“Tocan tiempos difíciles, pero para un revolucionario los tiempos
difíciles es su aire. De eso vivimos, de los tiempos difíciles, de
eso nos alimentamos, de los tiempos difíciles. ¿Acaso no venimos de
abajo, acaso no somos los perseguidos, los torturados, los
marginados, de los tiempos neoliberales?”
El viernes 27 de mayo de 2016, hace exactamente cinco años, Álvaro
García Linera estuvo en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA
“para recibir el diploma Líderes de la Patria Grande por su
trayectoria y su compromiso con las luchas por la emancipación
continental”. Habían pasado seis meses desde la asunción de
Mauricio Macri como presidente de la Nación y apenas dos semanas
desde el desplazamiento de Dilma en Brasil; la derecha festejaba lo
que definía como el fin del ciclo populista no sólo en Argentina
sino en todo el continente. Era tiempo de restañar heridas y
prepararse para la nueva batalla, y el discurso del vicepresidente de
Bolivia fue como una clarinada para quienes llenaban el auditorio
Roberto Carri de la Facultad.
Le habían precedido en el uso de la palabra el ex rector de la
Universidad de General Sarmiento, Eduardo Rinesi, y el politólogo
brasileño Emir Sader. De pie ante la concurrencia (“Como buen
populista voy a hablar de pie”) agradeció la invitación y la
presencia de todos los que se habían dado cita para “dialogar y
compartir las lecturas que tenemos sobre lo que está pasando en
nuestro continente”. Aquella exposición fue incluida en su libro
Democracia, Estado, Revolución. Cinco años después aquel discurso
sigue teniendo una enorme vigencia, y como es mucho más que un
documento histórico aquí se lo reproduce tal como fue publicado por
la Fundación Germán Abdala.
ÁLVARO GARCÍA LINERA
CINCO DEBILIDADES DE LOS
GOBIERNOS PROGRESISTAS LATINOAMERICANOS.
Muy buenas tardes a todos y todas. Quisiera hacer una reflexión de
lo que está pasando en el Continente, de lo que veo que ocurre. No
estamos en un buen momento, eso está claro. Tampoco es un momento
terrible. Es un momento de inflexión histórica. Algunos hablan de
un retroceso, de avance de los restauradores. Lo cierto es que en el
último año, después de diez años de gobiernos progresistas y
revolucionarios en el Continente, esta mejora se ha detenido. En
algunos casos ha retrocedido, y en otros, está en duda su
continuidad. De manera fría, como lo tiene que hacer un
revolucionario, tenemos que hacer un análisis de plaza, decía
Lenin. En terminología militar, analizar las fuerzas y escenarios
reales que hay, sin ocultar nada, porque dependiendo de la claridad
del análisis que uno hace, sabrá encontrar las potencias, las
fuerzas reales del avance futuro.
No cabe duda que hay una limitación o una contracción territorial
del desarrollo de los gobiernos progresistas. Allá donde han
triunfado las fuerzas conservadoras, hay un acelerado proceso de
reconstitución de las viejas élites de los años ‘80s y ‘90s,
que nuevamente quieren asumir el control de la gestión estatal y la
función pública. En términos culturales, hay un esfuerzo denodado
desde los medios de comunicación, ONG’s e intelectuales orgánicos
de la derecha, por devaluar y cuestionar las ideas y el proyecto de
revolución, o la idea misma de transformación.
Dirigen su ataque hacia lo que podemos considerar como la década
dorada, la década virtuosa de América Latina. Aunque de diversas
maneras, unos más radicales que otros, unos más urbanos, otros más
rurales, con distintos lenguajes; fueron años en la región con
muchos cambios. América Latina, desde los 2000, ha vivido los años
de mayor autonomía y de mayor construcción de soberanía que uno
pueda recordar desde la fundación de los Estados en el siglo XIX.
Cuatro cosas caracterizaron esta década virtuosa latinoamericana.
La primera, en lo político: un ascenso de clases sociales y fuerzas
populares que asumen el control del poder de Estado, se supera el
viejo debate de principios de siglo sobre la posibilidad de cambiar
el mundo sin tomar el poder. Los sectores populares, obreros,
trabajadores, campesinos, indígenas, mujeres, clases subalternas,
superan ese debate teoricista y contemplativo de una manera práctica.
