martes, 30 de junio de 2020

Sobre populismo y antipopulistas (4)

La manipulación

En el libro Propaganda (que no estaba dirigido a líderes populistas latinoamericanos) se iniciaba el primer capítulo con estas palabras: “LA MANIPULACIÓN consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizados de las masas es un elemento de importancia en la sociedad democrática. Quienes manipulan este mecanismo oculto de la sociedad constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder que rige el destino de nuestro país” (17). Su autor era el austríaco-estadounidense Edward Bernays, quien durante la Primera Guerra Mundial perteneció al Committee on Public Information de los Estados Unidos, el aparato gubernamental de propaganda creado por el presidente Woodrow Wilson, donde conoció a Walter Lippmann, quien le explicó su idea de la “cohesión social y la democracia tutelada”.

Bernays continuó ligado a distintos gobiernos norteamericanos durante muchos años. En 1923 publicó la primera obra que le dio trascendencia: Crystallizing Public Opinion. Allí sostuvo que el conocimiento del comportamiento de los públicos masivos permite intervenir en el diseño y la inducción del consenso, la ingeniería del consentimiento, los manejos en la sombra, algo que, sin importar para ello los procesos de manipulación de la opinión pública, le parecía un mecanismo necesario para el equilibrio de las sociedades democráticas. “La llamada opinión pública aparece como la resultante de la inducción hecha por los líderes, las minorías responsables y activas, los que saben del mejor gobierno, y los medios de comunicación al servicio del bien colectivo, domesticando el 'rebaño' de las masas, limitando así las fuerzas desordenadas del azar y la naturaleza, esto es, del caos” (18).

Como sus consejos iban dirigidos al aparato de propaganda norteamericano, y el objetivo declarado era oponerlo a la propaganda soviética, seguramente contaría con el beneplácito de todo intelectual crítico de los excesos populistas.

Un teorizador citado por Mackinnon y Petrone, Steve Stein, considera que el populismo constituye la principal forma política de control social en la América Latina moderna, después del patrimonialismo que sostenía la desigualdad y desactivaba la protesta de las masas (19). Su crítica tiene todo el tono de lo que podríamos llamar antipopulismo de izquierda, aunque aclaramos que sólo se trata de una percepción por no tener un conocimiento de su obra. En principio la afirmación de que “el populismo constituye la principal forma política de control social” resulta un poco fuerte, por decirlo de manera cautelosa. El trabajo donde se inserta esa afirmación es de 1980 y ya para entonces América Latina había sido arrasada por algunas de las dictaduras más feroces de su historia. Es de suponer que el autor –profesor del Departamento de historia de la Universidad de Miami- debía conocer esos procesos, si a pesar de eso considera que están por debajo de lo que el llama populismo en cuanto a control social y desactivación de los reclamos de las masas, su valoración no parece estar dictada por la sensatez. Otorguémosle sin embargo el beneficio de la duda, pues la obra parecía estar dedicada sólo al caso peruano aunque el juicio comentado fuese de carácter más general. En un trabajo posterior, Stein volverá sobre el tema e insistirá en el papel del líder sólo como figura carismática cuyo objetivo es la contención social.


“Contribuyendo directamente a socavar los partidos obreros autónomos, los populistas construyeron coaliciones multiclasistas que integran a las masas sin cambiar demasiado el sistema existente. A través de la distribución de concesiones materiales y simbólicas por parte de líderes altamente carismáticos y personalistas, estos movimientos tuvieron éxito en integrar números cada vez más amplios de elementos de clase baja en la política, impidiéndoles “subvertir” el proceso de toma de decisiones a nivel nacional y, al mismo tiempo, funcionando como válvula de seguridad para disipar presiones potencialmente revolucionarias, provenientes de la clase obrera sin comprometerse con cambios estructurales o con la expulsión de las elites establecidas” (20).


Este es un argumento que aparecerá en forma recurrente en distintos críticos de los procesos populares, por ejemplo: “Al peronismo lo inventaron para que los negros no se hagan rojos” (21). En general se hablará de una demagógica usurpación de programas y objetivos obreros por parte de figuras y fuerzas políticas ajenas a las tradiciones de izquierda (22). Es muy discutible la exclusiva representación de esos postulados por una determinada corriente ideológica, del mismo modo que no parece consistente acusar de atrasados, lumpen o desclasados a los sectores obreros y populares que acompañan esos procesos. Al menos, desde el punto de vista político, no parece ser el recurso más adecuado para tratar de convencer del equívoco a quienes se quiere ganar para una causa transformadora de fondo.

Si además esas masas son consideradas prácticamente oportunistas que están a la búsqueda de graciosas prebendas que les llegan desde el poder, parece que sólo sería posible una enérgica reeducación ideológica de las mismas.

Pero visiones parecidas llegan también desde otras vertientes ideológicas. Tomemos por ejemplo a Susanne Gratius, para quien el populismo, al que califica como un híbrido entre democracia y autoritarismo, “es ante todo un fenómeno latinoamericano y principalmente sudamericano”. Para esta autora la particular relación entre líder y pueblo sin la mediación de instituciones es el principal problema. Apoyándose en Germani sostiene que el populismo se basa en “la seducción demagógica del líder carismático”. Y agrega que el fenómeno difícilmente podría existir sin un liderazgo de ese tipo, que es su principal recurso y, al mismo tiempo, su principal riesgo, porque “la sed de poder de los populistas les puede situar más cerca del autoritarismo que de la democracia.” La cientista política continúa diciendo que estos dirigentes populares se presentan a sí mismos como personas con facultades extraordinarias que les autorizan a hablar en nombre del pueblo y, en consecuencia, menosprecian las instituciones.


“Los populistas casi siempre tienen un mensaje emotivo o sentimental que apela al patriotismo, a la religión o a la soberanía nacional. Mediante símbolos de fácil identificación colectiva, crean y representan nuevas identidades nacionales. La televisión y la radio, manifestaciones populares en la calle, junto a visitas del Presidente a barrios pobres y pueblos apartados, son el principal instrumento para manipular y unir los ciudadanos en torno al populismo. El líder carismático que encarna la voluntad del pueblo (y lo manipula a su gusto) es una figura cuasi mesiánica en la que los ciudadanos “confían”” (23).


Haciendo un rápido repaso de las principales hipótesis que tratan de explicar las causas históricas y las características del fenómeno político, la autora menciona la “tesis culturalista”. Porque el populismo en América Latina sería consecuencia de su historia colonial, de una tradición iberoamericana que fomentaría el clientelismo, el patronazgo, la corrupción y los vínculos personales de poder en detrimento de la democracia representativa.

También incluye en su recuento a la “tesis dependentista”, la que afirma que la extrema dependencia externa de las economías latinoamericanas ha impedido el desarrollo de sociedades democráticas con bienestar social. Y la “tesis política”, que explica la debilidad democrática de la región. Después de hacer ese recuento concluye que:


“El populismo sudamericano es consecuencia de los tres factores: 1) una cultura política de redes clientelares donde las políticas sociales no son un derecho de los ciudadanos sino un “regalo” del patrono o caudillo a cambio de apoyo político, 2) Estados débiles y vulnerables ante fluctuaciones de la coyuntura internacional que apenas ofrecen servicios a los ciudadanos, 3) gobiernos elitistas que no han creado una ciudadanía política y social o una verdadera democracia representativa e inclusiva” (24).


De todo esto nos interesa resaltar lo que llama la “tesis culturalista” y que, de algún modo, retoma en su conclusión. La descripción parece referirse a una enfermedad congénita, una suerte de “destino manifiesto” al revés, un designio inexorable que vendría desde el fondo de la historia colonial. Este punto de vista es similar al que expone Steve Stein cuando dice: ”Como ideología producida originalmente por los sistemas coloniales semi-feudales de España y Portugal y reforzada por el catolicismo oficial y popular, el patrimonialismo enfatiza la jerarquía y el organicismo.” Así queda delineada la secuencia que arranca en la sociedad colonial hispano-portuguesa, el clientelismo y el patrimonialismo que le serían inherentes, hasta llegar a lo que estos autores denominan populismo.

A nuestro juicio lo más importante dicho por la estudiosa alemana no está tanto en la presunta manipulación de las masas por parte del líder carismático, sino en su tesis de que “el populismo es ante todo un fenómeno latinoamericano y principalmente sudamericano”. Porque es cierto que nuestra región ha mostrado una gran variedad y persistencia de fenómenos antiimperialistas, nacionalistas y populares desde principios del siglo XX en adelante. Es por allí por donde se debe buscar la verdadera esencia del llamado populismo.

(Continuará)


Notas

(17) Bernays, Edward; Propaganda, p. 15, Editorial Melusina, 2008.

