lunes, 2 de octubre de 2017

1957, la huelga grande de los Telefónicos (IX)

La intervención

El conciliador discurso de Lonardi al asumir el gobierno fue correspondido por la dirigencia cegetista aconsejando a sus representados la más absoluta calma y que cada trabajador continuara en su puesto por el camino de la armonía. En la reunión que el nuevo presidente mantuvo con los representantes sindicales aseguró que su gobierno respetaría las medidas de justicia social que habían sido alcanzadas, y que también sería respetada la integridad de la CGT y de las organizaciones que la formaban. Aseguró que los bienes de la organización sindical no serían confiscados, y hasta el diario La Prensa, que había sido de propiedad antiperonista, continuaría bajo el control de los sindicatos hasta nueva orden. La designación del abogado de la UOM, Luis Cerruti Costa, como ministro de Trabajo, era una muestra de la buena disposición gubernamental hacia el sector obrero.
Una de las primeras medidas del nuevo ministro fue ordenar que se reabriesen los locales sindicales que habían sido copados por grupos antiperonistas. Entre estos se encontraban los de gráficos, ferroviarios, bancarios, petroleros y otros. Los “comandos civiles” que habían tomado parte en esas ocupaciones eran identificados como socialistas y radicales, aunque es probable que esa fuera una generalización simplificadora, y que el abanico de identidades políticas fuese más amplio. También es probable que algunas (o muchas) de esas ocupaciones no fuesen espontáneas, sino que fueran inducidas y hasta orquestadas desde sectores golpistas que buscaban radicalizar rápidamente el proceso. Esta presunción se funda en que las bandas asaltantes contaban con la simpatía y hasta el apoyo logístico de sectores de las fuerzas armadas.
Al tiempo que pedía el cese de las violentas ocupaciones ilegales y el rápido llamado a elecciones democráticas, la conducción cegetista renunció en pleno, y en su lugar fue designado un triunvirato provisional integrado por el textil Andrés Framini, el lucifuercista Luis Natalini y Dante Viel de Empleados Públicos. El gobierno aceptó la propuesta y se firmó un acuerdo con la CGT para convocar a elecciones en todos los gremios en el lapso de 120 días. Todo parecía encarrilarse hacia una solución armónica, y no fueron pocos los sindicatos que anunciaron la fecha de los próximos comicios. Pero no todos los casos fueron semejantes.
Se ha hablado de “comandos civiles” tomando por asalto a los sindicatos a punta de metralleta. En el caso de Telefónicos las cosas no fueron así. No hubo ni metralletas ni grupos armados; más bien fue la transición entre una conducción medrosa, que parecía apurada por desprenderse de una responsabilidad que la excedía, y el regreso desordenado y poco prolijo de quienes habían sido desplazados de la conducción 8 años atrás.
Al principio parece haber habido situaciones que rozaban lo grotesco. Un grupito que empuja la puerta, alguien que se autoproclama interventor del sindicato, la emisión de un comunicado del que hoy no queda ninguna copia, un rechazo de la pretensión intervencionista por parte de la conducción que encabezaba Rafael Velasco y una especie de coexistencia durante algunos días, hasta que el 5 de octubre la situación termina de decantar. Ese día, las autoridades sindicales que venían de la etapa peronista, traspasan las instalaciones y todos los bienes del sindicato a una nueva comisión que será la encargada de administrarlos y convocar a elecciones “tras un razonable período de normalización”. Eran las 20.30 horas, cuando la Comisión integrada por Pedro Valente, Pascual Mazzitelli, Roberto Fuentes, Oscar Tabasco, Bernardo Marelli, Diego Bagur y Armando Blefari terminó de desplazar a la antigua dirigencia.
La situación era sumamente inestable, por un lado el gobierno procuraba contemporizar con la dirigencia peronista de los sindicatos, y al mismo tiempo no quería disgustar a los comandos civiles que reclamaban el desplazamiento de todos los dirigentes peronistas en el movimiento obrero. Como ya se dijo, quienes habían copado los sindicatos tenían un fuerte apoyo en el sector duro de los golpistas, los que, además, querían sacarse de encima a Lonardi y a los llamados nacionalistas católicos. La decisión de devolver los sindicatos ocupados a sus legítimas autoridades fue desacatada por los comandos civiles en muchos casos, y el Ministerio de Trabajo se mostraba impotente para hacer cumplir sus propias resoluciones.
Puesto en esta disyuntiva, el gobierno terminó cediendo a la presión de los sectores más beligerantes, volvió sobre sus pasos, y cuando el 26 de octubre framini reclamó que se diese cumplimiento a lo acordado, Cerruti Costa contestó que todas las autoridades sindicales habían caducado y pretendió instalar intervenciones tripartitas que fiscalizarían los comicios normalizadores. La respuesta cegetista fue anunciar una huelga general para el día 3 de noviembre. Esto obligó a una desesperada gestión gubernamental que consiguió evitar la huelga a último momento.
Las dos alas del gobierno operaban cada una por su cuenta. El sector llamado nacionalista trataba de contemporizar con los sindicatos, y al mismo tiempo, los llamados liberales, acicateados por la marina y los componentes más reaccionarios del sector civil, se esmeraban en multiplicar las provocaciones contra el movimiento obrero. El ejército ocupó militarmente los barrios populares de Rosario, las localidades de Avellaneda, Berisso y Ensenada. Muchos empleadores tomaron sanciones contra los delegados sindicales o suprimieron arbitrariamente algunos de los beneficios sociales que legalmente correspondían a los trabajadores. Algunos beneficios, como el aguinaldo, no llegaron a ser tocados, pero sectores patronales hablaron de esa posibilidad, tal vez con la espectativa de que se lo suprimiese, o simplemente para crear mayor malestar.
Debilitado hasta los cimientos, el 13 de noviembre Lonardi fue obligado a dimitir. Aramburu asumió la presidencia y manifestó su negativa a cumplir con las garantías que se habían dado a los trabajadores. La CGT declaró la huelga a partir del día 14, pero en la práctica la medida de fuerza comenzó el mismo día 13 en algunos sectores. Esto generó enfrentamientos entre manifestantes obreros y fuerzas represivas, y en rosario llegó a hablarse de alguna víxtima fatal entre los huelguistas. En los cordones industriales del Gran Buenos Aires y La Plata, Berisso y Ensenada el acatamiento a la medida de fuerza fue muy alto, y aunque la información oficial no lo dijo, las detenciones de huelguistas se contaron por centenares.

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