Asumen la tarea de control del Estado. Se vuelven diputados,
asambleístas, senadores. Se movilizan, hacen retroceder políticas
neoliberales, toman la gestión estatal, modifican políticas
públicas y presupuestos. En diez años asistimos a lo que podría
denominarse una presencia de lo popular y de lo plebeyo, en sus
diversas clases sociales, en la gestión de Estado.
De igual manera, asistimos al fortalecimiento de la sociedad civil:
sindicatos, gremios, pobladores, vecinos, estudiantes, asociaciones,
comienzan a diversificarse y a proliferar por distintos ámbitos. Se
rompe la noche neoliberal de apatía, de simulación democrática,
para recrear una potente sociedad civil que asume un conjunto de
tareas en la construcción de los nuevos Estados latinoamericanos.
En lo social, en Brasil, Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador,
Paraguay, Uruguay, Nicaragua, El Salvador, asistimos a una potente
redistribución de la riqueza social. Frente a las políticas de
ultra-concentración de la riqueza, que había convertido al
continente latinoamericano en uno de los continentes más injustos
del mundo, desde los años 2000, a la cabeza de gobiernos
progresistas y revolucionarios, asistimos a un poderoso proceso de
redistribución de la riqueza. Esta redistribución de la riqueza
lleva a una ampliación de las clases medias, no en el sentido
sociológico político del término, sino en el sentido de su
capacidad de consumo. Así, se amplía también, la capacidad de
consumo de los trabajadores, de los campesinos, de los indígenas, de
distintos sectores sociales subalternos.
Una limitación, en la que se centraron los esfuerzos, fue la gran
desigualdad social de la región. La diferencia en los porcentajes
entre el 10% más rico respecto del 10% de los más pobres, que
arrojaba cifras de más de 100, 150, 200 veces en la década del ‘90,
al finalizar la primera década del siglo XXI, se ha reducido a 80,
60, a 40, de una manera que amplía la participación y la igualdad
de los sectores sociales.
En lo económico, con mayor o menor intensidad cada uno de estos
gobiernos y estos Estados ensaya propuestas post-neoliberales de la
gestión económica. No estamos hablando todavía de propuestas
socialistas, sino de post-neoliberales, que permiten que el Estado
retome un fuerte protagonismo. Algunos países llevarán adelante
procesos de nacionalización de empresas privadas, otras llevarán
adelante la creación de empresas públicas, la ampliación del
aparato estatal, la ampliación de la participación del Estado en la
economía, pero está claro que en todas ellas se va a ensayar formas
post-neoliberales de la gestión de la economía. Se recupera la
importancia del mercado interno, del Estado como redistribuidor de la
riqueza, y de la participación del Estado en áreas estratégicas de
la economía.
En política externa, se va a constituir lo que podríamos denominar
de una manera informal, una especie de internacional progresista y
revolucionaria a nivel continental. No va a existir un COMITERN, como
en la vieja Unión Soviética, pero de alguna manera, el Presidente
Lula, el Presidente Kirchner, el Presidente Correa, el Presidente
Evo, el Presidente Chávez, van a asumir lo que podríamos llamar una
especie de comité central, de un internacionalismo, de una
internacional latinoamericana, que va a permitir pasos gigantescos en
la constitución de nuestra independencia. Antes la OEA, definía los
destinos de nuestro continente bajo la batuta de Estados Unidos (que
ponían el dinero y designaban al Secretario General), y con eso
todas las disposiciones. En esta época surgirá la CELAC, UNASUR y
una integración propia de latinoamericanos, sin Estados Unidos, sin
la necesidad de tutelaje, sin la necesidad de patrones.
Igualmente, con la solidaridad entre los gobiernos y entre los países
para consolidar una política externa, una política interna se
llevará adelante. Recordaba el compañero Carlos Girotti, cuando él
estuvo en Santa Cruz había un golpe de Estado en Bolivia. En ese
entonces, cinco de los nueve departamentos que tiene Bolivia,
quedaron bajo control de la derecha. Ni el Presidente Evo, ni este
Vicepresidente, podíamos aterrizar en esos departamentos, no
podíamos controlar las autoridades en esos departamentos, no
podíamos ir a hacer gestión a esos departamentos. El país estaba
dividido, la derecha había asumido el control político, había
dualizado el poder, amenazaba y llevaba adelante un golpe de Estado,
amenazaba con la guerra civil. Y en estos tiempos, fue la UNASUR,
fueron los Presidente Kirchner, Chávez, Correa y Lula, que nos
ayudaron para restablecer el orden democrático y retomar la
iniciativa política.
