lunes, 28 de diciembre de 2020

Notas publicadas en el cuatrimestre Septiembre-Diciembre

 martes, 1 de septiembre de 2020

Números macabros


martes, 15 de septiembre de 2020

Dos cartas del Che Guevara


jueves, 17 de septiembre de 2020

Perón habló sobre el golpe de estado


sábado, 19 de septiembre de 2020

La Huelga telefónica de 1957


jueves, 24 de septiembre de 2020

Dos buenos amigos


sábado, 26 de septiembre de 2020

Conversación en el café


martes, 29 de septiembre de 2020

TYSAE y CIDH en septiembre de 1979


martes, 6 de octubre de 2020

A diez años del intento golpista en Ecuador


jueves, 8 de octubre de 2020

A diez años del intento golpista en Ecuador (2)


miércoles, 14 de octubre de 2020

Cuando las 62 Organizaciones y los 32 Gremios "democráticos" se reunieron con Aramburu


viernes, 16 de octubre de 2020

Caída del Che, demasiado doloroso para creerlo


martes, 10 de noviembre de 2020

Recuerdos del 5 de noviembre


sábado, 28 de noviembre de 2020

200 años de Engels


martes, 1 de diciembre de 2020

Marxismo y cultura (I)


jueves, 3 de diciembre de 2020

Marxismo y cultura (II)


martes, 8 de diciembre de 2020

El hombre que calculaba (1)


jueves, 10 de diciembre de 2020

El hombre que calculaba (2)


sábado, 12 de diciembre de 2020

El hombre que calculaba (3)


martes, 15 de diciembre de 2020

El hombre que calculaba (4)


jueves, 17 de diciembre de 2020

El hombre que calculaba (5)


sábado, 19 de diciembre de 2020

El hombre que calculaba (6)



sábado, 29 de agosto de 2020

Notas publicadas en el cuatrimestre Mayo-agosto

sábado, 19 de diciembre de 2020

El hombre que calculaba (6)

 Daba por concluida la serie, pero la nota anterior contenía demasiadas simplificaciones y no es bueno dejar las cosas así. Quería mostrar que los números se inflan con total desapego a la realidad cuando se habla de una movilización, por eso describí una columna moviéndose como un mecanismo de relojería entre dos puntos muy concretos, con una disposición organizativa puramente ideal.

Curiosamente una marcha real presenta mayor dispersión entre sus participantes, las distancias que separan a unos de otros son más grandes que las que yo di. Bastaría con mirar unas cuantas fotografías tomadas al azar en cualquier manifestación donde la gente esté en movimiento; incluso la salida de un cine o de un espectáculo deportivo, donde los agrupamientos y las separaciones casuales se parecen a los de una movilización. Las personas no avanzan formando una línea perfecta, separadas de otra línea igualmente homogénea, seguida por otras semejantes en su disposición y con una distancia entre líneas siempre idénticas.

Si una cuadra pudiera ser vaciada de toda otra persona que no participara del evento, o si supusiéramos que todos los que se mueven por allí en la dirección de la marcha están participando de ella, una fotografía tomada desde cierta altura (parece que 600 metros es la adecuada), permitiría hacer un conteo riguroso y proyectar luego el resultado al resto de la columna en movimiento. Por supuesto, eso no da un número exacto, apenas si permite una aproximación a la realidad. Pero, a pesar de su inexactitud, ese dato sería mucho más creíble que las estimaciones interesadas de adherentes u opositores.

La metodología científica es todavía más compleja, hay que considerar puntos de ingreso y egreso de los movilizados, velocidades de desplazamiento, simultaneidad o no de las mediciones, etc. Sin llegar a ese extremo de rigurosidad, con la tecnología disponible podría realizarse una prueba como esta.

Imaginemos un recital importante o un partido de fútbol en el estadio de Ríver. La cantidad de asistentes se sabe con cierta exactitud por el número de entradas vendidas, todos están concentrados en el interior y el espectáculo llega a su fin. Se abren las puertas y el estadio comienza a vaciarse. Desde arriba se van tomando fotografías para seguir el desplazamiento de los que se alejan.

Podrían proporcionarse algunos datos orientativos. Por ejemplo, hacer mediciones verdaderas en determinados sectores de la ciudad; guardar esas imágenes para poder hacer comparaciones con otros eventos posteriores, establecer índices de corrección de acuerdo a las densidades mostradas por las imágenes.


Con un banco de datos de ese tipo sería muy fácil hacer otras estimaciones posteriores. Habría errores como en cualquier estadística, pero seguramente serían mucho menores que si confiamos en los números de Patricia Bullrich hablando de su poder de convocatoria al Obelisco.

jueves, 17 de diciembre de 2020

El hombre que calculaba (5)

 Cuando yo iba a la escuela primaria; alguna vez fui a la primaria: escuela Nº 16, República Dominicana, Congreso 3045; era una hermosa escuela con el frente de ladrillos rojos y un ceibo en el patio al lado del mástil.

Cuando yo iba a la escuela primaria, repito, nos hacían formar en el patio. Tomábamos distancia extendiendo el brazo hasta tocar el hombro del compañerito de delante, y lo mismo hacían los que venían detrás de nosotros. El que quedaba a nuestro lado no estaba pegado, pero tampoco quedaba tan separado como el de delante y el de detrás. Después que terminaba la ceremonia de la bandera salíamos marchando ordenadamente; la distancia que habíamos tomado aseguraba que no golpeáramos al que nos precedía. Alguna vez, en aquellos años, fui a ver un desfile. Los soldados no marchaban de dos en fondo, cada fila era más nutrida, supongo que la distancia entre las filas era mayor que el largo de un brazo. En los años siguientes pasaron muchas cosas y no volví a presenciar ningún desfile militar.

