martes, 24 de abril de 2018

Recordando a Marcelo Senra

A 40 años de su desaparición

El entonces Comisario Benito De Vincenzi, quien residía en Darregueyra 2126 (entre Guatemala y Paraguay), manifestó que el 26 de abril de 1978 en horas de la noche varias personas vestidas de civil penetraron en el edificio y se dirigieron al departamento "C". En su condición de policía les pidió que se identificaran y así lo hizo quien comandaba el grupo, con una cédula que lo acreditaba como Primer Teniente de la Fuerza Aérea Argentina, donde constaba que su nombre era Jorge Moyano. Dicho oficial le manifestó que se trataba de un operativo de fuerzas conjuntas y debían realizar una inspección domiciliaria. El testimonio de De Vincenzi fue complementado por el de su esposa, Marta Aurelia Ofelia Artuso de De Vincenzi, y ambos testigos relataron que el grupo de civiles armados se llevó detenido a Marcelo Walterio Senra.
Los datos que encabezan esta nota se encuentran en el documento caratulado “Equipo Nizkor - Causa 13: Caso Marcelo Walterio Senra”, y pueden ser consultados en: http://www.derechos.org/nizkor/arg/causa13/casos/caso306.html

Marcelo había sido delegado de los trabajadores de instalaciones que tenían como oficina de asiento al edificio Conesa, y desde mediados de los ’60 integraba la Lista Rosa de Telefónicos. Era un compañero de aspecto bonachón, de apariencia apacible, casi como si estuviera desinteresado de los problemas sociales, pero en realidad era un hombre entero, capaz de rebelarse frente a las injusticias, y de reaccionar con energía aún en las condiciones más adversas. Una anécdota lo pinta de cuerpo entero.
En agosto de 1972 se produjo la fuga de un grupo de presos políticos de la cárcel de máxima seguridad ubicada en Rawson. Algunos de ellos consiguieron abordar un avión y llegar a Chile, pero la mayoría de los evadidos quedaron cercados en el aeropuerto y debieron rendirse. En lugar de ser devueltos al penal, los 19 prisioneros fueron llevados a la base naval Almirante Zar donde, una semana después, serían fusilados por sus carceleros. Entre las víctimas de aquel asesinato masivo se encontraba María Angélica Sabelli, y aquí es donde aparece el compañero que estoy recordando.
El apellido materno de Marcelo Senra es Sabelli, para ser más preciso, él era primo de María Angélica, la compañera asesinada en Trelew. Marcelo no dudó en actuar como representante de la familia y reclamar el cadáver, pero los asesinos habían argumentado que las muertes se habían producido en un nuevo intento de fuga, y mostrar los cuerpos acribillados a balazos era reconocer el crimen. Finalmente consintieron en entregar los restos en ataúdes cerrados, con la exigencia de que no fuesen abiertos, y que el sepelio se hiciera sin ningún tipo de manifestación pública.
Cuando los féretros llegaron al local donde iban a ser velados, la sede del Partido Justicialista en Avenida La Plata, lo primero que se hizo fue abrirlos para confirmar lo que todos sabían de antemano: que los compañeros habían sido alevosamente asesinados. La policía quiso poner fin al velatorio, y con tanquetas y disparando balas de goma arremetió contra los familiares y amigos de las víctimas. Era un enfrentamiento muy desigual, pero Marcelo estuvo entre los que a puñetazos resistieron e hicieron retroceder a los agresores.
La breve primavera democrática de 1973 fue desplazada por un nuevo período represivo. Tras la muerte de Perón la ofensiva derechista no tuvo ninguna contención, la legislación para despedir delegados y activistas sindicales se aplicó tanto en empresas estatales como en la actividad privada; en diciembre de 1974 fueron cesanteados decenas de compañeros telefónicos, y entre ellos, el propio Marcelo.
Puede parecer inverosímil que varios compañeros discutieran si era correcto cobrar la indemnización, pero las cuestiones de principios eran muy importantes: “estábamos dispuestos a pasar penurias económicas, pero no a claudicar”. Cuando los compañeros quedaron convencidos que no estaban traicionando ningún principio aceptaron el pago. Durante varios meses (porque la indemnización se pagó en cuotas) se encontraban José Baddouh, Sergio Porta, Mario Dacuna y Marcelo para comer juntos el día de cobro.
Después se siguió sobreviviendo con lo que hubiese a mano. Haciendo changas, trabajando en telefonía, en cocina o en lo que viniera, eludiendo la represión y tratando de dar una mano a las decenas de compañeros y amigos que se encontraban en situaciones similares. Sergio Porta y Marcelo mantuvieron el contacto hasta el momento en que éste último fue desaparecido. Al día siguiente tenían que encontrarse para ir a ver un trabajo, pero cuando Sergio pasó por delante de su casa había indicios de que la patota se lo había llevado.
En 2001, en el edificio Conesa donde Marcelo desarrolló sus tareas, fue instalada una placa en su memoria. Cuando el edificio Conesa dejó de funcionar los trabajadores conservaron y protegieron la placa hasta reinstalarla en Paternal, el nuevo asiento de la especialidad que lo tuviera como delegado.
Sergio Porta expresó durante el acto de reinauguración que Marcelo ya era delegado en Instalaciones cuando él ingresó en la Empresa. “Era un compañero muy representativo, con una gran simpatía, y se había ganado el respeto y el cariño de todos los trabajadores del sector. Como buen delegado, se esforzaba por resolver los problemas de los telefónicos que representaba, pero no se limitaba a lo que ocurría exclusivamente en su lugar de trabajo. Con el mismo empeño se involucró en las tareas del gremio, participó de los plenarios de delegados, las asambleas de afiliados y las movilizaciones tan frecuentes por aquellos años”.
En el acto estuvieron presentes Verónica y Enrique, hijos de Marcelo; ellos recibieron el cariño de numerosos delegados y trabajadores telefónicos, y de representantes de diversas organizaciones de derechos humanos.
Cuando llegó el momento de descubrir la placa recuperada, Osvaldo Iadarola expresó que “a los luchadores no se los llora; se los imita”. El Secretario General del Sindicato agregó: “Nosotros somos parte de un gremio que a lo largo de su historia ha estado marcado por el coraje y la valentía de sus hombres para luchar siempre por los trabajadores. Marcelo, a quien conocí, era un compañerazo, parte de una generación extraordinaria, capaz de dar la vida por los demás”.
Al finalizar el acto dijo Florencia Chiapetta, secretaria de Derechos Humanos de FOETRA: “Marcelo nos dejó muchas cosas, como cada uno de los treinta mil desaparecidos. Está en nosotros saber qué hacer con ese legado. Podemos traicionarlo o podemos tomarlo como bandera para llevarlo a la victoria”.
Pocos meses después, el sábado 28 de abril de 2012, se colocó una baldosa recordatoria en el domicilio donde Marcelo vivía y en el que fue secuestrado por el terrorismo de Estado.

domingo, 8 de abril de 2018

La desaparición de Esteban Andreani

11 de abril de 1977
La desaparición de Esteban Andreani

Poco antes del mediodía me llamó Sarita para avisarme que Esteban no había vuelto a la casa, ella y los demás compañeros que vivían allí se preparaban rápidamente para abandonar el lugar. Sarita era Sara Fagnani, la compañera de Esteban, y éste era Esteban Andreani, trabajador telefónico que junto con ella participaba de la Lista Rosa. El compromiso militante de ambos se había incrementado tras la detención de Omar Andreani, hermano de Esteban, a principios de octubre de 1975. También Omar militaba en AVANZADA, y lo apresaron en el momento en que realizaba una pintada en homenaje al Che Guevara. Lo que podría haber sido una detención por una infracción menor se convirtió en un prolongado encarcelamiento, las torturas y la causa armada extendieron el encierro hasta que llegó la dictadura en 1976. Después ya no hubo nada parecido a algo que pudiera llamarse justicia.
Esteban visitaba a su hermano en el lugar de detención, durante un año y medio concurrió semanalmente a la cárcel, pero después del golpe de estado el hostigamiento a los familiares de los presos se volvió insoportable. En marzo de 1977 Esteban y Sarita dejaron de concurrir al trabajo en el Edificio República, por unos días estuvieron viviendo en la casa paterna en Morón, pero tampoco allí podían sentirse seguros. Tenían un hijo pequeño y esperaban otro en los próximos meses, la decisión fue salir del país en cuanto pudieran reunir algo de dinero. Se propusieron vender un coche, y aquella mañana del 11 de abril de 1977 Esteban había ido hasta el garaje donde lo guardaba. A partir de ese momento desapareció; su madre inició los trámites para tratar de ubicarlo pero todo fue infructuoso. Unas semanas después Sarita salió del país y se presentó al ACNUR en Río de Janeiro, allí pidió asilo y reprodujo las mismas denuncias que la madre de Esteban efectuaba en buenos Aires. El refugio le fue concedido por el estado sueco y desde Europa siguió reclamando por la aparición de su compañero.
Un mes y medio después de la desaparición de Esteban el diario La Nación reprodujo un extenso comunicado militar; allí se hablaba de un supuesto enfrentamiento armado en el que habían sido muertos varios subversivos. La historia era tan increíble como las que hoy arman los mismos servicios y los mismos medios cómplices. Según el relato oficial el día 25 de mayo –curiosa manera de festejar el aniversario patrio- las fuerzas represivas enfrentaron a un grupo de militantes de distintas organizaciones guerrilleras que se encontraban reunidos en un chalet en la localidad de Monte grande. Entre los abatidos se mencionaba a Esteban Andreani y se lo presentaba como integrante del Movimiento Revolucionario Che Guevara.
Leímos el relato en la edición del 29 de mayo del diario de los Mitre, pero es necesario hacer otro comentario. Al regresar del exilio traté de encontrar una copia de esa publicación, pero tanto en las colecciones guardadas en la Biblioteca del Congreso como en la Biblioteca Nacional los ejemplares conservados tenían una versión más resumida de la noticia. Allí no figuraban los nombres de los compañeros que fueron asesinados. Supongo que ese día salió a la calle más de una edición (algo normal en la época) y que nosotros tuvimos la edición en la que la nota no había sido recortada. Muchas veces pensé en consultar el archivo del diario, pero habría necesitado tener contactos de los que yo carecía.
Vuelvo ahora a la desaparición de Esteban. Pasaron varios años sin que se supiera nada de él; aunque su nombre había aparecido en un comunicado oficial ninguna fuerza represiva informaba sobre el presunto enfrentamiento ni sobre el paradero de los restos. El persistente reclamo de familiares y Organismos de Derechos Humanos permitió ir descorriendo el velo de silencios y complicidades. Memoria y justicia consiguieron abrirse camino trabajosamente, las investigaciones y los juicios fueron aportando datos invalorables. Así pudo conocerse que el 23 de mayo de 1977 una decena y media de secuestrados que se encontraban en el Centro Clandestino de Detención El Vesubio fueron informados de que serían trasladados y “blanqueados”.
Desde El Vesubio los llevaron hasta una casa ubicada en Boulevard Buenos Aires 1151, localidad de Monte Grande, y allí los asesinaron en la madrugada del 24 de mayo. Los 16 fusilados fueron Esteban Andreani, Luis Gemetro, Luis Fabbri, Catalina Oviedo de Ciuffo, Daniel Ciuffo, Luis de Cristófaro, María Cristina y Julián Bernat, Claudio Giombini, Elísabeth Käsemann, Rodolfo Goldín, Mario Sgroy, Miguel Harasymiw, Nelo Gasparini y otras dos personas que permanecen sin identificar.
Cuando se realizó la reconstrucción del múltiple crimen en diciembre de 2010, el área de Derechos Humanos de la Municipalidad aportó el testimonio del comandante de bomberos que intervino en el levantamiento de los cuerpos y su posterior enterramiento en una fosa común en el cementerio de Monte Grande. En mayo del año pasado, al cumplirse un nuevo aniversario de la masacre, fue colocada una baldosa conmemorativa frente al edificio donde se produjo la matanza.