Es casi un lugar común hablar de la manipulación de las masas por el líder populista, una suerte de práctica que tendría lugar entre “sucios, malos y feos”, pero Bernais decía estas cosas para consumo de los dirigentes estadounidenses en su relación con la población norteamericana:

EL ESTUDIO SISTEMÁTICO de la psicología de masas reveló a sus estudiosos las posibilidades de un gobierno invisible de la sociedad mediante la manipulación de los motivos que impulsan las acciones del hombre en el seno de un grupo. (…) llegaron a la conclusión de que el grupo posee características mentales distintas de las del individuo, y se ve motivado por impulsos y emociones que no pueden explicarse basándonos en lo que conocemos de la psicología individual. De ahí que la pregunta no tardase en plantearse: si conocemos el mecanismo y los motivos que impulsan a la mente de grupo, ¿no sería posible controlar y sojuzgar a las masas con arreglo a nuestra voluntad sin que éstas se dieran cuenta? (…) La psicología de masas dista todavía de ser una ciencia exacta y los misterios de las motivaciones humanas no han sido desentrañados en absoluto. Pero nadie puede negar que teoría y práctica se han combinado con acierto, de modo que hoy es posible producir cambios en la opinión pública que respondan a un plan preconcebido con sólo actuar sobre el mecanismo indicado, al igual que los conductores pueden regular la velocidad de su automóvil manipulando el flujo de gasolina”. (pp. 61-62)

(18) Tomado de la información biográfica sobre Edward Bernays publicada en INFOAMÉRICA. Cotejado el 19.1.2014 en:

http://www.infoamerica.org/teoria/bernays1.htm

(19) Stein, Steve; “Populism in Peru: the emergence of the masses and the politics of social control”, Madison, The University of Wisconsin Press, 1980. Citado por Mackinnon y Petrone, Op. cit.

(20) Stein, Steve; "Populism and Social Control", en Eduardo P. Archetti, Paul Camack and Bryan Roberts (eds.), Sociology of "Developing Societies", Latin America, Macmillan, 1987. Citado por Mackinnon y Petrone, Op. cit.

(21) El periodista Herman Schiller cuenta que David Viñas acuñó esta frase en su programa radial Leña al fuego (en una entrevista realizada por Andrés Figueroa Cornejo y publicada en el periódico digital Rebelión el 30 de enero de 2013. Cotejado el 19.1.2014 en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=163020).

Más allá de la pretendida ingeniosidad del comentario, la forma de referirse a los sectores populares que acompañaron al peronismo tiene un inequívoco matiz despectivo y segregacionista.

(22) La observación nos hace evocar algo que ocurría a mediados de los ’60 en América Latina, cuando un creciente número de jóvenes (y no tan jóvenes) de izquierda abandonaban los partidos tradicionales para volcarse a la lucha armada. En aquel momento las cúpulas dirigentes de esos partidos criticaron con mucha dureza a quienes habían optado por una vía distinta para avanzar hacia la revolución. También aquel fue un momento de ruptura, aquellos que se sentían genuinos representantes de los intereses obreros, auténticos intérpretes de la teoría revolucionaria y guías indiscutidos de las masas populares, no podían entender que la historia empezara a transitar por otros caminos. Los que se apartaban de las estructuras tradicionales fueron acusados de vanguardismo, aventurerismo, y hasta de ser provocadores policiales.
En el clímax de aquella controversia hasta la Revolución Cubana fue puesta en la picota, y fue desde allí de donde llegó la respuesta más contundente: quienes critican a los que se lanzan a la lucha creen estar diplomados de revolucionarios, creen ser los “bachilleres de la revolución”.

(23) Gratius, Susanne; “La “tercera ola populista” de América Latina”; Op. Cit.

(24) Gratius, Susanne; “La “tercera ola populista” de América Latina”; Op. Cit.

sábado, 27 de junio de 2020

Sobre populismo y antipopulistas (3)

El discurso antipopulista

Gino Germani es considerado el precursor de la teorización sobre el llamado populismo. Nacido en Italia en 1911, emigró a Argentina cuando contaba con 23 años de edad. Opuesto al fascismo, había sufrido persecuciones y confinamientos que lo llevaron a optar por el exilio. En nuestro país realizó sus estudios de filosofía, y para 1942 ya se desempeñaba como encargado de investigaciones bajo la dirección de Ricardo Levene. Como dice Martina Casullo sin ninguna sutileza, “durante la dictadura no tuvo conexiones con la Universidad”, lo que evidencia su enfrentamiento con el peronismo. Precisamente fue con posterioridad al golpe de estado de 1955 cuando publicó los trabajos en que expuso su teoría. El primero de ellos apareció en 1956 con el título "La integración de las masas a la vida política y el totalitarismo".


“(…) Ante la decepción y el desconcierto que provocaba el apoyo de las masas a los regímenes totalitarios (…) Germani buscará ayuda en elementos de la psicología profunda para intentar entender este comportamiento, centrando luego su interés en aplicar las dimensiones de análisis para abordar el fenómeno del peronismo” (12).


No es nuestro objetivo hacer una minuciosa exposición de la teoría germaniana, pero como muchos planteos posteriores sobre el populismo se apoyan en formulaciones suyas, haremos una breve mención de los aspectos que nos parecen más salientes.

Su punto de partida está planteado por el rápido tránsito desde una sociedad tradicional a una sociedad desarrollada. La primera es una sociedad mínimamente industrializada, mientras que la característica de la segunda es la industrialización. El paso de una a otra es la modernización. En opinión de Germani ese cambio se produce –en Argentina en particular, y en América Latina en general - de forma súbita, dando lugar a la coexistencia de elementos de una y otra formación en un mismo momento histórico. Llevado hasta sus últimas consecuencias, es obvio que este planteo sólo considera aceptable el gradualismo, porque la simultaneidad de características es entendida como lógicamente contradictoria. Saltos cualitativos o cambios revolucionarios quedan así excluidos del esquema propuesto.

Esta simultaneidad o superposición de aspectos entendidos como opuestos y excluyentes, es lo que nuestro autor denomina asincronías. Al no haber un desarrollo armónico y simultáneo de los distintos países y regiones, se producen centros y periferias, no sólo a nivel internacional, sino también hacia el interior de la propia sociedad nacional. Esta asincronía geográfica es complementada por las asincronías institucional, de grupos sociales y de motivaciones. El conocimiento por parte de los más postergados de los beneficios alcanzados por los más desarrollados, da lugar a desmedidas aspiraciones de acceso a los mismos niveles de bienestar. Sectores de la sociedad anteriormente pasivos se ponen en movimiento, logrando que sus reclamos comiencen a ser tenidos en cuenta.

La industrialización, la urbanización y la masiva migración interna se aceleran a partir de la década del ‘30. Es aquí cuando, según Germani, se produce en América Latina la irrupción de las masas en la política, derribando antiguas barreras institucionales y sin valorar el sistema democrático.


“La diferencia que existe entre el caso de Inglaterra o de otros países occidentales y el caso de América Latina depende pues, de un grado distinto de correspondencia entre la movilización gradual de una proporción creciente de la población (hasta alcanzar su totalidad) y la aparición de múltiples mecanismos de integración: sindicatos, escuelas, legislación social, partidos políticos, sufragio, consumo de masa, que son capaces de absorber estos grupos sucesivos y de proporcionarles medios de expresión adecuados al nivel económico y político, como en otros terrenos fundamentales de la cultura moderna” (13).


Según su razonamiento, en Europa se habría producido una consolidación de la democracia representativa en dos etapas (democracia con participación limitada y luego con participación total) en la que las masas fueron incorporadas sin traumas al aparato político a través de reformas y participación en partidos liberales u obreros (14). Esta afirmación es más que discutible, pero por ahora pasemos al otro aspecto de la teoría, el que tiene que ver con el comportamiento de las masas y su subordinación al líder carismático. Para ser justos con el autor italiano no haremos centro exclusivo en su pensamiento, también incluiremos puntos de vista de Di Tella y de otros teorizadores sociales que contribuyeron a consolidar el discurso académico sobre el llamado populismo.

Masas y líder son los componentes esenciales de los movimientos nacional populares. La caracterización que se ha hecho de ellos tiene todos los ingredientes de la descalificación y la segregación. En el caso de las masas se define a sus componentes como los sectores más atrasados de la sociedad, un aluvión que llega a las ciudades desde la marginalidad rural, sin cultura, sin educación, sin historia. En el mejor de los casos merecen la conmiseración, cuando no el desprecio por su condición social y racial. Desprovistos de toda capacidad y experiencia política están destinados a ser mano de obra barata o, y esto es lo alarmante, a ser manipulados por el demagogo populista. Las masas son esencialmente irracionales, peligrosas, explosivas. Han vivido y se han formado en una sociedad tradicional, autoritaria y paternalista, todo ese mundo que le servía de referencia está desapareciendo rápidamente, no hay un nuevo marco ni instituciones capaces de contenerlos ni encausarlos.


“Hoy en día los reclamos de las masas se están volviendo cada vez más claramente definidos y significan nada menos que la determinación de destruir completamente a la sociedad tal como ésta existe actualmente, con vista a hacerla retroceder a ese primitivo comunismo que fue la condición normal de todos los grupos humanos antes de los albores de la civilización. Las exigencias se refieren a limitación de las horas de trabajo, nacionalización de las minas, ferrocarriles, fábricas y el suelo; la igualitaria distribución de todos los productos, la eliminación de todas las clases superiores en beneficio de las clases populares, etc. Poco adaptadas a razonar, las masas, por el contrario, son rápidas en actuar. Como resultado de su actual organización, su fuerza se ha vuelto inmensa” (15).


No, esto no fue dicho por Germani ni por ningún otro de los teorizadores sobre el populismo, al menos no de los académicamente reconocidos. Aunque la apreciación podría resultar tentadora para quienes se manifiestan contra el “populismo radical”, como por ejemplo el general Hill, a quien hemos citado anteriormente. La frase fue expresada bastante antes, en un contexto europeo, incluso antes de que se pensara en el fascismo. Si hemos insertado este juicio de Gustave Le Bon es para mostrar que el pensamiento descalificador de las masas tiene una raigambre muy antigua.

