AVANZADA, de memoria (VII)
La CGT de los Argentinos
Fue a fines de marzo de 1968 cuando se
produjo el Congreso Normalizador de la CGT, que fue bautizado con el
nombre de Amado Olmos en homenaje al dirigente de la sanidad
fallecido dos meses antes. Los cálculos de los sectores burocráticos
más recalcitrantes fallaron, y Raimundo Ongaro fue elegido como
Secretario General. La burocracia no aceptó la derrota, la
Secretaría de Trabajo tampoco reconoció a la nueva conducción
cegetista, y la central sindical quedó partida en dos.
El congreso tendría que haber tenido lugar en enero de ese año,
pero las maniobras dilatorias de “participacionistas” y
“colaboracionistas” –dos fracciones burocráticas de la CGT-
hicieron que la reunión recién tuviera lugar el 28 de marzo. En
encuentros preparatorios, se fueron definiendo posiciones muy
enfrentadas. Por un lado estaban los que querían continuar con la
dirección de la central con el único objetivo de ser interlocutores
con el gobierno y los empresarios, detentadores de una representación
que les asegurara privilegios y prebendas. Del otro lado estaban
quienes levantaban posiciones más confrontativas, muchos de los
cuales habían sido víctimas de los atropellos gubernamentales.
Ninguno de los dos sectores eran grupos compactos y homogéneos,
ambos tenían diferencias internas importantes, pero para ese momento
particular las posiciones fundamentales aparecían bien
diferenciadas.
En los días previos al congreso un
punto de fricción fue sí podrían participar los sindicatos que
habían sido intervenidos por el gobierno y aquellos que tenían la
personería gremial suspendida. La burocracia más recalcitrante no
quería aceptar esa participación pero almibaraba su rechazo con el
argumento de no ofrecer blancos para que el gobierno pudiera
desconocer la legitimidad del congreso. Desde el otro bando se
respondía que impedir esa participación era como castigar dos veces
a los trabajadores: la primera vez por parte del gobierno
dictatorial, y la segunda por parte de sus compañeros sindicales.
La burocracia quería tranquilizar las
aguas para mostrar su capacidad de manejo al gobierno, se especulaba
con que eso permitiría que la dictadura se presentase
internacionalmente mostrando una cordial relación con el movimiento
obrero organizado, y como contrapartida normalizaría algunos
sindicatos en los que previamente habría barrido las direcciones
contestatarias. Entre las conducciones a ser sacrificadas (y
entregadas a la burocracia) se mencionaba a ferroviarios, azucareros
tucumanos, trabajadores de prensa y químicos. Ese era negocio
redondo para la dictadura y la burocracia, y por eso mismo era algo
inaceptable para las conducciones combativas.
A pesar de todas las maniobras para
impedir la realización del congreso éste funcionó. Con cuórum
holgado y con sólo 5 votos en blanco fue elegida la nueva conducción
de la CGT. Así quedó constituida:
Secretario General: Raimundo Ongaro (Gráficos).
Secretario General Adjunto: Amancio Pafundi (UPCN).
Secretario de Hacienda: Enrique Coronel (Fraternidad).
Prosecretario de Hacienda: Pedro Avellaneda (ATE).
Secretario Gremial e Interior: Julio Guillán (FOETRA).
Prosecretario Gremial e Interior: Benito Romano (FOTIA).
Secretario de Prensa, Cultura y Propaganda: Ricardo De Luca
(Navales).
Secretario de Previsión Social: Antonio Scipione (Unión
Ferroviaria).
Vocales: Honorio Gutiérrez (UTA); Salvador Manganaro (Gas del
Estado); Enrique Bellido (Ceramistas); Hipólito Ciocco (Empleados
Textiles); Jacinto Padín (SOYEMEP); Eduardo Arrausi (FUVA); Alfredo
Lettis (Marina Mercante); Manuel Veiga (TER); Antonio Machese
(Calzado); Floreal Lencinas (Jaboneros); Félix Bonditti
(Carboneros).
Antes de que concluyeran las deliberaciones el Secretario de Trabajo,
Ruben San Sebastián, se reunió con Onganía y luego informó que el
nuevo Consejo Directivo de la CGT no sería reconocido. A tono con la
declaración gubernamental, los dirigentes que acababan de ser
derrotados se reunieron en el local de la CGT, Azopardo 802, y
decidieron declarar nulo el congreso, prorrogar el mandato de la
Comisión que hasta ese momento había dirigido la central, y
suspender a las representaciones de FOETRA, Navales, ATE, UPCN,
Calzado, Jaboneros, Ceramistas, FUVA y Gráficos, ante el Comité
Central Confederal. Entre los dirigentes que tomaron esta decisión
destacaban los nombres de Augusto Vandor, Armando March, Rogelio
Coria, Cavalli y Jerónimo Izetta.
