En los primeros meses de 2017 tuve la posibilidad de cursar Filosofía
de la Cultura (Filosofía y Letras, UBA) bajo la dirección de la
Doctora Alcira Bonilla y la Profesora Alejandra Furfaro. Todo
agradecimiento será siempre insuficiente. El trabajo que sigue fue
resultado de esa cursada, obviamente la responsabilidad por el
contenido es exclusivamente mía.
Marxismo y cultura
Javier Nieva
En La escuela de Atenas, la pintura realizada por Rafael entre 1510 y
1512, aparecen los dos filósofos más destacados del mundo griego,
Platón, reconocible por llevar el Timeo en una mano, señala al
cielo, Aristóteles, a su lado, señala hacia la tierra. No hace
falta mucha explicación para descubrir el sentido de esos gestos: en
el primer caso se simbolizaría la concepción idealista, en el
segundo se representaría la preeminencia del mundo material como
punto de partida para el pensamiento del filósofo. No sabemos si
Marx y Engels conocieron la pintura, es de suponer que pudieron haber
visto alguna reproducción o, al menos, haber tenido una descripción
de la obra, lo concreto es que la frase que emplearon para definir su
propia concepción filosófica es que “asciende de la tierra al
cielo”, mientras que la ideología con la que polemizan recorre el
camino inverso. Allí está sintetizada lo que definieron como el
problema fundamental de la filosofía: si las ideas preexisten al
mundo material y le dan origen, o si lo primero es la materia y la
conciencia lo derivado.
Con la cultura nos encontramos frente a una idéntica disyuntiva.
Para definirla inicialmente se puso el acento en el aspecto puramente
subjetivo, en la existencia de ideas que eran anteriores al hombre y
que habían sido asimiladas por éste. Esas ideas rectoras podían
ser eternas e inmutables o haber sido planteadas por los dioses en
algún momento previo a la existencia humana. Fue después cuando se
comenzó a conectar la cultura con el mundo de los hombres, más
exactamente, fueron los sofistas quienes plantearon que la ley y el
estado eran creaciones humanas y no divinas. (Agoglia, 1980:13-15)
El concepto de cultura fue ganando en riqueza, en un proceso de
transformación que duró siglos dejó de ser la asimilación de
disposiciones divinas planteadas desde fuera del mundo de los
hombres, para ser comprendida como una construcción humana: “la
cultura o civilización es esa totalidad compleja que incluye el
conocimiento, las creencias, el arte, el derecho, la moral, las
costumbres y cualquier otro hábito o capacidad adquiridos por el
hombre en cuanto pertenecientes a la sociedad.” (Tylor, 1977).
El aporte del marxismo
En un emocionado homenaje Engels decía que “Marx descubrió la ley
del desarrollo de la historia humana (…) Pero no es esto sólo.
Marx descubrió también la ley específica que mueve el actual modo
de producción capitalista” (Engels, 1999). Dos descubrimientos
como esos justifican que se lo incluya entre las principales figuras
de la cultura universal. Pero no es únicamente por eso que nos
proponemos hablar sobre él y sobre la corriente que tomó su nombre.
Sus seguidores no se limitaron a continuarlo en Europa y Norte
América; desde Rusia hasta los confines asiáticos, desde África a
América Latina, en todo el mundo se multiplicaron los que
recuperaron sus propuestas teóricas y prácticas enriqueciéndolas
con nuevos aportes.
Ciertos críticos argumentan que Marx y Engels no dieron importancia
a la cultura en su teoría, pero basta repasar lo que ambos amigos
desarrollaron ya desde sus más tempranos trabajos para refutar dicha
descalificación. No es posible aislar y separar la organización de
los seres humanos para la producción, por un lado, y, por otro, las
reglas de conducta, las costumbres y los hábitos permanentes de
comportamiento que se derivan de esa base productiva. Teniendo esto
en cuenta podemos leer un fragmento del segundo párrafo del Prólogo
a la Contribución a la Crítica de la Economía Política
En la producción social de su vida los hombres establecen
determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad,
relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de
desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de
estas relaciones de producción forma la estructura económica de la
sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura
jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de
conciencia social. El modo de producción de la vida material
condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en
general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino,
por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia.
(Marx, 2001).
Sobre Base y Superestructura
En un artículo de Raymond Williams titulado Teoría cultural se toma
este pasaje para hacer algunos cuestionamientos que mencionaremos
brevemente y que intentaremos refutar. La primera observación del
intelectual británico apunta contra la proposición de una base
determinante y una superestructura determinada: “la proposición de
base y superestructura, con su elemento figurativo y con su
sugerencia de una relación espacial fija y definida (…) se ha
sostenido a menudo como la clave del análisis cultural marxista”.