En conjunto, el Continente, en esta década virtuosa, llevó adelante
cambios políticos: la participación del pueblo en la construcción
de Estados de nuevo tipo. Cambios sociales: redistribución de la
riqueza y reducción de las desigualdades. Economía: participación
activa de un Estado en la economía, ampliación del mercado interno,
creación de nuevas clases medias. En lo internacional, articulación
política del Continente. No es poca cosa en diez años, que son
quizás los años, desde el siglo XIX, más importantes de
integración, de soberanía y de independencia que ha tenido nuestro
continente.
Sin embargo, y hay que asumir de frente el debate, en los últimos
meses este proceso de irradiación y de expansión territorial de
gobiernos progresistas y revolucionarios, se ha estancado. Hay un
regreso de sectores de la derecha, en algunos países importantísimos
y decisivos del continente. Hay amenaza de que la derecha retome el
control en otros países, es importante que nos preguntemos por qué.
¿Qué ha sucedido para que hayamos llegado a esta situación?
Evidentemente la derecha siempre va a intentar y va a buscar sabotear
los procesos progresistas y revolucionarios. Es un tema de
sobrevivencia política de ellos, es un tema de control y disputa por
el excedente económico. La derecha en el mundo entero y en el
continente es derecha y se vuelve empresarial, y se vuelve
millonaria, usufructuando y usurpando recursos públicos. Está claro
que la derecha siempre va a buscar conspirar y ese es un dato de la
realidad. Pero es importante que evaluemos qué cosas nosotros no
hemos hecho bien, dónde hemos tenido límites, dónde hemos tenido
tropiezos, que han permitido o quieren permitir que la derecha retome
la iniciativa. Porque si nos damos cuenta de dónde está nuestra
debilidad, está claro que podemos superarla e impedir ese regreso de
la derecha o retomar nuevamente la iniciativa, para sustituir a esa
derecha nuevamente, mediante la movilización democrática del
pueblo.
Yo marcaría cinco límites y cinco contradicciones que se han hecho
presentes, que han aflorado en esta década virtuosa continental. No
los voy a nombrar por orden de importancia sino simplemente por orden
lógico.
Una primera debilidad, una primera falencia, que hemos tenido o que
podemos tener es las contradicciones al interior de la economía.
Pareciera que le hubiéramos dado poca importancia al tema económico
al interior de los procesos revolucionarios. Y ese es un peligro
porque no se olviden que Lenin decía: la política es economía
concentrada. Claro, en oposición, cuando uno es opositor no gestiona
nada. Lanza un proyecto de país, irradia una propuesta económica,
pero no gestiona. Su convocatoria hacia el pueblo es en función de
propuestas, de iniciativas, de sugerencias, pero no todavía en
función de gestión. Entonces, cuando uno es opositor importa más
la política, el discurso, la organización, las ideas, la
movilización, acompañada de propuestas de economía más o menos
atractivas, creíbles, articuladoras. Pero cuando uno es gestión de
gobierno, cuando uno se vuelve Estado, la economía se vuelve
decisiva. Y no siempre los gobiernos progresistas y los líderes
revolucionarios han asumido la importancia decisiva de la economía
cuando se está en gestión de gobierno. La base de cualquier proceso
revolucionario es la economía. Cuidar la economía, ampliar los
procesos de redistribución, ampliar el crecimiento, eran también
las preocupaciones de Lenin allá en 1919, 20, 21, 22, cuando pasado
el comunismo de guerra tiene que afrontar la realidad de su país
destrozado. Ha resistido la invasión de siete países, ha derrotado
a la derecha, pero hay siete millones de personas que han muerto de
hambre. ¿Qué hace un revolucionario? ¿Qué hace Lenin? La
economía. Todos los textos de Lenin después del comunismo de guerra
es la búsqueda de cómo restablecer la confianza de los sectores
populares, obreros y campesinos, a partir de la gestión económica,
del desarrollo de la producción, de la distribución de la riqueza,
del despliegue de iniciativas autónomas de campesinos, de obreros,
de pequeños empresarios, incluso de empresarios, para garantizar una
base económica que de estabilidad, que de bienestar a su población.