Después estuve en innumerables marchas y movilizaciones, allí no se tomaba distancia, la formación era mucho más azarosa, pero puedo asegurar que nunca estuve en ninguna en que la distancia entre lo que podríamos considerar las filas fuese menor al largo del brazo. Tampoco recuerdo ninguna en la que los participantes nos alineáramos formando filas ordenadas, pero mi experiencia personal no tiene por qué ser tomada como patrón de referencia. Por eso voy a suponer una movilización muy prolija, con manifestantes formando filas donde la separación sea el largo de un brazo, y de medio metro la separación entre columnas. Imaginemos que avanzan marchando marcialmente por Avenida de Mayo. No tienen más remedio que ir por la calzada, y ésta tiene 17 metros de ancho. Como los manifestantes tienen un enorme entrenamiento, pueden formar filas de 17 personas sin correr el riesgo de tropezar entre ellos o con los cordones laterales. La separación entre filas y columnas se mantiene invariable a todo lo largo de la marcha. Desde que se ingresó en la avenida a la altura de Plaza Lorea el avance tiene la precisión de un mecanismo de relojería: siempre 17 personas por fila, siempre un metro para cada fila, siempre la misma velocidad de desplazamiento. Cuando la cabeza de la movilización está llegando a Bolívar ha recorrido 1.300 metros, pero podemos imaginar que la cola recién deja Plaza Lorea.

Estas notas han sido un obstinado juego de cálculo, una desconfiada apreciación de los datos proporcionados por los convocantes a marchas y concentraciones. Siempre resultan desagradables los aguafiestas y los que pinchan los globos, por eso no voy a decirles cuántos fueron los participantes de esa imaginaria movilización que avanzó tan prolijamente desde Plaza de los Dos Congresos hasta Plaza de Mayo. Si ustedes quieren saberlo tienen todos los elementos en el párrafo anterior, no hay que aplicar fórmulas raras ni análisis matemático, basta con hacer una simple multiplicación como esas que aprendimos en la escuela primaria. Les sugiero que no me crean, que hagan la cuenta, que verifiquen el resultado con la calculadora, y que cuando lean el diario y les hablen de manifestaciones multitudinarias recuerden lo que estuvimos viendo.

martes, 15 de diciembre de 2020

El hombre que calculaba (4)

 Venía hablando sobre la cantidad de personas por metro cuadrado en una manifestación. Sé que mis números tiran abajo las expectativas de mucha gente de buena fe. Todos nos hemos acostumbrado a leer y escuchar cifras enormes, pero la principal función de los medios no es informar sino moldear el pensamiento de las personas. Esto último suena muy escéptico, eso me hace sentir como el tipo que le dice a un chico que los Reyes magos son los padres. Por eso voy a dejar para otro momento lo de la función de la prensa como formadora de conciencia social, y voy a seguir con lo del número de personas en una concentración.

Tito Paoletti me había dicho que en un metro cuadrado no cabían más de cuatro individuos. Pero él tampoco es el malo de la película, probablemente lo había leído en algún trabajo especializado, porque fue por los años ’60 cuando Herbert Jacobs, profesor de periodismo de la Universidad de California, realizó los cálculos. Según se dice, quería saber cuántos eran los que se manifestaban en las calles contra la Guerra de Vietnam, hizo observaciones y sistematizó los números que debieran ser tenidos más en cuenta.

En lo que consideraba una “manifestación fluida” la distancia entre los concurrentes era de aproximadamente el largo de un brazo. Eso le daba como promedio unos 10 pies cuadrados para cada manifestante, traduciéndolo a nuestro sistema de medición es algo menos de un metro cuadrado por persona. Si la separación era menor a un brazo, digamos algo así como desde el hombro hasta el codo, la superficie disponible para cada persona es de menos de un metro cuadrado, 4,5 pies cuadrados en el sistema de medición yanqui. Y apretándose todavía más (“corriéndose al fondo que hay lugar”) llegamos a los mágicos 4 concurrentes por metro cuadrado.

Hagamos ahora un ejercicio matemático; algo nada demasiado complicado, un cálculo que se puede efectuar con los conocimientos de la escuela primaria. La Avenida de Mayo tiene unos 1.300 metros de largo desde su nacimiento en la calle Bolívar hasta su conclusión en la Plaza Lorea. El ancho de la calzada, el lugar por donde se marcha, tiene 17 metros, por tanto su superficie es de 22.100 metros cuadrados. Esto puede desconcertar a muchos amigos, pero toda la Avenida es apenas más grande que la Plaza de Mayo y las calles que la circundan. Alguno puede enojarse pensando que le estoy escamoteando espacio, que no cuento las veredas, pero como no quiero ganarme más enemigos de los que ya tengo, tomemos los 30 metros de ancho que van de pared a pared. Aun así la superficie total de la Avenida es de 39 mil metros cuadrados.

Completemos la idea. Si pudiera hacerse una movilización a todo lo largo de la Avenida, desde Bolívar hasta Plaza Lorea, y ocupando de pared a pared, suponiendo que fuera lo que Jacobs llamaba una “manifestación fluida”, el total de asistentes serían 39 mil personas. Un buen número sin duda, aunque no dejaría conformes a los organizadores. Hinchar las cifras es una especialidad de todos ellos, usan el mismo tipo de levadura que los fabricantes de índices de inflación; porque, seguramente, habrán oído hablar del “IPC del Congreso” o del “índice góndola”.