Otro tanto ocurre con el líder, que para ser funcional a la teorización maniquea, debe ser un individuo inescrupuloso, oportunista y demagógico. No tiene ningún interés en contribuir a la redención de los sectores populares del estado de postergación en que se encuentran, no es altruista, ni honesto, ni solidario. Sólo atiende a sus propios intereses, y a veces, para poder satisfacerlos, tiene que ofrecer dádivas. Su relación con las masas populares es vista como esencialmente utilitarista. Aprovecha del atraso e incultura de las mismas para presentarse como el paternalismo bueno que sustituye al paternalismo malo de la sociedad tradicional. Precisamente es ese período de ruptura y tránsito entre la vieja sociedad y la sociedad moderna la cuna del populismo. Para emerger, la nueva sociedad necesita de un conductor, de un miembro de la elite comprometido con el proyecto modernizador. Éste para poder afirmarse necesita de una fuerza propia y la encuentra en ese rebaño popular al que manipula.

De acuerdo con la línea de razonamiento que venimos esquematizando, el populismo es un punto de cruce en el que la vieja estructura social se ha convertido en una traba al desarrollo, el liberalismo ya no puede ser un motor de cambio y, simultáneamente, la clase obrera no puede ofrecer una alternativa propia. Pero los sectores populares tienen demandas y expectativas crecientes; Revolución de las expectativas, las llamará Di Tella: “… Quieren tenerlo todo antes de que estén dadas las condiciones para satisfacerlas. Esto hará difícil el funcionamiento de la democracia ya que se pedirá más de lo que ella puede dar.”


“El populismo, por consiguiente, es un movimiento político con fuerte apoyo popular, con la participación de sectores de clases no obreras con importante influencia en el partido, y sustentador de una ideología anti-statu quo. Sus fuentes de fuerza o 'nexos de organización' son: a) una elite ubicada en los niveles medios o altos de la estratificación y provista de motivaciones anti-statu quo; b) una masa movilizada formada como resultado de la 'revolución de las aspiraciones', y, c) una ideología o un estado emocional difundido que favorezca la comunicación entre líderes y seguidores y cree un entusiasmo colectivo” (16)


La relación entre el líder y la masa está en el núcleo de esta teorización, sin embargo eso que se presenta casi como una exclusividad del llamado populismo ya había sido planteada en las teorías elitistas de principios del siglo XX. Aclaremos un poco esta cuestión. Caetano Mosca sostenía que no puede haber organización humana sin jerarquía, es decir sin que haya unos que manden y otros que obedezcan. En este sentido era deudor del pensamiento de Henri de Saint Simon y su sistema de dos clases con una minoría dominante y una mayoría dirigida. Para el pensador italiano existe una genuina necesidad de la naturaleza social del hombre, de gobernar y sentirse gobernado. En opinión de Vilfredo Pareto, la minoría gobernante –la élite- está constituida por individuos con ciertas cualidades reales o imaginarias, cualidades que los diferencian de la masa poco educada que se les subordina.

Esa construcción ideal tan diferenciada admite sin embargo una cierta movilidad social. Es necesaria una periódica renovación de la clase dirigente, porque ésta puede anquilosarse y dejar de contar con la pasiva aceptación de los gobernados. Individuos fuertes y vigorosos surgidos de las masas pueden elevarse socialmente e incorporarse a la élite, sin embargo deben ser unos pocos elegidos, aquellos que estén mejor dotados para asimilar las cualidades superiores y revitalizarlas. Si la incorporación fuese muy numerosa la dirigencia se transformaría en plebe. Pero la élite no es totalmente homogénea. En su interior se verifican niveles y jerarquías, dentro de ella existe lo que podríamos llamar una élite de la élite. Es un grupo dirigente muy reducido que concentra un poder mayor que los demás y que ejerce la función de liderazgo.

Como puede apreciarse la idea de una minoría dirigente dentro de la élite deja el camino abierto para pensar en el líder. Con esto ya tenemos todos los ingredientes fundamentales de la teorización sobre el populismo: la élite, el líder, la masa. Sería muy irresponsable de nuestra parte plantear que la fuente de inspiración de Gino Germani y sus continuadores fueron Mosca y Pareto, pero no podemos dejar de señalar la coincidencia.

(Continuará)


Notas

(12) Casullo, Martina; "Gino Germani ante la condición humana", 2006, en la serie El pensamiento latinoamericano del siglo XX ante la condición humana. Cotejado el 19.1.2014 en:

http://www.ensayistas.org/critica/generales/C-H/argentina/germani.htm

(13) Germani, Gino; "Democracia Representativa y Clases Populares", en O. Ianni (ed.), Populismo y Contradicciones de Clase en Latinoamérica, México, Serie Popular Era, 1977, p. 29.

(14) La evolución del capitalismo europeo no fue tan idílica como podría inferirse del pasaje germaniano que hemos mencionado. Desde los propios orígenes del sistema el expolio de los trabajadores fue tan atroz, que no tardaron en surgir las organizaciones obreras que se oponían a aquel. Esas masas movilizadas produjeron acontecimientos de tanta trascendencia como la Revolución de 1848 en Alemania, la guerra civil en Francia o la comuna de París. Estos ejemplos por si solos servirían para refutar la presunta contención del sistema, pero tal vez sea más ilustrativa la expulsión de población que trajo aparejada el capitalismo. En el estudio realizado por Gloria Teresita Almaguer G.; "Europa, la que olvida: las grandes migraciones europeas", se dice:

Entre 1820 y 1930 alrededor de 60 millones de personas emigraron del continente, aunque la mayor actividad en estos movimientos se produjo entre 1870 y 1913. (…) Se reconocen como paradigmáticos los casos de Noruega, Irlanda y Reino Unido. El primero, un país escasamente poblado que vio emigrar a prácticamente dos tercios de sus habitantes, en tasas que se mantuvieron altas hasta la Primera Guerra Mundial y no se detuvieron hasta la crisis económica de la década de los 30 del siglo XX. De Irlanda se dice que la mitad de la nación emigró hacia EEEUU (…) en cuanto al Reino Unido, los datos más conservadores apuntan a más de 10 millones de desplazados, incluso un autor menciona la astronómica cifra de 17 millones. (…) Ya para los finales del siglo XIX a estos grandes emisores se les unieron, más al norte, Suecia, Dinamarca, Alemania y Austria, también con altos flujos aunque en menor proporción que los anteriores. Conjuntamente, 3 países de la zona mediterránea, Italia, España y Portugal se incorporaron activamente al proceso”.

Como explica la autora, la expansión del modo de producción capitalista provocó un importante excedente de fuerza de trabajo, ejércitos de desempleados cuya única salida fue la forzada decisión migratoria. Con ello, el capitalismo, ya para esa época imperialismo europeo, salió fortalecido, pues pudo soslayar en alguna medida los grandes conflictos que generan la desigualdad e injusticia social endémicas al sistema, aunque no se libró totalmente de ellos.

Almaguer G., Gloria Teresita; "Europa, la que olvida: las grandes migraciones europeas", Publicado en el periódico digital Rebelión el 10 de septiembre de 2009. Cotejado el 19.1.2014 en:

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=90932

(15) Le Bon, Gustave; Psicología de las Masas, Introducción,(Primera edición francesa 1895), versión digital en español, La Editorial Virtual, 2004. cotejado el 19.1.2014 en:

http://www.laeditorialvirtual.com.ar/pages/LeBon/LeBon_PsicologiaDeLasMasas.htm#_Toc88815838

(16) Di Tella, Torcuato S.; "Populismo y reformismo", en O. Ianni (comp.), Populismo y contradicciones de clase en Latinoamérica, México, Serie Popular Era, 1977, pp. 47-48.


jueves, 25 de junio de 2020

Sobre populismo y antipopulistas (2)

El peligro populista

“En fechas recientes el populismo experimentó una vigorosa resurrección en el discurso público de nuestros países. Se trata de una categoría teórica que había desaparecido, como tantas otras, del léxico de las ciencias sociales y que en los últimos años hizo su triunfal reaparición en la academia y, de modo aún más acentuado, fuera de ella, en la esfera pública dominada por los grandes medios de comunicación de masas. A tal cosa contribuyó decisivamente la caracterización que ciertos intelectuales, publicistas y funcionarios estrechamente vinculados con la lógica de la dominación imperial realizaron de algunos gobiernos y movimientos de izquierda y progresistas de América Latina y el Caribe” (7).


Ejemplo de esto son las declaraciones del director de la denominada Inteligencia Nacional de Estados Unidos, almirante retirado Dennis Blair, quien en su informe ante el Congreso norteamericano, habló de las presuntas amenazas a la seguridad de su país, y señaló a Chávez y su “populismo” como centro de un eje antiamericano de varios países (8). El jefe de las 16 agencias de espionaje estadounidense ccomenzó señalando que en algunos países latinoamericanos, la “democracia y políticas de mercado” permanecían en riesgo por crimen, corrupción y mala gobernabilidad, y mencionó al narcotráfico y la violencia que le es concomitante. La otra amenaza a la gobernabilidad democrática, según Blair, provenía de “líderes populistas electos que proceden hacia un modelo político y económico más autoritario y estatista”. Mencionó a Venezuela, Bolivia y Nicaragua, y advirtió sobre la ligazón de estos países para “oponerse a la influencia y políticas de Estados Unidos en la región”.

La imputación no era novedosa, pocos años antes El jefe del Comando Sur de Estados Unidos, general James T. Hill, se refirió a la “amenaza emergente” de un “populismo radical” en América Latina. Según opinó, algunos líderes de la región explotan las profundas frustraciones de la población por el “fracaso de las reformas democráticas”. “Al explotar estas frustraciones (...) conjuntamente con frustraciones causadas por la desigualdad social y económica, los líderes están logrando a la vez reforzar sus posiciones radicales al alimentar el sentimiento antiestadounidense” (9).