viernes, 30 de marzo de 2018

Jorge Di Pascuale

AVANZADA, de memoria (IX)
Jorge Di Pascuale

El 28 de marzo de 1968 se realizó el Congreso Normalizador “Amado Olmos” que dio nacimiento a la CGT de los Argentinos. La nueva central abrió las puertas a las agrupaciones que, como la nuestra, manifestaban su voluntad de luchar por los intereses de los trabajadores. Frente al enemigo común todos sosteníamos una misma disposición para la unidad en la acción. Pero no todo era tan idílico, y las diferencias y roces entre los distintos participantes de la CGT A planteaban problemas que no siempre eran de fácil resolución. Las mayores tensiones se producían entre los sindicatos y agrupaciones de claro perfil peronista, con aquellos que manteníamos posiciones más de izquierda. Pero aún hacia el interior de estos dos bloques principales se producían desinteligencias y cortocircuitos. Nunca es fácil mantener la unidad de fuerzas, máxime cuando estas tienen un origen heterogéneo, cuando hay marcadas diferencias ideológicas y políticas, y cuando hay sectores más dispuestos a la ruptura que a la integración.
Si bien estos problemas se daban dentro de otros de mayor gravedad no por eso dejaban de tener su importancia. Cada tanto se producían crisis, y era necesario hacer esfuerzos reunificadores, limar asperezas, restañar algunas heridas y buscar fórmulas de consenso para disminuir los chisporroteos y evitar las rupturas. Recuerdo uno de esos episodios, no en sus detalles, sino en la actitud de Jorge Di Pascuale. Era el Secretario General del Sindicato de Farmacia, un flaco de trato agradable, de apariencia sencilla y bondadosa, que sin embargo irradiaba una gran autoridad. Tenía una forma de hablar suave y tranquila, un tono de voz amistoso que desarmaba cualquier disposición beligerante.
Seguramente fue alguna declaración de prensa con un grado de definición partidaria irritativo lo que disparó la discusión en aquella oportunidad. Las palabras habrían ido creciendo en intensidad, los ánimos se habían encrespado, y todos estábamos más cerca de la pelea que de la reconciliación. Alguien tenía que componer ese entuerto, y uno de los reunidos se fue hasta otra oficina a buscar a Jorge. El vino y nos habló a todos con su forma tranquila y afectuosa, pero lo importante no fue el tono de su intervención, sino sus palabras. Hoy no podría reproducir lo que dijo, pero sí puedo afirmar que el sentido de su discurso fue una crítica a los bandeos sectarios, una invocación a la unidad, y un reclamo para encauzar la discusión de los puntos de vista contrapuestos. Es imposible eliminar las diferencias, porque todos los procesos se desarrollan en base a sus contradicciones internas, pero es imprescindible moderar esas contradicciones si se quiere un avance y no el estallido de las fuerzas propias.
Aquel fue un episodio, uno más entre muchos otros, pero tuvo su peso propio y lo marcó para siempre en mi memoria. En otras oportunidades volví a escuchar a Jorge, siempre con su expresión amable, con la palabra justa, con un mensaje unificador. Yo prestaba mucha atención a lo que él decía porque sus palabras tenían un contenido que iba mucho más allá de lo doctrinario. Nunca lo escuché en una asamblea, ni en un discurso de barricada, pero pienso que aún en esas circunstancias su tono habría sido igualmente sereno y convincente. Hay quienes sostienen que un gesto, una actitud en un momento, o una simple palabra, revelan todas las virtudes o defectos de una persona. No estoy convencido de que sea así, pero aquella actitud suya en esa reunión en el Sindicato de Farmacia, me parece que puede ser considerada como el punto de síntesis de lo que fue Jorge.
Mi trato con él siempre fue en el marco de esas reuniones, además, una cierta timidez me retraía frente a compañeros de mayor trayectoria y responsabilidad. Después otras contingencias de la militancia volvieron menos frecuentes las visitas a aquel sindicato. Cuando la CGT de los Argentinos dejó de funcionar, pusimos nuestros esfuerzos en otros proyectos, pero siempre conservamos un gran respeto por los compañeros de Farmacia. Después vino el golpe del 76, y todos los horrores de la peor dictadura de nuestra historia.
Todos pagamos un muy alto precio por haber sido consecuentes en la lucha por un mundo mejor. Una de las víctimas de aquel genocidio fue Jorge Di Pascuale. En la madrugada del 29 de diciembre de 1976 fue secuestrado. Con posterioridad fue reconocido por otros detenidos en El Vesubio, y después no hubo más noticias de él.
Luego pasaron 33 años hasta que sus restos fueron identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense. Cuando leí esa noticia sentí una gran emoción, y volví a tener frente a mí a aquel Jorge que a fines de los 60 se había interpuesto entre los bandos en disputa, como un padre entre dos hermanos que están a punto de irse a las manos.

jueves, 29 de marzo de 2018

Raimundo Ongaro

AVANZADA, de memoria (VIII)
Raimundo Ongaro

La CGT de los Argentinos había estipulado desde un principio que podían participar en ella los sindicatos, las agrupaciones y los trabajadores que quisieran sumarse. Eso era así desde el punto de vista declarativo, pero es obvio que no se podía otorgar un rango igual a un sindicato que a una agrupación sindical por muy desarrollada que ésta fuera. Además había otro problema, si un sindicato formaba parte de la CGT, las agrupaciones que militaban en ese sindicato no podían reclamar un reconocimiento por parte de la central sindical. Esto era bastante razonable, porque se habría devaluado la representatividad del sindicato si se reconocía un status igual a una agrupación del mismo gremio.
En nuestro caso FOETRA no sólo estaba afiliada a la CGT A, sino que Guillán formaba parte de la conducción. Nosotros teníamos críticas hacia él, pero eso no tenía por qué ser considerado un argumento válido para que se nos reconociera. Además éramos lo bastante sensatos como para no ponernos pesados con una exigencia de ese tipo. Es más, creo que ni se nos pasó por la cabeza esa posibilidad, y aceptamos las reglas del juego. Comenzamos a participar de reuniones y tareas, fuimos sumándonos a los actos y movilizaciones, distribuíamos la prensa, y nos relacionábamos con otros compañeros del movimiento obrero.
Pero FOETRA empezó a tomar distancia de la CGT A Hasta que llegó un momento en que se desvinculó de hecho. Se produjeron algunas críticas a Guillán, al principio con cierta mesura, y luego con mayor virulencia. Incluso hubo un intento de promocionar a Jorge Ribot como figura de reemplazo. En febrero de 1969 se le hizo una nota en el periódico, con fotografía y todo, pero el coqueteo de Ribot finalizó rápidamente, hizo una pública demostración de lealtad hacia la conducción del sindicato, y FOETRA dejó de participar en la CGT de los Argentinos.
No sé si fue antes o después de esa ruptura que nosotros nos entrevistamos con Raimundo Ongaro. En realidad reunirse con él no era demasiado difícil, no era un burócrata con el que había que solicitar turno. Si uno estaba por allí y él estaba desocupado no ponía reparos en recibir a los compañeros. A pesar de eso nosotros fuimos muy formales y le solicitamos la entrevista a través de Raúl Aragón, un viejo amigo nuestro que colaboraba como abogado de Gráficos y de la CGT A.
Nos recibió y estuvimos conversando largamente con él. En realidad tendría que haber dicho que él estuvo conversando largamente con nosotros, porque su característica era hablar extensamente. Tenía algo de predicador, pero lo hacía con criterio, no era un charlatán de feria. Muchos le adjudicaban cierto mesianismo, pero si hablaba mucho también era mucho lo que hacía, y en líneas generales durante aquellos años difíciles demostró una consecuencia inobjetable.
Nuestro objetivo era simplemente conocerlo y darnos a conocer. Le acercamos algunos boletines, le comentamos sobre las características de la agrupación, y le reiteramos nuestra adhesión a la central que él conducía. No esperábamos mucho más de ese encuentro, por eso salimos satisfechos de la reunión. No buscábamos colgarnos del brazo de los dirigentes, ni que se nos reconocieran jerarquías especiales. Volveríamos a cruzarnos con él en otras oportunidades, y en mi caso particular, compartiríamos un mismo lugar de destierro. Pero eso ocurrió mucho después.

Raúl Aragón

Dije que Raúl Aragón fue quien gestionó la entrevista con Raimundo Ongaro, y eso hace que sea un buen momento para hablar de él. Raúl era un viejo amigo, había trabajado en ENTEL como operador de tráfico en su época de estudiante. Risueñamente decía que había tenido una beca en la empresa para poder estudiar Derecho. Cuando años después me puse a recopilar información sobre la huelga telefónica de 1957 me sorprendió con su interés por contarme una anécdota sobre la militancia sindical de su padre.
Si la traigo a colación es porque explica en parte la relación de Raúl con los gráficos. Su padre había militado en ese gremio en años del peronismo, era un socialista que parecía gozar de bastante predicamento entre sus compañeros, y era un decidido opositor al gobierno. Los dirigentes del sindicato habrían tenido un vicio muy común en la época, la de subordinarse a los dictados gubernamentales y tratar de acallar las voces contestatarias. La descripción no los favorecía mucho, más bien los pintaba como uno serviles que ni siquiera sabían mediar para posicionar mejor al gremio con respecto al gobierno. En ese contexto hubo una asamblea en la que intervino el padre de Raúl, con una oratoria encendida y con buena adhesión de los asambleístas. Según el relato, éstos habrían manifestado su respaldo gritando “¡Aragón!, “¡Aragón!” Y desde el otro bando se lo hostigaba con el clásico “¡Perón!, ¡Perón“!”. Hubo enfrentamiento entre ambos bandos, y el padre de Raúl terminó con su traje roto. Lo del traje roto parecía ser una cosa muy importante, porque el viejo Aragón era un tipo muy elegante, y valoraba su indumentaria de un modo especial.
Hasta allí la anécdota. Ignoro si tras el derrocamiento de Perón el padre de Raúl tuvo alguna función interventora en la Gráfica. Si fue así no parece que hubiese dejado secuelas graves, porque siguió teniendo buenos amigos entre los gráficos de extracción peronista. Raúl mismo tejió lazos de amistad con ellos y particularmente con Ongaro. Por eso formaba parte del equipo de abogados que colaboraba con la Gráfica y con la CGT de los Argentinos.
Alguien con poco conocimiento de la historia podría suponer que era imposible que un colaborador de los golpistas de 1955 pudiera tener buenas relaciones con peronistas combativos y que habían participado muy activamente de la resistencia. Sin embargo los ejemplos en contrario son numerosos, baste recordar que Cerruti Costa fue ministro de trabajo durante el efímero gobierno del General Eduardo Lonardi, y que luego formó parte del equipo de abogados de la CGT A, y que asesoró a varios sindicatos (entre ellos a FOETRA) durante la dictadura de Onganía.
Pero volvamos a Raúl. Fue un gran amigo y un buen compañero, siempre estuvo dispuesto a dar una mano en circunstancias complicadas, y colaboró no sólo como abogado sino con sus conocimientos históricos. Aún conservo un libro suyo sobre Manuel Belgrano y la educación, y recuerdo que nos brindó algunas charlas sobre pasajes de la historia argentina.
Tras el golpe de 1976 debió exiliarse en Francia, pero retornó al país inmediatamente después de la victoria de Alfonsín. Su compromiso antidictatorial fue genuino, y lo demostró formando parte de la CONADEP, donde tuvo a su cargo la Secretaría de Procedimientos.

miércoles, 28 de marzo de 2018

La CGT de los Argentinos

AVANZADA, de memoria (VII)
La CGT de los Argentinos

Fue a fines de marzo de 1968 cuando se produjo el Congreso Normalizador de la CGT, que fue bautizado con el nombre de Amado Olmos en homenaje al dirigente de la sanidad fallecido dos meses antes. Los cálculos de los sectores burocráticos más recalcitrantes fallaron, y Raimundo Ongaro fue elegido como Secretario General. La burocracia no aceptó la derrota, la Secretaría de Trabajo tampoco reconoció a la nueva conducción cegetista, y la central sindical quedó partida en dos.
El congreso tendría que haber tenido lugar en enero de ese año, pero las maniobras dilatorias de “participacionistas” y “colaboracionistas” –dos fracciones burocráticas de la CGT- hicieron que la reunión recién tuviera lugar el 28 de marzo. En encuentros preparatorios, se fueron definiendo posiciones muy enfrentadas. Por un lado estaban los que querían continuar con la dirección de la central con el único objetivo de ser interlocutores con el gobierno y los empresarios, detentadores de una representación que les asegurara privilegios y prebendas. Del otro lado estaban quienes levantaban posiciones más confrontativas, muchos de los cuales habían sido víctimas de los atropellos gubernamentales. Ninguno de los dos sectores eran grupos compactos y homogéneos, ambos tenían diferencias internas importantes, pero para ese momento particular las posiciones fundamentales aparecían bien diferenciadas.
En los días previos al congreso un punto de fricción fue sí podrían participar los sindicatos que habían sido intervenidos por el gobierno y aquellos que tenían la personería gremial suspendida. La burocracia más recalcitrante no quería aceptar esa participación pero almibaraba su rechazo con el argumento de no ofrecer blancos para que el gobierno pudiera desconocer la legitimidad del congreso. Desde el otro bando se respondía que impedir esa participación era como castigar dos veces a los trabajadores: la primera vez por parte del gobierno dictatorial, y la segunda por parte de sus compañeros sindicales.
La burocracia quería tranquilizar las aguas para mostrar su capacidad de manejo al gobierno, se especulaba con que eso permitiría que la dictadura se presentase internacionalmente mostrando una cordial relación con el movimiento obrero organizado, y como contrapartida normalizaría algunos sindicatos en los que previamente habría barrido las direcciones contestatarias. Entre las conducciones a ser sacrificadas (y entregadas a la burocracia) se mencionaba a ferroviarios, azucareros tucumanos, trabajadores de prensa y químicos. Ese era negocio redondo para la dictadura y la burocracia, y por eso mismo era algo inaceptable para las conducciones combativas.
A pesar de todas las maniobras para impedir la realización del congreso éste funcionó. Con cuórum holgado y con sólo 5 votos en blanco fue elegida la nueva conducción de la CGT. Así quedó constituida:

Secretario General: Raimundo Ongaro (Gráficos).
Secretario General Adjunto: Amancio Pafundi (UPCN).
Secretario de Hacienda: Enrique Coronel (Fraternidad).
Prosecretario de Hacienda: Pedro Avellaneda (ATE).
Secretario Gremial e Interior: Julio Guillán (FOETRA).
Prosecretario Gremial e Interior: Benito Romano (FOTIA).
Secretario de Prensa, Cultura y Propaganda: Ricardo De Luca (Navales).
Secretario de Previsión Social: Antonio Scipione (Unión Ferroviaria).
Vocales: Honorio Gutiérrez (UTA); Salvador Manganaro (Gas del Estado); Enrique Bellido (Ceramistas); Hipólito Ciocco (Empleados Textiles); Jacinto Padín (SOYEMEP); Eduardo Arrausi (FUVA); Alfredo Lettis (Marina Mercante); Manuel Veiga (TER); Antonio Machese (Calzado); Floreal Lencinas (Jaboneros); Félix Bonditti (Carboneros).

Antes de que concluyeran las deliberaciones el Secretario de Trabajo, Ruben San Sebastián, se reunió con Onganía y luego informó que el nuevo Consejo Directivo de la CGT no sería reconocido. A tono con la declaración gubernamental, los dirigentes que acababan de ser derrotados se reunieron en el local de la CGT, Azopardo 802, y decidieron declarar nulo el congreso, prorrogar el mandato de la Comisión que hasta ese momento había dirigido la central, y suspender a las representaciones de FOETRA, Navales, ATE, UPCN, Calzado, Jaboneros, Ceramistas, FUVA y Gráficos, ante el Comité Central Confederal. Entre los dirigentes que tomaron esta decisión destacaban los nombres de Augusto Vandor, Armando March, Rogelio Coria, Cavalli y Jerónimo Izetta.
El local de la central obrera nunca fue entregado a las autoridades surgidas del Congreso, la entidad quedó partida en dos, el sector burocrático fue conocido como CGT Azopardo (por el nombre de la calle donde se encuentra el local usurpado), y la nueva conducción se definió a si misma como CGT de los Argentinos.

Una de las primeras resoluciones de la nueva conducción obrera fue la de convocar a actos por el 1º de Mayo en todo el país. Ongaro encabezaría el acto programado en Córdoba, Amancio Pafundi lo haría en Buenos Aires, Julio Guillán cumpliría ese papel en Rosario y Benito Romano lo haría en Tucumán. El acto de Buenos Aires se programó para las 3 de la tarde en la Plaza de San Justo, en La Matanza.
Ya comenté que la capacidad de movilización del gremio telefónico había quedado muy disminuida luego de la represión por el paro del 1 de marzo de 1967. A pesar de eso nosotros nos propusimos participar del acto con los compañeros que pudiéramos reunir. Recuerdo que fuimos con Alfredo Falcone hasta cerca de la plaza de San Justo, pero los colectivos eran desviados del recorrido desde varias cuadras antes. En el que viajábamos nosotros se notaba la presencia de algunos pasajeros que tampoco conocían la zona, eran, presumiblemente, compañeros que estaban tratando de llegar al acto. A pesar de eso, nadie se mostraba muy dispuesto a sumarse a otros que no conociera, y todos fuimos bajando como si no tuviésemos nada que ver con la convocatoria.
Con Alfredo dimos algunas vueltas como para reconocer el terreno, incluso llegamos a pasar por delante de la plaza, y para nuestro asombro descubrimos que estaba exactamente frente a la comisaría de San Justo. Como diríamos en otras oportunidades con bastante humor negro: “Había más policías que gente”. El despliegue represivo no era intimidatorio sino aterrador, o tal vez el miedo nos hiciera ver aumentadas las fuerzas policiales. Frente a la comisaría había varias decenas de uniformados, y algunos de ellos tenían perros. En los alrededores alcanzamos a ver algún carro de asalto, y en la recorrida nos topamos con otros grupos policiales.
Era de suponer que además de los uniformados debía haber un montón de policías de civil. Algunos aparecían como muy reconocibles, vestidos de traje, con el pelo cortito, y mirando agresivamente a todo el que se les cruzaba. En una esquina vimos un grupito de cinco o seis policías, y uno de ellos me llamó la atención porque llevaba una cadena colgando de su muñeca. Debió darse cuenta de que andábamos buscando la movilización, porque se sonrió sádicamente y movió la cadena como para mostrar que pensaba usarla de látigo con los que se le pusieran delante.
Era obvio que no podíamos estar dando vueltas indefinidamente pues íbamos a terminar presos sin siquiera haber participado del intento de acto. Nos preguntábamos por dónde andarían los otros compañeros de la agrupación porque no llegamos a cruzarnos con ninguno de ellos. En cierta medida eso era lógico, después supimos que habíamos entrado por el lado equivocado, y que la movilización se armó desde un sector opuesto al nuestro.
Cuando empezaron a escucharse las detonaciones de las bombas de gas lacrimógeno y el sonido de las sirenas supimos que había comenzado la represión. Ya no podíamos llegar hasta donde estaban los demás, y la única alternativa era salir rápido de allí. Con Alfredo nos decíamos que nuestra participación no había sido muy digna, que el primer movimiento táctico que habíamos probado era la retirada, y que como combatientes dejábamos mucho que desear. No fuimos los únicos que no llegamos a lo que habría sido la columna, aunque otros compañeros de la agrupación participaron de ella por unos pocos minutos. Después vino la desbandada, y aunque hubo muchos detenidos ese día, ninguno de los nuestros cayó preso. Eso nos sirvió para poder responder a las críticas burlonas, diciéndoles que tampoco ellos parecían haber estado en la primera línea del combate.

martes, 27 de marzo de 2018

Algunos amigos a principios de 1968

AVANZADA, de memoria (VI)
Algunos amigos a principios de 1968

El contacto con compañeros de otros gremios se fue haciendo muy frecuente. Además de atender la cotidiana tarea dentro de Telefónicos nos prodigábamos en reuniones con militantes de Publicidad, Bancarios, Gráficos, del Seguro, Prensa y muchos más. Era lógico que con los amigos de publicidad la relación fuera mayor, eran quienes nos prestaban su casa para que pudiéramos funcionar. Ya mencioné a Ernesto Gutiérrez, el Secretario general del sindicato, la Secretaria adjunta era Lía Andrada. En las tareas con agrupaciones de distintos gremios los compañeros de Publicidad que participaban más frecuentemente eran Monona Casanello, quien también integraba la conducción del sindicato, y Rafael Lombardi, el abogado de la institución.
En la mayoría de los casos esos encuentros entre militantes de diferentes gremios eran provocados por la coyuntura, no se establecían vinculaciones de larga duración, pero servían para conocernos, aprender de algunos de ellos, contar nuestras propias experiencias. A todos nos interesaba una vinculación más permanente y organizada, sobraban los motivos para que eso fuese una necesidad.
Luego del golpe de estado conducido por Onganía –“le llaman Revolución”, diría irónicamente Gregorio Selser- la expresión “racionalización administrativa” había adquirido lúgubres resonancias. Uno de los pilares del nuevo programa gubernamental era la drástica reducción de personal, tanto en la administración pública como en las empresas del estado o en la actividad privada.
Después del paro del 1º de marzo había venido la catarata de sanciones contra los trabajadores; casi sin tiempo para asimilar los golpes llegaron los anuncios económicos de Adalbert Krieger Vasena: para contener la inflación se congelaron los salarios y se devaluó el peso en un 40 por ciento. Como puede verse, los sectores reaccionarios siempre echan mano a la misma receta para resolver sus problemas. La dirección cegetista no intentó ninguna forma de protesta que excediera lo meramente declarativo, y esto último en términos muy moderados.
Para enfrentar tanto atropello habría hecho falta un gran compromiso, mucha organización, disposición para luchar y criterio para no lanzarse irreflexivamente contra una pared. En lugar de eso los distintos sectores en que se encontraba dividida la dirigencia empezaron a tender puentes de acercamiento al gobierno, el criterio parecía ser: si no se puede vencer al enemigo, hay que aliarse con él.
Vandoristas y alonsistas, cada uno a su modo, procuraban la bendición gubernamental. En realidad esto es una simplificación porque ninguno de los nucleamientos era homogéneo, en ambos sectores coexistían sindicatos muy burocratizados y hasta derechistas junto a otros más contestatarios. Los que procuraban un mayor acercamiento con el gobierno eran los llamados “participacionistas”, y el paradigma del sector era Luz y Fuerza, el gremio dirigido a nivel nacional por Juan José Taccone. Un ejemplo de sus convicciones –si se les puede llamar así- está en la idea que expuso uno de sus dirigentes, Luis Angeleri, luego de ponerse en contacto con la Histadruth, la central sindical israelí.
Frente a lo que llamaba “problema tucumano” la propuesta de Angeleri era dejar de lado la protesta obrera y las huelgas generales. En lugar de perder tres días de salarios como consecuencia de los paros, se debía reunir ese dinero, unos 3 mil millones de pesos de esa época, para que la CGT instalara una planta industrial en Tucumán. Según su razonamiento, la planta piloto serviría para dar trabajo a los desocupados de la provincia, al mismo tiempo que convertiría a la CGT en una fuerza empresaria.
Los participacionistas eran el caso más extremo de complicidad no sólo con el régimen sino con el propio sistema. Otros sectores burocráticos cuidaban un poco más las formas, debían rendir cuentas ante bases más organizadas, o sus aspiraciones políticas requerían de un acompañamiento popular que hubiera sido impensable con posiciones tan derechistas. El tema es importante, pero me estoy desviando de lo que venía comentando sobre compañeros y amigos de AVANZADA.

Una buena cantidad de compañeros que conocimos en aquel tiempo militaban en el Movimiento de Liberación Nacional, una fuerza política conducida por Ismael Viñas. El MLN había sido rebautizado como “Malena” en el ambiente de la militancia. Por lo que pudimos conocer tenían bastante presencia en gremios como Bancarios y Seguros, pero no llegaban a conformar agrupaciones de gran peso. Frecuentemente nos cruzábamos con ellos en reuniones donde se discutía algún documento político sindical o en tareas de solidaridad con algún conflicto. Uno de esos compañeros era el “gallego” Manolo Queipo. Era un tipo macanudo, siempre muy sonriente, aunque Sergio me contó que no se lo vería muy risueño el día en que su esposa, por error, volanteó el sueldo en medio de una movilización.
Por esa época también Ignacio Ikonikof estaba en el Malena. A él ya lo conocíamos de las reuniones con los compañeros de Prensa. Nos hicimos bastante amigotes, yo tenía buena formación técnica, él era licenciado en física, sus explicaciones científicas eran muy didácticas, y aunque esto no tuviera mucho que ver con la práctica sindical también contribuyó a que se consolidara la amistad.
Susana Viau por ese entonces trabajaba en la revista Siete días, una publicación que en su formato y su estética imitaba a la norteamericana Life. Susana militaba en prensa junto a Jozami, Jáuregui, Ikonikof y muchos otros; con ella nos cruzamos en algunas reuniones y en las múltiples tareas solidarias que nos imponía la coyuntura política.
De una vertiente distinta eran los compañeros de la Lista Blanca de Aceiteros. Recuerdo que uno de ellos era Murat Lima y otro Vega. No recuerdo haber visto a otros compañeros de ese gremio, ni cuál sería la dimensión de su trabajo sindical; seguramente no realizamos ninguna tarea conjunta. Murat Lima traía el periódico Baluarte, y lo menciono particularmente a él, aunque supongo que también Vega pertenecía al mismo grupo político. Hasta donde recuerdo ellos estaban en la seccional argentina de la OLAS, Organización Latinoamericana de Solidaridad, que se había formado un año antes en el encuentro de la Tricontinental en La Habana.
No quiero dejar de mencionar a Heraldo Salvatierra, era por entonces un importante dirigente estudiantil en la provincia de Tucumán. Su hermano, Aníbal, integró AVANZADA desde el comienzo, y en uno de los viajes de Heraldo a Buenos Aires lo acercó a nuestras reuniones. Aquí salgo de la contemporaneidad del relato para recordar que Heraldo siguió siendo un militante de prestigio, que en alguna reunión de la CGT de los Argentinos se lo mencionó como un compañero que había que tener muy en cuenta, que en años posteriores se integró al PRT –al menos así lo cuenta Humberto Pedregosa en una entrevista que le hicieron con motivo del estreno de Gaviotas blindadas-, y que fue detenido-desaparecido en 1976.

lunes, 26 de marzo de 2018

Amigos dentro y fuera de Telefónicos

AVANZADA, de memoria (V)
Amigos dentro y fuera de Telefónicos

En la actividad sindical éramos reconocidos como una agrupación de izquierda. Lo que nos diferenciaba de muchas otras agrupaciones progresistas era que no actuábamos como la sucursal de ningún partido. Eso, además de despertar curiosidad, hacía que algunas fuerzas políticas trataran de tomar contacto con nosotros con el evidente objetivo de ganarnos para su causa. Esto era algo bastante razonable y creo que hasta nos sentíamos halagados por ese interés. En última instancia es parte del juego político que realiza cualquier fuerza para ampliar su base de sustentación. En algunos casos quienes se acercaban a nosotros lo hacían con ciertas desconfianzas y preconceptos. En otras oportunidades seguramente fuimos nosotros quienes nos movimos con criterios prejuiciosos. Esto es algo casi inevitable en cualquier relación. Lo cierto es que a lo largo de nuestra historia fuimos haciendo un buen número de amigos, también ganamos algunos enemigos, y demarcamos un territorio para propios y extraños. Esto fue establecer una identidad.
Siempre procuramos no ser sectarios y movernos con la mayor amplitud. Nos preocupaba no ser considerados antiperonistas o anticomunistas, aunque en razón del espacio que disputábamos muchas de nuestras confrontaciones fueran con esos compañeros. Con los primeros, porque eran la fuerza mayoritaria del gremio y detentaban una conducción hacia la que teníamos críticas. Con los segundos, porque nosotros habíamos conseguido un desarrollo que los opacaba como fuerza dentro del sindicato. Nuestra relación con los compañeros del PC siempre fue de cierta distancia aunque los respetábamos y, en algunos casos, admirábamos. En el período que estoy considerando, su máxima figura era Susana Dos Santos, una compañera muy inteligente que con su oratoria encendida era capaz de levantar en vilo a toda una asamblea.
En nuestro descargo tendría que decir que en esos años el PC era objeto de una fuerte crítica desde diferentes sectores de la izquierda. Se los acusaba de reformistas (cuando no de contrarrevolucionarios), de mantener una servil subordinación a la Unión Soviética, de estalinistas, etc. Visto a la distancia, me parece que muchas de aquellas críticas eran desmesuradas y que respondían únicamente a un interés de diferenciación. Pero haciendo salvedad de esos casos, nosotros teníamos cuestionamientos hacia la Lista Naranja de aquellos tiempos (y que luego cambió a Lista Violeta). Sin embargo nunca escribimos ni una sola línea contra esos compañeros: podíamos tener diferencias, pero no los consideramos nuestros enemigos.
Entre quienes se acercaron a nosotros estuvieron los compañeros del PO, tenían un militante en telefónicos y querían que se integrara en nuestra agrupación. Por aquellos tiempos eran una fuerza muy pequeña; no recuerdo que ya se definieran como Partido Obrero, en todo caso, nosotros los conocíamos por el nombre del periódico: Política Obrera. Lo primero que dejamos en claro fue que el compañero se integraba como un telefónico más y no como miembro de un partido en particular. Nuestra agrupación estaba formalmente abierta a todos los telefónicos que quisieran sumarse, que aceptaran los postulados generales y que respetaran los acuerdos internos. NO queríamos que se viera a la agrupación como un frente de grupos políticos, ni que se promovieran fracciones y tendencias en el interior de la misma. Sabíamos (o supimos) que esta era una aspiración de difícil cumplimiento, pero al menos pretendíamos que no se violentara la unidad interna y que las reuniones no fueran un lugar que se usara únicamente para la bajada de línea y la captura de nuevos adherentes partidarios. Por lo demás, no había ninguna prohibición para que el compañero desarrollara su proselitismo particular antes o después de las reuniones.
Hugo Salerno era un compañero excelente. Era un flaco con cara de chico bueno, parecía un poco tímido, pero Cumplía puntualmente con las tareas asignadas... y siempre tenía dispuesto el periódico partidario para quien aceptara comprarlo. El problema surgió cuando no pudo conciliar la disciplina de la agrupación con las disposiciones partidarias. El PO había caracterizado a la dictadura de Onganía como bonapartista, y pretendía que nosotros hiciéramos lo mismo en nuestra publicación. Nosotros no coincidíamos para nada con semejante apreciación del onganiato, pero aunque hubiéramos estado de acuerdo seguramente no nos habría interesado usar el término “bonapartismo” en el boletín. En ese caso, probablemente habríamos buscado alguna forma de expresión que no nos obligara a dictar un curso sobre Marx y “El 18 brumario de Luis Bonaparte”. Lo cierto es que Hugo propuso esa caracterización, la discutimos entre todos y se la rechazó.
Hasta allí todo fue bien. Pero ese asunto (por alguna cuestión que nosotros desconocíamos) debía ser importante para su partido. Por lo menos eso pensamos cuando una semana después volvió a insistir con que caracterizáramos como bonapartista a la dictadura militar. Hubo un cierto malestar entre los compañeros. Se le recordó que el tema ya había sido discutido y que no se podía estar reabriendo el debate en cada reunión. Hugo se sonrió como pidiendo disculpas y todos pasamos por alto su insistencia.
Pero cuando volvió a la carga por tercera vez la situación se hizo insostenible. Hubo quienes se sintieron muy molestos y hablaron de expulsión. Fue Ricardo quien se encargó de bajar el tono a las críticas. Primero destacó las cualidades militantes de Hugo, señaló que siempre había sido disciplinado y que no se debía hablar de expulsión cuando no estábamos en presencia de un traidor. En todo caso lo que había era una diferencia que nos se podía resolver internamente. Explicó que era obvio que el compañero insistía con su propuesta no por una testarudez insensata sino por indicación partidaria. De todos modos, habría dado lo mismo que lo hiciera por simple tozudez. Sin duda él creía sinceramente en la justeza de su propuesta y además la consideraba tan importante como para insistir en su reclamo de aceptación. Pero la mayoría de los compañeros (todos, menos Hugo) ya habían adoptado una decisión distinta a la que él proponía. Estaba fuera de toda discusión que debía respetarse la decisión de la mayoría, y que la insistencia en rediscutir un tema ya resuelto terminaba entorpeciendo el funcionamiento de la agrupación y la propia disciplina interna.
Hugo no podía seguir formando parte de AVANZADA, pero Ricardo insistía en que no se debía expulsarlo: “Se expulsa a un traidor, pero no a un compañero con el que sólo tenemos diferencias de criterios”. Por eso propuso que se le devolviera la ficha de afiliación y que quedara muy claro que seguíamos siendo amigos.
El hecho puede parecer una anécdota insignificante, pero con cosas como esas fuimos formándonos éticamente. Discusiones y decisiones como aquellas resultaron mucho más aleccionadoras que un largo curso académico. Fuimos aprendiendo en la propia práctica a resolver situaciones difíciles, a no herir la sensibilidad de un compañero por pensar distinto a nosotros y a tratar de ser muy equilibrados a la hora de juzgar las conductas ajenas. En el caso de Hugo, la decisión fue realmente adecuada. Por años, aún después de haber dejado de trabajar como telefónico, él siguió siendo un gran amigo nuestro.

domingo, 25 de marzo de 2018

Se suspenden los comicios de 1967

AVANZADA, de memoria (IV)
Se suspenden los comicios de 1967

FOETRA estuvo entre los varios gremios que fueron sancionados por enfrentarse a la dictadura en los primeros meses de 1967. Esto coincidió con el momento en que debían realizarse las elecciones para la renovación de la conducción del Sindicato Buenos Aires. Hay que recordar que en esa época los comicios se efectuaban cada dos años, y que en el sindicato ya se había efectuado la correspondiente convocatoria a elecciones. Por eso, en un primer momento se decidió continuar adelante con el proceso electoral en marcha.
Nosotros ya veníamos discutiendo con Ricardo Campari para que en esta oportunidad fuera candidato. Había unanimidad en este reclamo y, respetando que Picone volviera a encabezar la Lista, él debía ocupar el segundo lugar. Volvimos a efectuar las reuniones en los lugares de trabajo, pero esta vez se hizo evidente una fuerte retracción por parte de los compañeros. El repliegue participativo no tenía que ver exclusivamente con nuestra agrupación, sino que alcanzaba a todo el gremio y a amplios sectores del movimiento obrero. La energía represiva mostrada por el gobierno militar había conseguido su objetivo. En todos los lugares de trabajo los compañeros se mostraban reacios a involucrarse en una actividad que se había vuelto muy riesgosa.
Esto supuso una dificultad a la hora de conformar la lista. No es que nos faltaran compañeros para integrarla (nosotros armamos una lista muy representativa) pero no era lo mismo trabajar en un ambiente de permisividad democrática que en las nuevas condiciones de presión y represión. Esta fuerte disminución en el compromiso iba a caracterizar la actividad sindical por mucho tiempo. Se volvería muy difícil realizar una asamblea general de afiliados, y hasta los plenarios de delegados tendrían una asistencia muy menguada. En nuestro caso particular esto nos llevó a “tocar fondo”, en cuanto a la participación de los compañeros, entre ese año y el siguiente.
La Junta Electoral del gremio venía cumpliendo con todos los pasos previstos por los Estatutos. Nuestros apoderados en esta oportunidad eran Juan Carlos Romero y Guillermo Pérez Curtó. El número de listas que se habían presentado era menor al del año 1965, pero los contendientes no íbamos a ser menos de cuatro. Ya se estaba avanzando hacia la confección de los padrones cuando la Secretaría de Trabajo informó que las elecciones no iban a ser fiscalizadas por el Ministerio. Esto implicaba el no-reconocimiento gubernamental de las autoridades que fueran electas y, consecuentemente, que tampoco habría reconocimiento de la Empresa. Esto preanunciaba serios problemas legales.
La decisión gubernamental causó bastante malestar entre la militancia del gremio y también provocó inquietud en los lugares de trabajo. La pregunta era ¿Qué iba a pasar cuando se venciera el mandato de las autoridades del sindicato? Este puede parecer un interrogante un poco ingenuo, pero en ese momento no había ninguna comunicación al respecto. De hecho, si no había autoridades electas al momento de caducar el mandato de las anteriores podía considerarse que se estaba en estado de acefalía. Y ya se decía que había quienes especulaban con esa posibilidad y, de producirse, con el pedido de intervención al gremio. No era un temor infundado. En todo tiempo han existido los que aprovechan del río revuelto y aquellos que buscan entrar por la ventana cuando no pueden hacerlo por la puerta.
Nuestra opinión era que se realizaran las elecciones y que todas las listas asumiésemos el compromiso de reconocer al ganador como autoridad legítima del sindicato, independientemente de lo que dijera el gobierno. Desde el punto de vista de los principios la posición era justa, pero no fue considerada realizable. En lugar de ello, la Junta Electoral optó por consultar a la Secretaría de Trabajo sobre qué sucedería una vez que la Comisión Administrativa hubiera cumplido su mandato. Después de alguna demora, la respuesta fue que se prorrogaría el mandato hasta que le fuera devuelta la personería gremial y se pudieran efectuar las elecciones legalmente. Se hicieron las protestas del caso, pero las elecciones no tuvieron lugar.
Para entonces ya habíamos dejado de tener nuestro local en la calle Alsina. Creo que en ese edificio había habido un largo litigio porque el dueño quería desalojar a todos los inquilinos para poder venderlo. Debimos buscar un nuevo lugar para seguir funcionando, pero los ingresos de la agrupación no alcanzaban para que nos propusiéramos el alquiler de un local. Al promediar 1967 nosotros ya gozábamos de bastante prestigio entre las agrupaciones y sindicatos combativos. Por eso exploramos entre algunas organizaciones amigas y finalmente encontramos albergue en el Sindicato Único de Publicidad que en esa época estaba ubicado en Río de Janeiro al 300.
El Secretario General de ese sindicato era Ernesto René Gutiérrez, nos tenía bastante afecto y nosotros siempre fuimos muy respetuosos de su hospitalidad. Como el local era de dimensiones reducidas siempre se hablaba de una futura mudanza a otro lugar más grande. Alguna vez eso nos preocupó y, con la mayor delicadeza posible, preguntamos qué criterio iban a tener con respecto a las agrupaciones que pidieran reunirse. Gutiérrez nos contestó con una enorme sonrisa: “Ustedes no se preocupen por eso, porque ya están en el inventario de Publicidad”.
Procuramos mantener muy buena relación con todos los compañeros de la organización gremial y nunca nos inmiscuimos en sus disputas internas. Hasta llegamos a disponer de la llave del sindicato y teníamos carta blanca para el uso del mimeógrafo. Obviamente, jamás abusamos de esa franquicia, se hubiera perdido la confianza en nosotros, y teníamos la convicción de que si dejábamos de ser confiables ya nunca volveríamos a serlo.
Ese fue el año de la caída del Che. El acontecimiento nos conmocionó a todos y sentimos su impacto. Para muchos profundizó una divisoria de aguas que ya había comenzado con la Revolución Cubana, para otros fue un revulsivo que los puso a pensar, y para todos fue un suceso que no podía pasar desapercibido. Puede parecer increíble que en el boletín de nuestra agrupación no hayamos publicado ni una línea sobre un hecho tan importante, pero en ese tiempo sufríamos tironeos de todos lados para que adhiriéramos a distintas propuestas partidarias, y en el cuidado por mantener la agrupación como un espacio amplio, optamos por guardar silencio.
Ahora bien, el hecho de que no dijéramos nada en las actividades públicas ni en nuestra prensa no quiere decir que el tema estuviera ausente de las conversaciones en el café, luego de las reuniones. Vivíamos en un contexto en el que la violencia institucional nos golpeaba todos los días y un mensaje y un ejemplo como el del Che no podían sernos indiferentes. Eran los años en que la lucha revolucionaria se manifestaba por todo el mundo, desde Vietnam hasta el Congo, Desde Bolivia hasta Argelia. La lucha política también daba un salto cualitativo en Argentina, y muchos de nosotros asumimos compromisos que estaban mucho más allá del que teníamos con la agrupación sindical.

sábado, 24 de marzo de 2018

El paro del 1 de marzo de 1967

AVANZADA, de memoria (III)
El paro del 1 de marzo de 1967

Como respuesta a las medidas antiobreras y antisindicales del gobierno militar el 3 de febrero de 1967 la CGT declaró un paro nacional para el día 1 de marzo. El gobierno decretó la ilegalidad de la medida de fuerza y amenazó con sanciones ejemplares a los sindicatos y trabajadores que realizaran el paro. Para mostrar que la mano iba a ser muy dura el fiscal de estado se presentó ante el Juzgado Nacional en lo criminal y correccional solicitando el procesamiento de los dirigentes sindicales que habían votado el Plan de Acción de la CGT. Simultáneamente, el Consejo Nacional de Radiodifusión y Televisión intimó a todas las estaciones radiales y televisivas para adoptar “las medidas que sean necesarias para impedir la emisión de noticias, comentarios o avisos que directa o indirectamente aludan al plan adoptado por el Comité Central Confederal de la CGT”. A esto siguió el congelamiento de fondos de la FOTIA, la suspensión de la personería gremial de la Unión Ferroviaria y la promulgación de la ley 17.138 estableciendo las normas para la intimación del cese de medidas de fuerza y la aplicación de sanciones y cesantías al personal de empresas y organismos del Estado.
A pesar de eso la huelga fue muy importante y también lo fueron las represalias de la dictadura. En ferroviarios el número de sancionados superó los 100 mil trabajadores. Toda la Comisión Directiva de la Unión Ferroviaria fue cesanteada. En Telefónicos los castigados llegamos a 4.000, y de ellos, poco más de un centenar y medio fueron cesanteados. Pero además se sancionó al sindicato con la suspensión de la personería gremial, lo cual le impidió desempeñar su actividad con normalidad. En la misma resolución que se suspendía la personería gremial del Sindicato Buenos Aires de FOETRA se hizo otro tanto con la FOTIA y con Químicos.
Fue un período muy difícil para todos los trabajadores del país. En el caso particular de los Telefónicos, si bien el número de cesantes había sido relativamente bajo, éramos muchos los que habíamos sido castigados con retrogradaciones en nuestras categorías o con suspensiones de hasta 30 días de duración. El sindicato organizó la solidaridad económica con los cesantes y los que habían sufrido sanciones mayores, pero fue muy difícil sostener en el tiempo esa ayuda.
Por entonces la cuestión de la disciplina sindical era algo que estaba permanentemente bajo la lupa. Era lógico que fuera así, porque un sindicato no puede sostenerse si sus resoluciones son incumplidas por los afiliados y, particularmente, por aquellos que tienen un cierto compromiso militante. Nosotros siempre fuimos muy rigurosos con esa cuestión, y aunque estuviéramos en desacuerdo con alguna de las conducciones sindicales, cumplimos a rajatabla las resoluciones de los cuerpos orgánicos. Por eso el paro del 1 de marzo de 1967 tuvo derivaciones particularmente duras para nosotros. No me estoy refiriendo a las sanciones que sufrimos por nuestra participación en la huelga, sino a otra cosa.
En los días previos al paro nos habíamos reunido en más de una oportunidad y ninguno de los compañeros había manifestado dudas o flaquezas a pesar de las amenazas gubernamentales. Es cierto que en el contexto de una reunión cada uno de los asistentes es influido por la posición predominante en el conjunto, algo así como una presión moral de todos sobre todos. Teníamos el convencimiento de que, más allá de algunas vacilaciones, todos nosotros íbamos a responder como lo habíamos hecho siempre. Pero el bombardeo de amenazas se intensificó el día anterior a la huelga.
El gobierno dispuso que todas las empresas y organismos dependientes del Estado, de acuerdo con la situación de cada una de ellas, procediera a suspender inmediatamente y por el término de 30 días todas las licencias gremiales. La Empresa informó a cada empleado individualmente sobre las consecuencias que podría acarrearle su participación en la medida de fuerza. No se limitó a entregar la circular amenazadora a cada trabajador, sino que hacía firmar el correspondiente acuse de recibo como para dar más contundencia a la intimidación. Ese último día de febrero la programación radial y televisiva estuvo saturada de comunicados gubernamentales que machacaron hasta muy tarde en la noche con la intimación para que se concurriera a trabajar normalmente al día siguiente.
Los que pudimos organizamos piquetes de huelga con los compañeros de trabajo. Esto tenía sus riesgos, no sólo por la posibilidad de sufrir la represión policial, sino porque, si los vacilantes y carneros eran mayoría, el piquete mismo podía disolverse y terminar ingresando al trabajo. Para decirlo más claro: los que desertaran del conflicto podían transformarse en una suerte de contra piquete, hacer vacilar a los débilmente convencidos y arrastrarlos tras de sí.
Lo cierto es que, aunque la inmensa mayoría de nosotros cumplió con la medida de fuerza, tuvimos tres compañeros que habían “carnereado”. Estábamos obligados a tomar alguna medida ejemplificadora y esto por más de un motivo. Había muchos compañeros en el gremio que habían sido cesanteados por haber cumplido con la medida de fuerza, nosotros mismos dentro de la agrupación teníamos por lo menos dos compañeras delegadas de la Comercial 24 de noviembre que habían quedado cesantes: Martha Puig e Inés Mussa. Muchos éramos los que habíamos recibido suspensiones y retrogradaciones, y también eran muchos los que habían sufrido otras sanciones menores. No podíamos dejar en pié de igualdad al que había arriesgado hasta su trabajo, con el que había elegido la deserción. Era imprescindible que quienes hubieran cumplido disciplinadamente con la medida de fuerza, dentro y fuera de la agrupación, supieran que para nosotros eran más valiosos que los que habían flaqueado. Pero había otra cuestión. Dejar sin sancionar esa grave indisciplina era como abrir la puerta a futuras transgresiones. El tiempo por venir se mostraba como muy difícil y plagado de problemas, y necesitábamos consolidar una fuerza, que aunque fuese reducida, se mostrase firme y confiable. Era fijar un límite, establecer un adentro y un afuera para que nadie tuviese dudas respecto a qué era lo lícito y qué no lo era.
Comprendíamos las dudas y vacilaciones que debieron sentir los que habían carnereado. Nosotros mismos habíamos pasado por esas vacilaciones y habíamos tenido que sobreponernos a ellas. Dudábamos a la hora de tener que castigar, pero era una medida justa y necesaria que estaba por encima de nosotros mismos. No teníamos derecho a ser débiles ni a que nos temblara la mano, porque debíamos ser justos. Ellos eran compañeros nuestros y eso hacía más difícil la cuestión, porque cuando no existe ningún vínculo es más fácil sancionar, pero es abrumador hacerlo con quien ha delinquido desde nuestro bando. La sanción tampoco debía ser consecuencia del odio sino que debía surgir de la reflexión equilibrada. Un castigo aplicado en un momento de calentura o como un desahogo emocional, no es justicia, apenas si puede ser venganza. Por último, para cumplir su papel educativo el correctivo debía ser público.
Lo discutimos mucho y tratamos de ser ecuánimes. Finalmente resolvimos expulsar de nuestra agrupación a los tres compañeros y, complementariamente, hacer un comunicado al gremio informando de nuestra decisión.

viernes, 23 de marzo de 2018

Telefónicos en momentos de incertidumbre

AVANZADA, de memoria (II)
Telefónicos en momentos de incertidumbre

A principios de junio de 1966 los telefónicos estábamos en conflicto; recuerdo que se presentó una propuesta empresaria que no satisfacía nuestros reclamos. Aunque la conducción del sindicato trató de que se la aceptase, fue rechazada en la asamblea que se hizo en la Federación Argentina de Box. Ya antes del derrocamiento de Illía se había desplazado a López Zabaleta de la conducción de la ENTel. En su lugar se nombró un interventor militar, el coronel Eppens, y las nuevas autoridades hicieron algunos cambios cosméticos a la anterior propuesta salarial. Sustancialmente la oferta seguía siendo la misma, desde nuestro punto de vista debía ser rechazada como lo había sido la anterior. Sin embargo después del golpe la dirección del sindicato convocó a una nueva asamblea general, propuso el levantamiento de las medidas de fuerza, y apuntaló su posición con la advertencia de que había “sectores de presunta Avanzada” que buscaban el enfrentamiento de los trabajadores telefónicos con el gobierno militar.
No creo que se hubiese conseguido un nuevo rechazo de los asambleístas, lo que parecía más probable era una aceptación medrosa por parte de los compañeros. Sin embargo el hecho de que se volantease una amenaza tan explícita como la anterior dejaba traslucir una cierta preocupación por parte de los dirigentes del sindicato, y hasta una sobrevaloración de nuestra influencia entre los telefónicos. La reunión se efectuó en el Luna Park, la concurrencia fue importante pero no multitudinaria, y se notó una cierta tensión por la decisión final de los asambleístas. En ese afán por asegurarse el resultado, los dirigentes extremaron los recaudos y hasta cometieron ciertas desprolijidades. NO sólo la del volante de tono policial, sino una acentuada limitación al uso de la palabra. Prácticamente con el comienzo de la deliberación se reclamó la aprobación de la propuesta empresaria y se pidió el cierre de la lista de oradores. Aunque la votación fue contabilizada como favorable, el resultado tuvo todo el sabor de una victoria pírrica.

Había una cierta percepción de que la dictadura iba a reactualizar las prácticas represivas de los peores momentos de Aramburu y Rojas o del Plan Conintes. Las presunciones no eran desacertadas, y a medida que avanzaron los días fueron produciéndose los hechos que las confirmarían.
La primera muestra de brutalidad represiva que recuerdo fue la de la noche de los bastones largos. Ya se había producido la intervención del sindicato de Prensa, también había sido derogada la autonomía universitaria, y en la noche del viernes 29 de julio se decidió dar un escarmiento ejemplificador a quienes resistían esta medida. Algunas facultades estaban tomadas por los estudiantes, y aunque todas iban a ser desalojadas, se puso un particular ensañamiento con la de Ciencias Exactas. La Policía Federal estaba conducida por el general Fonseca, y éste ordenó a sus subordinados que fueran y “molieran a palos” a los que estaban dentro de la facultad. Los policías cumplieron escrupulosamente con la orden recibida, y el desalojo del local universitario ubicado en la Manzana de las luces tuvo muestras de crueldad estremecedoras.
Pocos días después se produjo la intervención de la FATPREN, pero esa fue casi una formalidad luego de haberse hecho lo mismo con el Sindicato de Prensa. Hago especial referencia a lo que ocurría con los compañeros de prensa porque con ellos manteníamos una relación más directa, pero eran varios los sindicatos que estaban siendo golpeados en esos días a todo lo largo y ancho del país, entre ellos, portuarios, ferroviarios y obreros azucareros de Tucumán. También las universidades, consideradas no como casas de estudio sino como nidos de subversivos, sufrían el embate represivo. Ya comenté lo ocurrido en Buenos Aires, pero poco después, el 7 de septiembre, en Córdoba, la policía reprimió brutalmente una asamblea estudiantil y baleó a Santiago Pampillón quien moriría cinco días después. Las palabras de Miguel Ángel Ferrer Deheza, el interventor designado por la dictadura para gobernar la provincia de Córdoba, preanunciaron un futuro aún más luctuoso: "Lamento las víctimas producidas… y las que vendrán". Paralelamente, en un discurso que fuera trasmitido por radio y televisión (y que el diario La Nación comentara en su edición del día 12 de septiembre), Martínez Paz, ministro del Interior, “defendió la política universitaria del gobierno e incluso justificó el uso de la fuerza”.
Aunque el ataque contra los sectores laborales era generalizado hubo algunos gremios que fueron agredidos con mayor ensañamiento. Tengo la convicción que había mucho de ideológico en algunos de esos embates, como en el caso de los universitarios, donde no se hizo distingo entre profesores, estudiantes o trabajadores, y donde se aprovechó cualquier muestra de resistencia para aplicar sanciones ejemplificadoras. El fanatismo anticomunista de la dictadura era continuación de la obsesión existente en los sectores más reaccionarios de la sociedad. La revista Primera Plana, que tan activo papel había jugado en el golpe contra Illia, comentaba dos semanas después de la asunción de Onganía que los representantes de una veintena de organizaciones estudiantiles -entre ellas el Frente Anticomunista de Odontología y el Sindicato Universitario de Derecho- habían pedido audiencia al ministro del Interior para solicitarle “la destrucción de la estructura marxista de la Universidad, la expulsión de los profesores de esa ideología, la intervención a EUDEBA y el fin del gobierno tripartito”.
En otros casos la brutalidad represiva pareció responder a un plan premeditado para provocar reacciones desesperadas o irreflexivas, y de ese modo poder golpear con mayor dureza a quienes no estaban preparados para absolver el golpe. Un caso significativo fue el de los portuarios, que en los primeros días de octubre se encontraron con que su régimen de trabajo era unilateralmente modificado por la Ley 16.972. Intentaron defenderse, pero el sindicato fue intervenido, y cuando quisieron reorganizarse, el secretario general del sindicato, Eustaquio Tolosa, fue arrestado en medio de una asamblea. El lugar y momento para detenerlo fue una clara provocación, porque lo que se buscaba era desarticular a los trabajadores por un largo tiempo.
Los ferroviarios eran otro sector que estaba en la mira desde varios años atrás. Ya en época de Frondizi se había iniciado el ataque contra ese sector. En aquel momento el Plan propuesto por el general norteamericano Thomas Larkin postulaba el levantamiento del 32 por ciento de los ramales ferroviarios y el despido de 70 mil trabajadores. Sólo una parte de aquel proyecto llegó a cumplirse, porque los ferroviarios hicieron una enérgica defensa de sus puestos de trabajo. Pero la idea de desmantelar servicios seguía siendo un objetivo de los gobiernos reaccionarios, y el 2 de diciembre de 1966 la dictadura dispuso la reestructuración del sistema ferroviario, modificó el régimen de trabajo y atacó la estabilidad laboral del personal.
El otro gremio contra el que se dirigió toda la rudeza cuartelera fue el de los azucareros tucumanos. La crisis de ese sector productivo venía por lo menos desde cuatro años antes, con cierre de ingenios y pérdida de puestos de trabajo. La angustiosa situación económica había llevado a que la FOTIA implementara medidas de fuerza como la ocupación de ingenios en 1965. Las ollas populares se transformaron en un símbolo de la resistencia obrera.
La dictadura dispuso la intervención de varios ingenios tucumanos y cerrar otros cinco. Se produjo entonces un desempleo masivo en la región y el éxodo de la población rural dedicada a la producción de caña de azúcar. Como forma de protesta el sindicato dirigido por Atilio Santillán convocó a una concentración en la que fue abatida Hilda Guerrero de Molina. La trabajadora asesinada el 12 de enero de 1967 era madre de cuatro hijos, y los represores policiales parecían parafrasear a Sarmiento: “no me ahorre sangre de obrero”.

jueves, 22 de marzo de 2018

Primeros golpes después del Golpe

Cuando inicié este blog se cumplía el cincuentenario de AVANZADA, después pensé continuar con algunas notas que nunca llegué a publicar. Aprovecho aquellos apuntes como preludio a otra conmemoración importante de la semana próxima, el surgimiento de la CGT de los Argentinos.

AVANZADA, de memoria
Primeros golpes después del Golpe

Los errores, debilidades e inoperancias del gobierno de Illia fueron desgastándolo. Había contado con un cierto respeto aunque no con respaldo por parte del pueblo, entendido esto en su sentido más amplio. Se lo criticaba por muy diversas razones y desde los más variados frentes. Cada uno lo hacía por un motivo particular, pero todos, a su modo, fueron contribuyendo a socavarlo. El papel de la prensa, como siempre ocurre, fue determinante en esa campaña de desgaste. El gobierno trató de defenderse pero ya estaba desbordado. Recién en marzo de 1966 el Ministerio de Justicia hizo una denuncia contra Primera Plana, Confirmado, Atlántida e Imagen; ya para entonces el hostigamiento del periodismo opositor llevaba varios meses. Mariano Grondona y Mariano Montemayor fueron acusados de “instigación a la rebeldía, y de participar en la creación de un clima psicológico propicio al golpe de Estado".
El golpe conducido por Juan Carlos Onganía derrocó al debilitado gobierno de Arturo Illia el 28 de junio de 1966. En el documento de los golpistas titulado “Acta de la Revolución Argentina” decían:
“(…) El comandante en jefe del Ejército, teniente general D. Pascual A. Pistarini, el comandante de Operaciones Navales, almirante D. Benigno I. Varela, y el comandante en jefe de la Fuerza Aérea, brigadier general D. Adolfo Álvarez” llegaron a la conclusión que “la pésima conducción de los negocios públicos por el actual gobierno, como culminación de muchos otros errores de los que le precedieron en las últimas décadas, de fallas estructurales y de la aplicación de sistemas y técnicas inadecuados a las realidades contemporáneas, han provocado la ruptura de la unidad espiritual del pueblo argentino, el desaliento y el escepticismo generalizados, la apatía y la pérdida del sentir nacional, el crónico deterioro de la vida económico-financiera, la quiebra del principio de autoridad y una ausencia de orden y disciplina que se traducen en hondas perturbaciones sociales y en un notorio desconocimiento del derecho y de la justicia. Todo ello ha creado condiciones propicias para una sutil y agresiva penetración marxista en todos los campos de la vida nacional, y suscitado un clima que es favorable a los desbordes extremistas y que pone a la Nación en peligro de caer ante el avance del peligro colectivista”.
La decisión de los golpistas fue: “1) Constituir la Junta Revolucionaria con los comandantes en jefe de las tres fuerzas armadas de la Nación, la que asume el poder político y militar de la República; 2) Destituir de sus cargos al presidente y vicepresidente de la República, y a los gobernadores y vicegobernadores de todas las provincias; 3) disolver el Congreso Nacional y las legislaturas provinciales; 4) Separar de sus cargos a los miembros de la Corte Suprema de Justicia y al procurador general de la Nación; 5) Disolver todos los partidos políticos del país; (…) 10) Ofrecer el cargo de presidente de la República al señor teniente general (R.E.) D. Juan Carlos Onganía”.