Pero no voy a meterme con eso; vuelvo al tema que venía desarrollando y hago un simple comentario. He participado en muchas manifestaciones, recorrí la Avenida de Mayo desde el Congreso hasta Plaza de Mayo en más de una oportunidad, sin embargo no recuerdo ninguna movilización que avanzara ocupando de pared a pared, entre otras cosas, porque es imposible hacerlo.

sábado, 12 de diciembre de 2020

El hombre que calculaba (3)

 Plaza de Mayo es el lugar emblemático a la hora de hablar de concentraciones masivas. Buena parte de la historia política del país ha pasado por ese lugar, manifestarse allí, desbordarla por sus alrededores es prácticamente la consagración del respaldo popular y de la capacidad de convocatoria. No es el espacio público más grande, pero simbólicamente es el más significativo, por eso los números que se barajan sobre su capacidad suelen ser de lo más arbitrarios. El 19 de diciembre de 2012 se realizó allí una concentración antigubernamental. Uno de los máximos convocantes a esa protesta, Pablo Micheli, afirmó que habían reunido 70 mil asistentes. Apuntalando esa versión se manifestó el diario Clarín que publicó una foto en portada elogiando el “masivo acto del sindicalismo opositor”. Desde el gobierno no se opinó lo mismo: “con toda la furia, llegaron a 15 mil”. No voy a proponer una votación para resolver el conflicto numérico, ni tampoco tengo una imagen aérea para hacer el cálculo, pero podemos comenzar por el principio, por saber cuánto mide la plaza y cuánta gente puede concentrarse en ella.

La plaza tiene algo menos de 230 metros de largo y un poco más de 95 metros de ancho. Con esos datos gruesos podríamos decir que la superficie es algo menor a los 22 mil metros cuadrados. Pero la plaza no es rectangular, porque sus extremos sobre Balcarce y sobre Bolívar son redondeados en forma semicircular. Los preciosistas dicen que la superficie es de algo más de 19.700 metros cuadrados, yo no voy a ser tan minucioso, puedo permitirme esa licencia cuando otros son tan bartoleros a la hora de tirar números. Incluso podríamos agregar la superficie de las calles que rodean la plaza, con excepción de Balcarce que permanece cerrada durante las concentraciones. Pero hay espacios dentro del terreno que no pueden ser utilizados por los manifestantes, allí están la Pirámide de Mayo, el monumento a Manuel Belgrano, la entrada al subte A, bancos, árboles, canteros, etc. Podríamos arriesgar en 20 mil metros cuadrados la superficie de la plaza y sus alrededores que puede ser ocupada por la concurrencia.

Si alguien se siente molesto porque cree que estoy minimizando su poder de convocatoria, aclaro que la dimensión del lugar no variará si el convocante es de otra tendencia política. En todo caso, para resolver su desconfianza puede recurrir a la información del jefe de gobierno de la ciudad, se supone que es una persona muy competente, siempre atenta a las condiciones urbanísticas, sobre todo si puede realizar algún negocio inmobiliario. Imaginen que debe saber al dedillo cuánto mide la plaza y sus alrededores, a cuánto se podría vender ese par de manzanas ubicadas en el corazón de la ciudad, y cuál sería la comisión que recibiría por la operación.

Pero volvamos a los 20 mil metros cuadrados que supuse como ocupables durante una concentración. Ya comenté con anterioridad lo que me había dicho Tito Paoletti: que el máximo de personas que pueden estar en un metro cuadrado son 4. También dije que eso podía ocurrir en sectores muy aislados y que era materialmente imposible extender ese grado de concentración a todo el terreno. Lo razonable, lo que realmente ocurre, es que el nivel de aglomeramiento es mucho menor, que quedan espacios vacíos y que eso permite el movimiento de las personas. En la primer nota dije que, como máximo hipotético, en una hectárea cabían 40 mil personas. Para que eso ocurriera tenían que estar todos quietos y apretujados durante todo el tiempo que durara el acto al que asistían. Adelanté que lo razonable era hablar de un grado de concentración mucho menor y dije que era más sensato pensar en 20 mil personas dentro de esa hectárea imaginaria. Si estamos de acuerdo con este razonamiento (no soy tan ingenuo como para creer que los he convencido) en la Plaza de Mayo y las calles que la circundan caben como máximo 80 mil personas, aunque lo probable es que la capacidad deba reducirse a la mitad.

jueves, 10 de diciembre de 2020

El hombre que calculaba (2)

 Tito Paoletti me había dicho que en un metro cuadrado entraban, como máximo, cuatro personas. Durante varios años yo di por buena esa información, pero hubo un momento en que me dije que un buen intelectual debe dudar. Si yo quería ser un aspirante a filósofo no podía aceptar acríticamente esa afirmación, por el contrario, debía someterla a una completa revisión, aunque más no fuera para corroborar la veracidad del dato. Eso implicaba hacer un prolijo estudio antropométrico, realizar un muestreo de personas adultas, establecer promedios estadísticos, estimar la superficie que ocupaban, etc.

Por supuesto, no llegué a tanto, pero fui práctico y tomé algunas medidas. Un adulto de algo más de 1,70 metros de altura tiene un ancho de hombros de aproximadamente 46 centímetros. Con la espalda apoyada en la pared, su pecho (o su abdomen) está a unos 33 centímetros hacia adelante. Estoy hablando de alguien promedio, ni un gordo muy gordo, ni un flaco muy flaco. Haciendo una generalización a partir de esos datos concluí que estando hombro con hombro y pecho contra espalda, en un metro cuadrado entraban seis hombres y/o mujeres.

Estamos pensando en un conjunto de personas apretadas como sardinas, algo parecido a lo que ocurre en el interior de cualquier colectivo saliendo del microcentro a las 6 de la tarde. Pero no es eso lo que sucede en una manifestación. Si hubiera un contacto tan estrecho entre los asistentes, podrían producirse enormes sofocones, violentos enfrentamientos o fogosos romances. Allí hay pequeños espacios entre cada uno, el contacto físico no es tan íntimo, es posible algún movimiento entre las personas, de modo que la estimación que me había dado Tito era totalmente creíble. En pequeños sectores de una gran concurrencia era posible suponer una concentración de cuatro personas por metro cuadrado. Junto a esos agrupamientos compactos están otros más diluidos, con tres, dos o una persona en la misma superficie. Incluso espacios totalmente vacíos, lugares que, aunque sean mínimos, permiten el desplazamiento de los asistentes.