Habida cuenta que no se puede construir socialismo ni comunismo desde
un solo país, que hay mercado mundial que regula las relaciones, que
el mercado y la moneda no desaparecen por decreto y mientras tanto le
toca a cada país resistir, crear condiciones básicas de
sobrevivencia, crear condiciones básicas de bienestar para su
población, pero eso sí, manteniendo el poder político en manos de
los trabajadores. Se puede hacer cualquier concesión, se puede
dialogar con quien sea que permita ayudar al crecimiento económico,
pero siempre garantizando el poder político en manos de los
trabajadores y los revolucionarios.
La economía es decisiva. En la economía nos jugamos nuestro destino
como gobiernos progresistas y revolucionarios. Si no se satisfacen
necesidades básicas, no cuenta el discurso. El discurso habrá de
ser eficaz, habría de crear expectativas y esperanzas colectivas,
sobre una base material de satisfacción mínima de condiciones
necesarias. Si no están esas condiciones necesarias, cualquier
discurso, por muy seductor, por muy esperanzador que sea, se diluye
ante la materia de la base económica.
Una segunda debilidad en el tema económico: Algunos de los gobiernos
progresistas y revolucionarios han adoptado medidas que han afectado
al bloque social revolucionario, potenciando al bloque conservador.
Ciertamente que un gobierno debe gobernar para todos, es la clave del
Estado. El Estado es el monopolio de lo universal, ahí radica su
fuerza y su poderío, representar lo universal. Pero gobernar para
todos no significa entregar los recursos o tomar decisiones que por
satisfacer a todos debiliten tu base social que te dio vida, que te
da sustento y que serán al fin y al cabo, los únicos que saldrán a
las calles cuando las cosas se ponen difíciles. ¿Cómo moverse en
esa dualidad? Gobernar para todos, pero en primer lugar, como dice la
Iglesia Católica de base, tomando una opción preferencial,
prioritaria por los trabajadores, por los pobladores, por los
campesinos, por los humildes? No puede haber ningún tipo de política
económica que deje de lado a lo popular. Cuando se hace eso,
creyendo que se va a ganar el apoyo de la derecha, o que va a
neutralizarla, se comete un error, porque la derecha nunca es leal. A
los sectores empresariales los podemos neutralizar, pero nunca van a
estar de nuestro lado. Y vamos a neutralizarlos siempre y cuando vean
que lo popular es fuerte y movilizado. En cuanto vean que lo popular
es débil, los sectores empresariales no van a dudar un solo instante
para levantar la mano y clavar un puñal a los gobiernos progresistas
y revolucionarios.
Hay quienes dicen desde el lado de una supuesta izquierda, que el
problema fue que los gobiernos progresistas no tomaron medidas más
duras de socializar y de avanzar con el comunismo y de acabar con el
mercado y disolver la moneda, como si el problema fuera un tema de
voluntad o de decreto. Se puede sacar un decreto que diga que no hay
mercado, sin embargo, el mercado va a seguir. Podemos sacar un
decreto que diga que ya no hay compañías extranjeras, sin embargo,
las herramientas para los celulares o para las máquinas, igual van a
requerir el conocimiento universal y planetario que los envuelve a
todos. Un país no puede volverse autárquico. Ninguna revolución ha
aguantado ni va a sobrevivir en la autarquía ni en el aislamiento. O
la revolución es continental y mundial o es caricatura de
revolución.