Lo curioso fue la nómina de países mencionados por el general Hill como representativos del peligro populista: Haití, Venezuela y Bolivia. Los dos últimos son nombres reiterados en las listas del “Eje del Mal”, pero a tantos años de aquellas declaraciones causa sorpresa encontrar el nombre de Haití. Ni aún en las más afiebradas recopilaciones de populismos, -aquellas en las que se mezclan experiencias tan distintas como las de Perón, Uribe, Torrijos, Fujimori, Collor de Melo, Menem y Evo Morales- es posible encontrarse con alguna mención al más pobre y postergado país de nuestra América. ¿Por qué le correspondía el primer lugar entre los “populistas radicales” que tanto preocupaban al general norteamericano?

En esos días Estados Unidos terminaba de participar decisivamente en el derrocamiento de Jean-Bertrand Aristide. Aristide había conquistado enorme apoyo popular desde los lejanos tiempos en que era sacerdote y trabajaba junto a los feligreses de su parroquia en obras sociales, “denunciando en sus homilías la miseria y la explotación de que eran objeto la inmensa mayoría de los haitianos pobres y pregonando la Teología de la Liberación, guitarra en mano y expresándose en créole”. Su prédica debió tener gran influencia en la revuelta popular que provocó la caída de Duvalier, porque la junta militar que se adueñó del poder luego de la huida de Baby Doc organizó varios atentados en su contra, el más espectacular de los cuales se produjo contra su parroquia el 11 de septiembre de 1988: la iglesia fue incendiada, mientras sicarios armados con pistolas, machetes y garrotes daban muerte a 13 de sus seguidores y herían a otros 77.


“Las agresiones y las intimidaciones no arredraron al sacerdote, que continuó lanzando diatribas contra la corrupción y los abusos del Gobierno militar, la rapacidad de las clases dirigentes y el abismo socioeconómico que les separaba del pueblo llano. Pero también contra lo que él consideraba una política imperialista de Estados Unidos hacia su país” (10).


No es este el lugar para historiar la actividad del sacerdote salesiano, los ataques y descalificaciones que recibió incluso desde la propia jerarquía eclesiástica, el creciente apoyo popular que lo llevó a participar en las elecciones presidenciales en 1991, el arrollador triunfo que obtuvo y el golpe de estado que sufrió poco después de haber asumido el gobierno. En esa oportunidad consiguió recuperar el poder, siguió teniendo gran influencia luego de concluir su mandato, y volvió a ser elegido presidente en 2001. La desestabilización comenzó aún antes de que asumiera, en los dos años siguientes los ataques paramilitares fueron en aumento, hasta que el 29 de febrero de 2004 fue obligado a dimitir por la presión conjunta de fuerzas golpistas, Estados Unidos y Francia. Con ese historial, el sacerdote que pregonaba la teología de la liberación, antiimperialista y negro por añadidura, no podía ser considerado menos que populista.

Pero habíamos comenzado este trabajo hablando del problemático sentido del vocablo, de su vaguedad e imprecisión, de su fuerte carga peyorativa y del rechazo que recibía por parte de los que eran llamados populistas. Es el típico caso de una palabra que puede ser usada en forma admirativa, como expresión neutra o como un insulto. En esos casos el tono de la voz, los gestos o el movimiento del cuerpo, se transforman en parte constitutiva del sentido, complementando o dando a entender qué se quiere decir.

Si bien el origen del término se remonta al siglo XIX para denominar las experiencias de sectores rurales de Rusia y Estados Unidos, la expresión fue recuperada y resignificada a mediados del siglo XX con la pretensión de explicar distintos fenómenos políticos latinoamericanos, particularmente los de Lázaro Cárdenas, Juan Domingo Perón y Getulio Vargas. Ese diseño conceptual debía diferenciar esos procesos de los gobiernos oligárquicos que les precedieran, pero haciendo un esfuerzo por no reconocerles un papel progresivo, remarcando que no eran una revolución social clásica, señalándoles vicios y deformaciones que, en el mejor de los casos, los ubicaban como fenómenos a mitad de camino entre la sociedad tradicional y una moderna sociedad democrática. Para quienes simpatizaban con esos gobiernos, éstos eran populares, nacionalistas y antiimperialistas, para quienes los denostaban eran simplemente populistas.

El resultado fue una suerte de Frankenstein conceptual, con la diferencia de no ser un ente terminado, sino que estaba en continua reformulación, sujeto a nuevas caracterizaciones, y con la pretensión de ser una herramienta útil para abordar otras experiencias. Como recurso para un juicio objetivo (si es que existe algo parecido a la objetividad), el término siempre dejó mucho que desear. Llovieron los cuestionamientos y se volvió un lugar común que, al usárselo, se aclarara que “se ha repetido hasta el hartazgo que pocos términos han gozado en el ámbito de las ciencias sociales de tan escasa precisión como el de populismo.” En un ensayo de Mackinnon y Petrone se aclara que existen científicos sociales que le niegan status científico al término, alegando que no existe un mínimo común que fundamente la existencia de una categoría analítica como “populismo”, o sosteniendo que la definición no se adecua a la realidad económica, social y política que el concepto pretende ordenar y explicar.


“Como todos sabemos, no existen “populismos” (ni “naciones”, ni “clases”, ni siquiera “sociedad”) deambulando al azar, a la espera de que algún científico social se interese por estudiarlos. Los conceptos deben ser construidos y este punto es particularmente relevante para el populismo” (11).


Dijimos anteriormente que los integrantes, adherentes o simpatizantes de los movimientos denominados populistas se definen a si mismos como partícipes de una fuerza popular, nacional y antiimperialista. Seguramente si se los llamara “populares” en lugar de “populistas” se sentirían más conformes con la denominación. Pero allí estamos en una situación semejante a la que mencionábamos al comienzo de este trabajo con la disyuntiva entre el uso de “capitalismo” o “sistema de libre empresa”. El uso de las palabras no es inocente, cada uno debe hacerse responsable por los términos que utiliza, y la elección de uno u otro vocablo no sólo define al fenómeno, sino también a quien lo emplea. Volveremos luego sobre esto.

(Continuará)


Notas

(7) Boron, Atilio; “¿Una nueva era populista en América Latina?”, en Sujeto y Conflicto en la Teoría Política, Buenos Aires, Ediciones Luxemburg, 2011.

(8) Brooks Q, David; “Disparan a Venezuela en Washington”, Página 12, Sábado, 6 de febrero de 2010

(9) “El 'populismo radical' le preocupa al Pentágono: Lo considera una "amenaza emergente" en Haití, Venezuela y Bolivia”; diario Río Negro, Martes 30 de marzo de 2004. Cotejado el 19.1.2014 en:

http://www1.rionegro.com.ar/arch200403/30/i30j33.php

Entre este discurso amenazante del general Hill y el que hemos comentado anteriormente del almirante Dennis Blair median seis años. En el período intermedio no sólo se hablaba de la amenaza populista, una expresión que se volvió frecuente fue la de Estado fallido”, terminología tan despectiva e inquietante como la de “populismo radical”. En un trabajo publicado por la investigadora Laura Tedesco, se decía:

Debido a que este concepto (de estado fallido) se hizo muy relevante después del 11 de septiembre, está considerado como muy influido por la nueva lógica militar de EE. UU., marcada por la invasión a Afganistán e Irak. La Agencia Central de Inteligencia (Central Intelligence Agency, CIA), el Consejo Nacional de Inteligencia y la Agencia de EE. UU. para el Desarrollo Internacional, (United States Agency for Internacional Development, USAID) han presentado nuevas estrategias que, basadas en este nuevo concepto, definen los espacios ingobernables del mundo como una amenaza de seguridad internacional y como blancos legítimos para acciones internacionales.”

El Banco Mundial y el Departamento Británico para el Desarrollo Internacional (DFID) elaboraron listas de estados fallidos para, presuntamente, favorecer la ayuda internacional. Varios estados latinoamericanos fueron incluidos, y en la nómina que publicó la revista Foreign Policy se mencionaba a Brasil, México, Perú, Ecuador, Venezuela, Bolivia y Paraguay”.

Tedesco, Laura; “El Estado en América Latina: ¿Fallido o en proceso de formación?”, Documento de trabajo Nº 37, Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior (FRIDE), Madrid, 2007.

(10) Ortiz de Zárate, Roberto; “Jean-Bertrand Aristide (biografía)”, CIDOB, Centre D’Informació y Documentació Internacionals a Barcelona. Cotejado el 19.1.2014 en:

http://www.cidob.org/es/documentacio/biografias_lideres_politicos/america_central_y_caribe/haiti/jean_bertrand_aristide

(11) Mackinon María Moira y Petrone, Mario Alberto en “Los complejos de la Cenicienta”, en “Populismo y Neopopulismo en América Latina, el problema de la Cenicienta ”, María Moria MACKINNON y Mario Alberto PETRONE, Comp-. Eudeba Bs As 1998.

martes, 23 de junio de 2020

Sobre populismo y antipopulistas

Introducción

Este trabajo escrito en diciembre de 2013 nació como consecuencia del desacuerdo con un término, con la interpretación que se le daba y con todo el aparato conceptual que se apoyaba en él. El carácter peyorativo y descalificador de esa expresión ponía en evidencia más el rechazo visceral por un fenómeno que el interés por explicarlo. A pesar de eso el vocablo existe, se lo ha institucionalizado como una categoría y como tal significa un desafío. Hay que fundamentar el rechazo, demostrar su inconsistencia y proponer otra forma de acercarnos al tema. Pero eso es sólo una parte del problema.