(Williams,1980:1). Luego de manifestar su insatisfacción Recuerda
que en El 18 brumario de Luis Bonaparte (1851-1852) ya aparece el
término Superestructura.
Allí dice que sobre las numerosas formas de propiedad y de las
condiciones sociales de existencia “«se erige toda una
superestructura de sentimientos (empfindungen), ilusiones, hábitos
de pensamiento y concepciones de vida variados y peculiarmente
conformados». A diferencia del Prólogo, donde la superestructura
engloba al conjunto de la sociedad, en este caso se circunscribe a la
clase. “Evidentemente, éste es un uso muy diferente. La
«superestructura» es aquí toda la «ideología» de la clase”.
De allí deduce la emergencia de tres sentidos o significados de la
«superestructura»:
a) Las formas legales y políticas que expresan verdaderas relaciones
de producción existentes; b) las formas de conciencia que expresan
una particular concepción clasista del mundo; c) un proceso en el
cual, respecto de toda una serie de actividades, los hombres tomen
conciencia de un conflicto económico fundamental y lo combatan.
Estos tres sentidos respectivamente, dirigirían nuestra atención
hacia a) las instituciones; b) las formas de conciencia; c) las
prácticas políticas y culturales. (Williams,1980:2).
Con este recorte la cultura reduce su alcance incluso por debajo de
la definición de Tylor citada más arriba; podría argumentarse que
Williams saca sus conclusiones a partir del texto de Marx, pero aún
cuando fuera así, la práctica política y cultural dejaría de lado
a las instituciones y las formas de conciencia. Más adelante
corregirá esa descripción, dirá que las tres áreas están
relacionadas.
Hay otra interpretación que resulta más conflictiva, porque supone
que en el período de transición que va desde Marx hasta el marxismo
(así lo define) se habría producido una cierta separación temporal
de los conceptos. En lugar de tratarse de aspectos simultáneos de un
fenómeno único, se les habría asignado un ordenamiento: primero la
producción material, luego la conciencia, luego la política y la
cultura (Williams,1980:3).
La metáfora y su exégesis
La metáfora de la base y la superestructura ya está preanunciada de
algún modo en los escritos más tempranos de Marx y Engels, y,
particularmente, en La Ideología Alemana. Recordemos que allí se
comienza hablando de las premisas de toda historia humana, la primera
de las cuales es la existencia de seres humanos vivientes;
la primera premisa de toda existencia humana (…) es que los hombres
se hallen (…) en condiciones de poder vivir. Ahora bien, para vivir
hacen falta ante todo comida, bebida, vivienda, ropa y algunas cosas
más. El primer hecho histórico es, por consiguiente, la producción
de los medios indispensables para la satisfacción de estas
necesidades, es decir la producción de la vida material misma (Marx
y Engels, 1972:T. I, 26).
Tenemos entonces que la producción de los medios de vida es la
primera premisa; para cumplir con ese objetivo los hombres contraen
relaciones de producción y, como consecuencia de ello, también
contraen entre sí determinadas relaciones sociales y políticas. A
continuación nuestros autores reclamarán que en cada caso histórico
se ponga de relieve “la relación existente entre la estructura
social y política y la producción.” (Marx y Engels, 1972:T. I,
20).
En ese reclamo queda claro que en la base está la producción, no la
llaman base sino primera premisa, y sobre ella se encuentra la
estructura social y política, lo que en el Prólogo Marx definirá
como superestructura. Por eso decíamos al comenzar este apartado que
la figura de base y superestructura ya estaba preanunciada en la
temprana producción marxista.
Lo concreto es que estamos en presencia de una metáfora, no de una
realidad, y es posible que a veces imágenes muy potentes terminen
por confundir. Esto parece haber querido decir Raymond Williams
cuando sostenía que las palabras utilizadas (Base y Superestructura)
“fueron proyectadas, en primer término, como si fueran conceptos
precisos; y en segundo término, como si fueran términos
descriptivos de «áreas» observables de la vida social.”
(Williams,1980:3).
No hay por qué dudar de su apreciación, es posible que algún
intérprete o divulgador del marxismo haya incurrido en esos
equívocos, pero no parece sensato recriminar a Marx por errores
ajenos. Toda metáfora asocia imágenes o conceptos distintos, en
este caso buscando establecer vínculos entre ellos para facilitar la
comprensión. Es cierto que las palabras usadas presentan “solidez
física” (eso cuestiona Williams) pero no parece que eso reste
flexibilidad a los fenómenos sociales.