Y en lo económico, evidentemente, los gobiernos progresistas y
revolucionarios significaron un empoderamiento político del pueblo,
de los trabajadores, de campesinos, de indígenas, de obreros,
mujeres, jóvenes, con mayor o menor radicalidad según el país que
se tome en cuenta. Pero un poder político no va a ser duradero si no
viene acompañado de un poder económico de sectores populares. ¿Qué
significa eso? En cada país habrá que resolverlo. Pero poder
político tiene que ir acompañado de poder económico, porque si no
se va a seguir presentando la dualidad. Poder político en manos de
los trabajadores, poder económico en manos de los empresarios o el
Estado. Pero el Estado no puede sustituir a los trabajadores. Podrá
colaborar, podrá mejorar, pero tarde o temprano tiene que ir
disolviendo poder económico en los sectores subalternos. Creación
de capacidad económica, creación de capacidad asociativa productiva
de los sectores subalternos, esa es la clave que va a definir hacia
el futuro la posibilidad de pasar de un post-neoliberalismo a un
post-capitalismo.
El segundo problema que estamos enfrentando los gobiernos
progresistas es la redistribución de riqueza sin politización
social. ¿Qué significa esto? La mayor parte de nuestras medidas han
favorecido a las clases subalternas. En el caso de Bolivia el 20% de
los bolivianos ha pasado a las clases medias en menos de diez años.
Hay una ampliación del sector medio, de la capacidad de consumo de
los trabajadores, de derechos sino, no seríamos un gobierno
progresista y revolucionario. Pero, si esta ampliación de capacidad
de consumo y capacidad de justicia social no viene acompañada con
politización social, no estamos ganando el sentido común. Habremos
creado una nueva clase media, por su capacidad de consumo y
satisfacción, pero portadora del viejo sentido común conservador.
El gran reto que tenemos es cómo acompañar la redistribución de la
riqueza, la capacidad de consumo y la satisfacción material de los
trabajadores, con un nuevo sentido común. ¿Y qué es el sentido
común? Los preceptos íntimos, morales y lógicos con que la gente
organiza su vida. ¿Cómo organizamos lo bueno y lo malo en lo más
íntimo, lo deseable de lo indeseable, lo positivo de lo negativo? No
se trata de un tema de discurso, se trata de un tema de nuestros
fundamentos íntimos, cómo nos ubicamos en el mundo. En este
sentido, lo cultural, lo ideológico, lo espiritual, se vuelve
decisivo. No hay revolución verdadera, ni hay consolidación de un
proceso revolucionario, si no hay una profunda revolución cultural,
ética y lógica con que las personas organizamos el mundo.
Porque es muy cierto que podemos levantarnos y unirnos, como decía
el compañero Rinesi, cuando explicaba lo de la democracia
espasmódica, en un momento colectivo y de arrebato nos unimos,
deliberamos y tomamos decisiones, pero luego uno regresa a la casa,
al trabajo, a la actividad cotidiana, a la escuela, a la universidad,
y vuelve a reproducir los viejos esquemas morales y los viejos
esquemas lógicos de cómo organizar el mundo. Y qué hemos hecho.
Claro, mi participación en la asamblea fue un espasmo, pero no fue
profundidad que democratizó mi ser interno. ¿Cómo llevar la
democratización de la asamblea, como espacio, como experiencia
colectiva, a una democratización del alma, del espíritu de cada
persona, en su universidad, en su barrio, en su sindicato, gremio,
barrio? Ese es el gran reto. Es decir, no hay revolución posible si
no viene acompañada de una profunda revolución cultural. Y ahí
estamos atrasados. Ahí la derecha ha tomado la iniciativa. A través
de medios de comunicación, de control de universidades, de
fundaciones, de editoriales, de redes sociales, de publicaciones, a
través del conjunto de formas de constitución de sentido común
contemporáneas. ¿Cómo retomar la iniciativa? Esta angustia la
comentábamos con el Presidente Evo, cuando veíamos que muchos de
nuestros hermanos que son dirigentes sindicales, o que son líderes
estudiantiles, como una especie de ascenso político social. Ven que
llegar al Parlamento, o convertirse en ministro, es la culminación
de una carrera social. Tienen derecho, después de haber sido por
siglos marginados del poder político, imaginarse que pueden ser
funcionarios del Estado es un hecho de justicia. Pero muchas veces,
es más importante ser un dirigente de barrio, ser un dirigente de
universidad, ser un comentarista de radio, ser un dirigente de base,
que ser autoridad. Porque es en el trabajo cotidiano con la base
donde uno gesta la construcción de sentido común. Y cuando vemos
camadas enteras, cuando vemos a nuestros hermanos saliendo del
barrio, de la comunidad, del sindicato, para buscar con derecho
legítimo ser autoridad, luego queda un vacío y ese vacío lo llena
la derecha. Y luego tendremos entonces, un buen ministro o un buen
parlamentario, pero tendremos un mal sindicalista, un mal dirigente
universitario, por lo general predispuestos a someterse a la derecha.