En un tiempo yo había estado recopilando información sobre un importantísimo conflicto laboral del año 1956. Me había llamado la atención que dos diarios distintos al brindar la noticia sobre el número de concurrentes a una concentración frente al local gremial dieran cifras totalmente diferentes. El diario La Prensa, basándose en la información policial, hablaba de 2 mil personas, el diario Democracia decía que eran 4 mil. Tengo mi propia opinión sobre esas cifras, pero no estamos haciendo una encuesta sobre cuál de las dos es más creíble, simplemente menciono el caso porque es ilustrativo de lo que venía comentando. Y esto me recuerda una anécdota que Adrián Paenza le contaba Jorge Lanata cuando estaban juntos en “Día D”, antes que el Doctor Jekyll se transformara en Míster Hyde.

Ha pasado mucho tiempo y estoy haciendo una versión libre, pero el relato era sintéticamente así. Estaba un grupo de personas a cierta distancia de un puente que pasaba sobre un río. A uno de los del grupo se le ocurrió comentar lo largo que era el puente, otro disintió con él, y arriesgó una cifra sobre la posible longitud de la construcción. Su interlocutor le dijo que se había quedado corto, que era mucho más largo, y dio un número bastante más elevado. Otros amigos se sumaron a la controversia, aparecieron nuevas evaluaciones y no había forma de que los polemistas se pusieran de acuerdo. Eso duró hasta que a uno de ellos se le ocurrió la idea salvadora: votar para decidir cuál era la longitud. Paenza se rio y dijo: “Tenían el puente ahí, podían ir y medirlo, pero esa idea no les pasó por la cabeza”.

martes, 8 de diciembre de 2020

El hombre que calculaba (1)

 Revisando una vieja carpeta me encontré con media docena de notas que escribí hace unos años. Seguramente entonces había repasado alguno de los problemas del libro El hombre que calculaba y no resistí la tentación de ponerle ese nombre a la serie. Por una cuestión de pudor pensé que debía cambiar la denominación, pero uno se encariña con esas cosas y empecé a buscar excusas para no modificar el nombre. Hasta ahora no encontré ninguna más o menos buena, pero seguiré buscando.

El hombre que calculaba (1)

Javier Nieva

Me asombra la disparidad de números que se barajan a la hora de calcular la asistencia a manifestaciones, movilizaciones o, simplemente, a espectáculos públicos. Es cierto que el ojo del convocante o del simpatizante engrosa la concurrencia, pero eso se hace, en la mayoría de los casos, sin el más mínimo apego a la lógica. En alguna crónica entusiasta leí que medio millón de personas se movilizaron hacia Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945. Para no quedarse atrás, los funcionarios del gobierno macrista estimaron en 700 mil los asistentes a la movilización contra el gobierno nacional del 8 de noviembre de 2012 en la zona del Obelisco. En ambas oportunidades las fuerzas opuestas redujeron esos números a la tercera parte o menos. Ni siquiera los actos efectuados en lugares cerrados –donde se supone que la capacidad está bien determinada- merecen apreciaciones que puedan ser consideradas objetivas. Alguna vez me pregunté cómo hacía el periodismo “serio y responsable” para calcular las asistencias, y un viejo compañero me contestó con una frase más vieja que él: “Cuentan el número de piernas y lo dividen por dos”.

El gordo Tito Paoletti fue quien me dio la primera pista para orientarme en ese misterioso laberinto de los cálculos. Era un periodista en serio –ya hablaré de él en otra parte- y me dijo que eso se podía estimar con una buena aproximación si se tenía una fotografía aérea del acto. “Sobre ella se marcan zonas de máxima densidad –donde la concurrencia aparece más concentrada-, Después se hace lo mismo con otras partes donde la densidad es más reducida, diferenciando zonas según que la aglomeración parezca mayor o menor. Se considera que en un metro cuadrado entran como máximo cuatro personas, de acuerdo a lo que interpretás de la foto vas asignando un número decreciente a las distintas zonas, como conocés la superficie del lugar sólo es cuestión de sumar los datos parciales y así tenés un número muy cercano a lo real”.

De modo que allí tuve un dato muy concreto: se podía calcular que, como máximo, en un metro cuadrado cabían cuatro personas. Si se hiciera una concentración en una plaza que tuviera el tamaño de una manzana, podíamos suponer, grosso modo, que se trata de una hectárea, un terreno de 100 por 100. Estamos hablando de un terreno pelado, sin un arbolito, ni un banco, ni juegos para chicos, ni ningún otro impedimento para la ubicación de asistentes. En el supuesto de una concurrencia compacta y homogénea, en la que no quedara la posibilidad de moverse y que llenara por completo toda la manzana, tendríamos 40 mil personas como máximo ideal.

Aclaremos que es materialmente imposible que eso ocurra, que los asistentes a un acto no son individuos que van a quedarse quietos y apretujados durante todo el tiempo. Por el contrario, se van a estar moviendo, desplazándose de un lado a otro, y para eso es necesario que queden espacios vacíos, que la mayor parte del lugar no alcance el punto de saturación de concurrencia, que el promedio de asistentes por metro cuadrado esté muy por debajo de los cuatro que mencionamos anteriormente. En ese caso la hipotética concentración llegará a 20 mil, aunque podrían ser menos.

jueves, 3 de diciembre de 2020

Marxismo y cultura (II)

 Marx, interculturalismo y liberación

Algunas críticas contra el marxismo le atribuyen un cerrado esquematismo economicista, el desdén por los problemas nacionales, la falta de preocupación por las minorías oprimidas, un cierto eurocentrismo. Se dijo que la teoría preveía la revolución obrera triunfando en los países capitalistas más desarrollados, que los otros, los más rezagados, deberían esperar a que terminara su ciclo evolutivo para poder plantearse el salto a un estadio superior.