Aunque en la ceremonia de juramento de Onganía hubo una presencia mayoritaria de oficiales superiores de las fuerzas armadas, también “se registró una importante participación civil en señal de apoyo a la nueva gestión”. Los diarios de la época destacaron la presencia de personalidades vinculadas al ámbito empresario, rural y gremial. Entre las mismas se mencionaba al presidente de la Sociedad Rural Argentina, Faustino Fano, al presidente de ACIEL, Jorge Oría, al presidente de la Confederación General Económica (CGE), José Ber Gelbard, y al presidente de la Cámara Argentina de Comercio, Horacio García Belsunce. Entre los dirigentes sindicales fueron mencionados especialmente el Secretario General de la CGT Francisco Prado, el Secretario General de la Unión Obrera Metalúrgica Augusto Timoteo Vandor, el dirigente del sindicato del Vestido José Alonso, y el de Luz y Fuerza Juan José Taccone.
Entre las primeras medidas del gobierno militar, se disolvió el parlamento, se intervino la universidad y se prohibió la actividad política. Luego se intervinieron algunos sindicatos, y, entre los primeros (si es que no fue el primero) estuvo el Sindicato de Prensa.
Nosotros ya teníamos vinculación con los compañeros de Prensa. Unas semanas antes habíamos estado en el local sindical para ver unos documentales sobre la guerra de Vietnam. Eduardo Jozami, Secretario General del Sindicato, y Emilio Jáuregui, Secretario de la Federación de Trabajadores de Prensa –FATPREN-, habían viajado a Vietnam como periodistas en marzo de ese año, y al regresar publicaron extensas notas en el diario El Mundo. También trajeron los documentales sobre la guerra que vimos aquel día. Recuerdo que las películas estaban en francés y que, mientras se proyectaban, tanto Jozami como Jáuregui iban traduciendo los distintos pasajes y haciendo comentarios sobre la guerra. Una de las imágenes que se me grabó de manera imborrable mostraba el bombardeo de un hospital vietnamita por parte de los norteamericanos. En medio de la destrucción se veía la huida de los internados y, entre ellos, un hombre con muletas a quien le faltaba una pierna.
Al evocar aquellas imágenes no puedo dejar de relacionarlas con John McCain, el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos en 2008. La asociación no es caprichosa, ese tenebroso personaje fue piloto de la aviación naval durante la guerra y efectuó numerosos bombardeos contra Vietnam del Norte hasta que lo derribaron en octubre de 1967, cuando realizaba un ataque sobre Hanoi.
Pero, volviendo al tema de la intervención del Sindicato de Prensa, dije anteriormente que pudo ser el primer gremio atacado por la dictadura encabezada por Onganía. El golpe de estado se produjo el 28 de junio, y el Decreto 321, que determinó la intervención, tiene fecha del 22 de julio de 1966. En la mañana en que se tomaba la resolución en la Secretaría de Trabajo, Jozami y Jáuregui hacían una reunión en su sindicato y nos habían invitado. Aunque nos contaron que habían presentado los recursos del caso, y que el juez César Arias había dejado sin efecto la medida, ya se sabía que la disposición iba a ser recurrida ante la Cámara de Apelaciones. Con toda razón preveían que la apelación iba a ser favorable al gobierno, y estaban pidiendo la colaboración de las agrupaciones amigas para hacer frente a la nueva situación. En esa época el Sindicato de Prensa funcionaba en la calle Alsina, a una cuadra de donde nosotros teníamos nuestro local, y la colaboración que nos solicitaban era que se lo prestásemos para que ellos pudieran seguir manteniendo un contacto con los trabajadores del gremio en los días siguientes. Obviamente, accedimos, y por unos días el Sindicato de Prensa en la resistencia funcionó en el local de nuestra agrupación. No recuerdo cuánto tiempo transcurrió para que la Cámara de Apelaciones repusiera la intervención, pero no debió demorarse mucho, porque esa medida se complementó con un nuevo decreto que, con fecha 4 de agosto, extendió la intervención a la FATPREN.

domingo, 18 de marzo de 2018

Aquel 18 de marzo

El 18 de marzo los trabajadores telefónicos argentinos celebran su día en conmemoración de la estatización del servicio producida en 1948. Hoy se cumplen 70 años de aquel acontecimiento y es una buena oportunidad para hacer un rápido repaso histórico.
La historiografía más o menos oficial dice que en los primeros días del año 1881 se instalaron los primeros teléfonos en el país. Probablemente sea cierta la anécdota de que el 4 de enero se instaló el primer aparato en el domicilio de Bernardo de Irigoyen, ministro de relaciones exteriores, y que luego seguirían las residencias de Julio Roca, presidente de la Nación, Marcelo Torcuato de Alvear, intendente porteño, y otros funcionarios e instituciones. Eso ocurrió en Buenos Aires, pero en fechas muy próximas también se instalaron líneas telefónicas en otros lugares, como las ciudades de Tucumán y Rosario y hasta en un ingenio de Santiago del Estero.
El negocio de las comunicaciones comenzaba a desarrollarse, varias empresas pugnaban por obtener autorización, y las licencias eran otorgadas sin exigir compatibilidad entre los distintos sistemas. Cuando las instalaciones eran punto a punto eso no representaba un problema, pero cuando las conexiones se hacían a través de centrales sólo podían comunicarse entre sí los abonados a una misma compañía. En un primer momento en la ciudad de Buenos Aires funcionaron tres empresas distintas, luego se fusionarían dando nacimiento a la que se conocería como Compañía Unión Telefónica del Río de la Plata.
El dominio de las comunicaciones no sólo tiene valor económico sino también valor estratégico, la pugna por el mercado mundial fue feroz desde el comienzo mismo. Las compañías más pequeñas o las de tipo cooperativo fueron siendo liquidadas o relegadas a los márgenes, las grandes ciudades y las rutas principales de comunicación fueron copadas por las compañías más poderosas. A principios del siglo XX se produjo el desembarco en América del Sur de las tres grandes multinacionales: Ericsson, Siemens e ITT. Detrás de cada una de ellas se encontraban los gobiernos de sus países de origen y las empresas proveedoras de material telefónico.
Ericsson se hizo fuerte en Argentina con la Compañía Entrerriana de Teléfonos y con la Compañía Argentina de Teléfonos; Siemens se estableció en las provincias de Corrientes y Misiones con la Compañía Internacional de Teléfonos, la que también prestaba servicios en Paraguay; por su parte la ITT se lanzó a conquistar la Unión Telefónica que hasta ese momento era explotada por capitales británicos. Para ello compró compañías telefónicas en Río Grande do Sul, en Uruguay y en Chile, tendió un cable internacional entre Chile y Argentina y anunció la compra de pequeñas empresas telefónicas en la provincia de Buenos aires. Ante ese despliegue de fuerzas los británicos decidieron vender, a partir de 1927 los norteamericanos se hicieron dueños de la parte más rentable del servicio telefónico en Argentina.
Durante los años siguientes se multiplicaron los reclamos contra los abusos de la Unión Telefónica y para que el estado se hiciera cargo del servicio. Los proyectos de expropiación no tuvieron éxito pero evidenciaron una creciente conciencia nacionalizadora. Después del triunfo peronista en 1946 el proceso se puso en marcha. A fines de agosto se hizo el anuncio y el 3 de septiembre se realizó la compra de la Unión Telefónica por parte del Estado. En la ceremonia oficial estuvieron presentes el Presidente de la Nación, Juan Domingo Perón, el presidente de la ITT, coronel Sosthenes Behn, el embajador norteamericano y numerosos funcionarios.
Si toda operación económica puede dar lugar a críticas y suspicacias, ésta no le fue en saga. La oposición criticó la compra desde diferentes aspectos, algo imposible de resumir en una nota tan pequeña como esta. Tal vez sea necesario decir algunas obviedades. Un Estado comprando y una empresa vendiendo, no cualquier empresa, sino una empresa muy poderosa con el respaldo del gobierno del país más poderoso del mundo; para que esto fuera posible la parte vendedora tenía que estar haciendo un buen negocio. Pero el Estado comprador (si obraba de buena fe) debía considerar que esa operación era conveniente en términos de soberanía política. Sobre esto se ha escrito mucho en el pasado, se sigue escribiendo en el presente y se seguirá escribiendo en el futuro.
Lo que ahora interesa señalar es que la empresa recién adquirida no se transformó en empresa estatal, sino que se apostó a la constitución de una empresa mixta –Empresa Mixta Telefónica Argentina- en la que el Estado conservaría el 51 por ciento de la propiedad y en la que los capitalistas privados podrían participar con el 49 por ciento restante.
Según el presidente del Banco Central, Miguel Miranda, el objetivo de la empresa mixta era la argentinización (y no la nacionalización) de las grandes compañías de servicios públicos de capitales foráneos. “Con la formación de sociedades mixtas deseamos alcanzar: a) la participación del ahorro nacional en empresas industriales; b) la cooperación y la participación de los obreros y empleados de las empresas en la dirección y beneficios de las mismas”.
Un año y medio después de haberse constituido la empresa mixta el ministro del Interior, Ángel Borlenghi, explicó que “el capital privado no demostró tener interés suficiente para intervenir en la financiación y sostenimiento de la EMTA”; su único interés era dirigirla para maximizar sus propios beneficios. Era una constatación amarga que echaba por tierra con el proyecto inicial y obligaba a un drástico cambio de dirección: en adelante No se admitirá ninguna intervención económica, y mucho menos en la administración de los servicios”.
El 18 de marzo de 1948 se firmó el decreto 8.104 que dio por finalizada la experiencia con la empresa mixta; luego se constituyó Teléfonos del Estado (que posteriormente cambiaría su nombre por Empresa Nacional de Telecomunicaciones) y la empresa estatal se puso en marcha. Durante más de cuarenta años el estado prestó el servicio telefónico en la mayor parte del país, sólo las compañías pertenecientes al grupo Ericsson quedaron sin estatizar. La coexistencia de esos dos modos de administración sirvió para demostrar que el prestador privado no era más eficiente que el estatal.
Hoy se cumplen 70 años de aquel 18 de marzo, es un nuevo Día del Telefónico, feliz día entonces para todos los compañeros.