Vuelvo a decir, cuando uno está en gestión de gobierno es tan
importante un buen ministro o parlamentario como un buen dirigente
revolucionario sindical, barrial, estudiantil, porque ahí también
se hace la batalla por el sentido común.
Una tercera debilidad que estamos presentando los gobiernos
progresistas y revolucionarios es una débil reforma moral. La
corrupción es clarísimo que es un cáncer que corroe la sociedad,
no ahora, sino hace 15, 20, 100 años. Los neoliberales son ejemplo
de una corrupción institucionalizada, cuando agarraron la cosa
pública y la convirtieron en privada. Cuando amasaron fortunas
privadas robando fortunas colectivas a los pueblos de América
Latina. Las privatizaciones han sido el ejemplo más escandaloso, más
inmoral, más indecente, más obsceno, de corrupción generalizada. Y
eso hemos combatido. Pero no basta. No ha sido suficiente. Es
importante que, así como damos ejemplo de restituir, los recursos
públicos, los bienes púbicos, como recursos de todos, en lo
personal, en lo individual, cada compañero, Presidente,
Vice-Presidente, Ministros, Directores, parlamentarios, gerentes, en
nuestro comportamiento diario, en nuestra forma de ser, nunca
abandonemos la humildad, la sencillez, la austeridad y la
transparencia.
Hay una campaña de moralismo insuflado últimamente en los medios.
En el caso de Bolivia decimos: ¿Qué ministro, qué viceministro,
qué Diputado del pueblo, tiene una compañía en Panamá Papers?
Ninguno. Pero sí en cambio podemos enumerar Diputados, Senadores,
candidatos, Ministros, de la derecha que en fila inscribieron sus
empresas en Panamá para evadir impuestos. Ellos son los corruptos,
ellos son los sinvergüenzas y nos acusan a nosotros de corruptos,
sinvergüenzas, que no tienen ninguna moral. Pero, hay que seguir
insistiendo en la capacidad de mostrar con el cuerpo, el
comportamiento y con la vida cotidiana lo que uno procura. No podemos
separar lo que pensamos de lo que hacemos, lo que somos de lo que
decimos.
Un cuarto elemento, que yo no diría de debilidad, se presenta en la
experiencia latinoamericana, y no la vivieron ni Rusia, ni Cuba, ni
China: el tema de la continuidad del liderazgo en regímenes
democráticos. Cuando triunfa una revolución armada, la cosa es
fácil, porque la revolución armada logra finiquitar, casi
físicamente a los sectores conservadores. Pero en las revoluciones
democráticas, tienes que convivir con el adversario. Lo has
derrotado, lo has vencido discursivamente, electoralmente,
políticamente, moralmente, pero ahí sigue tu adversario. Es parte
de la democracia. Y las Constituciones tienen límites, 5, 10, 15
años, para la elección de una autoridad. ¿Cómo se da continuidad
al proceso revolucionario cuando tiene esos límites? Es un tema
nuevo del que no se ocuparon otros revolucionarios, porque lo
resolvieron al principio el problema. Nosotros no. Forma parte de
nuestra experiencia como nueva generación revolucionaria. ¿Cómo se
resuelve el tema de la continuidad del liderazgo? Van a decir: lo que
pasa que los populistas y socialistas, son caudillistas. Pero, qué
revolución verdadera no personifica el espíritu de la época. Si
todo dependiera de las instituciones, eso no es revolución. Ninguna
revolución la hacen las instituciones, la hacen las personas, las
subjetividades. No hay revolución verdadera sin líderes, sin
caudillos. Es la subjetividad de las personas que se pone en juego.