Si fuera por la “rigidez” de las palabras también se podría
objetar otra pareja dialéctica usada en el marxismo, la de Contenido
y Forma; alguien podría decir que ambas expresiones evocan
estructuras que no permiten movimientos ni cambios.
Ser social y conciencia social
En el pasaje del Prólogo que hemos citado anteriormente se dice que
la estructura económica de la sociedad es la base sobre la que “se
levanta la superestructura jurídica y política y a la que
corresponden determinadas formas de conciencia social.” No es
posible hablar de cultura sin tener en cuenta este postulado, por eso
es necesario hacer algunas precisiones conceptuales para poder seguir
adelante.
Las ideas no existen en el vacío histórico y social, no hay
pensamiento sin la existencia de un ser pensante, el pensamiento es
una función del cerebro humano. Esta parece una verdad muy evidente,
pero el gran problema de la filosofía, el que fuera definido como el
problema fundamental, el la relación entre el pensar y el ser. Con
la existencia del individuo pensante nace la posibilidad del
pensamiento, de las ideas, de la conciencia. Volvamos por un momento
al texto de Agoglia que citamos al comienzo de este trabajo, veremos
que la paideia era considerada la asimilación de ideas, principios y
conceptos que existían en algún lugar desde antes de la existencia
humana. Poner en duda este postulado era un acto impiadoso que podía
costar la vida.
Por analogía entre el ser y la conciencia se pasó al ser social y a
la conciencia social; la sociedad como conjunto reúne ideas y
conceptos que forman ese nivel más elevado de la conciencia. Se
trata de un fenómeno complejo que no es ni suma ni síntesis de
todas las ideas existentes, en la formación de la conciencia social
hay ideas que tienen preeminencia sobre otras, ideas que se vuelven
dominantes. Pero antes de referirnos a este tema hagamos una
precisión más.
Decíamos un par de párrafos más arriba que las ideas no existen en
el vacío histórico y social; sin individuos pensantes no existían
ideas ni conciencia, pero una vez que apareció el ser humano (en
realidad los seres humanos) no sólo se hicieron presente sus ideas
sino que estas entraron en diálogo con las de otros seres humanos.
Diálogo no quiere decir coincidencia, también puede ser
confrontación, unidad y lucha de contrarios. Ahora las ideas de cada
individuo dejan de ser exclusivamente sus ideas, éstas son posibles
por la existencia del individuo pensante, pero también por el
intercambio con otras ideas, por la existencia de la conciencia
social.
Marx y Engels elaboraron su teoría teniendo en cuenta la sociedad
capitalista, una sociedad dividida en clases antagónicas que, sin
embargo, presentaba un conjunto de ideas que eran aceptadas tanto por
la clase dominante como por la clase dominada.
La clase que ejerce el poder material en la sociedad es, al mismo
tiempo, la que extiende por toda ella su poder espiritual. Esto se
explica porque quien dispone de los medios de producción y
distribución, dispone del poder económico para encumbrarse en la
dirección de la sociedad, y, consecuentemente, para la producción
de las ideas que la representan y que serán asimiladas como propias
por las demás clases sociales.
Así, las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal
de las relaciones materiales que imperan. Quienes ejercen el dominio
de la sociedad tienen cabal conciencia de ese dominio, lo naturalizan
para sí y para los demás, lo justifican ética, política e
históricamente, y extienden esa convicción al resto de la sociedad.
La propuesta filosófica del marxismo comenzó con una clara
oposición al idealismo, los problemas que abordamos anteriormente
tenían que ver con el posicionamiento materialista, pero de esas
premisas originarias podían derivarse (y de hecho se derivaron)
múltiples aplicaciones a otros terrenos del conocimiento y la
práctica humana. Si las propuestas de Marx y Engels sólo hubiesen
tenido influencia en el terreno de la llamada ciencia pura, del arte
o la literatura, no habrían despertado ni la adhesión ni el rechazo
que tuvieron desde entonces hasta nuestros días. Pero el importante
papel transformador del materialismo histórico lo volvió una
herramienta imprescindible en la lucha política. Es en ese terreno
donde más se lo ha reivindicado y combatido. Muchas de las
transformaciones que se produjeron durante el siglo XX se hicieron
teniendo como referencia al marxismo; las grandes revoluciones
políticas que cambiaron para siempre la faz de la tierra, aunque en
algunos casos hayan sufrido reveses y retrocesos, ya mostraron un
horizonte que servirá de guía a toda la humanidad.
(Concluirá)