El local de la central obrera nunca fue entregado a las autoridades
surgidas del Congreso, la entidad quedó partida en dos, el sector
burocrático fue conocido como CGT Azopardo (por el nombre de la
calle donde se encuentra el local usurpado), y la nueva conducción
se definió a si misma como CGT de los Argentinos.
Una de las primeras resoluciones de la nueva conducción obrera fue
la de convocar a actos por el 1º de Mayo en todo el país. Ongaro
encabezaría el acto programado en Córdoba, Amancio Pafundi lo haría
en Buenos Aires, Julio Guillán cumpliría ese papel en Rosario y
Benito Romano lo haría en Tucumán. El acto de Buenos Aires se
programó para las 3 de la tarde en la Plaza de San Justo, en La
Matanza.
Ya comenté que la capacidad de movilización del gremio telefónico
había quedado muy disminuida luego de la represión por el paro del
1 de marzo de 1967. A pesar de eso nosotros nos propusimos participar
del acto con los compañeros que pudiéramos reunir. Recuerdo que
fuimos con Alfredo Falcone hasta cerca de la plaza de San Justo, pero
los colectivos eran desviados del recorrido desde varias cuadras
antes. En el que viajábamos nosotros se notaba la presencia de
algunos pasajeros que tampoco conocían la zona, eran,
presumiblemente, compañeros que estaban tratando de llegar al acto.
A pesar de eso, nadie se mostraba muy dispuesto a sumarse a otros que
no conociera, y todos fuimos bajando como si no tuviésemos nada que
ver con la convocatoria.
Con Alfredo dimos algunas vueltas como para reconocer el terreno,
incluso llegamos a pasar por delante de la plaza, y para nuestro
asombro descubrimos que estaba exactamente frente a la comisaría de
San Justo. Como diríamos en otras oportunidades con bastante humor
negro: “Había más policías que gente”. El despliegue represivo
no era intimidatorio sino aterrador, o tal vez el miedo nos hiciera
ver aumentadas las fuerzas policiales. Frente a la comisaría había
varias decenas de uniformados, y algunos de ellos tenían perros. En
los alrededores alcanzamos a ver algún carro de asalto, y en la
recorrida nos topamos con otros grupos policiales.
Era de suponer que además de los uniformados debía haber un montón
de policías de civil. Algunos aparecían como muy reconocibles,
vestidos de traje, con el pelo cortito, y mirando agresivamente a
todo el que se les cruzaba. En una esquina vimos un grupito de cinco
o seis policías, y uno de ellos me llamó la atención porque
llevaba una cadena colgando de su muñeca. Debió darse cuenta de que
andábamos buscando la movilización, porque se sonrió sádicamente
y movió la cadena como para mostrar que pensaba usarla de látigo
con los que se le pusieran delante.
Era obvio que no podíamos estar dando vueltas indefinidamente pues
íbamos a terminar presos sin siquiera haber participado del intento
de acto. Nos preguntábamos por dónde andarían los otros compañeros
de la agrupación porque no llegamos a cruzarnos con ninguno de
ellos. En cierta medida eso era lógico, después supimos que
habíamos entrado por el lado equivocado, y que la movilización se
armó desde un sector opuesto al nuestro.
Cuando empezaron a escucharse las detonaciones de las bombas de gas
lacrimógeno y el sonido de las sirenas supimos que había comenzado
la represión. Ya no podíamos llegar hasta donde estaban los demás,
y la única alternativa era salir rápido de allí. Con Alfredo nos
decíamos que nuestra participación no había sido muy digna, que el
primer movimiento táctico que habíamos probado era la retirada, y
que como combatientes dejábamos mucho que desear. No fuimos los
únicos que no llegamos a lo que habría sido la columna, aunque
otros compañeros de la agrupación participaron de ella por unos
pocos minutos. Después vino la desbandada, y aunque hubo muchos
detenidos ese día, ninguno de los nuestros cayó preso. Eso nos
sirvió para poder responder a las críticas burlonas, diciéndoles
que tampoco ellos parecían haber estado en la primera línea del
combate.
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