AVANZADA, de memoria (VIII)
Raimundo Ongaro
La CGT de los Argentinos había
estipulado desde un principio que podían participar en ella los
sindicatos, las agrupaciones y los trabajadores que quisieran
sumarse. Eso era así desde el punto de vista declarativo, pero es
obvio que no se podía otorgar un rango igual a un sindicato que a
una agrupación sindical por muy desarrollada que ésta fuera. Además
había otro problema, si un sindicato formaba parte de la CGT, las
agrupaciones que militaban en ese sindicato no podían reclamar un
reconocimiento por parte de la central sindical. Esto era bastante
razonable, porque se habría devaluado la representatividad del
sindicato si se reconocía un status igual a una agrupación del
mismo gremio.
En nuestro caso FOETRA no sólo estaba
afiliada a la CGT A, sino que Guillán formaba parte de la
conducción. Nosotros teníamos críticas hacia él, pero eso no
tenía por qué ser considerado un argumento válido para que se nos
reconociera. Además éramos lo bastante sensatos como para no
ponernos pesados con una exigencia de ese tipo. Es más, creo que ni
se nos pasó por la cabeza esa posibilidad, y aceptamos las reglas
del juego. Comenzamos a participar de reuniones y tareas, fuimos
sumándonos a los actos y movilizaciones, distribuíamos la prensa, y
nos relacionábamos con otros compañeros del movimiento obrero.
Pero FOETRA empezó a tomar distancia de la CGT A Hasta que llegó un
momento en que se desvinculó de hecho. Se produjeron algunas
críticas a Guillán, al principio con cierta mesura, y luego con
mayor virulencia. Incluso hubo un intento de promocionar a Jorge
Ribot como figura de reemplazo. En febrero de 1969 se le hizo una
nota en el periódico, con fotografía y todo, pero el coqueteo de
Ribot finalizó rápidamente, hizo una pública demostración de
lealtad hacia la conducción del sindicato, y FOETRA dejó de
participar en la CGT de los Argentinos.
No sé si fue antes o después de esa ruptura que nosotros nos
entrevistamos con Raimundo Ongaro. En realidad reunirse con él no
era demasiado difícil, no era un burócrata con el que había que
solicitar turno. Si uno estaba por allí y él estaba desocupado no
ponía reparos en recibir a los compañeros. A pesar de eso nosotros
fuimos muy formales y le solicitamos la entrevista a través de Raúl
Aragón, un viejo amigo nuestro que colaboraba como abogado de
Gráficos y de la CGT A.
Nos recibió y estuvimos conversando
largamente con él. En realidad tendría que haber dicho que él
estuvo conversando largamente con nosotros, porque su característica
era hablar extensamente. Tenía algo de predicador, pero lo hacía
con criterio, no era un charlatán de feria. Muchos le adjudicaban
cierto mesianismo, pero si hablaba mucho también era mucho lo que
hacía, y en líneas generales durante aquellos años difíciles
demostró una consecuencia inobjetable.
Nuestro objetivo era simplemente conocerlo y darnos a conocer. Le
acercamos algunos boletines, le comentamos sobre las características
de la agrupación, y le reiteramos nuestra adhesión a la central que
él conducía. No esperábamos mucho más de ese encuentro, por eso
salimos satisfechos de la reunión. No buscábamos colgarnos del
brazo de los dirigentes, ni que se nos reconocieran jerarquías
especiales. Volveríamos a cruzarnos con él en otras oportunidades,
y en mi caso particular, compartiríamos un mismo lugar de destierro.
Pero eso ocurrió mucho después.
Raúl Aragón
Dije que Raúl Aragón fue quien
gestionó la entrevista con Raimundo Ongaro, y eso hace que sea un
buen momento para hablar de él. Raúl era un viejo amigo, había
trabajado en ENTEL como operador de tráfico en su época de
estudiante. Risueñamente decía que había tenido una beca en la
empresa para poder estudiar Derecho. Cuando años después me puse a
recopilar información sobre la huelga telefónica de 1957 me
sorprendió con su interés por contarme una anécdota sobre la
militancia sindical de su padre.
Si la traigo a colación es porque explica en parte la relación de
Raúl con los gráficos. Su padre había militado en ese gremio en
años del peronismo, era un socialista que parecía gozar de bastante
predicamento entre sus compañeros, y era un decidido opositor al
gobierno. Los dirigentes del sindicato habrían tenido un vicio muy
común en la época, la de subordinarse a los dictados
gubernamentales y tratar de acallar las voces contestatarias. La
descripción no los favorecía mucho, más bien los pintaba como uno
serviles que ni siquiera sabían mediar para posicionar mejor al
gremio con respecto al gobierno. En ese contexto hubo una asamblea en
la que intervino el padre de Raúl, con una oratoria encendida y con
buena adhesión de los asambleístas. Según el relato, éstos
habrían manifestado su respaldo gritando “¡Aragón!, “¡Aragón!”
Y desde el otro bando se lo hostigaba con el clásico “¡Perón!,
¡Perón“!”. Hubo enfrentamiento entre ambos bandos, y el padre
de Raúl terminó con su traje roto. Lo del traje roto parecía ser
una cosa muy importante, porque el viejo Aragón era un tipo muy
elegante, y valoraba su indumentaria de un modo especial.
Hasta allí la anécdota. Ignoro si tras
el derrocamiento de Perón el padre de Raúl tuvo alguna función
interventora en la Gráfica. Si fue así no parece que hubiese dejado
secuelas graves, porque siguió teniendo buenos amigos entre los
gráficos de extracción peronista. Raúl mismo tejió lazos de
amistad con ellos y particularmente con Ongaro. Por eso formaba parte
del equipo de abogados que colaboraba con la Gráfica y con la CGT de
los Argentinos.
Alguien con poco conocimiento de la
historia podría suponer que era imposible que un colaborador de los
golpistas de 1955 pudiera tener buenas relaciones con peronistas
combativos y que habían participado muy activamente de la
resistencia. Sin embargo los ejemplos en contrario son numerosos,
baste recordar que Cerruti Costa fue ministro de trabajo durante el
efímero gobierno del General Eduardo Lonardi, y que luego formó
parte del equipo de abogados de la CGT A, y que asesoró a varios
sindicatos (entre ellos a FOETRA) durante la dictadura de Onganía.
Pero volvamos a Raúl. Fue un gran amigo y un buen compañero,
siempre estuvo dispuesto a dar una mano en circunstancias
complicadas, y colaboró no sólo como abogado sino con sus
conocimientos históricos. Aún conservo un libro suyo sobre Manuel
Belgrano y la educación, y recuerdo que nos brindó algunas charlas
sobre pasajes de la historia argentina.
Tras el golpe de 1976 debió exiliarse
en Francia, pero retornó al país inmediatamente después de la
victoria de Alfonsín. Su compromiso antidictatorial fue genuino, y
lo demostró formando parte de la CONADEP, donde tuvo a su cargo la
Secretaría de Procedimientos.
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