Para refutar tanta crítica liviana pueden resultar interesantes los argumentos desplegados por Kevin B. Anderson, profesor de sociología y ciencias políticas en la universidad de California, Santa Bárbara. El intelectual norteamericano es autor de Marx at the Margins: On Nationalism, Ethnicity, and Non- Western Societies; (2010) University of Chicago Press. En su libro sostiene que aunque algunos de los escritos testimonian una perspectiva unilineal discutible y, en ocasiones, comportan elementos de etnocentrismo, la obra de Marx en su conjunto va por otros caminos.

Los pensadores postcoloniales y posmodernos, de los cuales el más conocido es Edward Said, criticaron el Manifiesto Comunista y los escritos de 1853 sobre la India como una expresión del conocimiento oriental que surgía del fondo de una mentalidad colonialista. La mayoría de esas críticas no entendieron que a partir de 1853 la posición de Marx sobre Asia viene a ser más sutil y dialéctica, que comienza a variar en relación a la posición defendida en el Manifiesto. En los artículos para la New York Tribune también escribió que una India modernizada encontraría su camino al margen del colonialismo, al que describía como una forma de barbarie. Afirmó que, mas pronto o más tarde, el colonialismo en la India llegaría a su fin a través de la ayuda aportada por la clase obrera británica o por la formación de un movimiento independentista en la India (Anderson, 2012).

En apoyo a su tesis el intelectual norteamericano menciona a Irfan Habib, uno de los historiadores marxistas más reputados de India, quien en diversos volúmenes de la People’s History of India reivindicó las posiciones anticolonialistas de Marx. Sostiene Anderson que esa evolución del pensamiento marxista se acentuó a partir de 1856-1857 cuando, en la New York Tribune, apoyó la resistencia china contra los británicos durante la segunda guerra del opio y se mostró favorable a la insurrección de los Cipayos en la India. Luego, en los Gründisse, esbozó una verdadera teoría plurilineal de la historia según la cual los modos de producción en las sociedades asiáticas no evolucionaban de la misma forma que en Europa occidental.

Su fuerte compromiso con la causa de la emancipación de los trabajadores se dio en el contexto de las luchas contra el esclavismo, el racismo y la opresión nacional. Ya en el Manifiesto (1848), se había planteado el apoyo a la independencia polaca como uno de los principios rectores para el movimiento obrero y socialista. Poco tiempo después de la formación de la Internacional, también se comprometió con el movimiento independentista irlandés. Otro ejemplo mencionado por Anderson son los cambios que introdujo a la edición francesa de El Capital en 1872-1875. Muchas de estas revisiones tuvieron que ver con su nueva visión del desarrollo histórico. Allí afirmó de forma clara y directa, que el tipo de transición que expuso en la primera parte consagrada a la acumulación primitiva no se refiere más que a Europa occidental. En este sentido, el devenir de las sociedades no occidentales quedaba abierto, no estaba predeterminado por el modelo europeo.

Los continuadores

Un desmentido práctico a los críticos que atribuían al marxismo eurocentrismo y desdén por los movimientos de liberación, es la adopción del materialismo histórico por parte de los antiimperialistas y anticolonialistas en todo el mundo. Algunos de ellos descollaron como intelectuales que hicieron importantes contribuciones a la teoría marxista. Lenin fue uno de ellos, Gramsci lo definió como el mayor filósofo, pero lo hizo no sólo por los aportes teóricos sino también por su práctica transformadora de la realidad. En su valoración el filósofo italiano se apoyó en lo postulado por Mar en la Tesis XI sobre Feuerbach: Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo. Indudablemente Lenin había cumplido sobradamente con el mandato de Marx.

Una de las grandes contribuciones teóricas del dirigente ruso fue su obra El imperialismo, fase superior del capitalismo. Los fenómenos preanunciados por Marx sobre concentración de capital se vieron corroborados con la formación de gigantescos monopolios que pusieron a su servicio a los estados más poderosos de la época. Una de sus consecuencias sería el reparto colonial del mundo a fines del siglo XIX y la gran guerra interimperialista de 1914-1918.

En medio de esa gigantesca matanza Lenin levantó su voz para condenar las complicidades de ciertos dirigentes de la II Internacional con los gobiernos imperialistas: “El programa de la socialdemocracia debe postular la división de las naciones en opresoras y oprimidas, como un hecho esencial, fundamental e inevitable bajo el imperialismo” (Lenin, 1998:7).

El apoyo a las luchas de liberación nacional era manifiesto ya a principios del siglo XX; todavía faltaba mucho tiempo para que triunfara la primera revolución socialista, pero quien sería su máximo dirigente ya sostenía que el proletariado no podía dejar de luchar por la autodeterminación de las colonias y naciones oprimidas.

Los socialistas deben exigir, no sólo una incondicional e inmediata liberación sin indemnizaciones de las colonias -- y esa exigencia, en su expresión política, no significa otra cosa que el reconocimiento del derecho a la autodeterminación --; los socialistas deben apoyar de la manera más decidida a los elementos más revolucionarios de los movimientos democrático-burgueses de liberación nacional de estos países y ayudar a su rebelión -- y si se da el caso, también a su guerra revolucionaria -- contra las potencias imperialistas que los oprimen (Lenin, 1998:13).

Mencionamos más arriba la valoración de Gramsci sobre Lenin, retomémosla porque nos será de gran ayuda para pasar a un concepto desarrollado por el gran pensador italiano. En una recopilación de sus escritos publicada bajo el título de EL materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, habla sobre el principio teórico-práctico de la hegemonía, y dice que tiene también alcance gnoseológico: “por consiguiente, en este campo hay que investigar el aporte máximo de Ilich a la filosofía de la praxis. Ilich habría hecho progresar la filosofía como filosofía, en cuanto hizo progresar la doctrina y la práctica política".

El pasaje es citado por Luciano Gruppi en su libro El concepto de Hegemonía en Gramsci; explica que si de la transformación de la estructura se sigue una transformación en la conciencia, el cambio en la hegemonía provoca un cambio en la sociedad y, consecuentemente, también en el modo de pensar. De allí que lo califique como un gran hecho filosófico.