El llamado populismo –porque de eso se trata- forma parte de la experiencia histórica y política de nuestro país y de muchos otros países de nuestro continente. Aunque se ha tratado de deformarlo y tergiversarlo endosándole otros casos que poco o nada tienen que ver con el denominado populismo clásico, esas experiencias populares tienen componentes progresivos, a su modo dieron respuesta a demandas de sectores postergados de la sociedad y entroncaron con otros movimientos que levantaban propuestas ideológicas definidas como genuinamente de izquierda.

Estamos convencidos que un proyecto socialista no sólo es posible sino deseable, y que, los llamados populismos, tienen, en muchos casos grandes relaciones de parentesco con el socialismo. Esto no quiere decir que veamos a uno como antecedente del otro o que identifiquemos a uno con otro, simplemente nos interesa rastrear rasgos comunes y la necesidad de que proyectos populares y proyectos socialistas marchen juntos. Y ese es el segundo objetivo de este trabajo.

En principio, pueden señalarse como rasgos coincidentes la preocupación evidenciada por gobiernos populares y gobiernos socialistas, para tratar de mejorar las condiciones de vida de la población, en busca de una mayor inclusión social y para promover la redistribución del ingreso. La búsqueda de caminos propios dentro de la identidad de objetivos, los enfrenta a enemigos comunes, como las fuerzas oligárquicas tradicionales y el imperialismo. La actualidad latinoamericana es muy rica en ejemplos para abordar el tema

Las malas palabras

“Denostado por científicos sociales, condenado por políticos de izquierda y de derecha, portador de una fuerte carga peyorativa, no reivindicado por ningún movimiento o partido político de América Latina para autodefinirse, el populismo –esa Cenicienta de las ciencias sociales– es, en resumidas cuentas, un problema”.

Mackinnon, María Moira y Petrone, Mario Alberto, “Los complejos de la Cenicienta”


Vamos a comenzar dando un pequeño rodeo, esto tal vez no sea lo más correcto académicamente, pero los caminos indirectos, al igual que las metáforas, alegorías y alusiones suelen ser útiles para orientar nuestro pensamiento: no siempre la línea recta es el camino más corto entre dos puntos.

Dice el pensador colombiano Renán Vega Cantor, que “términos como “capital” y “capitalismo” –si se quiere los conceptos matrices de la crítica de la economía política- siempre han sido rechazados por las clases dominantes de los Estados Unidos por su pretendido tono peyorativo” (1). Como ejemplo cita al New York Times del 12 de marzo del 2010, donde se informa que el Departamento de Educación del Estado de Texas, proponía que en los libros de texto se usase de forma generalizada la noción “sistema de libre empresa”, al considerar que el vocablo “capitalismo” tiene connotaciones negativas (2).

Esto coincide con lo que Pierre Bourdieu definió como vulgata planetaria, un nuevo lenguaje donde están llamati­vamente ausentes términos como “capitalismo”, “clase”, “explotación”, “dominación”, “desigualdad”, etc. (3). En la apreciación del intelectual francés todos esos vocablos arbitrariamente suprimidos dan lugar a un imperialismo propiamente simbólico. Una nueva terminología vaciada de sentido crítico que al reemplazar a la anterior, pasa a ser inmediatamente utilizada por los patrones y altos funcionarios internacionales, intelectuales mediáticos o periodistas, y también por representantes del autodefinido progresismo.

En la misma línea, Fernando Martínez Heredia sostiene que “El capitalismo actual está librando una formidable guerra cultural a escala universal”. Esta guerra cultural se propone que todos en todas partes acepten el orden que impone el capitalismo como la única manera en que es posible vivir la vida cotidiana, la vida ciudadana y las relaciones internacionales. Para el filósofo cubano esa ofensiva pretende que renunciemos al pasado y el futuro y asumamos una homogeneización de conductas, ideas, gustos y sentimientos dictada por ellos.


“La guerra del lenguaje forma parte de esa contienda. (…) Existe toda una lengua para lograr que las mayorías piensen como conviene a los dominadores o, en muchos casos, que no piensen” (4).


Lo que ocurre es que las palabras no son inocentes, definen situaciones y fenómenos, con ellas se construyen conceptos y categorías porque son cargadas con sentidos que, a su vez, son compartidos o rechazados por los demás. La eliminación de viejos términos, su reemplazo por otros nuevos, la adjudicación de significados laudatorios o estigmatizadores, todo eso forma parte de la guerra cultural. Pero no son sólo las palabras, también está la reiteración, el golpeteo con esos conceptos fabricados por las usinas de pensamiento dominante, cada día, todos los días. En una entrevista que Salvador López Arnal hiciera a Txuss Martín -lingüista y filósofo barcelonés-, éste decía:


“(…) el lenguaje nos transmite una buena parte de nuestro contacto con el mundo y por tanto nos permite comprender o al menos creer comprender buena parte de la realidad, especialmente de la realidad conceptual en la que sin duda se mueve la política. El uso político del lenguaje en nuestro mundo no es muy diferente, en mi opinión, del uso lingüístico en publicidad. Seguro que en nuestro mundo, publicidad y política son muy parecidos en metodologías, técnicas, etc.” (5).


La Vulgata imperial machaconamente repetida forma parte y se complementa con los prejuicios oscurantistas que levantan un muro ante las ideas innovadoras, porque no se limita al mensaje autoapologético, sino que lo acompaña de descalificaciones y amenazas a los enemigos ficticios o reales a su hegemonía. Los que quedan en medio reciben claras señales sobre lo que es políticamente correcto y aceptado, lo que es negativo y peligroso, y la implícita advertencia para que no presten oídos a los argumentos del adversario. Esto explica por qué la definición “sistema de libre empresa” sustituye al término “capitalismo”, no son expresiones sinónimas, pero la primera es el ropaje con que se viste el sistema, mientras que la segunda es el arma con que lo desnuda el enemigo anticapitalista.

En este juego de escamoteos de antiguas denominaciones y creación o reaparición de otra terminología, nos encontramos con el populismo. La expresión nació en la segunda mitad del siglo XIX para denominar a los movimientos políticos de los granjeros norteamericanos, y también fue usada en Rusia para referirse a un movimiento de la intelectualidad que se había volcado al trabajo con el campesinado. Pero durante el siglo XX, el término, como dice irónicamente Aboy Carlés, se popularizó. Una sociología en la que se mezcla un fuerte tono eurocéntrico y un cierto desdén clasista, reactualizó el término populismo para referirse a los procesos y movimientos políticos que promovían cambios sociales que, sin embargo no llegaban al nivel de revolución socialista. Detrás de esos procesos transformadores, descubrió imaginarios o verdaderos objetivos de lucro personal. Los líderes invariablemente fueron presentados como demagogos, oportunistas políticos, y poseedores de ciertos rasgos plebeyos (6). La denominación amplió su alcance, los procesos que se englobaron dentro de ella fueron cada vez más numerosos, y terminó por incluirse también a fenómenos neofascistas y neoliberales.

Si algo se puede afirmar del “populismo”, es su gran elasticidad y capacidad de contención. Al igual que ciertos transportes públicos, este también admite un pasajero más. Para ello se le cambia la etiqueta, y si antes se pasó del “populismo clásico” al “neo populismo”, en época reciente se saltó a lo que se denomina “Latin-populismo”, “Populismo de izquierda” o “Tercera ola populista”. Como es imaginable esta extensión sirvió para albergar a los procesos liderados por Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega... y la lista sigue.

(Continuará)


Notas

(1) Vega Cantor, Renán; “Una pequeña-gran enciclopedia de la teoría del imperialismo”, (palabras leídas en la presentación del libro de Claudio Katz, Bajo el Imperio del Capital), La Haine, 21.10.2012. Cotejado el 19.1.2014 en:

http://www.lahaine.org/index.php?p=31378

(2) Citada en Josep Fontana; Por el bien del Imperio, Ediciones Pasado y Presente, Barcelona, 2011, p. 11).

(3) Bourdieu, Pierre; “La nueva vulgata planetaria”, Cofirmado con Loïc Wacquant, publicado en Le Monde diplomatique, mayo de 2000, pp. 6-7.

Tomado de Intervenciones 1961-2001. Ciencia social y acción política de Pierre Bourdieu. Editorial Hiru, Hondarribia, 2004,

(4) Martínez Heredia, Fernando; “El colonialismo en el mundo actual”, Palabras pronunciadas en la presentación del número 176 de la revista Tricontinental, La Jiribilla Nº 607, 22 de diciembre al 28 de diciembre de 2012, La Habana.

(5) López Arnal, Salvador; “No hay lenguas superiores ni inferiores (II)". Una conversación con Txuss Martín sobre lenguajes humanos, biolingüística, Chomsky y asuntos afines. Periódico digital Rebelión, 4 de febrero de 2010. Cotejado el 19.1.2014 en:

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=99745

(6) Al respecto vamos a ver qué dice Susanne Gratius en un documento de trabajo publicado por FRIDE.

(…) Los populistas son figuras que, por sus rasgos y trayectorias, se diferencian del tradicional establishment político. Son siempre hombres (salvo Eva Perón), por lo cual el populismo representa lo masculino y/o el machismo latinoamericano.” Antes de continuar con los comentarios de Gratius acotemos que la publicación es de octubre de 2007, cuando todavía Cristina Fernández de Kirchner no había asumido la presidencia.

