viernes, 10 de noviembre de 2017

1957, la huelga grande de los Telefónicos (XXV)

Tres primeras semanas (III)

Transcurrido poco más de una semana de conflicto, el viernes 6 de septiembre los representantes patronales reclamaron que se suspendiesen las medidas de fuerza para sentarse a negociar. La parte obrera señaló que no podía acceder sin consultar previamente a sus representados, que les informarían del reclamo, y si los trabajadores estaban de acuerdo se reiniciaría el diálogo tras el fin de semana.
Algo más ocurrió ese viernes 6 de septiembre. Ese día, en la Casa de Gobierno, el presidente se encontraba ausente por enfermedad. Pero el vicepresidente, contralmirante Isaac Rojas, se reunía con los ministros militares y el titular de Interior para decidir en qué condiciones una huelga era lícita o en qué casos podría ser declarada ilegal. Esa misma noche se dio a conocer el decreto ley con los resultados de las deliberaciones.
Serían consideradas ilegales las huelgas que afecten el cumplimiento del servicio público, las que atenten contra la seguridad o la salud de la población, las que tengan por objeto la privación de un artículo de primera necesidad o que desconozcan un laudo arbitral.
Para ser considerada legal la huelga debía haber cumplido con el procedimiento de conciliación ante el Ministerio de Trabajo; además su motivación sólo podía ser alcanzar modificaciones en las condiciones de trabajo y haberse resuelto en votación secreta de todos los trabajadores. Pero las exigencias no se detenían allí. La parte patronal debía ser informada por escrito con tres días hábiles de anterioridad, como mínimo, lo mismo que el Ministerio de Trabajo. Y, para terminar de cerrar el paquete, se exigía que la medida de fuerza no fuera sólo con el abandono de labores, sino que también se dejara el lugar de trabajo.
Ninguna de las cláusulas era una cuestión menor, y casi todas ellas podían esgrimirse para declarar ilegal al conflicto de los telefónicos. Parecía una resolución “hecha a medida” y era como para causar inquietud entre los trabajadores.
Para que no quedasen dudas sobre quienes eran los destinatarios potenciales del decreto represivo, simultáneamente se dio a conocer un comunicado de la Secretaría general de gobierno, donde se informaba que: “En el día de la fecha, el Gobierno Provisional consideró detenidamente los problemas planteados por el personal del Ferrocarril Nacional General San Martín, en la zona de Cuyo, y el de los trabajadores de la Empresa Nacional de Telecomunicaciones”. Después de manifestar su preocupación por los perjuicios que ocasionaban dichos conflictos “el Gobierno de la Revolución, ratifica su inquebrantable decisión de asegurar la normalidad de todos los servicios públicos que son indispensables para la actividad normal”.
El sábado 7, a partir de las 16 horas, se realizó la asamblea de los afiliados al Sindicato Buenos Aires. La crónica periodística dice que la concurrencia fue muy numerosa y que las deliberaciones fueron muy acaloradas. Debieron serlo, realmente, porque se prolongaron por más de tres horas, con la intervención de numerosos oradores. Uno de ellos propuso que el tema salarial y el de la reincorporación de los cesantes fuera discutido con la Empresa, en forma conjunta, y no, en dos comisiones separadas. Pero, sobre ese punto, ya había un criterio establecido, y no se lo modificó. Finalmente, la Asamblea autorizó “por gran mayoría” el levantamiento de las medidas de fuerza por 48 horas, y se convocó a una nueva asamblea para el miércoles 11.
Al igual que en el Sindicato Buenos Aires, durante ese fin de semana se realizaron asambleas de afiliados en los demás sindicatos telefónicos del país. Con ese respaldo, se reunió el Concejo Federal, informando luego: “Por unanimidad votose levantar los paros por espacio de 48 horas, hasta la 0 hora del día miércoles, plazo que considérase suficiente para que la comisión mixta pueda reanudar sus conversaciones y materializar el acuerdo con el pedido de FOETRA, en especial sobre el reclamo de aumento de $700 y la reincorporación de obreros y empleados cesantes”.

En una de las numerosas entrevistas que tuve con Diego Pérez, le comenté que el tono de las decisiones parecía ser muy rígido, y le pregunté si no había existido la posibilidad de flexibilizar un poco las resoluciones para dar un mayor margen de maniobra a los negociadores sindicales. Si bien lo estricto del mandato podía ser esgrimido como muestra de firmeza del frente interno, también es cierto que los plazos rigurosos no permitían la libertad de maniobra ni extender los tiempos de negociación.

“La gente no quería saber nada con treguas prolongadas; nada de una o dos semanas. La efervescencia era tan grande que si le hablabas de un poco más de tiempo, te mataban. Imaginate que si llegabas a una asamblea, con compañeros que estaban en un 99 por ciento con el paro, y les decías de suspender por varios días las medidas, te comían crudo. Las bases habían rebasado todo criterio que permitiera atemperar un poco las cosas”.

Había sobrados motivos para la irritada impaciencia de los trabajadores. Ya el año anterior habían sido defraudados con el laudo gubernamental, a ello se había sumado el decreto congelador de salarios a principios de ese año, y luego las demoras de la patronal para ofrecer soluciones; todo contribuía para aumentar la intransigencia. Los dirigentes eran receptivos de ese malestar y reflejaron esa percepción en una resolución adoptada el día lunes 9, el mismo día en que se sentaban a negociar con las empresas. Allí se decía que una vez concluido el plazo de negociación, y si no había ninguna propuesta para ser considerada por los trabajadores, se reanudarían los paros de actividades durante toda la jornada, debiéndose sumar los compañeros de tráfico en forma progresiva.

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