La contribución de Lenin a la filosofía no es sólo la de haber elaborado la teoría de la dictadura del proletariado, sino el haberla realizado en los hechos. Se trata del valor filosófico del hacer, del transformar la sociedad. Y es filosofía que no surge simplemente por medio de conceptos, por una especie de partenogénesis de los propios conceptos, sino de la estructura económica, de las transformaciones acaecidas en las relaciones de producción, en una continua relación dialéctica entre base económica, estructura social y conciencia de los hombres. (Gruppi, 1978).

Yendo específicamente al concepto de hegemonía debemos comenzar destacando la complejidad del término, su multiplicidad de significados. Por un lado señala la necesidad de neutralizar o derrotar al enemigo, por otro apunta a ganar consensos y adhesiones entre otros sectores o clases sociales. En sus orígenes más remotos la expresión tenía significación militar, era entendida como función dirigente y quien detentaba la hegemonía era el comandante. En el caso de los escritos de Lenin y Gramsci también puede ser entendido como propuesta para generar alianzas y conformar frentes. En un escrito de Lenin citado por Valentino Gerratana decía el dirigente ruso:

Desde el punto de vista del marxismo, una clase que niegue la idea de la hegemonía, o que no la comprenda, no es, o no es todavía, una clase, sino una corporación [es decir, un mero sindicato de oficio] o una suma de diversas corporaciones. (…) Y es, justamente la conciencia de la idea de la hegemonía, la que ha de transformar ‘una suma de corporaciones en una clase (Gerratana, 2013).

Luego Gerratana indica que es difícil encontrar un mejor ejemplo de la diferencia entre corporaciones y clase, y poniendo en diálogo el texto leninista con el pensador italiano, reproduce un pasaje del ensayo sobre La cuestión meridional, el último escrito de Gramsci antes de su encarcelamiento

El proletariado, para ser capaz de gobernar como clase, debe despojarse de cualquier residuo corporativo, de todo prejuicio o incrustación sindicalista. ¿Qué significa esto? Significa que no sólo deben ser superadas las distinciones que existen entre profesión y profesión, sino que es necesario [...] superar algunos prejuicios y vencer ciertos egoísmos que pueden subsistir y subsisten en la clase obrera como tal, incluso cuando ya han desaparecido de ella los particularismos profesionales. El metalúrgico, el carpintero, el albañil, etc. deben pensar, no sólo como proletarios y no ya como metalúrgico, carpintero, albañil, etc., sino que deben dar un paso más adelante todavía: deben pensar como obreros miembros de una clase que tiende a dirigir a los campesinos y a los intelectuales, de una clase que puede vencer y puede construir el socialismo sólo si es ayudada y seguida por la mayoría de estos estratos sociales (Gerratana, 2013).

En el cierre de este trabajo nos interesa destacar la amplitud de criterio que subyace en estas palabras, pueden ser tomadas como una propuesta metodológica para mocionar la necesidad de unir fuerzas de sectores populares frente a enemigos muy poderosos, un verdadero aporte a la cultura política.

Bibliografía

Agoglia, Rodolfo M., “La cultura como facticidad y reclamo”, (1980) Cultura II, 5, Banco Central del Ecuador.

Anderson, Kevin B.; “Marx en torno al nacionalismo, la etnicidad y las sociedades no occidentales”. (2012). Tomado de: http://vientosur.info/spip.php?article6987

Engels,F.; “Discurso ante la tumba de Marx” (1999). Versión digital En https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/83-tumba.htm

Gerratana, Valentino, “El concepto de hegemonía en la obra de Gramsci”, (2013). Tomado del periódico digital Rebelión . http://www.rebelion.org/noticia.php?id=175508

Gruppi, Luciano; El concepto de Hegemonía en Gramsci, México: Ediciones de Cultura Popular (1978). Versión digital tomada de: www.gramsci.org.ar

Lenin; “La revolución socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminación” (1998) (1974) Pekín, Ediciones en lenguas extranjeras. Versión digital tomada de: http://www.marx2mao.com/M2M(SP)/Lenin(SP)/SRSD16s.html

Marx, K., “Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política”, (2001), Versión digital tomada de: http://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/criteconpol.htm#_ftnref4

Marx, K. Y Engels, F.; Feuerbach. Oposición entre las concepciones materialistas e idealistas, Capítulo I de La ideología alemana, Obras escogidas de Marx y Engels, Tomo I, pp. 11 – 81, Editorial Progreso, Moscú, 1972.

Versión digital tomada de http://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/46ia/index.htm#indice

Tylor, Edward B., “La ciencia de la cultura”, en AA. VV. Los orígenes de la antropología. CEAL, Buenos Aires, 1977.

Williams, R., “Teoría cultural”, en Williams, Raymond. Marxismo y literatura, Península, Barcelona, 1980. Versión digital tomada de: https://www.infoamerica.org/documentos_pdf/williams2.pdf


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martes, 1 de diciembre de 2020

Marxismo y cultura (I)

 En los primeros meses de 2017 tuve la posibilidad de cursar Filosofía de la Cultura (Filosofía y Letras, UBA) bajo la dirección de la Doctora Alcira Bonilla y la Profesora Alejandra Furfaro. Todo agradecimiento será siempre insuficiente. El trabajo que sigue fue resultado de esa cursada, obviamente la responsabilidad por el contenido es exclusivamente mía.

Marxismo y cultura

Javier Nieva

En La escuela de Atenas, la pintura realizada por Rafael entre 1510 y 1512, aparecen los dos filósofos más destacados del mundo griego, Platón, reconocible por llevar el Timeo en una mano, señala al cielo, Aristóteles, a su lado, señala hacia la tierra. No hace falta mucha explicación para descubrir el sentido de esos gestos: en el primer caso se simbolizaría la concepción idealista, en el segundo se representaría la preeminencia del mundo material como punto de partida para el pensamiento del filósofo. No sabemos si Marx y Engels conocieron la pintura, es de suponer que pudieron haber visto alguna reproducción o, al menos, haber tenido una descripción de la obra, lo concreto es que la frase que emplearon para definir su propia concepción filosófica es que “asciende de la tierra al cielo”, mientras que la ideología con la que polemizan recorre el camino inverso. Allí está sintetizada lo que definieron como el problema fundamental de la filosofía: si las ideas preexisten al mundo material y le dan origen, o si lo primero es la materia y la conciencia lo derivado.

Con la cultura nos encontramos frente a una idéntica disyuntiva. Para definirla inicialmente se puso el acento en el aspecto puramente subjetivo, en la existencia de ideas que eran anteriores al hombre y que habían sido asimiladas por éste. Esas ideas rectoras podían ser eternas e inmutables o haber sido planteadas por los dioses en algún momento previo a la existencia humana. Fue después cuando se comenzó a conectar la cultura con el mundo de los hombres, más exactamente, fueron los sofistas quienes plantearon que la ley y el estado eran creaciones humanas y no divinas. (Agoglia, 1980:13-15)

El concepto de cultura fue ganando en riqueza, en un proceso de transformación que duró siglos dejó de ser la asimilación de disposiciones divinas planteadas desde fuera del mundo de los hombres, para ser comprendida como una construcción humana: “la cultura o civilización es esa totalidad compleja que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, el derecho, la moral, las costumbres y cualquier otro hábito o capacidad adquiridos por el hombre en cuanto pertenecientes a la sociedad.” (Tylor, 1977).

El aporte del marxismo

En un emocionado homenaje Engels decía que “Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana (…) Pero no es esto sólo. Marx descubrió también la ley específica que mueve el actual modo de producción capitalista” (Engels, 1999). Dos descubrimientos como esos justifican que se lo incluya entre las principales figuras de la cultura universal. Pero no es únicamente por eso que nos proponemos hablar sobre él y sobre la corriente que tomó su nombre. Sus seguidores no se limitaron a continuarlo en Europa y Norte América; desde Rusia hasta los confines asiáticos, desde África a América Latina, en todo el mundo se multiplicaron los que recuperaron sus propuestas teóricas y prácticas enriqueciéndolas con nuevos aportes.

Ciertos críticos argumentan que Marx y Engels no dieron importancia a la cultura en su teoría, pero basta repasar lo que ambos amigos desarrollaron ya desde sus más tempranos trabajos para refutar dicha descalificación. No es posible aislar y separar la organización de los seres humanos para la producción, por un lado, y, por otro, las reglas de conducta, las costumbres y los hábitos permanentes de comportamiento que se derivan de esa base productiva. Teniendo esto en cuenta podemos leer un fragmento del segundo párrafo del Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política


En la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. (Marx, 2001).

Sobre Base y Superestructura

En un artículo de Raymond Williams titulado Teoría cultural se toma este pasaje para hacer algunos cuestionamientos que mencionaremos brevemente y que intentaremos refutar. La primera observación del intelectual británico apunta contra la proposición de una base determinante y una superestructura determinada: “la proposición de base y superestructura, con su elemento figurativo y con su sugerencia de una relación espacial fija y definida (…) se ha sostenido a menudo como la clave del análisis cultural marxista”. (Williams,1980:1). Luego de manifestar su insatisfacción Recuerda que en El 18 brumario de Luis Bonaparte (1851-1852) ya aparece el término Superestructura.

Allí dice que sobre las numerosas formas de propiedad y de las condiciones sociales de existencia “«se erige toda una superestructura de sentimientos (empfindungen), ilusiones, hábitos de pensamiento y concepciones de vida variados y peculiarmente conformados». A diferencia del Prólogo, donde la superestructura engloba al conjunto de la sociedad, en este caso se circunscribe a la clase. “Evidentemente, éste es un uso muy diferente. La «superestructura» es aquí toda la «ideología» de la clase”. De allí deduce la emergencia de tres sentidos o significados de la «superestructura»:

a) Las formas legales y políticas que expresan verdaderas relaciones de producción existentes; b) las formas de conciencia que expresan una particular concepción clasista del mundo; c) un proceso en el cual, respecto de toda una serie de actividades, los hombres tomen conciencia de un conflicto económico fundamental y lo combatan. Estos tres sentidos respectivamente, dirigirían nuestra atención hacia a) las instituciones; b) las formas de conciencia; c) las prácticas políticas y culturales. (Williams,1980:2).

Con este recorte la cultura reduce su alcance incluso por debajo de la definición de Tylor citada más arriba; podría argumentarse que Williams saca sus conclusiones a partir del texto de Marx, pero aún cuando fuera así, la práctica política y cultural dejaría de lado a las instituciones y las formas de conciencia. Más adelante corregirá esa descripción, dirá que las tres áreas están relacionadas.

Hay otra interpretación que resulta más conflictiva, porque supone que en el período de transición que va desde Marx hasta el marxismo (así lo define) se habría producido una cierta separación temporal de los conceptos. En lugar de tratarse de aspectos simultáneos de un fenómeno único, se les habría asignado un ordenamiento: primero la producción material, luego la conciencia, luego la política y la cultura (Williams,1980:3).

La metáfora y su exégesis

La metáfora de la base y la superestructura ya está preanunciada de algún modo en los escritos más tempranos de Marx y Engels, y, particularmente, en La Ideología Alemana. Recordemos que allí se comienza hablando de las premisas de toda historia humana, la primera de las cuales es la existencia de seres humanos vivientes;

la primera premisa de toda existencia humana (…) es que los hombres se hallen (…) en condiciones de poder vivir. Ahora bien, para vivir hacen falta ante todo comida, bebida, vivienda, ropa y algunas cosas más. El primer hecho histórico es, por consiguiente, la producción de los medios indispensables para la satisfacción de estas necesidades, es decir la producción de la vida material misma (Marx y Engels, 1972:T. I, 26).

Tenemos entonces que la producción de los medios de vida es la primera premisa; para cumplir con ese objetivo los hombres contraen relaciones de producción y, como consecuencia de ello, también contraen entre sí determinadas relaciones sociales y políticas. A continuación nuestros autores reclamarán que en cada caso histórico se ponga de relieve “la relación existente entre la estructura social y política y la producción.” (Marx y Engels, 1972:T. I, 20).

En ese reclamo queda claro que en la base está la producción, no la llaman base sino primera premisa, y sobre ella se encuentra la estructura social y política, lo que en el Prólogo Marx definirá como superestructura. Por eso decíamos al comenzar este apartado que la figura de base y superestructura ya estaba preanunciada en la temprana producción marxista.

Lo concreto es que estamos en presencia de una metáfora, no de una realidad, y es posible que a veces imágenes muy potentes terminen por confundir. Esto parece haber querido decir Raymond Williams cuando sostenía que las palabras utilizadas (Base y Superestructura) “fueron proyectadas, en primer término, como si fueran conceptos precisos; y en segundo término, como si fueran términos descriptivos de «áreas» observables de la vida social.” (Williams,1980:3).

No hay por qué dudar de su apreciación, es posible que algún intérprete o divulgador del marxismo haya incurrido en esos equívocos, pero no parece sensato recriminar a Marx por errores ajenos. Toda metáfora asocia imágenes o conceptos distintos, en este caso buscando establecer vínculos entre ellos para facilitar la comprensión. Es cierto que las palabras usadas presentan “solidez física” (eso cuestiona Williams) pero no parece que eso reste flexibilidad a los fenómenos sociales.

Si fuera por la “rigidez” de las palabras también se podría objetar otra pareja dialéctica usada en el marxismo, la de Contenido y Forma; alguien podría decir que ambas expresiones evocan estructuras que no permiten movimientos ni cambios.

Ser social y conciencia social

En el pasaje del Prólogo que hemos citado anteriormente se dice que la estructura económica de la sociedad es la base sobre la que “se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social.” No es posible hablar de cultura sin tener en cuenta este postulado, por eso es necesario hacer algunas precisiones conceptuales para poder seguir adelante.

Las ideas no existen en el vacío histórico y social, no hay pensamiento sin la existencia de un ser pensante, el pensamiento es una función del cerebro humano. Esta parece una verdad muy evidente, pero el gran problema de la filosofía, el que fuera definido como el problema fundamental, el la relación entre el pensar y el ser. Con la existencia del individuo pensante nace la posibilidad del pensamiento, de las ideas, de la conciencia. Volvamos por un momento al texto de Agoglia que citamos al comienzo de este trabajo, veremos que la paideia era considerada la asimilación de ideas, principios y conceptos que existían en algún lugar desde antes de la existencia humana. Poner en duda este postulado era un acto impiadoso que podía costar la vida.

Por analogía entre el ser y la conciencia se pasó al ser social y a la conciencia social; la sociedad como conjunto reúne ideas y conceptos que forman ese nivel más elevado de la conciencia. Se trata de un fenómeno complejo que no es ni suma ni síntesis de todas las ideas existentes, en la formación de la conciencia social hay ideas que tienen preeminencia sobre otras, ideas que se vuelven dominantes. Pero antes de referirnos a este tema hagamos una precisión más.

Decíamos un par de párrafos más arriba que las ideas no existen en el vacío histórico y social; sin individuos pensantes no existían ideas ni conciencia, pero una vez que apareció el ser humano (en realidad los seres humanos) no sólo se hicieron presente sus ideas sino que estas entraron en diálogo con las de otros seres humanos. Diálogo no quiere decir coincidencia, también puede ser confrontación, unidad y lucha de contrarios. Ahora las ideas de cada individuo dejan de ser exclusivamente sus ideas, éstas son posibles por la existencia del individuo pensante, pero también por el intercambio con otras ideas, por la existencia de la conciencia social.

Marx y Engels elaboraron su teoría teniendo en cuenta la sociedad capitalista, una sociedad dividida en clases antagónicas que, sin embargo, presentaba un conjunto de ideas que eran aceptadas tanto por la clase dominante como por la clase dominada.

La clase que ejerce el poder material en la sociedad es, al mismo tiempo, la que extiende por toda ella su poder espiritual. Esto se explica porque quien dispone de los medios de producción y distribución, dispone del poder económico para encumbrarse en la dirección de la sociedad, y, consecuentemente, para la producción de las ideas que la representan y que serán asimiladas como propias por las demás clases sociales.

Así, las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales que imperan. Quienes ejercen el dominio de la sociedad tienen cabal conciencia de ese dominio, lo naturalizan para sí y para los demás, lo justifican ética, política e históricamente, y extienden esa convicción al resto de la sociedad.


La propuesta filosófica del marxismo comenzó con una clara oposición al idealismo, los problemas que abordamos anteriormente tenían que ver con el posicionamiento materialista, pero de esas premisas originarias podían derivarse (y de hecho se derivaron) múltiples aplicaciones a otros terrenos del conocimiento y la práctica humana. Si las propuestas de Marx y Engels sólo hubiesen tenido influencia en el terreno de la llamada ciencia pura, del arte o la literatura, no habrían despertado ni la adhesión ni el rechazo que tuvieron desde entonces hasta nuestros días. Pero el importante papel transformador del materialismo histórico lo volvió una herramienta imprescindible en la lucha política. Es en ese terreno donde más se lo ha reivindicado y combatido. Muchas de las transformaciones que se produjeron durante el siglo XX se hicieron teniendo como referencia al marxismo; las grandes revoluciones políticas que cambiaron para siempre la faz de la tierra, aunque en algunos casos hayan sufrido reveses y retrocesos, ya mostraron un horizonte que servirá de guía a toda la humanidad.

(Concluirá)