En muchos casos son líderes, cuyo origen y/o rasgos físicos les distingue de la élite blanca.“ El turco” fue el apodo de Carlos Menem, de origen sirio, “el chino” el de Alberto Fujimori, hijo de japoneses. Evo Morales es indígena y a Hugo Chávez se le atribuyen las facciones del pueblo venezolano. Tampoco el ex Presidente de Ecuador, Abdalá Bucaram, de padres libaneses, y Néstor Kirchner, de origen suizo-chileno, pertenecen a la tradicional élite de sus países.” La autora cierra este pasaje de corte lombrosiano afirmando que “los populistas suelen haber nacido en lugares de provincia y no representan los intereses de la capital.”

Gratius, Susanne; “La “tercera ola populista” de América Latina”; Documento de Trabajo 45, Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior (FRIDE), Madrid, octubre de 2007.

sábado, 20 de junio de 2020

Sobre vuelos y revuelos (2)

El Che habla sobre los secuestros aéreos

En la nota anterior comenté los secuestros aéreos que padecía Cuba en los primeros años de la Revolución. El gobierno norteamericano inducía al robo de aeronaves y recibía como héroes a los delincuentes que las llevaban a territorio estadounidense. Cuando el método se les volvió en contra tuvieron que abandonar esa forma de piratería, pero antes habían hecho oídos sordos a los reclamos cubanos. En un discurso pronunciado en la quinta sesión plenaria del Consejo Interamericano Económico y Social, Che Guevara se refirió al tema; ese discurso merece ser releído en su totalidad, aquí simplemente incluiré un breve pasaje.


Fragmento del discurso pronunciado por el Comandante Ernesto Che Guevara el 8 de agosto de 1961 en Punta del Este.


(…) Hay algún otro problema, también de índole político-económico. Es, señor Presidente, que nuestra flota aérea de transporte está quedándose, avión por avión, en los Estados Unidos. El procedimiento es simple. Suben algunas damas con armas ocultas en las ropas, se las dan a sus cómplices, los cómplices asesinan al custodio, le ponen en la cabeza la pistola al piloto, el piloto enfila hacia Miami, y una compañía, legalmente, por supuesto —porque en Estados Unidos todo se hace legalmente—, establece un recurso por deudas contra el Estado cubano, y entonces el avión se confisca. Pero resulta que hubo uno de los tantos cubanos patriotas —además hubo un norteamericano patriota, pero ese no es nuestro— que andaba por ahí, y él solito, sin que nadie le dijera nada, decidió enmendar la plana de los robadores de bimotores, y trajo a las playas cubanas un cuatrimotor precioso. Naturalmente, nosotros no vamos a utilizar ese cuatrimotor, que no es nuestro. La propiedad privada la respetamos nosotros, pero exigimos el derecho de que se nos respete, señores; exigimos el derecho de que no haya más farsas; el derecho de que haya órganos americanos que puedan hablar y decirles a los Estados Unidos: “Señores, ustedes están haciendo un vulgar atropello; no se pueden quitar los aviones a un Estado, aunque esté contra ustedes; esos aviones no son suyos, devuelvan esos aviones, o serán sancionados.” Naturalmente, sabemos que, desgraciadamente, no hay organismo interamericano que tenga esa fuerza. Apelamos sin embargo, en este augusto cónclave, al sentimiento de equidad y justicia de la delegación de los Estados Unidos, para que se normalice la situación de los robos respectivos de aviones.

El avión de Aerolíneas Argentinas desviado a Cuba

El 8 de octubre de 1969 el avión de Aerolíneas en que Ernesto Gutiérrez era deportado a Chile fue desviado a Cuba. Lo esencial del relato se dijo en la nota anterior, pero puede ser útil conocer como fue presentada la noticia por el diario Crónica.


En la portada de la edición matutina de Crónica, el 9 de octubre de 1969, se destacaban estas dos noticias:

“Tupamaros toman la ciudad de Pando. Asaltos y robos, trágico combate”; y

“20.37: arribó a Cuba el avión. Todos bien”.


Como epígrafe de una foto de tapa se da a entender que el comando formado por cinco hombres armados habría usado como escudos humanos a niños del pasaje. La noticia sobre el secuestro del avión de Aerolíneas se desarrolla en páginas interiores del diario.


Páginas 4 y 5. Descendió en Cuba el Boeing de Aerolíneas.

El Boeing 707 de Aerolíneas Argentinas fue reducido en vuelo por cinco hombres armados con metralletas y granadas. El avión había partido de Ezeiza a las 9.52 con destino a Miami y escalas en Santiago de Chile y Lima. 54 pasajeros y 12 tripulantes.

La tripulación fue reducida cuando la nave se encontraba sobre Mendoza (15 minutos antes de llegar a Santiago), en el aeropuerto de Pudahuel se reabasteció de combustible y desde allí siguió en vuelo directo a La Habana. Según un cable de AP, el avión partió a las 12, hora argentina, con destino a Cuba.

El comandante Aníbal Aguirre avisó del secuestro a las autoridades chilenas, pidió autorización para hacer la escala y disuadió a los integrantes de la fuerza aérea chilena de la utilización de un pelotón armado para reducir a los captores.


A las 20.37 descendió en La Habana el primer avión de Aerolíneas desviado por secuestradores. Nueve meses antes otros argentinos que viajaban desde Buenos Aires a Estados Unidos también habían pasado por la misma experiencia, pero en esa oportunidad había sido en una nave de Aerolíneas Peruanas.

Un comunicado llegado a la redacción de Crónica informaba que la operación era un homenaje al Che Guevara y que el autor de la misma era Enrique Ugarteche, quien figuraba en la lista de pasajeros del avión.

En el avión viajaban dos chilenos deportados: Manuel Morales Urbina y José René Gutiérrez, “acusados de estar vinculados a episodios terroristas”.

Como Argentina había roto las relaciones diplomáticas con Cuba, la embajada de Suiza en La Habana estaba a cargo de todas las cuestiones entre ambos países.


Viernes 10.10.1969.

Titular en tapa y desarrollo de la noticia en las páginas 4-6 de Crónica matutina.

Fue un único asaltante el responsable del desvío del avión. Ingresó a la cabina de mando cuando el avión sobrevolaba la cordillera a la altura de Mendoza, no usó como escudo a los niños del pasaje y su armamento fue un revólver, probablemente de calibre 38. Lo de las metralletas y granadas también fue pura fantasía diversionista del periodismo pro gubernamental y anticastrista.

El pasaje mostró más asombro que malestar cuando escuchó por los parlantes que nadie podría descender en Santiago y que seguirían viaje a Cuba, permaneció tranquilo y eso facilitó la actuación de la tripulación.

El avión sólo permaneció unas seis horas en La Habana, porque fue autorizado a partir casi de inmediato. Llegó a Miami donde dejó parte del pasaje, cambió la tripulación y luego emprendió el regreso. Lo hizo pasando por Lima y Santiago donde fueron descendiendo los demás, entre ellos, Ernesto Gutiérrez.

En la página 4 (o en la 5) hay una foto de Ernesto Gutiérrez, a quien siempre se nombra como José Gutiérrez.

El autor del secuestro fue un joven de 22 años, bien vestido, muy correcto, de cabello corto y 1,75 de estatura. Como dijera uno de los pasajeros: “no era melenudo, ni barbudo, ni hippie. Era un muchacho muy correcto”. Su nombre Enrique Ignacio Ugarteche, técnico industrial y estudiante de química.

Al llegar a La Habana el primero en bajar del avión fue el secuestrador, entregó el arma a las autoridades del aeropuerto y aceptó ser fotografiado en la escalerilla del aparato. Los cubanos se disculparon por no poder ofrecer alojamiento a los demás pasajeros, pero en ese momento la capacidad hotelera estaba colmada porque se desarrollaba un torneo internacional de esgrima.


En la página 6 aparece un relato exclusivo de José Soriano, corresponsal de crónica que viajaba en el avión secuestrado, hijo de quien fuera un famoso arquero de Banfield, River Plate y Atlanta.

jueves, 18 de junio de 2020

Sobre vuelos y revuelos

El desvío de aviones hacia Cuba

No es un secreto que tras el triunfo de la Revolución Cubana los Estados Unidos desataron una campaña de agresiones contra el nuevo gobierno. Mientras el dictador Fulgencio Batista estuvo en el poder la participación norteamericana se limitó al suministro de material militar, ya fuera en forma directa o a través de trujillo y otros incondicionales servidores de Centro América y el Caribe. Cuando se produjo la huida de Batista se orquestó un golpe de estado con fachada democrática, pero la maniobra fue desbaratada por la fulminante ofensiva final del Ejército Rebelde. Con el gobierno revolucionario recién instalado comenzaron las presiones, advertencias y maniobras desestabilizadoras orquestadas desde Washington.

La recepción de los antiguos personaje del régimen batistiano en Estados Unidos se hizo al principio con un cierto decoro. El propio Batista debió conformarse con su exilio en República Dominicana, pero otros cómplices del ex dictador tuvieron una fraternal acogida por parte del gobierno yanqui. Luego éste incentivó la salida de descontentos y contrarrevolucionarios, y cuanto más espectacular fuese la huída de Cuba, más afectuosa era la bienvenida otorgada por Washington.

