que concluyeran las deliberaciones el Secretario de Trabajo, Ruben San Sebastián, se reunió con Onganía y luego informó que el nuevo Consejo Directivo de la CGT no sería reconocido. A tono con la declaración gubernamental, los dirigentes que acababan de ser derrotados se reunieron en el local de la CGT, Azopardo 802, y decidieron declarar nulo el congreso, prorrogar el mandato de la Comisión que hasta ese momento había dirigido la central, y suspender a las representaciones de FOETRA, Navales, ATE, UPCN, Calzado, Jaboneros, Ceramistas, FUVA y Gráficos, ante el Comité Central Confederal. Entre los dirigentes que tomaron esta decisión destacaban los nombres de Augusto Vandor, Armando March, Rogelio Coria, Cavalli y Jerónimo Izetta.
El local de la central obrera nunca fue entregado a las autoridades surgidas del Congreso, la entidad quedó partida en dos, el sector burocrático fue conocido como CGT Azopardo (por el nombre de la calle donde se encuentra el local usurpado), y la nueva conducción se definió a si misma como CGT de los Argentinos.

Una de las primeras resoluciones de la nueva conducción obrera fue la de convocar a actos por el 1º de Mayo en todo el país. Ongaro encabezaría el acto programado en Córdoba, Amancio Pafundi lo haría en Buenos Aires, Julio Guillán cumpliría ese papel en Rosario y Benito Romano lo haría en Tucumán. El acto de Buenos Aires se programó para las 3 de la tarde en la Plaza de San Justo, en La Matanza.
Ya comenté que la capacidad de movilización del gremio telefónico había quedado muy disminuida luego de la represión por el paro del 1 de marzo de 1967. A pesar de eso nosotros nos propusimos participar del acto con los compañeros que pudiéramos reunir. Recuerdo que fuimos con Alfredo Falcone hasta cerca de la plaza de San Justo, pero los colectivos eran desviados del recorrido desde varias cuadras antes. En el que viajábamos nosotros se notaba la presencia de algunos pasajeros que tampoco conocían la zona, eran, presumiblemente, compañeros que estaban tratando de llegar al acto. A pesar de eso, nadie se mostraba muy dispuesto a sumarse a otros que no conociera, y todos fuimos bajando como si no tuviésemos nada que ver con la convocatoria.
Con Alfredo dimos algunas vueltas como para reconocer el terreno, incluso llegamos a pasar por delante de la plaza, y para nuestro asombro descubrimos que estaba exactamente frente a la comisaría de San Justo. Como diríamos en otras oportunidades con bastante humor negro: “Había más policías que gente”. El despliegue represivo no era intimidatorio sino aterrador, o tal vez el miedo nos hiciera ver aumentadas las fuerzas policiales. Frente a la comisaría había varias decenas de uniformados, y algunos de ellos tenían perros. En los alrededores alcanzamos a ver algún carro de asalto, y en la recorrida nos topamos con otros grupos policiales.
Era de suponer que además de los uniformados debía haber un montón de policías de civil. Algunos aparecían como muy reconocibles, vestidos de traje, con el pelo cortito, y mirando agresivamente a todo el que se les cruzaba. En una esquina vimos un grupito de cinco o seis policías, y uno de ellos me llamó la atención porque llevaba una cadena colgando de su muñeca. Debió darse cuenta de que andábamos buscando la movilización, porque se sonrió sádicamente y movió la cadena como para mostrar que pensaba usarla de látigo con los que se le pusieran delante.
Era obvio que no podíamos estar dando vueltas indefinidamente pues íbamos a terminar presos sin siquiera haber participado del intento de acto. Nos preguntábamos por dónde andarían los otros compañeros de la agrupación porque no llegamos a cruzarnos con ninguno de ellos. En cierta medida eso era lógico, después supimos que habíamos entrado por el lado equivocado, y que la movilización se armó desde un sector opuesto al nuestro.
Cuando empezaron a escucharse las detonaciones de las bombas de gas lacrimógeno y el sonido de las sirenas supimos que había comenzado la represión. Ya no podíamos llegar hasta donde estaban los demás, y la única alternativa era salir rápido de allí. Con Alfredo nos decíamos que nuestra participación no había sido muy digna, que el primer movimiento táctico que habíamos probado era la retirada, y que como combatientes dejábamos mucho que desear. No fuimos los únicos que no llegamos a lo que habría sido la columna, aunque otros compañeros de la agrupación participaron de ella por unos pocos minutos. Después vino la desbandada, y aunque hubo muchos detenidos ese día, ninguno de los nuestros cayó preso. Eso nos sirvió para poder responder a las críticas burlonas, diciéndoles que tampoco ellos parecían haber estado en la primera línea del combate.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario