miércoles, 11 de octubre de 2017

1957, la huelga grande de los Telefónicos (XIII)

El reclamo salarial de 1956

La jornada laboral de 7 horas, y la semana de 35 horas, eran conquistas de los trabajadores telefónicos, aunque para la mentalidad reaccionaria de quienes habían usurpado el poder en 1955 se trataba de una concesión demagógica otorgada por la “Segunda tiranía”. El objetivo golpista de liquidar todas las mejoras sociales de los últimos años incluía también el retorno a la antigua jornada de trabajo, pero esa pretensión era resistida por todos los telefónicos, independientemente de su adhesión u oposición al peronismo.
Algo semejante ocurría con respecto al reclamo de mejora salarial, el último convenio databa de 1954, los ingresos de los telefónicos se habían deteriorado mucho, y A pesar de las promesas gubernamentales para renovar los convenios, se prorrogó la vigencia de todas las convenciones colectivas que vencían a fines de febrero de 1956.
Otro hecho contribuyó a agravar el malestar de los telefónicos: el aumento salarial de emergencia dispuesto por decreto en febrero de 1956 no fue aplicado a los trabajadores del sector.
La simpatía que los colaboradores de la intervención podían sentir con respecto a la denominada Revolución Libertadora no alcanzaba para que justificaran la política antiobrera del nuevo régimen. Ellos eran tan trabajadores como el resto de los telefónicos, provenían de una tradición sindical que los había hecho librar importantes luchas en el pasado, y aunque esa disposición combativa se hubiera atenuado (según la opinión de sus críticos), no transigían con el gobierno respecto a la jornada de trabajo ni renunciaban a la lucha para obtener mejoras salariales.
Los colaboradores también fueron consecuentes con la defensa de los trabajadores perseguidos y castigados por sus convicciones políticas. Desde un principio se preocuparon por demandar la reincorporación de quienes habían sido cesanteados. Pasvcual Mazzitelli, a cuyo testimonio ya he recurrido con anterioridad, me contó que desde fines de 1955, y cuando todavía se encontraba al frente de la intervención en FOETRA el capitán Kesler, Valente recurrió a su mediación para pedir a Igartúa, ministro de comunicaciones, la reincorporación de todos los cesantes. Igartúa no quería acceder, pero Valente siguió insistiendo “porque aunque los cesantes eran comunistas, igual eran trabajadores y había que defenderlos”. Después de tantas gestiones Igartúa terminó por acceder, pero le dijo al capitán Kesler: “Mire, nosotros vamos a reincorporar a los comunistas, pero los primeros arrepentidos van a ser los del sindicato”. Y con una sonrisa, Mazzitelli completó el relato: “Y algo de cierto hubo, porque en la primera reunión después de la reincorporación, lo que hicieron fue tirarse contra nosotros. Pero no nos interesaba, eso era parte de la lucha sindical”.
Vuelvo ahora a la cuestión salarial. Los convenios que vencían en febrero del ’56 fueron prorrogados por decreto, un aumento salarial de emergencia que establecía un salario mínimo de $ 1.120 no fue aplicado a los telefónicos, y en marzo de ese año comenzaron a hacerse elecciones en los gremios para designar a los representantes sindicales que negociarían las nuevas escalas y condiciones laborales. Esto generó una fuerte participación en los distintos sectores de trabajo, se formaron comisiones para aportar iniciativas y reclamos de las especialidades, y aunque en muchos casos los representantes sectoriales fueran digitados por la intervención, en otros muchos se produjeron designaciones desde los propios compañeros. La apertura participativa no parece haber sido resistida ni por la intervención ni por los colaboradores, y con la suma de aportes y sugerencias se dio forma a un anteproyecto de convenio-escalafón que fue presentado a las empresas el 23 de abril.
Después de la nacionalización del servicio telefónico iniciado en septiembre de 1946 y completado en marzo de 1948, la mayor parte del servicio estaba en manos del estado. Las compañías privadas tenían influencia en las provincias de la Mesopotamia, Mendoza y en el norte del país, pero el mayor número de abonados era servido por la Empresa Nacional de Telecomunicaciones, y consecuentemente ésta era la que nucleaba a la mayor parte de los 32 mil trabajadores telefónicos de ese entonces. Por lo tanto la suerte de la negociación estaba atada en buena medida a la política que implementara el gobierno con respecto a la cuestión salarial en general, y a los telefónicos en particular.
El proyecto presentado por FOETRA fue cajoneado por más de un mes. Recién el 1 de junio, después de la presión gremial, fueron iniciadas las tratativas. En ese momento el sueldo mínimo del trabajador telefónico era de $ 825, el gremio reclamaba que se lo elevara a $ 1.400, y la representación patronal proponía un incremento del 25 por ciento, con lo cual quedaba por debajo de los $ 1.120 fijados como sueldo mínimo por el decreto de Febrero. Toda otra mejora debía ser consecuencia del aumento en la productividad, y eso, traducido al lenguaje de la mesa de negociación implicaba aumento de la jornada de trabajo y establecimiento de horario cortado.
La pretensión empresaria era inaceptable, la discusión se empantanó, y a partir del 29 de junio la organización sindical no tuvo ninguna información más de parte de la Empresa ni del Ministerio de Trabajo. Tanta demora debería haber activado automáticamente el funcionamiento de un tribunal que laudara en el diferendo, pero el silencio oficial era absoluto. Por eso, en un plenario de delegados realizado el 20 de julio en el local de la CGT, se decidió solicitar una entrevista con el presidente Aramburu, y se resolvió fijar el 31 de julio como último plazo para esperar una contestación oficial.

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