El robo de aviones para “escapar hacia la libertad” se transformó casi en una moda, y el gobierno norteamericano la incentivó proporcionando generoso y rápido asilo a los ejecutores de esas operaciones. Apenas tres meses y medio después del triunfo de la Revolución, el 15 de abril de 1959, un avión con tres tripulantes y 19 pasajeros fue desviado hacia Estados Unidos por cuatro antiguos miembros del Ejército de Batista (tres del Servicio de Inteligencia Militar y un mecánico de aviación). En esa época el gobierno yanqui todavía devolvía los aviones secuestrados. Esa fue otra parte de la campaña agresiva, porque luego comenzó a “confiscar” los aviones cubanos que llegaban a Estados Unidos como represalia por las medidas antiimperialistas tomadas por la Revolución.

Que los antiguos pilotos del régimen batistiano fuesen algunos de los secuestradores tampoco fue una rareza. Juan Romero, ex piloto de la Fuerza Aérea Cubana, capturó un avión Cesna en mayo de 1960, con ese aparato llegó a Estados Unidos, y de allí volvería integrando la tripulación de uno de los aviones que participaron de la agresión en Playa Girón.

La moda se transformó en un recurso permanente, los secuestros se incentivaban o se dejaban de lado según la conveniencia, pero nunca se descartaron totalmente. Algunos de los delincuentes aéreos terminaron excediéndose, y cuando las cosas salían mal no vacilaron en matar. El 27 de marzo de 1966 un anticastrista intentó apoderarse a punta de pistola de un Il-18 que realizaba un vuelo interno con 97 personas a bordo. El piloto se resistió al asalto y aterrizó en La Habana. El secuestrador entonces lo asesinó, hizo lo mismo con su escolta y dejó malherido al copiloto.

En algún momento el método se volvió en contra de sus autores. Recuerdo haber leído un discurso de Fidel en el que comentaba irónicamente que al aprendiz de brujo se le había escapado de las manos su creación. Es que cuando los aviones cubanos comenzaron a ser retenidos en Estados Unidos empezaron a producirse secuestros de aviones norteamericanos (y no sólo norteamericanos) que eran desviados a Cuba. Eso ya no resultó del agrado de los yanquis, comenzaron a tener dolores de cabeza con su propio engendro, y acusaron al gobierno de La Habana de estar detrás de los “secuestros de nueva generación”.

El 17 de agosto de 1961, Che Guevara y Richard Goodwin, asistente de la Casa Blanca, se reunieron en Montevideo y hablaron sobre el tema. El Che le dijo al representante norteamericano que ellos no habían sido responsables por ningún secuestro, y comentó que quien se apoderó del primer avión fue un tipo joven que era un buen chico, pero un poco alocado. Agregó que no todos los que habían desviado aeronaves eran considerados simpatizantes de la Revolución, e incluso sospechaban que alguno de ellos eran provocadores orquestados por la CIA. Por eso Guevara llegó a sugerir que los Estados Unidos y Cuba negociaran un acuerdo referido al asunto de los secuestros desde ambos países, y pusieran fin a esa peligrosa práctica.

El gobierno cubano deseaba que Washington repatriase a los exiliados que hubieran recurrido al robo de aviones o buques para salir de la Isla. En una nota diplomática de 1961 Cuba propuso un acuerdo recíproco para devolver a todos los secuestradores a sus países de origen, pero la administración Kennedy ignoró la propuesta. Eso fue como dejar la puerta abierta a la piratería. Entre 1961 y 1967 17aviones fueron desviados a Cuba. En 1968, de 35 secuestros de aviones a nivel mundial, 17 fueron llevados a la Isla. Entre 1969 y 1972, el número global de secuestros de aeronaves saltó a 280. La mayoría de ellos fueron conducidos a La Habana.

Sin embargo para Cuba no era nada agradable aparecer como plácido destino de piratas aéreos, por eso el 19 de septiembre de 1969 Fidel anunció una nueva ley sobre el trato a los secuestradores. Esta establecía que Cuba juzgaría o extraditaría a todos los piratas extranjeros. Ello, sin embargo, solo ocurriría con países que hubieran negociado un acuerdo bilateral anti-secuestros con Cuba.

Pero ¿cómo empalma todo esto con los sucesos de 1969 en Argentina?

El revuelo

Uno de los arrestados tras la implantación del estado de sitio fue Ernesto Gutiérrez, el secretario general del Sindicato de Publicidad. Antes que él lo había sido Monona Casanello, la Secretaria administrativa del mismo sindicato. Ella me comentó que en el atardecer del 1 de julio se encontraba en el local de la Federación Gráfica Bonaerense, y que fue una de las detenidas cuando se produjo el allanamiento. Después que la encarcelaran, Ernesto fue a reclamar por su libertad, pero su gestión no resultó muy exitosa, porque decidieron dejarlo dentro, como hicieron incluso con algunos abogados que fueron a presentar recursos de habeas corpus.

Cuando le pedí a Ernesto que me diera algunas precisiones sobre su arresto, ni siquiera mencionó que lo hubiese sido por ir a reclamar la libertad de una compañera. Se limitó a comentarme que había sido detenido el 3 de julio de 1969, y que lo habían alojado en la cárcel de Villa Devoto. Agregó que allí el general Onganía había reunido un heterogéneo conjunto de aproximadamente 120 compañeros. La mayoría pertenecían a la CGT de los Argentinos, acompañados por una veintena de jóvenes del Partido Comunista Revolucionario, a los que denominaban ”los pececitos”.

Y agregó que “entre los compañeros de prisión se encontraban el Doctor Rojo, del radicalismo; Sánchez Sorondo, director de ”Azul y Blanco”, católico y profascista; el Dr. Ascuehaga del PC; Néstor Martín abogado de la CGTA, posteriormente desaparecido. También estaban Galimberti y Gravois, dirigente en la Facultad de Filosofía. Sólo nos faltaba un conservador y un socialista para formar un frente popular, aunque teníamos a Cerrutti Costa que fuera ministro de la Libertadora”.

No recuerdo que en el Sindicato de Publicidad se mencionase la posibilidad de que Ernesto fuera expulsado del país. Ya dije que él era de nacionalidad chilena, y la deportación de un extranjero podía sonar a música en los oídos de ciertos nacionalistas. Sin embargo, aunque no lo recuerde, es posible que se hablase de ese riesgo y que yo no lo registrase porque en esos días estábamos en medio de un proceso electoral en Telefónicos. Lo concreto es que ese peligro existía, y que debió haberse presentado algún recurso de amparo porque Ernesto me contó que la orden de expulsión dictada en su contra contravino una resolución judicial.

La medida fue ejecutada el miércoles 8 de octubre, día en que se cumplía el segundo aniversario de la caída en combate del Che Guevara. El avión en que Ernesto Gutiérrez era deportado a Chile no hizo el recorrido previsto, y como él dijera: “el avión que debía viajar a Chile se desvió un tanto, fue secuestrado y fuimos a parar a Cuba”.

La noticia causó un enorme revuelo, y con los compañeros de Publicidad hacíamos los más variados comentarios, desde apesadumbrados pronósticos porque Ernesto no podría volver a Argentina, hasta inventar jocosas historias en torno al desvío del avión. Sin embargo su ausencia no fue tan prolongada, porque a pesar de que los revolucionarios cubanos le ofreciesen asilo, decidió probar el regreso. Cuando el avión secuestrado salió de La habana, allí iba Ernesto, y luego de hacer escala en Miami llegó a Santiago de Chile. Pero tampoco se quedó mucho tiempo allí, y quince días después de haber salido de Argentina estaba de nuevo en Buenos Aires.

martes, 16 de junio de 2020

El bombardeo a Plaza de Mayo

“El bombardeo de una ciudad abierta por parte de fuerzas armadas del propio país es un acto de terrorismo que registra pocos antecedentes en la historia mundial”. Así comienza el prólogo que Eduardo Luis Duhalde escribió para la primera edición del libro Bombardeo del 16 de junio de 1955. Hoy se cumplen 65 años de aquel acto criminal donde miembros de las fuerzas armadas con la connivencia de sectores políticos y eclesiásticos descargaron sus bombas y ametrallaron a la población civil con el confesado objetivo de aniquilar a todo un gobierno. El plan original era realizar ese ataque en el momento en que el presidente de la Nación se encontrara reunido con todo su gabinete. Un operativo de esa envergadura produciría inevitablemente centenares de víctimas civiles, lo que suelen denominarse "daños colaterales" en la desaprensiva jerga golpista.

Para esta nota recupero buena parte de lo que publiqué en este blog al repasar los antecedentes de la mayor huelga del gremio telefónico. Respeté el texto original aunque tendría que haber hecho algunas pequeñas correcciones, la más significativa sobre el número de víctimas fatales. Entonces la información de que disponía mencionaba "no menos de 350 muertos", las investigaciones posteriores identificaron a 308 asesinados por los golpistas.

Los golpistas de 1955

El jueves 16 de junio de 1955 aviones de la Marina bombardearon la Casa de Gobierno, la Plaza de Mayo, la Avenida Paseo Colón y la Residencia presidencial. Otros aviones se encargaron de ametrallar la Avenida de Mayo desde el Congreso hasta la Plaza de Mayo, mientras un grupo compuesto por efectivos navales y comandos civiles tiroteaban la Casa Rosada desde el lado de Plaza Colón. El criminal ataque dejó un saldo de no menos de 350 muertos y más de un millar de heridos, casi 80 de ellos quedarían inválidos de por vida.