Cuando ya son las instituciones las que regulan la vida de un país,
estamos ante democracias fósiles. Cuando es la subjetividad de las
personas la que define los destinos de un país, estamos ante
procesos verdaderos de revolución. Pero el tema es cómo damos
continuidad al proceso teniendo en cuenta que hay límites
constitucionales para un líder, que hay límites constitucionales
para una persona. Ese es un gran debate, no es fácil resolverlo. No
tengo yo la respuesta. Pero esa es una de las dificultades que
estamos atravesando, hay varios países en los que se está
atravesando ese proceso: Bolivia, Ecuador. Tal vez la importancia ahí
de liderazgos colectivos, de trabajar liderazgos colectivos, que
permitan que la continuidad de los procesos, tengan mayores
posibilidades en el ámbito democrático. Pero incluso a veces ni eso
es suficiente. Esta es una de las preocupaciones que corresponde ser
resueltas en el debate político. ¿Cómo damos continuidad subjetiva
de los liderazgos revolucionarios para que los procesos no se
trunquen, no se limiten, y puedan tener una continuidad en
perspectiva histórica?
Por último, una quinta debilidad que quiero mencionar de manera
autocrítica pero propositiva, es la débil integración económica
continental. Hemos avanzado muy bien en integración política. Y los
bolivianos somos los primeros en agradecer la solidaridad de
Argentina, Brasil, Ecuador, Venezuela y Cuba, cuando hemos tenido que
afrontar problemas políticos. Y gracias a ellos estamos donde
estamos. El Presidente Evo está donde está gracias a la solidaridad
política de Presidentes y de los pueblos latinoamericanos. Pero
integración económica, es mucho más difícil. Porque cada
gobierno está viendo su espacio geográfico, su economía, su
mercado, y cuando tenemos que ver los otros mercados, ahí surgen
limitaciones. No es una cosa fácil la integración económica. Uno
habla, pero cuando tienes que ver la balanza de pagos, inversiones,
tecnología, las cosas se ralentizan. Este es el gran tema. Soy un
convencido que América Latina solo va a poder convertirse en dueña
de su destino en el siglo XXI, si logra constituirse en una especie
de Estado continental, plurinacional, que respete las estructuras
nacionales en cada país, pero que a la vez con ese respeto de las
estructurales locales y nacionales, tenga un segundo piso de
instituciones continentales en lo financiero, en lo legal, en lo
económico, en lo cultural, en lo político y en lo comercial. ¿Se
imaginan si somos 450 millones de personas? Las mayores reservas de
minerales, de litio, de agua dulce, de gas, de petróleo, de
agricultura. Nosotros podemos direccionar los procesos de
mundialización de la economía continental. Solos, somos presas de
la angurria y el abuso de empresas y países del Norte. Unidos,
América Latina, vamos a poder pisar fuerte en el siglo XXI y marcar
el destino del globo y la economía planetaria.
La derecha quiere retomar la iniciativa. Y en algunos lugares lo ha
logrado, aprovechando alguna de estas debilidades. ¿Qué va a pasar,
en qué momento estamos, qué viene a futuro? No debemos asustarnos.
Ni debemos ser pesimistas ante el futuro, ante estas batallas que se
vienen. Marx, en 1848, cuando analizaba los procesos revolucionarios,
siempre hablaba de la revolución como un proceso por oleadas. Nunca
imaginó como un proceso ascendente permanente, continuo, de
revolución. Decía, las revoluciones se mueve por oleadas. Una
oleada, otra oleada, y la segunda oleada avanza más allá de la
primera, y la tercera más allá de la segunda. Me atrevo a pensar,
profesor Emir, que estamos ante el fin de la primera oleada. Y está
viniendo un repliegue. Serán semanas, meses, años. No sabemos, pero
está claro que como se trata de un proceso, habrá una segunda
oleada, y lo que tenemos que hacer es prepararnos. Debatir qué cosas
hicimos mal en la primera oleada, en qué fallamos, dónde cometimos
errores, qué nos faltó hacer, para que cuando se dé la segunda
oleada, más pronto que tarde, los procesos revolucionarios
continentales puedan llegar mucho más allá, mucho más arriba, que
lo que lo hicieron en la primera oleada. Y esta segunda oleada podrá
ir más arriba porque tendrá unos soportes, un punto de partida que
no lo vamos a ceder. Tendrá a una Bolivia, a una Cuba, a una
Venezuela, tendrá a un Ecuador, firmes, que permitan avanzar hacia
el resto del continente y más allá.