La responsabilidad principal por el ataque golpista fue de la Marina, con una menor participación de la Fuerza Aérea, y una adhesión prácticamente simbólica por parte del Ejército. En un extenso artículo de la periodista María Seoane publicado en el diario Clarín al cumplirse 50 años del golpe, se dan las siguientes precisiones:


“La conspiración que terminará con los bombardeos en Plaza de Mayo comenzó a principios de 1955, pero recrudeció en abril de ese año. El capitán de Aeronáutica Julio César Cáceres en su testimonio (fojas 842) admitirá que el capitán de Fragata Francisco Manrique era el encargado de reclutar para la rebelión entre los marinos. Que se reunían en una quinta en Bella Vista, propiedad de un tal Laramuglia, no sólo Manrique, sino también Antonio Rivolta del Estado Mayor General Naval; el contraalmirante Samuel Toranzo Calderón, jefe del Estado Mayor de la Infantería de Marina y los jefes de la aviación naval en la base de Punta Indio, los capitanes de fragata Néstor Noriega y Jorge Bassi, así como el jefe del Batallón de Infantería de Marina B4 de Dársena Norte, capitán de navío Juan Carlos Argerich.”


El enlace civil entre Toranzo Calderón y los capitanes de la Base de Morón de la Fuerza Aérea y el comandante de Aviación Agustín de la Vega, fue el nacionalista católico Luis María de Pablo Pardo. Este personaje también se encargaba de la conexión con el general León Bengoa, del III Cuerpo de Ejército con asiento en Paraná. De Pablo Pardo era un fervoroso antiperonista que ya había participado del intento golpista del general Benjamín Menéndez en 1951. Después del bombardeo del 16 de junio escapó a Brasil, pero regresó para ser premiado por Lonardi con la designación como ministro del interior. De Pablo Pardo sólo duró un día en el cargo, porque al día siguiente de asumir en el ministerio, Lonardi fue obligado a renunciar como presidente.

Originalmente el plan de los golpistas era atacar la Casa Rosada el día miércoles 22, cuando Perón se encontrase reunido con los colaboradores con los que compartía las decisiones de gobierno. Sabían que esa reunión se realizaba miércoles por medio a las 10 de la mañana, por eso pensaban iniciar el bombardeo a esa hora, y terminar con esa parte de la operación en unos pocos minutos. Luego vendría el asalto por parte de comandos civiles que atacarían desde la entrada principal sobre la calle Balcarce a los defensores que hubiesen sobrevivido al bombardeo. Simultáneamente dos compañías de infantes de marina atacarían desde el lado de Plaza Colón. No sólo se contaría con el factor sorpresa y con un brutal bombardeo preliminar, también tendrían de su parte una abrumadora superioridad numérica y un armamento mucho más moderno que el de los granaderos que defendían la Casa de gobierno.

Para Marcelo Larraquy la idea del bombardeo había sido planteada por el capitán de fragata Jorge Bassi a otros compañeros de armas por lo menos dos años atrás. Al principio el proyecto pareció demasiado fantástico, pero fue ganando adeptos entre los conspiradores, se fueron puliendo los detalles y terminó por ser adoptado. Aprovechando un viaje a Europa de un buque escuela de los cadetes navales, los marinos habían adquirido fusiles semiautomáticos FN, de procedencia belga, fuera del programa de la compra oficial. La Armada los hizo ingresar de contrabando, y con ellos armó a los infantes que atacaron la Casa Rosada. Estaba previsto que el centro de operaciones fuera la base aeronaval de Punta Indio. De allí despegarían los aviones. En media hora o cuarenta minutos ya estarían sobrevolando Buenos Aires. El Aeropuerto de Ezeiza funcionaría como central de reabastecimiento para los aviones después del primer ataque. Desde hacía más de un año se estaba construyendo allí, en forma clandestina, un depósito para almacenar las bombas y el combustible. Los explosivos fueron trasladados desde la base aérea Comandante Espora, de Bahía Blanca, hacia Punta Indio y Ezeiza.

Una operación militar de esa magnitud, en la que iban a participar varios centenares de efectivos, y con una logística enormemente compleja, no podía pasar desapercibida. Los servicios de inteligencia funcionaron bien, y funcionaron tanto en una dirección como en la otra. Las fuerzas leales al gobierno detectaron los preparativos golpistas, tal vez no llegaron a tener una información completa, pero supieron que se estaba preparando algo importante. Los conspiradores, por su parte, también supieron que los otros sabían, tal vez no supieron cuánto sabían, pero ya no contaban totalmente con el factor sorpresa. Si esperaban hasta el miércoles 22 podía ser demasiado tarde, por eso decidieron adelantar la operación para el día 16.

El ataque

A las 10 de la mañana el capitán Noriega partió con su avión desde Punta Indio. Llevaba dos bombas de demolición de cien kilos cada una. Para ese momento los efectivos a las órdenes del capitán Bassi ya habían tomado Ezeiza y esperaban la llegada de los infantes de marina que viajaban en cinco aviones de transporte. El cielo estaba encapotado, la visibilidad era tan escasa que desde el Ministerio de Marina no alcanzaba a verse la Casa de Gobierno distante tres cuadras. En esas condiciones el bombardeo se hacía casi imposible, por eso Noriega decidió mantenerse en el aire en los alrededores de la ciudad uruguaya de Colonia. Confiaba en que el tiempo mejoraría. La autonomía de vuelo de su aeronave era de cuatro horas.

El jefe del Ejército, general Franklin Lucero, fue informado de los movimientos que se habían producido en Punta Indio y que Ezeiza había sido tomada. Previendo un ataque aéreo le propuso a Perón que se instalara en el Ministerio de Guerra, a corta distancia de la Casa Rosada.

Poco después de las 12.30 mejoró la visibilidad y Noriega descargó la primera bomba sobre la Casa de Gobierno. Tras él siguieron los otros aviones de la escuadrilla y se desató un infierno de fuego en la Plaza de Mayo y sus alrededores. 14 toneladas de explosivos fueron lanzados por los sediciosos sobre la zona céntrica de la ciudad, en tres oleadas de bombardeo en las que participaron una treintena de aviones. Sobre Paseo Colón un trolebús recibió un impacto directo: allí murieron 65 personas.

Los aviones que se encargaban de sembrar la muerte por el centro de la ciudad de Buenos Aires llevaban pintado en su fuselaje un símbolo compuesto por una cruz y una V. La inscripción era traducida como “Cristo vence” y era interpretada como una adhesión con la jerarquía eclesiástica que se encontraba decididamente alineada con la conspiración golpista.

Ese mismo día se conocía la decisión de la autoridad vaticana excomulgando a Perón. La medida del Papa Pío XII había sido tomada en represalia por una resolución del gobierno argentino que, unos días antes, había expulsado del país a un par de sacerdotes comprometidos con los opositores al régimen. Un castigo tan duro contra un presidente de fe católica mostraba toda su desmesura, cuando se recordaba que ese mismo Papa se había negado a aplicar una sanción semejante contra Hitler o Mussolini.

Unos veinte minutos después de que cayera la primera bomba, y cuando los infantes de marina trataban de quebrar la resistencia de los granaderos que defendían la Casa Rosada, llegaron los primeros refuerzos leales desde el Regimiento de Palermo. También los trabajadores fueron convocados por la dirigencia cegetista: El secretario general Hugo Di Pietro usó la cadena radial para reclamar el apoyo obrero al gobierno peronista. En camiones y colectivos los trabajadores se acercaron hasta la zona de los combates, la mayoría no tenían armas pero tenían voluntad de pelear en defensa del gobierno. Muchos de ellos cayeron al ser ametrallados desde el aire o al quedar en medio del fuego cruzado entre leales e insurrectos. Toda la zona del Bajo era el escenario principal de las operaciones militares. Pero los ataques aéreos iban desde el congreso de la Nación, pasando por toda la Avenida de Mayo, el Departamento de Policía, el edificio de Obras Públicas y el local de la CGT. También el Palacio Unzué, la antigua residencia presidencial ubicada en la calle Agüero, fue blanco de las bombas sediciosas.

Entre los trabajadores que se acercaron hasta la zona de los enfrentamientos estaba un joven que tres años antes había ingresado en la mesa de pruebas de la oficina Devoto. Antes había trabajado en un pequeño taller textil, pero en 1951 se quedó sin empleo. Un vecino le sugirió que le escribiera una carta a Oscar Nicolini, el ministro de comunicaciones, luego le hizo llegar el pedido de trabajo: “y así fue como entré en Teléfonos del Estado cuando tenía 16 años”.

Según propia confesión, era un muchachito al que sólo le interesaba jugar al fútbol e ir a bailar; sus padres tenían simpatías por el peronismo, pero ni ellos ni los hijos tenían ninguna militancia. El 16 de junio se fue junto con un compañero hasta la CGT y vio como los aviones volaban sobre Independencia ametrallando a la gente; “no podía creer que fueran tan hijos de puta”. Sintió una enorme indignación, pensó que debía hacer algo para comprometerse con los trabajadores masacrados, por eso decidió afiliarse al sindicato.


“Estaba muy indignado, aunque nunca me había interesado, también me fui hasta el local de la Juventud Peronista que estaba por la calle Charcas. El partido a nivel nacional había sido intervenido, el interventor era Leloir; y en el distrito Capital el interventor era John William Cooke. Para intervenir la Juventud se había designado al doctor Framinián, que era un buen tipo. Allí conocí a Carlos Gallo, que venía trabajando con el “profesor González”, que era realmente profesor, pero de educación física”.

Diez años después, aquel muchacho llamado Héctor Mango, llegaría a ser Secretario General del sindicato Buenos Aires de FOETRA.