Tocan tiempos difíciles, pero para un revolucionario los tiempos
difíciles es su aire. De eso vivimos, de los tiempos difíciles, de
eso nos alimentamos, de los tiempos difíciles. ¿Acaso no venimos de
abajo, acaso no somos los perseguidos, los torturados, los
marginados, de los tiempos neoliberales? La década de oro del
continente no ha sido gratis. Ha sido la lucha de ustedes, desde
abajo, desde los sindicatos, desde la universidad, de los barrios, la
que ha dado lugar al ciclo revolucionario. No ha caído del cielo
esta primera oleada. Estamos fogueados, traemos en el cuerpo las
huellas y las heridas de luchas de los años 80 y 90. Y si hoy
provisionalmente, temporalmente, tenemos que volver a esas luchas de
los 80, de los 90, de los 2000, bienvenido. Para eso es un
revolucionario, para asumir esa experiencia. Luchar, vencer, caerse,
levantarse, luchar, vencer, caerse, levantarse. Hasta que se acabe la
vida, ese es nuestro destino.
Algo que cuenta y tenemos a nuestro favor: el tiempo histórico está
de nuestro lado. Ellos, lo decía el profesor Emir Sader, no tienen
alternativa, no son portadores de un proyecto de superación de lo
nuestro. Ellos simplemente se anidan en los errores, rencores,
envidias de lo pasado. Ellos son restauradores. Ya conocemos lo que
hicieron con el continente. Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador,
sabemos lo que hicieron ellos, porque gobernaron en los años 80 y
90. Y destruyeron los países, y nos convirtieron en países
miserables, dependientes, nos llevaron a situaciones de extrema
pobreza, y de vergüenza colectiva. Ya conocemos lo que ellos quieren
hacer, no representan el futuro, ellos son zombis, muertos vivientes
que temporalmente se mueven y caminan dando manotazos ante la
historia. Nosotros somos el futuro, somos la esperanza. Hemos hecho
en diez años lo que ni en cien años anteriores se atrevieron a
hacer ni dictadores ni gobiernos, porque nosotros hemos reconstruido
la Patria, la dignidad, la esperanza, la movilización y la sociedad
civil. Entonces ellos tienen eso en contra. Son el pasado. Ellos son
el retroceso. Nosotros estamos con el tiempo histórico. Pero hay que
ser ahí muy cuidadosos. Aprender lo que aprendimos en los años 80 y
90, cuando todo complotaba contra nosotros. Acumular fuerzas, saber
acumular fuerzas. Saber que cuando uno se lanza a una batalla y la
pierde, nuestra fuerza va hacia el enemigo y se potencia él y
nosotros nos debilitamos. Que cuando hay que dar una batalla, hay que
saber calcularla bien, saber obtener legitimidad, saber explicar a la
gente, saber conquistar nuevamente la esperanza, el apoyo, la
sensibilidad, y el espíritu emotivo de las personas en cada nueva
batalla que hagamos. Saber que nuevamente tenemos que entrar a la
batalla minúscula y gigantesca de ideas, en los medios de
comunicación grandes, en los periódicos, en los pequeños
panfletos, en la Universidad, en los colegios, en lo sindicatos. Que
hay que volver a reconstruir el nuevo sentido común de la esperanza
del post-neoliberalismo, de las ideas, organización, movilización.
No sabemos cuánto durará esta batalla. Pero preparémonos por si
dura un año, dos, tres o cuatro. Cuando nos tocó soportar los
tiempos neoliberales, en la trinchera que estuvimos, soportamos más
de 20 años. Y los que vienen desde la dictadura, soportaron 40 años.
Pero en esos tiempos, la derecha se presentaba como la abanderada del
cambio. Nosotros somos los abanderados del cambio, la derecha es la
abanderada del pasado, de lo que llevó a nuestros países a la
desgracia.
Por lo tanto, es un buen tiempo. Cuando hay lucha siempre es un buen
tiempo, el continente está en movimiento y más pronto que tarde, ya
no serán simplemente 8, o 10 países. Seremos 15, 20, 30 países que
celebraremos esta gran Internacional de pueblos revolucionarios,
progresistas, con la democracia, la igualdad, la justicia y la
revolución de nuestro continente.